24

Wrath se puso la chaqueta de Brooks Brothers. Le apretaba un poco en los hombros, pero su talla era difícil de encontrar, y no se la había dado a Fritz.

De todas formas, aquella prenda podría haber sido hecha a la medida, y aun así se habría sentido aprisionado. Estaba mucho más cómodo con los trajes de cuero y las armas que con aquella porquería de tela.

Entró en el baño y se guiñó un ojo. El traje era negro, al igual que la camisa. Eso era lo único que realmente podía ver. Santo Dios, probablemente parecía un abogado.

Se despojó de la chaqueta y la colocó sobre la repisa de mármol del lavabo. Echándose el cabello hacia atrás con manos impacientes, lo ató con una tira de cuero.

¿Dónde estaba Fritz? El doggen había salido a buscar a Beth hacía casi una hora. Ya deberían haber regresado, pero la casa todavía estaba vacía.

¡Ah, diablos! Aunque el mayordomo hubiera tardado sólo un minuto y medio, Wrath se habría sentido inquieto igualmente.

Estaba ansioso por ver a Beth, nervioso y distraído. Sólo podía pensar en hundir la cara en su cabello mientras introducía su parte más dura en lo más profundo del cuerpo de ella.

¡Dios, esos sonidos que hacía cuando alcanzaba el orgasmo!

Miró su propio reflejo. Volvió a ponerse la chaqueta.

Pero el sexo no lo era todo. Quería tratarla con respeto, no sólo tirarla de espaldas. Deseaba ir un poco más despacio. Comer con ella, hablar. ¡Diablos!, quería darle lo que a las hembras les gustaba: un poco de ATC (Amor, Ternura y Cuidado).

Ensayó una sonrisa. La hizo más grande, sintiendo como si las mejillas se le fueran a agrietar. De repente, le pareció totalmente falsa, de plástico. Demonios, tenía que aparentar un poco de naturalidad y conseguir una velada romántica. ¿No se trataba de eso?

Se frotó la mandíbula. ¿Qué demonios sabía él de romanticismo? Se sintió como un estúpido.

No, era algo peor que eso. Aquel nuevo traje elegante lo dejaba al descubierto, y lo que vio fue una auténtica sorpresa. Estaba cambiando voluntariamente por una hembra, y sólo para tratar de complacerla.

Eso era mezclar el trabajo y el placer, pensó. Por esa razón, nunca debió haberla marcado, jamás debió permitirse acercarse tanto.

Se recordó a sí mismo, una vez más, que cuando ella concluyera su transición, él terminaría la relación. Regresaría a su vida. Y ella habría…

¿Dios, por qué se sentía como si le hubieran atravesado el pecho de un disparo?

—¿Wrath? —La voz de Tohrment retumbó por toda la estancia.

El tono de barítono de su hermano fue un alivio, y lo devolvió a la realidad.

Salió a la habitación y frunció el ceño cuando escuchó el silbido apagado de su hermano.

—Mírate —dijo Tohr, moviéndose a su alrededor.

—Muérdeme.

—No, gracias. Prefiero las hembras. —El hermano se rio—. Aunque tengo que decir que no estás nada mal.

Wrath cruzó los brazos sobre el pecho, pero la chaqueta le apretó tanto que temió desgarrar la costura de la espalda. Dejó caer las manos.

—¿A qué has venido?

—Llamé a tu móvil y no me contestaste. Dijiste que querías que todos nos reuniéramos aquí esta noche. ¿A qué hora?

—Estaré ocupado hasta la una.

—¿La una? —pronunció Tohr con lentitud.

Wrath colocó las manos en las caderas. Una sensación de profunda inquietud, como si alguien hubiera irrumpido en su casa, le asaltó.

Ahora le parecía que la cita con Beth no estaba bien. Pero era demasiado tarde para cancelarla.

—Digamos que a media noche —dijo.

—Les diré a los hermanos que estén preparados.

Tuvo la sensación de que Tohr sonreía disimuladamente, pero la voz del vampiro era firme.

—Oye, Wrath.

—¿Qué?

—Ella es tan hermosa como tú piensas que es. Sólo te lo digo por si querías saberlo.

Si cualquier otro macho hubiera dicho eso, Wrath le habría propinado un puñetazo en la nariz. Y aunque se trataba de Tohr, su ira amenazó con salir a la superficie. No le gustaba que le recordaran lo irresistible que era ella. Eso le hizo pensar en el macho a quien ella sería destinada para el resto de su vida.

