37

Mary miró la mano extendida de la Elegida y luego a Rhage. Su cara era lúgubre, su cuerpo estaba tenso.

—¿No vas a ayudarlo? —preguntó Layla.

Tomando aire, Mary avanzó y colocó la palma de su mano sobre la que estaba extendida hacia ella.

Layla le dio un leve tirón y sonrió un poco.

—Sé que estás nerviosa, pero no te preocupes, terminará pronto. Luego me marcharé y sólo estaréis tú y él. Podéis abrazaros y desterrarme de vuestros pensamientos.

—¿Cómo puedes soportar ser… usada de esta forma? —susurró Mary.

Layla frunció el ceño.

—Proporciono algo que es necesario, nadie me usa. ¿Y cómo podría negar lo que tengo a la Hermandad? Ellos nos protegen para que podamos vivir. Ellos nos dan nuestras hijas para que nuestras tradiciones puedan continuar… o por lo menos, solían hacerlo. Últimamente nuestra población está disminuyendo, porque los hermanos ya no acuden a nosotras. Necesitamos hijos desesperadamente, pero por ley sólo podemos procrear con miembros de la Hermandad. —Alzó la vista hacia Rhage—. Por eso fui seleccionada esta noche. Estoy cerca de mi periodo de necesidad, y teníamos la esperanza de que tú me poseyeras.

—No yaceré contigo —dijo Rhage con voz suave.

—Lo sé. De todas formas, te serviré.

Mary cerró los ojos, pensando en la clase de hijo que Rhage podía darle a una mujer. Llevándose la mano al plano vientre, trató de imaginarse hinchada y pesada. La alegría sería abrumadora; estaba segura. El dolor de saber que eso nunca sucedería era tremendo.

—Entonces, guerrero, ¿qué harás? ¿Tomarás lo que me complace darte? ¿O correrás el riesgo de lastimar a tu compañera?

Cuando Rhage vaciló, Mary se dio cuenta de que la única solución estaba frente a él. Necesitaba hacerlo.

—Bebe —le ordenó.

Él la miró a los ojos.

—Mary.

—Quiero que te alimentes. Ahora.

—¿Estás segura?

—Sí.

Hubo un instante de silencio. Luego él se dejó caer al suelo, otra vez frente a Layla. Mientras se echaba hacia delante, la mujer se alzó la manga y posó el brazo sobre el muslo. Las venas del interior de su muñeca eran de color azul claro, bajo la blanca piel.

Rhage buscó la mano de Mary mientras abría la boca. Sus colmillos se alargaron, creciendo tres veces más de lo normal. Con un leve siseo, se inclinó y posó la boca sobre Layla. La mujer dio un respingo y luego se relajó.

El pulgar de Rhage acariciaba la muñeca de Mary. La caricia era cálida. Ella no podía ver exactamente lo que él estaba haciendo, pero el sutil movimiento de su cabeza sugería que chupaba. Cuando le apretó la palma de la mano, ella devolvió el gesto débilmente. La experiencia era demasiado ajena a ella, y él tenía razón, implicaba una chocante intimidad.

—Acarícialo —susurró Layla—. Está a punto de detenerse, y es demasiado pronto. No ha bebido lo suficiente.

Torpemente, Mary extendió el brazo y le colocó la mano libre sobre la cabeza.

—No te preocupes. Estoy bien.

Cuando Rhage hizo un movimiento para incorporarse, como si supiera que ella estaba mintiendo, Mary pensó en todo lo que él estaba dispuesto a soportar por ella, todo lo que ya había soportado por ella.

Le retuvo la cabeza en su lugar, empujando hacia abajo.

—Tómate tu tiempo. De veras, todo va bien.

Los hombros de Rhage se relajaron y desplazó el cuerpo, para situarse más cerca de Mary. Ella apartó las piernas para que él se acomodara entre ellas, con el pecho descansando sobre su muslo. Le pasó la mano por la cabeza, hundiendo los dedos entre su espesa y suave cabellera.

Y de repente, la situación ya no le pareció tan rara.

Podía sentir los suaves tirones que daba sobre la vena de Layla. La presencia del cuerpo de Rhage sobre el suyo le era familiar, y la caricia en su muñeca le decía que estaba pensando en ella mientras se alimentaba. Se volvió a mirar a Layla. La mujer estaba observándolo. La concentración de su gesto era total.

Mary recordó lo que él había dicho sobre la alimentación: que si la mordía, ella sentiría su placer. Era claro que no había intercambio de ningún placer entre él y la Elegida. Ambos cuerpos estaban inmóviles, calmados. No se encontraban en trance, no experimentaban ningún tipo de pasión.

Layla levantó la mirada y sonrió.

—Lo está haciendo muy bien. Falta sólo un minuto más o menos.

