26

Beth colocó de nuevo la copa de vino sobre la mesa, deseando tener más control sobre sí misma.

—No te gusta, ¿verdad? —dijo Wrath en voz baja.

—¿El qué?

—Que yo beba de otra Hembra.

Ella se rio lúgubremente, despreciándose a sí misma, a él y toda aquella maldita situación.

—¿Disfrutas restregándomelo por las narices?

—Por un momento, él guardo silencio.

—La idea de que algún día tú marques la piel de otro macho con tus dientes y metas su sangre dentro de ti me vuelve loco.

Beth lo miró fijamente.

¿Entonces porqué no te quedas conmigo?, pensó ella.

Wrath sacudió la cabeza.

—Pero no puedo permitirme eso.

—¿Por qué no?

—Porque tú no puedes ser mía. No importa lo que haya dicho antes.

Fritz entró, recogió los platos Y sirvió el postre: fresas colocadas delicadamente sobre un plato con bordes dorados y un poco de salsa de chocolate al lado para bañarlas, junto a una galleta pequeña.

Normalmente, Beth habría despachado aquella exquisita combinación; en cuestión de segundos, pero se encontraba demasiado agitada para comer.

—¿No te gustan las fresas? —preguntó Wrath mientras se llevaba una a la boca. Sus brillantes dientes blancos mordieron la roja carne.

Ella se encogió de hombros, obligándose a mirar hacia otro lado.

—Sí me gustan.

—Toma. —Cogió una fresa de su plato y se inclinó hacia ella—. Permíteme que yo te la dé.

Sus largos dedos sostuvieron el pedúnculo con firmeza, mientras su brazo se balanceaba en el aire.

Ella deseaba tomar lo que él le ofrecía.

—Puedo comer por mí misma.

—Ya lo sé —dijo él sinceramente—. Pero esa no es la cuestión.

—¿Tuviste sexo con ella? —preguntó.

Enarcó las cejas con sorpresa.

—¿Anoche?

Ella asintió con la cabeza.

—Cuando te alimentas, ¿le haces el amor?

No. Y déjame contestar a tu siguiente Pregunta. Ahora mismo, no me acuesto con nadie más que contigo.

Ahora mismo, repitió ella mentalmente.

Beth bajó la mirada hacia sus manos, colocadas en su regazo, sintiéndose herida de una forma estúpida.

—Déjame alimentarte —murmuró él—. Por favor.

¡Oh, madura!, se dijo ella.

Eran adultos. Eran maravillosos en la cama, y eso nunca le había sucedido jamás con ningún hombre. ¿Realmente iba a alejarse sólo porque iba a perderlo?

Además, aunque le prometiera un futuro de rosas, un hombre como él no permanecería en casa mucho tiempo. Era un luchador que andaba con una pandilla de tipos como él. Los asuntos domésticos y el hogar le resultarían tremendamente aburridos. Lo tenía ahora. Lo quería ahora.

Beth se inclinó hacia delante en su silla, abrió la boca, poniendo los labios alrededor de la fresa, tomándola entera. Los labios de Wrath temblaron al verla morder, y cuando un poco del dulce jugo escapó y goteó hacia su barbilla, soltó un silbido ahogado.

—Quiero lamer eso —murmuró por lo bajo. Se estiró hacia delante, pero consiguió dominarse. Levantó su servilleta. Ella puso su mano en la de él.

—Usa tu boca.

Un sonido grave, surgido de lo más profundo de su pecho, retumbó en la habitación.

Wrath se inclinó hacia ella, ladeando la cabeza. Ella captó un destello de sus colmillos mientras sus labios se abrían y su lengua salía. Lamió el jugo y luego se apartó.

La miró fijamente. Ella le devolvió la mirada. Las velas parpadearon.

—Ven conmigo —dijo él, ofreciendo su mano.

Beth no vaciló. Puso su palma contra la de él y dejó que la guiara. La llevó al salón, accionó el resorte del cuadro y atravesaron la pared, descendiendo por la escalera de piedra. Él parecía inmenso en medio de la oscuridad.

Cuando llegaron al rellano inferior, la llevó a su alcoba. Ella miró hacia la enorme cama. Había sido arreglada, con las almohadas pulcramente alineadas contra el cabezal y las sábanas de satén suaves como agua inmóvil. Una oleada de calor invadió su cuerpo al recordar lo que había sentido al tenerlo encima, moviéndose dentro de ella.

