45

Mary se paseó por el balcón del segundo piso, a unos pasos de la puerta de su habitación. No soportó ver a Butch y V ponerse a trabajar con todas aquellas cadenas. Y era difícil saber si eso de que los dos hombres prepararan a Rhage para tener sexo con ella era tremendamente erótico o abiertamente aterrador.

La puerta se abrió. Los ojos de Butch revolotearon por el lugar. No quiso mirarlo.

—Está listo.

Vishous salió y encendió un cigarrillo liado a mano. Dio una larga calada.

—Nos quedaremos por aquí en el pasillo. Por si nos necesitas.

Su primer impulso fue decirles que se marcharan. No le gustaba que tuvieran que quedarse afuera mientras ella y Rhage tenían relaciones sexuales. La privacidad, después de todo, era un estado mental, tanto como un lugar apartado e íntimo.

Pero entonces pensó en la cantidad de acero que habían llevado allí dentro. No era lo que ella pensó. Unas cuerdas, quizás. Esposas. Pero no el aparejo con que se levanta del suelo un camión.

—¿Estáis seguros de que debéis esperar? —dijo ella.

Ambos asintieron.

—Créenos —murmuró Butch.

Mary entró en la habitación y cerró la puerta. Había velas encendidas a cada lado de la cama, y Rhage yacía desnudo sobre el colchón, con los brazos formando un ángulo sobre la cabeza, y las piernas separadas y estiradas. Había cadenas envueltas alrededor de sus muñecas y tobillos, y luego enlazadas al contorno de los pesados soportes de roble de la cama.

Rhage levantó la cabeza y sus ojos perforaron la penumbra.

—¿Estás segura de esto?

En realidad, no. No lo estaba.

—Pareces incómodo.

—Claro, cómo voy a estar. —Dejó caer la cabeza hacia atrás—. Aunque me alegra que haya postes y no caballos tirando en las cuatro diferentes direcciones.

Ella observó su colosal cuerpo, extendido para ella, en una especie de sacrificio sexual.

¿Era real? ¿En verdad iba a…?

«Cuidado», se dijo a sí misma. «No lo mantengas allí más tiempo del que tengas que hacerlo. Cuando haya terminado esto, y él sepa que todo está bien, no tendrás que hacerlo de nuevo».

Mary se descalzó, se sacó el jersey por encima de la cabeza, y se quitó los pantalones vaqueros.

La cabeza de Rhage se alzó de nuevo. Cuando ella se quitó el sostén y las bragas, su sexo se sacudió. Se alargó. Ella vio cómo se transformaba su pene por ella, endureciéndose, engordando, casi clamando. La excitación hizo que la cara del hombre se sonrojara y un rocío de sudor mojara su hermosa piel varonil.

—Mary… —Las pupilas se le pusieron blancas y empezó a ronronear, girando las caderas. La verga se movió encima de su estómago, el glande le llegó al ombligo y un poco más allá. Con un repentino arrebato, sus antebrazos tiraron de las ataduras con un movimiento brusco. Las cadenas chirriaron, oscilaron.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Oh, Dios, Mary. Tengo… tenemos hambre. Estamos… muriendo de hambre por ti.

Armándose de valor, ella fue hasta la cama. Se inclinó y lo besó en la boca, luego subió al colchón. Se colocó encima de él.

Mientras ella lo montaba, él se retorcía debajo.

Tomó el miembro en la mano y trató de introducirlo. No pudo hacerlo al primer intento. Era demasiado grande y ella no estaba lista. Le dolió. Lo intentó de nuevo e hizo una mueca de dolor.

—No estás preparada para mí —dijo Rhage, arqueándose mientras ella colocaba otra vez la cabeza del miembro contra su vagina. Emitió una especie de zumbido salvaje.

—Lo lograré, déjame…

—Ven aquí. —La voz había cambiado. Era más profunda—. Bésame, Mary.

Ella se dejó caer hasta su pecho y lo besó en la boca, tratando de excitarse. No funcionó.

Él rompió el contacto, sintiendo su falta de pasión.

—Sube un poco más. —Las cadenas se sacudieron, el sonido metálico era casi un repique de campanas—. Dame tus senos. Acércalos a mi boca.

Ella estiró el cuerpo y le llevó un pezón a los labios. En el instante en que sintió una suave succión, su cuerpo respondió. Cerró los ojos aliviada, mientras se dejaba dominar por el calor.

Rhage pareció reconocer el cambio, porque el ronroneo subió de volumen. Mientras la acariciaba con los labios, su cuerpo se movió en una gran oleada debajo de ella, su pecho se alzó, y luego el cuello y la cabeza se echaron hacia atrás. Un nuevo torrente de sudor le anegó la piel. Su deseo llenó el aire de un inconfundible aroma a especias.

