22

Butch despertó porque alguien le estaba taladrando el cráneo.

Abrió un ojo.

Se trataba del timbre del teléfono. Descolgó el auricular y se lo puso junto a la oreja.

—¿Sí?

—Buenos días, rayito de sol. —Con la voz de José el dolor de cabeza se hizo insoportable.

—¿Qué hora es? —graznó.

—Las once. Pensé que querrías saber que Beth acaba de llamar, buscándote. Parecía encontrarse bien.

El cuerpo de Butch se relajó aliviado.

—¿Y el tipejo?

—Ni siquiera lo ha mencionado. Pero ha dicho que quería hablar hoy contigo. He cancelado la orden de búsqueda mientras hablaba con ella porque estaba llamando desde su casa.

El detective se sentó. Y luego volvió a recostarse.

Por el momento, no iría a ninguna parte.

—No me encuentro muy bien —murmuró.

—Ya me lo imaginaba. Por eso le he dicho que estarías ocupado hasta la tarde. Sólo para que lo sepas, he salido de tu casa a las siete esta mañana.

Ah, Cristo.

Butch intentó otra vez colocarse en posición vertical, obligándose a mantenerse derecho. La habitación daba vueltas. Todavía estaba borracho. Y tenía resaca.

Estaba realmente ocupado.

—Voy para allá.

—Yo no haría eso. El capitán te tiene en el punto de mira. Los de Asuntos Internos se han presentado por aquí preguntando por ti y por Billy Riddle.

—¿Riddle? ¿Por qué?

—Vamos, detective…

Sí, él sabía por qué.

—… Escucha, no estás en condiciones de entrevistarte con el capitán. —La voz de José era uniforme, pragmática—. Necesitas serenarte. Recuperarte. Ven un poco más tarde. Yo te cubro.

—Gracias.

—Te he dejado aspirinas junto al teléfono con un buen vaso de agua. Pensé que no ibas a poder llegar hasta la cafetera. Toma tres, desconecta el teléfono, y duerme. Si sucede algo emocionante, iré a buscarte.

—Te amo, dulzura.

—Entonces cómprame un abrigo de visón y unos bonitos pendientes para nuestro aniversario.

—Te los has ganado.

Colgó el teléfono después de dos intentos, y cerró los ojos. Dormiría un poco más, y, podría sentirse como una persona de nuevo.

‡ ‡ ‡

Beth garabateó su última corrección en un texto sobre una serie de robos de pasaportes y carnés de identidad. Parecía como si el artículo estuviera sangrando, a juzgar por la cantidad de modificaciones que había hecho con su implacable rotulador rojo, dándose cuenta de que, últimamente, los chicos grandes de Dick se estaban volviendo cada vez más descuidados, descargando en ella la mayor parte del trabajo. Y no se trataba sólo de errores de fondo; ahora también cometían errores gramaticales y estilísticos. Como si no tuvieran la más mínima consideración por el correcto uso de la lengua.

No le importaba hacer labores de edición en un artículo en el que colaboraba, siempre y cuando la persona que preparaba el primer borrador se preocupara por realizar una pequeña cantidad de correcciones.

Beth colocó el artículo en su bandeja de trabajos finalizados y se concentró en la pantalla de su ordenador. Abrió de nuevo un archivo en el que había estado escribiendo con intermitencias durante todo el día.

De acuerdo, ¿qué más quiero saber?

Repasó su lista de preguntas.

«¿Podré salir durante el día? ¿Con qué frecuencia tendré que alimentarme? ¿Cuánto tiempo voy a vivir?».

Sus dedos volaban por encima del teclado.

«¿Contra quién estás luchando? ¿Tienes una…?».

¿Cuál era la palabra? ¿Shellan? En cambio tecleó «esposa».

¡Dios!, se estremeció ante la posible respuesta de Wrath. Y aunque no la tuviera, ¿de quién se alimentaba? ¿Y qué sentiría en el momento en que saciara su hambre conmigo?

Sabía instintivamente que sería algo similar al sexo, algo en parte salvaje, que lo consumía todo. Y probablemente la dejaría maltrecha y débil.

Así como en un estado de éxtasis total.

—¿Trabajando duro, Randall?

—Dick arrastró las palabras. Ella cerró el archivo de inmediato para que su jefe no pudiera verlo.