De nuevo estaban allí, pensó. Y no podía esperar.

Un profundo gruñido le hizo mirar por encima de su hombro. La mirada de Wrath estaba fija en ella como en un blanco de tiro.

Le había leído el pensamiento. Sabía lo que ella quería. Y estaba listo para entregárselo.

Caminó hacia ella, y Beth oyó que la puerta se cerraba con el cerrojo. Miró a su alrededor, preguntándose si había alguien más en la estancia. Pero no vio a nadie.

La mano de él se dirigió hacia su cuello, doblándole la cabeza hacia atrás con el dedo pulgar.

—Toda la noche he querido besarte.

Ella se preparó para algo fuerte, dispuesta para cualquier cosa que él pudiera darle, sólo que cuando sus labios se posaron sobre los de ella lo hicieron con una extraordinaria dulzura. Pudo sentir la pasión en las tensas líneas de su cuerpo, pero claramente se negaba a apresurarse. Cuando alzó la cabeza, le sonrió. Pensó que ya estaba totalmente acostumbrada a los colmillos.

—Esta noche vamos a hacerlo lentamente —dijo él. Pero ella lo detuvo antes de que él la besara de nuevo.

—Espera. Hay algo que debo… ¿Tienes condones?

Él frunció el entrecejo.

—No. ¿Por qué?

—¿Por qué? ¿Has oído hablar de sexo seguro?

—Yo no soy portador de ese tipo de enfermedades, y tú no puedes contagiarme nada.

—¿Cómo lo sabes?

—Los vampiros están inmunizados contra los virus humanos.

—¿Entonces puedes tener todo el sexo que quieras? ¿Sin preocuparte por nada?

Cuando él asintió con la cabeza, ella se sintió un poco mareada.

Dios, cuántas mujeres debe haber

—Y tú no eres fértil —dijo él.

—¿Cómo lo sabes?

—Confía en mí. Los dos lo sabríamos si lo fueras. Además, no tendrás tu primera necesidad hasta pasados cinco años más o menos después de la transición. E incluso cuando estés en esa época, la concepción no está garantizada porque…

—Aguarda… ¿Qué es eso de la necesidad?

—Las hembras sólo son fecundas cada diez años. Lo cual es una bendición.

—¿Por qué?

Él se aclaró la garganta. De hecho parecía un poco apenado.

—Es un periodo peligroso. Todos los varones responden en alguna medida si están próximos a una hembra que esté atravesando su necesidad. No lo pueden evitar. Puede haber luchas. Y la hembra, ella, eh…, los deseos son intensos. O eso es lo que he oído.

—¿Tú no tienes hijos?

Él negó con la cabeza. Luego frunció el ceño.

—¡Dios!

—¿Qué?

—Pensar en ti cuando tengas tu necesidad. —Su cuerpo se balanceó, como si hubiera cerrado los ojos—. Ser el único que tú utilices.

Emanó calor sexual. Ella pudo sentir una ráfaga caliente desplazándose en el aire.

—¿Cuánto tiempo dura? —preguntó ella con voz ronca.

—Dos días. Si la hembra está… bien servida y alimentada adecuadamente, el periodo cesa rápidamente.

—¿Y el hombre?

—El macho queda totalmente agotado cuando termina. Seco de semen y de sangre. Le lleva mucho más tiempo a él recuperarse, pero nunca he oído una queja. Jamás. —Hubo una pausa—. Me encantaría ser el que te alivie.

De repente, él dio un paso hacia atrás. Ella sintió una corriente de aire frío cuando el humor de él cambió y el calor se disipó.

—Pero esa será la obligación de algún otro macho. Y su privilegio.

Su móvil empezó a sonar. Lo sacó de su bolsillo interior con un gruñido.

—¿Qué?

—Hubo una pausa.

Ella se dirigió al baño para darle un poco de privacidad. Y porque necesitaba estar sola un momento. Las imágenes que aparecían en su mente eran suficientes para aturdirla. Dos días. ¿Sólo con él?

Cuando salió, Wrath estaba sentado en la cama, con los codos en las rodillas, acurrucado. Se había quitado la chaqueta, Y sus hombros parecían más anchos, resaltados por la camisa negra. Al acercarse, captó una imagen fugaz de un arma de fuego bajo la chaqueta y se estremeció un poco.