Por fin terminó. Rhage levantó la cabeza levemente y se volvió hacia el cuerpo de Mary, hundiéndose en la cuna de sus caderas, rodeándola con sus brazos. Descansó la cara sobre su muslo, y aunque ella no pudo ver su expresión, sintió sus músculos relajados y su respiración profunda y calmada.

Miró la muñeca de Layla. Había dos perforaciones rojas, con un pequeño hilo de sangre.

—Necesitará algo de tiempo para despejarse —dijo Layla mientras se lamía y luego se desenrollaba la manga. Se puso en pie.

Mary le frotó la espalda a Rhage mirando a la mujer.

—Gracias.

—No hay de qué.

—¿Vendrás de nuevo cuando él te necesite?

—¿Los dos me queréis a mí?

Mary se armó de valor para no contrariar la emoción de la mujer.

—Sí, yo, eh, creo que sí.

Layla resplandeció, sus ojos revivieron de felicidad.

—Ama, sería un honor para mí. —Hizo una reverencia—. Él sabe cómo convocarme. Llamadme en cualquier momento, a cualquier hora.

La mujer salió de la habitación a paso vivo.

Cuando la puerta se cerró, Mary se inclinó y besó a Rhage en un hombro. Él se agitó. Alzó un poco la cabeza. Luego se frotó la boca con la palma de la mano, como si no quisiera que ella viera cualquier rastro de sangre que pudiera quedar.

Cuando la miró, tenía los ojos entrecerrados, su brillante mirada azulada era un poco difusa.

—Hola —dijo ella, alisándole el pelo hacia atrás.

Él le dedicó su mejor sonrisa, la que lo hacía parecer un ángel.

—Hola.

Mary le tocó el labio inferior con el pulgar.

—¿Tenía buen sabor? Sé honesto conmigo.

—Así es. Pero habría preferido que fueras tú, y pensé en ti todo el tiempo. Imaginé que eras tú.

Mary se inclinó y le lamió la boca. Cuando los ojos de Rhage brillaron por la sorpresa, ella le deslizó la lengua dentro y captó un resto del sabor de la sangre, lejanamente evocador del vino dulce.

—Bien —murmuró ella contra sus labios—. Quiero que pienses en mí cuando hagas eso.

Él le colocó las manos a cada lado del cuello, con los pulgares apoyados directamente sobre sus venas.

—Siempre.

Las bocas se encontraron y Mary se aferró a los hombros del vampiro, acercándolo. Cuando él le alzó la parte inferior del jersey, levantó los brazos para que pudiera quitárselo y luego se dejó caer de espaldas sobre la cama. Rhage le quitó los pantalones y las bragas; luego se desnudó él también.

Se puso encima de ella, levantándola con un brazo y desplazándola hacia la cabecera del lecho. Colocó un muslo entre sus piernas y presionó el cuerpo contra la mujer, sobre el colchón, con el formidable pene erecto frotando el centro mismo de su amante. Ella hizo movimientos circulares con el pubis, acariciándose, acariciándolo.

Rhage movió la boca con apremio, pero la penetró lentamente, entrando con gentileza, dilatándola, uniéndose a ella. Lo notó grueso y duro, y celestial, y él se movió lánguidamente, profundamente. El delicioso aroma a especias se desprendió de su piel, saturándola.

—No poseeré a otra —dijo él presionándole la garganta—. Sólo te tomaré a ti.

Mary envolvió las piernas alrededor de las caderas de Rhage, tratando de tenerlo lo más adentro posible. Para siempre.

‡ ‡ ‡

John siguió a Tohrment por la casa. Había muchas habitaciones. El mobiliario y la decoración eran verdaderamente hermosos, muy antiguos. Se detuvo frente a un cuadro de un paisaje montañoso. En una pequeña placa de bronce se leía «Frederic Church». Se preguntó quién era, y decidió que se trataba de un pintor buenísimo.

Al final de un pasillo, Tohrment abrió una puerta y encendió una luz.

—Ya he traído tu maleta.

John entró. Las paredes y el techo estaban pintados de azul oscuro. Había una cama grande, con una elegante cabecera y montones de gruesas almohadas. También un escritorio y una cómoda. Y unas puertas de vidrio, correderas, que daban a una terraza.

—El baño está aquí. —Tohrment encendió otra luz.

John asomó la cabeza y vio una enorme cantidad de mármol azul oscuro. La ducha era de vidrio y… caramba, tenía cuatro puntos de salida del agua.

—Si necesitas algo, Wellsie está aquí, y yo regresaré alrededor de las cuatro de la madrugada. Bajamos al primer piso más o menos a esa hora todas las noches. Si nos necesitas durante el día, descuelga cualquier teléfono y marca el uno. Estaremos encantados de verte a cualquier hora. Ah, y tenemos dos doggen, dos asistentes, que nos ayudan con la casa, Sal y Regine. Ambos saben que estás viviendo con nosotros. Llegan alrededor de las cinco. Si necesitas salir, pídeles a ellos que te lleven.