—Como siempre.

—¿Sabes? Circula por ahí un rumor sobre ti.

—¿De verdad?

—Sí. He oído que saliste con ese detective de homicidios, O’Neal. Dos veces.

—¿Y?

Dick se apoyó en su escritorio. Ella llevaba una camiseta floja de cuello barco, de modo que había poco que pudiera ver. Él se enderezó.

—Buen trabajo. Haz un poco de magia con él. Averigua todo lo que puedas. Podríamos hacer un artículo de portada sobre la brutalidad policial con él como portada. Continúa así, Randall, y quizás me convenza de que eres idónea para un ascenso.

Dick se marchó, disfrutando de aquel papel de encargado de otorgar favores. ¡Qué imbécil!

Su teléfono sonó. Hubo una pausa.

—¿Ama? ¿Está usted bien?

Era el mayordomo.

—Lo siento. Sí, estoy bien.

—Apoyó la cabeza sobre su mano libre. Después de tratar con personajes como Wrath y Tohr, la versión simplona de arrogancia masculina de Dick parecía absurda.

—Si hay algo que yo pueda hacer…

—No, no, estoy bien. —Se rio—. Nada con lo que no me haya enfrentado antes.

—Bien, probablemente no debería haber llamado. —La voz de Fritz se convirtió en un cuchicheo—. Pero no quería que estuviera desprevenida. El armo ha encargado una cena especial para esta noche. Para usted y él, exclusivamente. Pensé que quizá podría ir a recogerla para ayudarle a elegir un vestido.

—¿Un vestido? ¿Para una especie de cita con Wrath?

La idea le pareció absolutamente maravillosa, pero entonces recordó que tenía que evitar ver idilios en donde podía no haberlos. En realidad, no sabía en qué estadio se encontraba su relación. Ni si él se estaba acostando con alguien más.

—Ama, sé que es presuntuoso por mi parte. Él mismo la llamará. —En ese momento, la segunda línea de su teléfono empezó a sonar—. Sólo quería que estuviera lista para esta noche.

El identificador de llamadas iluminó el número que Wrath le había hecho memorizar. Se sorprendió a sí misma sonriendo como una idiota.

—Me encantaría que me ayudara a elegir un vestido. En serio.

—Bien. Iremos a la Galería. Allí hay también un Brooks Brothers. El amo ha encargado ropa. Creo que también quiere estar lo más elegante posible para usted.

Cuando colgó, aquella estúpida sonrisa continuaba pegada a su cara como si le hubiera puesto pegamento.

‡ ‡ ‡

Wrath dejó un mensaje en el buzón de voz de Beth y rodó sobre la cama, extendiendo la mano en busca de su reloj. La tres de la tarde. Había dormido casi seis horas, algo más de lo habitual, pero era lo que su cuerpo generalmente necesitaba después de comer.

Dios, deseó que ella estuviera con él.

Tohr había llamado para informarle. Ambos se habían quedado despiertos toda la noche viendo películas de Godzilla, y por el sonido de la voz del macho, estaba medio enamorado de ella.

Lo cual Wrath comprendió perfectamente, aunque, al mismo tiempo, le disgustó.

Pero había hecho lo correcto al enviar a Tohr. Rhage se habría lanzado sobre ella de inmediato, y entonces Wrath habría tenido que romperle algo. Un brazo, quizás una pierna. Tal vez ambas cosas. Y Vishous, aunque no tenía la extravagante y hermosa apariencia de Hollywood, poseía una vena de chulo bastante acusada. El voto de castidad de Phury era firme, ¿pero por qué colocarlo ante la tentación?

¿Zsadist?

Ni siquiera había considerado esa opción. La cicatriz en su rostro le habría dado un susto de muerte. Diablos, hasta Wrath podía apreciarlo. Y el terror mortal de una hembra era el afrodisíaco favorito de Z. Lo excitaba más que a muchos machos ver a sus hembras con ropa interior de Victoria’s Secret.

No tenía elección. Tohr volvería a hacer de centinela si lo necesitaba otra vez.

Se desperezó. Sentir las sábanas de satén contra su piel desnuda le hizo desear a Beth. Ahora que se había alimentado, su cuerpo se sentía más fuerte que nunca, como si sus huesos fueran columnas de carbono y sus músculos cables de acero. Volvía a ser él mismo, y todo su ser ansiaba toda la acción que le pudiera dar. Pero había algo que lo tenía inquieto. Lamentaba amargamente lo que había pasado con Marissa.