—Mary, déjame saborearte. —Su voz era tan profunda que las palabras sonaban distorsionadas—. Tu néctar. Entre tus piernas. Déjame saborearte.

Ella miró hacia abajo y dos relucientes órbitas blancas le devolvieron la mirada. Había algo hipnótico en ellas, una persuasión erótica que no podía eludir, aunque sabía que no estaba sola con Rhage.

Arrastró el cuerpo hacia arriba, deteniéndose cuando estuvo sobre el pecho. La situación le parecía chocante, con él atado.

—Más cerca, Mary. —Hasta la forma en que pronunciaba su nombre era distinta.

—Acércate a mi boca.

Se movió torpemente encima de él, tratando de acomodarse a su posición. Acabó con una rodilla sobre su pecho y la otra sobre un hombro. Él levantó el cuello y torció la cabeza, tratando de llegar a la carne de Mary, y al fin la capturó con los labios.

Su gemido vibró en la vagina de la mujer, y ella plantó una mano sobre la pared. El placer hizo desaparecer completamente sus inhibiciones, convirtiéndola en una esclava sexual mientras él lamía, chupaba y gemía. Cuando su cuerpo respondió con un torrente de humedad, se escuchó un sonido agudo seguido de un gruñido. Las cadenas se tensaron al máximo y el marco de la cama crujió. Los grandes brazos de Rhage tiraban de las ataduras que los contenían. Tenía los músculos rígidos, los dedos separados y curvados, como si fueran garras.

—Así —dijo él entre sus piernas—. Puedo sentir… tu orgasmo.

Su voz disminuyó y se transformó en un gruñido.

El estremecedor éxtasis la derrumbó, hundiéndola en la cama tras arrastrar la pierna a través de la cara de Rhage y caer sobre la nuca. En cuanto sus pulsaciones amainaron, lo miró. Sus ojos blancos y carentes de parpadeos estaban completamente abiertos, llenos de admiración y reverencia. Estaba completamente cautivado por ella, mientras yacía respirando al ritmo de dos inhalaciones cortas seguidas por una exhalación larga.

—Tómame ahora, Mary. —Las palabras sonaron profundas, distorsionadas. No eran de Rhage.

Pero ella no se asustó, ni sintió que lo estuviera traicionando.

Lo que había salido de él no era maligno, ni tampoco enteramente desconocido. Ella siempre había sentido a esa… cosa en él, y sabía que no tenía nada de qué asustarse. Y ahora, al mirarlo a los ojos, notaba, como en la sala de billar, una presencia diferente que la miraba. Distinta, pero que seguía siendo Rhage.

Montó sobre él y lo introdujo en su cuerpo, encajando a la perfección. Las caderas del hombre se levantaron, y otro bramido salió de su garganta cuando empezó a moverse de arriba abajo. Los embates entraban y salían de ella como un delicioso émbolo, que trabajaba con fuerza creciente. Para evitar salir despedida hacia arriba, se apuntaló en manos y rodillas tratando de permanecer en su sitio.

El pavoroso sonido subió de intensidad a medida que él enloquecía, golpeando las caderas de ella con las suyas, temblando incontrolablemente. El ansia creció y creció, acumulándose, presagiando una tormenta a punto de estallar. De repente, se inclinó hacia delante, mientras la cama chirriaba y sus brazos y piernas se contraían. Los párpados se le abrieron por completo y una luz blanca invadió la habitación, haciéndola brillar como si fuera mediodía. En sus profundidades, ella sintió las contracciones de su clímax, y la sensación activó el orgasmo, haciéndola sobrepasar el límite.

Cuando terminó, cayó sobre el pecho de Rhage, y ambos quedaron inmóviles. Sólo se oían las respiraciones; normal la de ella, la de él con aquel extraño ritmo.

Levantó la cabeza y lo miró a la cara. Los ojos blancos ardían mientras la miraban fijamente con total adoración.

—Mi Mary —dijo la extraña voz.

Y entonces un choque eléctrico de baja intensidad fluyó a través del cuerpo de Mary y cargó el aire. Todas las luces de la habitación se encendieron, inundando el espacio con una iluminación total. Ella ahogó un grito y miró a su alrededor, pero la descarga desapareció tan rápido como había surgido. Al instante, la energía se esfumó. Ella bajó la vista.

Los ojos de Rhage eran normales de nuevo, el verde azulado fulguraba como tantas veces.

—¿Mary? —dijo con voz confusa, indistinta.

Ella tuvo que tomar un poco de aire antes de hablar.

—Has vuelto.

—Y tú estás bien. —Levantó los brazos, se miró los dedos—. No cambié.

—¿Qué quieres decir con eso de que no cambiaste?