—¿Quieres decirme algo o simplemente estás ejercitando los labios?

No era una invitación a opinar, pero de todas formas, Tohr aprovechó la oportunidad.

—Estás enamorado.

Debería recibir un «¡Vete a la mierda!» como respuesta, pensó Wrath.

—Y creo que ella siente lo mismo —remató Tohr.

¡Oh, grandioso!

Eso le hacía sentirse mejor. Encima le rompería el corazón.

La cita era realmente una idea pésima. ¿Adónde pensaba que les conduciría toda esa mierda romántica?

Wrath desnudó los colmillos.

—Sólo estoy haciendo tiempo hasta que ella pase por su transición. Eso es todo.

—Sí, seguro. —Cuando Wrath gruñó desde las profundidades de la garganta, el otro vampiro se encogió de hombros—. Nunca antes te había visto acicalarte para una hembra.

—Es la hija de Darius. ¿Quieres que me comporte como Zsadist con una de sus prostitutas?

—¡Santo Dios, claro que no! ¡Y, demonios, desearía que dejara eso! Pero me gusta lo que está pasando entre tú y Beth. Has estado solo demasiado tiempo.

—Esa es tu opinión.

—Y la de otros.

La frente de Wrath se cubrió de sudor.

La sinceridad de Tohr le hizo sentirse atrapado. Y también el hecho de que se suponía que solamente estaba protegiendo a Beth, pero se preocupaba por hacer que ella se sintiera más especial para él de lo que en realidad era.

—¿No tienes nada que hacer? —preguntó.

—No.

—¡Mala suerte la mía!

Desesperado por ocuparse en algo, se dirigió al sofá y recogió su chaqueta de cuero. Necesitaba reemplazar las armas que le habían quitado, y puesto que Tohr no parecía tener mucha prisa por marcharse, aquella distracción era mejor que ponerse a gritar.

—La noche que Darius murió —dijo Tohr—, me dijo que tú te habías negado a cuidar de ella.

Wrath abrió el armario y metió la mano en una caja llena de estrellas arrojadizas, dagas y, cadenas. Seleccionó unas cuantas con ademanes bruscos.

—¿Y?

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Wrath apretó los dientes, haciéndolos rechinar, a punto de perder los estribos.

—Está muerto. Estoy en deuda con él.

—También estabas en deuda con él cuando estaba vivo.

Wrath empezó a dar vueltas.

—¿Tienes que tratar algún otro asunto conmigo? Si no, lárgate ya de aquí.

Tohr levantó las manos.

—Tranquilo, hermano.

—¡Tranquilo, una mierda! No hablaré de ella ni contigo ni con nadie más. ¿Entendido? Y mantén tu boca cerrada con los hermanos.

—De acuerdo, de acuerdo. —Tohr retrocedió hacia la puerta—. Pero hazte un favor. Acepta lo que está pasando con esa hembra. Una debilidad no reconocida puede resultar mortífera.

Wrath gruñó y se puso en posición de ataque, adelantando la parte superior del cuerpo.

—¿Debilidad? ¿Y me lo dice un macho que es lo bastante estúpido para amar a su shellan. Debes de estar bromeando?

Hubo un largo silencio hasta que Tohr habló de nuevo, suavemente, como si estuviera meditando cada palabra:

—Tengo suerte de haber encontrado el amor. Todos los días agradezco a la Virgen Escribana que Wellsie forme parte de mi vida.

Wrath sintió una oleada de ira, provocada por algo que no podía solucionar a golpes.

—Eres patético.

Tohr siseó:

—Y tú has estado muerto centenares de años, pero eres demasiado egoísta para buscar una tumba y quedarte en ella.

Wrath tiró al suelo la chaqueta de cuero.

—Por lo menos no recibo órdenes de una hembra.

—Precioso traje.

Wrath acortó la distancia que los separaba con dos zancadas, mientras su compañero se preparaba para un choque frontal. Tohrment era un macho grande, con hombros anchos y brazos largos, poderosos. La pelea parecía inminente.

Wrath sonrió fríamente, alargando los colmillos.

—Si pasaras tanto tiempo defendiendo a nuestra raza como el que pasas persiguiendo a esa hembra tuya, tal vez no habríamos perdido a Darius. ¿Has pensado en eso?