Él la miró mientras ella se sentaba a su lado. Beth deseó poder comprenderlo mejor y culpó a las gafas oscuras. Tendió la mano hacia el rostro de él, acariciando la antigua herida de su mejilla, deslizándola hacia su fuerte mentón. Su boca se abrió ligeramente, como si su tacto lo dejara sin respiración.

—Quiero ver tus ojos —dijo ella. Él se apartó un poco hacia atrás—. ¿Por qué no?

—¿Por qué te interesa saber cómo son?

Ella frunció el ceño.

—Es difícil entenderte si te ocultas tras las gafas. Y en este instante, no me molestaría saber qué estás pensando. —O sintiendo, que es todavía más importante.

Finalmente, él se encogió de hombros.

—Haz lo que quieras.

Como no hizo ningún movimiento para quitarse las gafas, ella tomó la iniciativa, deslizándolas hacia delante. Sus párpados estaban cerrados, sus pestañas oscuras contra la piel.

Permaneció así.

—¿No vas a enseñarme tus ojos?

Él apretó la mandíbula.

Ella miró las gafas. Cuando las levantó hacia la luz de una vela, apenas pudo ver algo a través de los cristales, pues eran tremendamente opacos.

—Eres ciego, ¿verdad? —dijo ella suavemente.

Sus labios volvieron a fruncirse, pero no en una sonrisa.

—¿Te preocupa que no pueda cuidar de ti?

A ella no le sorprendió la hostilidad. Imaginaba que un hombre como él odiaría cualquier debilidad que poseyera.

—No, eso no me preocupa en absoluto. Pero me gustaría ver tus ojos.

Con un movimiento relámpago, Wrath la arrastró al otro lado de su regazo, sosteniéndola en equilibrio de modo que sólo la fuerza de sus brazos impedía que se golpeara contra el suelo. Su boca tenía un rictus amargo.

Despacio, levantó los párpados. Beth abrió la boca.

Sus ojos eran del color más extraordinario que había visto nunca. Un verde pálido resplandeciente, tan claro que era casi blanco. Enmarcados por unas gruesas y oscuras pestañas, brillaban como si alguien hubiera encendido una luz en el interior de su cráneo. Entonces se fijó en sus pupilas y se dio cuenta de que no estaban bien. Eran como diminutos alfileres negros, descentrados. Acarició su rostro.

—Tus ojos son hermosos.

—Inútiles.

—Hermosos.

Ella le miró fijamente mientras él trataba de adivinar sus rasgos, forzando la vista.

—¿Siempre han sido así? —susurró ella.

—Nací casi ciego, pero mi visión empeoró después de mi transición y, probablemente, se deteriorará aún más a medida que envejezca.

—¿Entonces todavía puedes ver algo?

—Sí. —Dirigió la mano hacia su cabello. Cuando sintió que caía sobre sus hombros, se dio cuenta de que él le estaba quitando las horquillas que sujetaban su peinado—. Sé que me gusta tu cabello suelto, por ejemplo. Y también sé que eres muy, hermosa.

Sus dedos perfilaron los contornos de su cara, descendiendo suavemente hacia su cuello y su clavícula, hasta abrirse camino entre sus pechos.

Su corazón latió aceleradamente, sus pensamientos se volvieron confusos, y el mundo desapareció a su alrededor, quedando únicamente ellos dos.

—La vista es un sentido sobrevalorado —murmuró él, extendiendo la palma de la mano sobre su pecho. Era fuerte y cálida, un anticipo de lo que su cuerpo sentiría cuando se encontrara sobre ella—. Tacto, gusto, olfato, oído. Los otros cuatro sentidos son igualmente importantes.

Él se inclinó hacia delante, le acarició el cuello con los labios, y ella sintió un suave arañazo.

Sus colmillos, pensó.

Subió por su garganta. Deseó que la mordiera.

Wrath respiró profundamente.

—Tu piel posee un aroma que me provoca una erección instantánea. Todo lo que tengo que hacer es olerte.

Ella se arqueó en los brazos de él, frotándose contra sus muslos, empujando sus pechos hacia arriba. Su cabeza se abandonó, y dejó escapar un pequeño gemido.

—Dios, adoro ese sonido —dijo él, subiendo la mano hasta la base de su garganta—. Hazlo de nuevo para mí, Beth.

Lamió delicadamente su cuello. Ella lo satisfizo.