Recordó aquella noche. Tan pronto como levantó la cabeza de su cuello, supo que casi la había matado. Y no por beber demasiado.

Ella se había apartado impetuosamente, su cuerpo irradiaba una enorme angustia al alejarse tropezando de la cama.

—Marissa.

—Mi señor, te libero de nuestro pacto. Eres libre de mí.

Él había soltado una maldición, sintiéndose terriblemente mal por lo que le había hecho.

—No entiendo tu enfado —musitó ella débilmente—. Esto es lo que siempre has querido, y, ahora te lo concedo.

—Nunca quise…

—A mí —susurró ella—. Lo sé.

—Marissa…

—Por favor, no pronuncies las palabras. No soportaría es cuchar la verdad de tus labios, aunque la conozco bien. Siempre te has avergonzado de estar ligado a mí.

—¿De qué diablos estás hablando?

—No te gusto. Te resulto desagradable.

—¿Qué?

—¿Piensas que no lo he notado? Ardes en deseos de librarte de mí. Cuando termino de beber, te levantas de un salto, como si te hubieras sentido obligado a soportar mi presencia. —Entonces empezó a sollozar—. Siempre he tratado de estar limpia cuando vengo a verte. Paso horas en la bañera, lavándome. Pero no puedo encontrar la suciedad que tú ves.

—Marissa, detente. No sigas. No se trata de ti.

—Sí, lo sé. He visto a la hembra. En tu mente. —Se estremeció.

—Lo siento ——dijo él—. Y nunca me has desagradado. Eres hermosa.

—No digas eso. No ahora. —La voz de Marissa se había endurecido—. Lo único que puedes lamentar es que me ha llevado mucho tiempo aceptar la verdad.

—Aún te protegeré —juró él.

—No, no lo harás. Yo ya no te importo. Nunca te he importado.

Y entonces se había marchado, mientras el olor fresco del océano permanecía un momento antes de disiparse.

Wrath se frotó los ojos. Estaba decidido a compensárselo de algún modo. No sabía cómo hacerlo exactamente, teniendo en cuenta el infierno que había soportado. Pero no estaba preparado para dejarla flotando en el éter, pensando que nunca había significado absolutamente nada para él. O que, de alguna manera, la había considerado impura.

Nunca la había amado, era verdad. Pero no había querido herirla, y esa era la razón por la que le había dicho tan a menudo que lo dejara. Si ella se marchaba, si dejaba claro que no lo quería, podría mantener la cabeza alta en el malicioso círculo aristocrático al que pertenecía. En su clase, una shellan rechazada por su compañero era tratada como mercancía estropeada.

Ahora que ella lo había dejado, se había ahorrado la ignominia. Y tenía el presentimiento de que cuando se divulgara la noticia no le sorprendería a nadie.

Era extraño, nunca se había imaginado realmente cómo se separarían él y Marissa. Posiblemente, después de todos los siglos transcurridos había asumido que nunca lo harían. Pero, para ser sinceros, nunca había esperado que ocurriera por la aparición de otra hembra.

Eso era lo que estaba pasando. Con Beth. Después de marcarla la noche anterior como lo había hecho, no podía pretender que no estaba ligado emocionalmente a ella.

Maldijo en voz alta, pues conocía lo suficiente de la conducta y psicología del vampiro macho para comprender que tenía problemas. ¡Diablos, ahora ambos tenían problemas!

Un macho enamorado era una cosa peligrosa, sobre todo porque tendría que dejar a su hembra y entregarla al cuidado de otro. Intentando apartar de su mente las implicaciones que podía tener todo aquello, Wrath agarró el teléfono y marcó un número a medida que subía las escaleras, pensando que necesitaba comer algo. Al no obtener respuesta, imaginó que Fritz habría salido a comprar comida.

Había pedido a los hermanos que acudieran aquella noche, y les gustaba comer bien. Había llegado el momento de hacer una puesta en común, de enterarse de todas sus investigaciones.

La necesidad de vengar a Darius le quemaba.

Y cuanto más se aproximaba Wrath a Beth, más caliente era el fuego.