5

Butch entró en el One Eye sintiéndose como si alguien le hubiera atravesado con puñales todos sus órganos. Marissa se había negado a verlo, y aunque no le sorprendió, aún le dolía el desplante.

Había llegado el momento de hacer una terapia escocesa.

Tras esquivar a un gorila de bar ebrio, un grupo de prostitutas y un par de sujetos alborotadores, Butch encontró la mesa habitual del trío. Rhage estaba en el rincón más alejado, contra la pared, con una mujer trigueña. V no estaba a la vista, pero frente a una silla había un vaso lleno de Grey Goose y una vistosa coctelera.

Ya había bebido dos copas sin sentirse mucho mejor cuando llegó Vishous, procedente de la parte trasera. Tenía la camisa desabotonada y arrugada, y pegada a sus talones venía una mujer de cabellos oscuros. V la conminó a marcharse con un vaivén de la mano en cuanto vio a Butch.

—Hola, policía —dijo el hermano tomando asiento.

Butch dio un golpecito en su vaso.

—¿Qué hay?

—¿Cómo te…?

—Nada.

—Joder, amigo. Lo lamento.

—Yo también.

El teléfono de V sonó y él lo abrió. El vampiro dijo dos palabras, puso el aparato de nuevo en su bolsillo y tomó su abrigo.

—Era Wrath. Tenemos que regresar a la casa en media hora.

Butch pensó quedarse allí sentado, bebiendo solo. Pero ese plan tenía toda la pinta de ser una mala idea.

—¿Quieres desaparecer y aparecer allí, o ir en el coche conmigo?

—Tenemos tiempo para ir en el coche.

Butch arrojó las llaves del Escalade al otro lado de la mesa.

—Acerca el coche a la puerta. Yo traeré a Hollywood.

Se levantó y se dirigió a un rincón oscuro. La gabardina de cuero de Rhage estaba extendida sobre el cuerpo de la trigueña. Sólo Dios sabía hasta dónde habían llegado las cosas allí debajo.

—Rhage, compañero. Tenemos que irnos.

El vampiro alzó la cabeza, tenía los labios apretados y los ojos entrecerrados.

Butch levantó las manos.

—No te interrumpo porque sí. La nave nodriza acaba de llamar.

Con una maldición, Rhage dio un paso atrás. La ropa de la trigueña estaba toda desordenada, y ella jadeaba, pero aún no habían llegado al momento crucial. Los pantalones de cuero de Hollywood todavía estaban donde debían estar.

Mientras Rhage se retiraba, la mujer intentó retenerlo, como si se diera cuenta de que el orgasmo de su vida estaba a punto de esfumarse por la puerta. Con un fluido movimiento, él pasó una mano frente a su rostro y ella se quedó paralizada. Luego, la chica bajó los ojos y se miró, como tratando de comprender por qué estaba tan excitada.

Rhage le dio la espalda con una mirada iracunda. Instantes después, cuando él y Butch habían salido, meneaba la cabeza con consternación.

—Policía, escucha, lamento haberte mirado de esa manera allí dentro. Es que tiendo a… concentrarme.

Butch le dio una palmadita en el hombro.

—No hay problema.

—Oye, ¿cómo te fue con tu hembra…?

—Nada de nada.

—Maldición, Butch. Qué mierda.

Se amontonaron dentro del Escalade y enfilaron hacia el norte, siguiendo la carretera 22, adentrándose en la campiña. Iban a muy buena velocidad, la música de Thug Matrimony, de Trick Daddy, atronaba ensordecedora, cuando V pisó el freno. En un claro, a unos cien metros de la carretera, había algo colgando de un árbol.

No era exactamente eso. En realidad, alguien estaba colgando algo de un árbol. Con un público de rudos sujetos de tez pálida y ropa negra contemplando la escena.

—Restrictores —murmuró V, aparcando sobre el arcén.

Antes de que se detuviera por completo, Rhage saltó fuera del coche, corriendo directamente hacia el grupo.

Vishous miró al otro lado del asiento delantero.

—Policía, tal vez quieras quedarte…

—A la mierda, V.

—¿Tienes una de mis armas?

—No creerás que voy a ir allí desnudo. —Butch sacó una Glock de debajo del asiento y retiró el seguro de la semiautomática, mientras él y V saltaban al suelo.

Butch sólo había visto a dos restrictores antes, y lo habían espantado. Parecían hombres, se movían y hablaban como hombres, pero no estaban vivos. Una mirada a sus ojos y ya se sabía que los cazavampiros eran como recipientes vacíos, sin alma. Y apestaban, con un vomitivo olor dulzón.

