50

La primera parada de Butch cuando llegó a casa desde el hospital fue el estudio en el segundo piso de la mansión. No tenía idea de por qué lo había llamado Rhage para pedirle que saliera de la habitación de Mary. Su primer impulso fue discutir con el hermano, pero la voz del sujeto había sonado apremiante, así que obedeció y la dejó sola.

La Hermandad aguardaba en la habitación de Wrath. Todos estaban desolados. Y lo esperaban a él. Cuando Butch los miró, se sintió como si estuviera presentando un informe al departamento de policía. Tras un par de meses de no hacer absolutamente nada, era agradable entrar de nuevo en acción.

Aunque lamentaba profundamente que fueran necesarios sus servicios.

—¿Dónde está Rhage? —preguntó Wrath—. Que alguien vaya a buscarlo.

Phury desapareció. Cuando regresó, dejó la puerta abierta.

—Está en la ducha. Enseguida viene.

Wrath miró a Butch desde el otro lado del escritorio.

—¿Qué sabemos?

—No mucho, aunque hay una cosa que me anima. Algunas prendas de ropa de Bella desaparecieron. Ella es muy ordenada, así que puedo decir que eran pantalones vaqueros y camisones de dormir, no la clase de cosas que pudiera haber llevado a la lavandería. Quizás quieran mantenerla viva por un tiempo. —Butch oyó un ruido en la puerta, detrás de él, y se figuró que Rhage había entrado—. Las dos casas, la de Mary y la de Bella, estaban bastante limpias, aunque efectuaré un nuevo registro…

Butch se dio cuenta de que nadie lo estaba escuchando. Se dio la vuelta.

Un fantasma había entrado en la habitación. Un fantasma que se parecía mucho a Rhage.

El hermano estaba vestido de blanco y llevaba una especie de bufanda enrollada en la garganta. También tenía unas vendas blancas en las muñecas. Eran todos los puntos en los que se podía beber de él, pensó Butch.

—¿Cuándo se fue ella al Fade? —preguntó Wrath.

Rhage movió la cabeza y fue a situarse junto a una de las ventanas. Miró el exterior, aunque las persianas estaban bajadas y no podía ver absolutamente nada.

Butch, apabullado por la muerte, que aparentemente había sobrevenido tan rápido, no supo si continuar o no. Miró a Wrath, quien meneó la cabeza y se puso de pie.

—Rhage, hermano. ¿Qué podemos hacer por ti?

Rhage miró por encima del hombro. Fijó la vista en cada uno de los machos presentes en la habitación, terminando en Wrath.

—No podré salir esta noche.

—Por supuesto que no. Y nosotros también nos quedaremos a velar contigo.

—No —replicó Rhage incisivamente—. Bella está allá fuera. Salvadla.

—Pero ¿hay algo que podamos hacer por ti?

—No puedo… no puedo concentrarme. En nada. En realidad no puedo… —Los ojos de Rhage se volvieron hacia Zsadist—. ¿Cómo puedes vivir con eso? Con la ira. El dolor. El…

Z se movió, incómodo, y miró al suelo.

Rhage le dio la espalda al grupo. El silencio se impuso en la habitación.

Y entonces, a paso lento y vacilante, Zsadist fue hasta Rhage. Cuando estuvo junto al hermano, no dijo una palabra, no levantó una mano, no emitió un sonido. Simplemente cruzó los brazos sobre el pecho e inclinó su hombro sobre el de Rhage.

Este saltó, como sorprendido. Los dos hombres se miraron. Y luego ambos miraron por la oscurecida ventana.

—Continúa —ordenó Rhage con voz apagada.

Wrath se sentó de nuevo tras el escritorio y Butch empezó a hablar otra vez.

‡ ‡ ‡

A las ocho de la tarde, ese mismo día, Zsadist había terminado su trabajo en la casa de Bella.

Vertió el último cubo de agua en el fregadero de la cocina y luego guardó los instrumentos de limpieza en el garaje.

Su casa relucía y todo estaba otra vez donde tenía que estar. Cuando ella regresara, la encontraría a su gusto.

Tocó con los dedos la pequeña cadena con diamantes que llevaba al cuello. La encontró en el suelo la noche anterior, y tras arreglarle un eslabón roto, se la puso. Le quedaba pequeña, pues apenas alcanzaba a rodear su amplio cuello.

Exploró la cocina una vez más y luego bajó la escalera hasta la habitación de Bella. Había doblado su ropa cuidadosamente. Cerró de nuevo los cajones. Ordenó en hileras los frascos de perfume sobre el tocador. Pasó la aspiradora.