La angustia afloró al rostro de Tohr como sangre de una herida en el pecho, el candente dolor del vampiro espesó el aire. Wrath percibió el olor, llevando el ardor de la aflicción a lo más profundo de sus pulmones y al alma. Haber mancillado el honor y el valor de un macho con un golpe tan bajo le hizo sentirse francamente despreciable. Y mientras esperaba el ataque de Tohr, dio la bienvenida al odio interno como a un viejo amigo.

—No puedo creer que hayas dicho eso. —La voz de Tohr temblaba—. Necesitas…

—No quiero ninguno de tus inútiles consejos.

—¡Vete a la mierda! —Tohr le dio un buen golpe en el hombro—. De todos modos lo vas a recibir. Ya va siendo hora de que aprendas quiénes son realmente tus enemigos, cabrón arrogante, antes de que te quedes solo.

Wrath apenas escuchó la puerta cerrarse de golpe. La voz que oía en su cabeza, gritándole que era un despreciable pedazo de mierda, anulaba casi todo lo demás.

Inhaló una larga bocanada de aire y vació sus pulmones con un fuerte grito. El sonido hizo vibrar toda la habitación, sacudiendo las puertas, las armas sin sujeción, el espejo del baño. Las velas soltaron una furiosa llamarada como respuesta, acariciando con sus llamas las paredes, deseosas de liberarse de sus mechas y destruir lo que encontraran a su paso.

Rugió hasta que sintió un tremendo escozor en la garganta y su pecho se inflamó. Cuando al fin recobró la calma, no sintió alivio. Sólo remordimiento.

Se dirigió al armario y sacó una Beretta de nueve milímetros. Después de cargarla, insertó el arma en la parte de atrás de su cinturón. Luego fue hacia la puerta y subió los escalones de dos en dos, tratando de llegar lo más rápidamente posible al primer piso.

Al entrar en el salón, aguzó el oído. El silencio era uno de los mejores tranquilizantes. Necesitaba calmarse.

Se entretuvo rondando por la casa, deteniéndose en la mesa del comedor. Había sido preparada tal como él había pedido. Dos cubiertos en cada extremo. Cristal, plata y velas.

¿Y había llamado patético a su hermano?

Si no hubiera sido porque se trataba de las valiosas pertenencias de Darius, habría barrido la mesa entera de un manotazo. Movió su mano, como si estuviera preparado para seguir aquel impulso, pero la chaqueta lo aprisionó. Aferró las solapas del traje, dispuesto a arrancarse aquella prenda de la espalda y quemarla, pero, en aquel momento, la puerta principal se abrió. Se dio la vuelta.

Allí estaba ella, traspasando el umbral, entrando en el vestíbulo.

Wrath bajó las manos, olvidando por un instante su ira. Beth vestía de negro. Tenía el cabello recogido. Olía… a rosas nocturnas en flor. Respiró profundamente, su cuerpo se puso rígido, mientras su instinto más salvaje le pedía poseerla allí mismo.

Pero entonces percibió las emociones de la mujer. Estaba recelosa, nerviosa. Pudo darse cuenta claramente de su desconfianza, y sintió una perversa satisfacción cuando ella vaciló en mirarlo.

Su mal humor volvió, agudo y cortante.

Fritz estaba ocupado cerrando la puerta, pero la felicidad del doggen era evidente en el aire que le rodeaba, reluciente como la luz del sol.

—He dejado una botella de vino en el salón. Serviré el primer plato en treinta minutos, ¿está bien?

—No —ordenó Wrath—. Nos sentaremos ahora.

Fritz pareció desconcertado, pero luego captó claramente el cambio en las emociones de Wrath.

—Como desee, amo. Enseguida.

El mayordomo desapareció como si algo se hubiera incendiado en la cocina.

Wrath miró fijamente a Beth.

Ella dio un paso hacia atrás. Probablemente porque él estaba deslumbrante.

—Pareces… diferente —dijo ella—. Con esa ropa.

—Si piensas que la ropa me ha civilizado, no te engañes.

—No me engaño.

—Está bien. Entonces terminemos con esto.

Wrath entró en el comedor, pensando que ella le seguiría. Y si no quería hacerlo, probablemente sería mejor. De todas formas, tampoco él tenía muchas ganas de sentarse a la mesa.