Eso no le importaba mucho, pues al fin y al cabo tampoco podía soportar el olor a talco para bebés.

En el claro, los restrictores tomaron posiciones de batalla y rebuscaron en las chaquetas, mientras Rhage avanzaba por el prado a gran velocidad. Cayó sobre el grupo en una especie de asalto suicida, sin desenfundar arma alguna.

Estaba loco. Por lo menos uno de los cazavampiros había sacado una pistola.

Butch apretó la Glock y trató de apuntar, pero no pudo conseguir una línea de tiro limpia. Enseguida se dio cuenta de que no necesitaba actuar de refuerzo.

Rhage se encargó de los restrictores él solo, con un asombroso despliegue de fuerza animal y fantásticos reflejos. Usaba una especie de mezcla de artes marciales, con su impermeable ondeando detrás de él mientras pateaba cabezas y golpeaba torsos con los puños. Resultaba mortalmente hermoso bajo la luz de la luna, con su rostro crispado en un gruñido constante, su enorme cuerpo vapuleando de lo lindo a aquellos seres.

A la derecha se escuchó un grito y Butch giró en redondo. V había derribado a un restrictor que trataba de escapar, y el hermano estaba encima del maldito ser, como un perro sobre su presa.

Dejando la lucha en manos de los vampiros, Butch se dirigió al árbol. Colgado de una gruesa rama estaba el cuerpo de otro restrictor. Lo habían maltratado de mala manera.

Butch aflojó la cuerda y bajó el cuerpo, mirando de reojo hacia atrás, porque los golpes y gruñidos de la lucha se habían acrecentado de repente. Tres restrictores más se habían unido a la refriega, pero él no estaba preocupado por sus compañeros.

Se arrodilló junto al cazavampiros y empezó a registrarle los bolsillos. Estaba sacando una cartera cuando sintió el estallido de un arma de fuego. Rhage cayó al suelo. Tendido de espaldas.

Butch no lo pensó dos veces. Se colocó en posición de disparo y apuntó al restrictor que estaba a punto de disparar de nuevo a Rhage. No llegó a apretar el gatillo de la Glock. De la nada, surgió un brillante destello de luz blanca, como si hubiera explotado una bomba nuclear. La noche se convirtió en día y todo en el claro quedó iluminado: los árboles otoñales, la lucha, el espacio vacío.

Cuando el brillo se desvaneció, alguien se aproximó a Butch corriendo. Al reconocer a V, bajó el arma.

—¡Policía! ¡Entra en el maldito coche! —El vampiro corría con toda la velocidad de la que eran capaces sus piernas.

—¿Qué hay de Rhage…?

Butch no pudo terminar la frase. V lo empujó, lo sujetó y lo arrastró consigo en una carrera que sólo terminó cuando ambos estuvieron dentro del Escalade y las puertas se hubieron cerrado.

Butch se volvió hacia el hermano.

—¡No vamos a dejar a Rhage ahí!

Un poderoso rugido desgarró la noche, y Butch volvió lentamente la cabeza.

En el claro vio una criatura de unos dos metros y medio de altura. Tenía el aspecto de un dragón, con dientes de tiranosaurio y un par de afiladas garras delanteras. El ente relucía bajo la luz nocturna, con su poderoso cuerpo y su cola cubiertos de iridiscentes escamas púrpuras y verdes.

—¿Qué diablos es eso? —susurró Butch, comprobando a tientas que la puerta del coche estaba asegurada.

—Rhage está de pésimo humor.

El monstruo emitió otro aullido y fue tras los restrictores, a los que trató como si fueran juguetes. Y los vapuleó de forma infernal… No iba a quedar nada de los cazavampiros. Ni siquiera los huesos.

Butch sintió que le faltaba el aire.

Débilmente, escuchó el sonido de un encendedor, y miró al otro lado del asiento. La cara de V quedó iluminada con la llama amarilla, mientras encendía un cigarrillo con manos temblorosas. Cuando el hermano exhaló, un fuerte aroma de tabaco turco llenó el aire.

—¿Desde cuándo…? —Butch se volvió hacia la criatura que seguía en acción allá en el claro. Y perdió totalmente el hilo de sus pensamientos.

—Rhage fastidió a la Virgen Escribana y ella lo maldijo. Le regaló doscientos años de infierno. Cada vez que se excita demasiado, cambia como por arte de magia. El dolor puede activarlo. La ira. La frustración física. No sé si entiendes a qué me refiero.