—Yo no… Pude verte mientras estuvo aquí. Confusamente, pero sabía que no estabas sufriendo daño. Es la primera vez que recuerdo algo.

Ella no supo cómo interpretar las extrañas palabras, pero vio que las cadenas le habían lacerado la piel.

—¿Puedo soltarte?

—Sí, por favor.

Desatarlo le llevó algún tiempo. Cuando estuvo libre, se dio masaje en las muñecas y los tobillos y examinó cuidadosamente a Mary, cerciorándose de que estaba bien.

Ella buscó una bata.

—Será mejor que vaya a decirle a Butch y a V que pueden irse.

—Yo lo haré. —Fue hasta la puerta de la habitación y asomó la cabeza.

Mientras él hablaba con los hombres, ella miró el tatuaje de su espalda. Hubiera jurado que le sonreía.

Dios, estaba volviéndose loca. De verdad.

Subió a la cama de un salto y se cubrió con las sábanas.

Rhage cerró y se recostó contra la puerta. Aún parecía tenso, a pesar del desahogo que había tenido.

—Después de todo eso… ¿ahora me tienes miedo?

—No.

—¿No tienes miedo de… ella?

Mary extendió los brazos.

—Ven aquí. Quiero abrazarte. Tienes temblores.

Rhage se aproximó a la cama lentamente, como si no quisiera que ella se sintiera agobiada. Mary agitó las manos, urgiéndolo.

Rhage se acostó junto a ella, pero no la abrazó.

Un instante después ella fue a por él, envolviendo su cuerpo, recorriéndolo con las manos. Cuando le frotó el costado, tocando el borde de la cola del dragón, Rhage retrocedió, temeroso, y cambió de posición.

No la quería cerca del tatuaje, pensó Mary.

—Date la vuelta —dijo—. Ponte boca abajo.

Cuando él meneó la cabeza, ella le empujó los hombros. Era como tratar de mover un piano grande.

—Date la vuelta, maldición. Vamos, Rhage.

Él obedeció bruscamente, maldiciendo y acostándose sobre el estómago.

Ella pasó la mano directamente sobre su espina dorsal, sobre el dragón.

Los músculos de Rhage se contrajeron, pero no por casualidad. Las afectadas eran las partes del cuerpo que se correspondían con las que palpaba en el dragón tatuado.

Extraordinario.

Le acarició la espalda un poco más, sintiendo como si la tinta se elevara para buscar la palma, como un gato.

—¿Volverás a desearme y a estar conmigo alguna vez? —preguntó Rhage rígidamente. Volvió la cabeza hacia un lado para mirarla. Pero no levantó la vista.

Ella se quedó un rato sobre la boca de la bestia, siguiendo la silueta de sus labios con la yema de los dedos. Los de Rhage se separaron como si estuviera sintiendo el contacto.

—¿Por qué no iba a querer estar contigo?

—Porque ha sido un poco extraño, ¿no crees?

—¿Extraño? —replicó riendo—. Vivo en una mansión llena de vampiros. Amo a un…

Se detuvo. Oh, Dios. ¿Qué había salido de su boca?

Rhage levantó la parte superior del cuerpo, girando el pecho para poder mirarla.

—¿Qué has dicho?

No lo había hecho intencionadamente, pensó ella. Se había jurado no confesarle que lo amaba. No decirlo.

—No estoy segura —murmuró, sintiendo la fuerza bruta de sus brazos—. Creo que he dicho, o iba a decir, que amo a un vampiro.

Le tomó la cara, lo besó con fuerza en la boca y lo miró directamente a los ojos.

—Te amo, Rhage. Te amo con locura.

Los pesados brazos la envolvieron y ella le agarró la cabeza y la llevó al arco de su cuello.

—Creí que nunca lo harías, que jamás me lo dirías.

—¿Soy así de testaruda?

—No. Yo soy así de indigno de tu amor.

Mary retrocedió y lo miró.

—No quiero oír eso nunca más. Eres lo mejor de lo mejor.

—¿Incluso con la bestia, es decir, con el lote completo?

¿Bestia? Cierto, había sentido algo dentro de él. ¿Pero una bestia? Sin embargo, Rhage parecía tan preocupado que ella le siguió la corriente.

—Sí, con ella también. Pero ¿podemos hacerlo sin todo ese metal la próxima vez? Sé que no me harás daño.

—Sí, creo que podemos prescindir de las cadenas.

Mary volvió a hundirlo en su cuello y posó la mirada en La Virgen y el niño, al otro lado de la habitación.

—Eres el más extraño de los milagros —le susurró, observando el cuadro.

—¿Qué?

—Nada. —Le besó la parte superior de su rubia cabeza y volvió a mirar la pintura.