—Eso es —gimió él—. Santo cielo, eso es.

Sus dedos empezaron a desplazarse nuevamente, esta vez hasta el lazo de su vestido, que soltó con destreza.

—No debería dejar que Fritz cambie las sábanas.

—¿Qué? —masculló ella.

—En la cama. Cuando tú te vas. Quisiera aspirar tu perfume cuando me tienda en ellas.

La parte delantera de su vestido se abrió, y el aire frío recorrió su piel mientras la mano de él avanzaba hacia arriba. Cuando llegó al sujetador, trazó un círculo alrededor de los bordes de encaje, avanzando gradualmente hacia el interior hasta rozar su pezón.

El cuerpo de ella se estremeció, y se aferró a los hombros de él. Sus músculos estaban rígidos por el esfuerzo de sostenerla. Ella miró su temible cara, magnífica.

Sus ojos brillaban, despidiendo una luz que moldeaba sus pechos en las sombras. La promesa de sexo salvaje y su feroz deseo por ella resultaban evidentes por el rechinar de su mandíbula, por el calor que salía de su imponente cuerpo y por la tensión de sus piernas y su pecho.

Pero él tenía un absoluto control de sí mismo. Y de ella.

—Te he deseado con tanta pasión… —dijo él, hundiendo la cabeza en su cuello, mordiéndola ligeramente, sin apenas arañar la piel. Luego pasó su lengua sobre la pequeña herida como una húmeda caricia, y se desplazó hacia abajo, a su pecho—. En realidad no te he poseído propiamente todavía.

—No estoy tan segura de eso —dijo ella.

Su risa sonó como un trueno profundo, su respiración era cálida y húmeda sobre la piel de ella. Le besó la parte superior del pecho, luego tomó el pezón en su boca, a través del encale. Ella se arqueó de nuevo, sintiendo como si un dique se hubiera roto entre sus piernas.

El guerrero levantó la cabeza, con una sonrisa de deseo despuntando en sus labios.

Deslizó suavemente hacia abajo el sujetador. Su pezón se puso aún más erecto para él, a medida que veía la oscura cabeza del macho descendiendo hasta su pálida piel. Su lengua, lustrosa y rosada, salió de su boca y empezó a lamerla.

Cuando sus muslos se abrieron sin que él se lo hubiera pedido, se rio de nuevo, con un profundo y masculino sonido de satisfacción.

Su mano se abrió paso entre los pliegues del vestido, rozando su cadera, moviéndose lentamente sobre su bajo vientre.

Encontró el borde de sus bragas y deslizó el dedo índice debajo de ellas. Sólo un poco.

Movió la yema del dedo adelante y atrás, provocándole sensuales cosquillas cerca de donde ella deseaba y necesitaba.

—Más —exigió ella—. Quiero más.

—Y lo tendrás. —Su mano entera desapareció bajo sus bragas. Ella soltó un grito cuando entró en contacto con su centro caliente y húmedo—. ¿Beth?

Ella casi había perdido la consciencia, embriagada por su tacto.

—¿Hmm?

—¿Quieres saber a qué sabes? —dijo él contra su pecho. Un largo dedo se adentró en su cuerpo, como si él quisiera que supiera que no se estaba refiriendo a su boca.

Ella se agarró a su espalda a través de la camisa de seda, arañándolo con las uñas.

—Melocotones —dijo él, desplazando su cuerpo, moviéndose hacia abajo con su boca, besando la piel de su estómago—. Es como comer melocotones. Carne suave en mis labios y en mi lengua cuando chupo. Delicada y dulce en el fondo de mi garganta cuando trago.

Ella gimió, próxima al orgasmo y muy lejos de toda cordura.

Con un movimiento rápido, él la levantó, llevándola a la cama.

Cuando la tendió, le apartó las piernas con la cabeza, posando la boca entre sus muslos.

Ella dio un grito sofocado, colocando las manos en el cabello del vampiro, enredando sus dedos en él. Él dio un tirón al lazo de cuero que lo sujetaba. Los bucles oscuros cayeron sobre su vientre, como el revoloteo de las alas de un halcón.

—Como los melocotones —dijo él, despojándola de sus bragas—. Y me encantan los melocotones.

La claridad sobrecogedora y hermosa que irradiaban sus ojos inundó todo su cuerpo. Y entonces él bajó nuevamente la cabeza.