Butch tragó saliva. Y pensar que él se había interpuesto entre él y una mujer a la que deseaba. Nunca cometería de nuevo una estupidez semejante.

Al tiempo que la carnicería continuaba, Butch empezó a sentirse como si estuviera viendo el canal de terror Sci-Fi sin volumen. Aquella clase de violencia era excesiva incluso para él. En todos sus años como detective de homicidios había visto muchos cadáveres, algunos de los cuales eran verdaderamente horripilantes. Pero nunca había presenciado una matanza en vivo y en directo, y extrañamente la impresión que causaba hacía que la experiencia pareciera irreal.

Gracias a Dios.

Tenía que admitir que la bestia se movía maravillosamente. La forma en que había hecho girar a ese restrictor en el aire para luego atraparlo con sus…

—¿Sucede con frecuencia? —preguntó.

—La suficiente. Por eso recurre al sexo. Lo mantiene calmado. Como verás, con la bestia no se juega. No puede distinguir entre un amigo y el almuerzo. Lo único que podemos hacer es alejarnos y esperar por ahí hasta que Rhage cambie de nuevo; y entonces nos hacemos cargo de él.

Algo rebotó sobre el capó del Escalade con gran estruendo. Por Dios, ¿era una cabeza? No, una bota. Tal vez a la criatura no le gustaba el sabor de la goma.

—¿Os hacéis cargo de él? —murmuró Butch.

—¿Cómo te sentirías si todos los huesos de tu cuerpo estuvieran fracturados? Él sufre un cambio cuando esa cosa lo posee, y cuando se va, queda casi muerto.

En poco tiempo, el claro quedó libre de restrictores. Con otro ensordecedor rugido, la bestia giró sobre sus talones, buscando algo más que destruir. Al no encontrar más cazavampiros, sus ojos se centraron en el Escalade.

—¿Puede entrar en el coche? —preguntó Butch.

—Claro, si es que quiere hacerlo. Por fortuna, ya no puede estar muy hambriento.

—Sí, seguro… ¿Y si aún le queda sitio para el postre? —murmuró Butch.

La bestia sacudió la cabeza y su negra melena se agitó bajo la luz de la luna. Luego aulló y embistió hacia ellos, corriendo sobre dos patas. La presión de sus zancadas provocaba enorme estruendo y hacía temblar la tierra.

Butch revisó el seguro de su puerta una vez más. Luego pensó actuar como un cobarde y salir corriendo.

La criatura se detuvo junto al SUV y se agazapó. Estaba tan cerca que su respiración empañaba la ventanilla de Butch cada vez que exhalaba. A tan corta distancia, el ente era verdaderamente horroroso. Ojos blancos entornados, mandíbulas terribles y aulladoras. Y el juego completo de colmillos de su enorme boca parecía salido de una pesadilla febril. Sangre negra le corría por el pecho como un reguero de petróleo.

La bestia levantó las musculosas patas delanteras.

Dios, esas garras eran como dagas. Hacían parecer a las cuchillas de Freddie Krueger simples palillos.

Pero Rhage estaba allí. En alguna parte.

Butch colocó la mano abierta contra la ventanilla, como queriendo tocar al hermano.

La criatura ladeó la cabeza y sus blancos ojos parpadearon. De repente, soltó un gran resoplido, y el colosal cuerpo empezó a temblar. Un fuerte y penetrante grito salió de su garganta, resonando en la noche. Hubo otro resplandor. Y allí estaba Rhage, yaciendo desnudo en el suelo.

Butch salió del coche y se arrodilló junto a su amigo.

Rhage temblaba incontrolablemente sobre la tierra y la hierba, su piel estaba fría y húmeda. Cerraba los ojos con fuerza, y la boca se movía lentamente. Tenía sangre negra por toda la cara y la cabeza, y resbalándole por el pecho. El estómago estaba horriblemente dilatado. Y había un pequeño agujero en el hombro, por donde había entrado la bala.

Butch se arrancó la chaqueta y la puso sobre el vampiro. Inclinándose, trató de entender las palabras que musitaba.

—¿Qué dices?

—¿Heridos? ¿Tú… V?

—No, estamos perfectamente.

Rhage pareció relajarse un poco.

—Llevadme a casa… Por favor… a casa.

—No te preocupes por nada. Nosotros cuidaremos de ti.