Ahora le tocaba el turno a sus blusas, jerséis y vestidos. Se inclinó y respiró profundamente. Podía olerla, y el aroma hizo que le ardiera el pecho.

Esos malditos bastardos lo pagarían. Los iba a destrozar con las manos hasta que la sangre negra corriera sobre él como una cascada.

Con el ansia de venganza latiendo en sus venas, fue hasta la cama y se sentó. Moviéndose lentamente, como si temiera romperla, se acostó y puso la cabeza sobre las almohadas. Había un libro, encuadernado con una espiral metálica, sobre el edredón de plumas, y lo recogió. La caligrafía de Bella llenaba las páginas.

Él era analfabeto, de modo que no pudo entender las palabras, pero estaban hermosamente trazadas, su escritura era un bello diseño sobre el papel.

En una página elegida al azar, vio la única palabra que podía leer.

Zsadist.

Había escrito su nombre. Pasó todas las páginas del diario, mirando atentamente. Aparecía mucho el nombre últimamente. Se estremeció al imaginar su contenido.

Cerró el libro y lo dejó exactamente donde lo había encontrado. Luego miró a la derecha. Había una cinta para el pelo sobre la mesilla de noche. Debió de quitársela antes de ir a la cama. La recogió y jugueteó con ella entre los dedos.

Butch apareció en el rellano de la escalera.

Z se levantó de la cama de un salto, como si lo hubieran sorprendido haciendo algo malo. Lo cual, por supuesto, era cierto. No debía invadir el ámbito privado de Bella.

Pero, por lo menos, Butch no parecía más cómodo que él con el encuentro.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí, policía?

—Quería revisar la escena de nuevo. Pero veo que eres hábil haciendo limpieza.

Zsadist lo miró desde el otro lado de la habitación.

—¿Por qué te interesa todo esto? ¿Qué puede importarte el rapto de una de nuestras hembras?

—Me importa.

—Importa en nuestro mundo. No en el tuyo.

El policía frunció el ceño.

—Disculpa, Z, pero teniendo en cuenta tu reputación, ¿qué te importa a ti?

—Sólo hago mi trabajo.

—Sí, claro. ¿Entonces por qué te acuestas en su cama? ¿Por qué pasas horas limpiando la casa? ¿Y por qué sujetas esa cinta con pasión?

Z se miró la mano y lentamente aflojó la presión sobre la cinta. Luego clavó al humano una mirada asesina.

—No me fastidies, policía. No me hagas decirte algo que no te gustaría oír.

Butch soltó una maldición.

—Sólo quiero ayudar a encontrarla, Z. Tengo que… Significa mucho para mí, ¿entendido? No me gusta que maltraten a las mujeres. Tengo una fea historia personal con esa clase de cosas.

Zsadist se introdujo la cinta en el bolsillo y dio vueltas alrededor del humano, aproximándosele. Butch asumió una posición defensiva, temiendo el ataque.

Z se detuvo en seco frente al hombre.

—Los restrictores ya han debido de matarla, ¿no es cierto?

—Tal vez.

—Sí.

Z se inclinó hacia delante y tomó aire. No pudo olfatear el miedo en el humano, aunque su gran cuerpo estaba tenso y listo para la lucha. Eso estaba bien. El policía iba a necesitar mucho valor si realmente quería entrar en el juego infernal de la Hermandad.

—Una pregunta —murmuró Z—. ¿Me ayudarás a masacrar a los restrictores que se la llevaron? ¿Tienes estómago para eso, policía? Porque… hablando sin tapujos, no me detendré ante nada.

Los ojos color avellana de Butch se entornaron.

—Te seguiré. Haré lo que hagas tú.

—No soy nada tuyo.

—Te equivocas. La Hermandad ha sido buena conmigo, y yo soy amigo de mis amigos, ¿me entiendes?

Z estudió al macho. Butch emitía un aura de confianza. De estar listo para la acción, incluso la acción sangrienta.

—No conozco la gratitud —dijo el vampiro.

—Lo sé.

Z se irguió y extendió la mano. Sentía la necesidad de sellar el pacto entre ellos, aunque no le gustara hacerlo. Por suerte, el apretón del humano fue suave. Como si supiera lo difícil que era para Z afrontar el contacto físico.

—Iremos juntos tras ellos —dijo el policía en cuanto se soltaron las manos.

Z asintió. Y ambos subieron la escalera.