John fue hasta la cama y tocó una funda de almohada. Era tan suave que apenas podía sentirla.

—Estarás bien aquí, hijo. Tal vez tardes un poco en acostumbrarte, pero estarás bien.

John miró al otro lado de la habitación. Armándose de valor, se acercó a Tohrment y abrió la boca. Luego señaló hacia arriba, en dirección al hombre.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto ahora? —murmuró Tohrment.

Cuando John asintió, Tohrment separó los labios lentamente. Y desnudó un par de colmillos.

«Dios», pensó el muchacho. Tragó saliva y se llevó los dedos a su propia boca.

—Sí, a ti también te crecerán. De aquí a un par de años. —Tohrment cruzó la habitación y se sentó sobre la cama, apoyando los codos sobre las rodillas—. Sufrimos el cambio más o menos a los veinticinco años de edad. Después, necesitarás beber para sobrevivir. Y no estoy hablando de leche, hijo.

John levantó las cejas, preguntándose qué bebería.

—Te encontraremos una hembra que te acompañe durante el cambio. Ya te contaré lo que ocurrirá. No es ninguna fiesta, pero una vez que lo superes, serás tan fuerte que pensarás que valió la pena.

Los ojos de John lanzaban destellos mientras medía a Tohrment. De repente, extendió los brazos horizontalmente y longitudinalmente, luego se llevó los pulgares a su propio pecho.

—Sí, tendrás mi tamaño.

John movió la cabeza, poniéndolo en duda.

—De veras. Por eso mismo la transición es una maldita tortura. Tu cuerpo sufre un gran cambio en un periodo de pocas horas. Luego tendrás que aprender de nuevo cosas que ya sabes hacer, como caminar y moverte. —Tohrment se miró—. Estos cuerpos nuestros son difíciles de controlar al principio.

Con expresión ausente, John se frotó el pecho en el lugar donde estaba la cicatriz circular. Los ojos de Tohrment siguieron el movimiento.

—Tengo que ser sincero contigo, hijo. Hay muchas cosas que ignoramos sobre ti. Para empezar, no hay manera de saber cuánto hay en tu sangre de nuestra especie. Y no tenemos ni idea de cuál es tu linaje. En cuanto a la cicatriz, no puedo explicarla. Dices que la has tenido toda tu vida, y te creo, pero esa marca se nos da, no nacemos con ella.

John sacó su papel y escribió: «¿Todos la tienen?».

—No. Sólo mis hermanos y yo. Por eso Bella te trajo con nosotros.

«¿Quiénes son ustedes?», escribió John.

—La Hermandad de la Daga Negra. Somos guerreros, hijo. Luchamos por la supervivencia de la raza, y para eso te entrenaremos. Los otros machos de tu clase se convertirán en civiles o simples soldados, pero tú, con esa marca, tal vez acabes siendo uno de nosotros. No lo sé. —Tohrment se frotó la nuca—. Pronto te presentaré a Wrath. Él es nuestro rey. También me gustaría que te reconociera nuestro médico, Havers. Quizás él pueda hacer una lectura de tu linaje. ¿Aceptarás?

John asintió.

—Me alegra haberte encontrado, John. Si no lo hubiéramos hecho, habrías muerto, porque no tendrías lo que vas a necesitar.

John se acercó y se sentó junto a Tohrment.

—¿Tienes alguna pregunta que hacerme?

John asintió, pero no pudo ordenar sus pensamientos de forma coherente.

—Mejor descansa esta noche. Seguiremos hablando mañana.

John asintió. Tohrment se levantó y caminó hacia la puerta.

De pronto, una ráfaga de pánico cruzó el pecho de John. La idea de quedarse solo le pareció aterradora, incluso estando en una bonita casa, con gente amable, en una zona muy segura. Sencillamente se sentía… tan pequeño.

Las botas con puntera metálica de Tohrment entraron en su campo visual.

—Oye, John, me quedaré un rato aquí contigo. ¿Te gustaría eso? Podemos ver qué hay en la televisión.

Por señas, y sin que le entendiera, dijo que se sentía un poco raro.

—Tomaré eso como un sí. —Tohrment se echó sobre las almohadas, tomó el mando a distancia y encendió la televisión.

—Vishous, uno de mis hermanos, instaló todos los aparatos de esta casa. Creo que recibimos unos setecientos canales en este cacharro. ¿Qué te gustaría ver?

John se encogió de hombros y se recostó contra la cabecera.

Tohrment oprimió botones hasta que encontró Terminator 2.

—¿Te gusta?

John silbó suavemente entre los dientes y asintió.

—Sí, a mí también. Es un clásico, y Linda Hamilton es una belleza.