‡ ‡ ‡

O se movía rápidamente por el claro del bosque, alejándose de la matanza, corriendo agazapado casi pegado al suelo. Su camioneta estaba aparcada carretera abajo, a un kilómetro de ahí. Imaginaba que llegaría en otros tres o cuatro minutos, y hasta ese momento nada ni nadie lo estaba persiguiendo.

Había escapado en el instante en que el destello de luz iluminó completamente el claro. Supo enseguida que nada bueno podía venir después de un chispazo de tal magnitud. Se imaginó que era gas nervioso o el anuncio de una explosión de todos los diablos, pero luego escuchó un rugido. Cuando miró hacia atrás, se detuvo en seco. Algo había diezmado a sus compañeros restrictores.

Una criatura. Salida de la nada.

No se quedó mucho tiempo, y ahora, mientras corría, O se volvió a mirar una vez más para cerciorarse de que no lo seguían. El camino que dejaba a sus espaldas seguía vacío, y más adelante divisó su camioneta. Cuando llegó, se arrojó al interior, arrancó el motor y pisó el acelerador a fondo.

Lo primero era alejarse de aquel lugar. Seguro que una masacre así llamaría la atención. Ya debió llamarla por el tremendo bullicio que provocó, y más lo haría por lo que quedó allí al acabar. Tenía que serenarse y reconsiderar la situación. El señor X iba a enfurecerse hasta la locura con lo sucedido. El escuadrón de restrictores de primera clase de O había desaparecido, y los otros miembros a los que invitó a presenciar el castigo de E también estaban muertos. Seis cazavampiros liquidados en poco más de media hora.

Y para colmo no sabía gran cosa del monstruo que había causado el daño. Estaban colgando el cuerpo de E en el árbol cuando el Escalade se detuvo a un lado del camino. Un guerrero rubio había salido como el rayo; era tan grande y veloz que obviamente se trataba de un miembro de la Hermandad. Había otro macho con él, también increíblemente letal, así como un humano, aunque sólo Dios sabía lo que ese tipo estaba haciendo con los dos hermanos.

La lucha duró unos ocho o nueve minutos. O se había enfrentado al rubio, lo había golpeado varias veces sin causar un efecto apreciable en la energía y la fuerza atacante del vampiro. Estaban totalmente enfrascados en una lucha cuerpo a cuerpo cuando uno de los otros restrictores disparó un arma. O se agachó y rodó hacia un lado, evitando la bala por muy poco. Cuando alzó la vista, el vampiro se apretaba el hombro y caía de espaldas.

O había arremetido contra él, esperando dominarlo, pero en el momento de abalanzarse, el restrictor que tenía el arma también había tratado de llegar al vampiro. El muy idiota tropezó contra la pierna de O y ambos cayeron. Luego se había encendido esa luz y apareció el monstruo. ¿Era posible que, de alguna manera, la bestia hubiera salido del guerrero rubio? Por Dios, menuda arma secreta sería esa.

O recordó con detalle al guerrero, rememorando sus ojos, la cara, la ropa que llevaba y su manera de moverse. Contar con una buena descripción física del hermano de cabellera rubia era crucial para los interrogatorios de la Sociedad. Las preguntas específicas planteadas a los prisioneros tenían más probabilidades de conducir a respuestas útiles.

Lo que estaban buscando era precisamente información sobre los hermanos. Tras décadas limitándose a liquidar civiles, ahora los restrictores tenían la mira puesta en la Hermandad. Sin esos guerreros, la raza de los vampiros sería muy vulnerable y los cazavampiros podrían completar por fin su trabajo de erradicar la especie.

O se detuvo cerca de un parque de atracciones. Desde donde estaba, se veían las luces y los rayos láser de las atracciones. Pensó que lo único bueno de la noche había sido el rato que pasó matando a E lentamente. Aplacar su irritación sobre el cuerpo del cazavampiros había sido como beber una cerveza fría en un día de verano. Satisfactorio. Calmante.

Pero lo sucedido después le había puesto de nuevo los nervios de punta.

Abrió la tapa de su teléfono móvil y oprimió un botón de marcación rápida. No había por qué esperar a llegar a casa para informar de lo sucedido. La reacción del señor X iba a ser peor si pensaba que le habían ocultado la noticia.

—Tuvimos un problema —dijo cuando respondieron a su llamada.

Cinco minutos después colgó, hizo girar en redondo la camioneta y puso rumbo a la zona rural de la población.

El señor X había exigido una reunión para recibir explicaciones. En su cabaña privada, en el bosque.