34
A la noche siguiente, poco antes de oscurecer, Rhage fue al gimnasio a sudar, para olvidar su desolación. Cuando terminó con las pesas, subió a la cinta y empezó a correr. Los primeros siete kilómetros pasaron volando. Para el octavo ya había agotado los líquidos del cuerpo. Al llegar al noveno, empezó la verdadera paliza.
Aumentó la inclinación y retomó el paso. Sus muslos gritaban, le oprimían, le quemaban. Sentía fuego en los pulmones. Le dolían los pies y las rodillas.
Tomó la camisa que había colgado sobre la consola y la usó para secarse el sudor de los ojos. Pensó que ya estaría completamente deshidratado, pero no iba a detenerse para beber agua. Tenía el propósito de continuar hasta perder el sentido.
A fin de mantener el torturante paso, se perdió en las notas de la música que resonaba en los altavoces. Marilyn Manson, Nine Inch Nails, Nirvana. Sonaba tan alto que ahogaba el zumbido de la cinta de correr. Las estridentes canciones llenaban el salón de pesas, eran viles, agresivas, desquiciadas. Igual que su estado mental.
Cuando el sonido se interrumpió, no se molestó en volverse a mirar. Se figuró que el equipo de sonido se habría averiado o que alguien quería hablar con él, y no estaba interesado en ninguna de las dos opciones.
Tohr se paró frente a la máquina. La expresión del hermano hizo que Rhage saliera de la cinta y oprimiera el botón de stop.
—¿Qué pasa? —Respiraba con dificultad y se limpió de nuevo la cara con la camisa.
—Ha desaparecido. Mary. Ha desaparecido.
Rhage se quedó congelado, con la tela bajo la barbilla.
—¿Qué quieres decir con eso de que ha desaparecido?
—Fritz la esperó tres horas frente al hospital. Luego entró, pero el consultorio al que ella iba estaba cerrado. Fue hasta su casa. Al comprobar que tampoco estaba allí, regresó y buscó por todo el centro médico.
Con las sienes martilleándole, más por el miedo que por el ejercicio, Rhage empezó a hacer preguntas.
—¿Hay señales de violencia en su casa?
—No.
—¿Su coche estaba en el garaje?
—Sí.
—¿Cuándo la vio Fritz por última vez?
—Eran las tres cuando acudió a la cita con el médico. Para tu información, Fritz te llamó repetidas veces, pero siempre le respondió el buzón de voz.
Rhage miró su reloj de pulsera. Eran más de las seis. Suponiendo que hubiera permanecido una hora en la consulta, llevaba dos horas desaparecida.
Encontró difícil imaginar que los restrictores pudieran raptarla en la calle. Era más probable que fuese a casa y los cazavampiros la encontraran allí. Pero, si no había señales de violencia en la casa, existía la posibilidad de que no le hubiera pasado nada malo.
O quizás era una esperanza vana.
—Necesito mis armas.
Tohr le pasó una botella de agua.
—Bebe esto. Phury trae ahora tus cosas. Reúnete con él en el vestuario.
Rhage se alejó rápidamente.
—La Hermandad te ayudará a encontrarla —le gritó Tohr.
‡ ‡ ‡
Bella subió al primer piso al caer la noche y abrió la puerta de la cocina con una sensación de triunfo. Ahora que los días se estaban haciendo más cortos, tenía mucho más tiempo para ir de aquí para allá. Eran solamente las seis de la tarde, pero ya había oscurecido casi completamente. Extraordinario.
Pensaba si preparar unas tostadas o cocinar unas tortitas, cuando vio luces encendidas en el extremo más alejado del prado. Había alguien en la casa de Mary. Probablemente serían los guerreros, instalando el sistema de seguridad.
Lo cual significaba que si iba hasta allí, era posible que se encontrara de nuevo con el macho de la cicatriz.
Tenía metido a Zsadist en la mente desde que lo conociera, hasta tal punto que diariamente centraba sus pensamientos en especulaciones sobre él. Era tan… crudo. Y después de haber sido mimada tantos años por su hermano, se moría por salir al mundo y tener alguna experiencia salvaje.
Dios era testigo de que la brutal sexualidad que emanaba Zsadist cuadraba con sus anhelos.
Se puso un abrigo y se cambió las chanclas por un par de zapatillas deportivas. Fue trotando por el césped, y redujo el paso al acercarse al patio trasero de Mary. No tenía ganas de tropezar con un restrictor…
—¡Mary! ¿Qué estás haciendo aquí?
La humana pareció aturdida cuando alzó la vista desde el sillón donde se encontraba recostada. Aunque hacía frío, sólo llevaba puestos un suéter y unos pantalones vaqueros.
—Ah… hola. ¿Cómo estás?
Bella se agazapó junto a la hembra.
—¿Ya terminó Vishous?
—¿Con qué? —Mary se incorporó, con el cuerpo rígido—. Ah, la alarma. No lo creo. O por lo menos, nadie me ha dicho nada, y no he visto nada nuevo en la casa.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí afuera?
—No mucho. —Se frotó los brazos y luego se sopló las manos—. Sólo estaba disfrutando la puesta de sol.
Bella miró hacia la casa empezando a sentir pavor.
—¿Rhage vendrá a buscarte pronto?
—No vendrá.
—¿Lo hará uno de los doggen?
Mary hizo una mueca de dolor al ponerse de pie.
—Vaya, qué frío hace.
Caminó hacia la casa como un zombi, y Bella la siguió.
—Mary, la verdad es que no deberías estar aquí sola.
—Lo sé. Pensé que estaría segura porque era de día.
—¿Ni Rhage ni ninguno de los hermanos te dijo que los restrictores pueden salir a la luz del sol? Aunque no estoy del todo segura, creo que así es.
Mary se encogió de hombros.
—Hasta ahora no me han fastidiado, pero no soy estúpida. Iré a un hotel. Sólo tengo que recoger unas cosas.
Pero, en lugar de subir al segundo piso, deambuló por la planta baja de la casa, como si fuera presa de una especie de extraño trastorno.
Sufría una conmoción, pensó Bella. En cualquier caso, ambas tenían que largarse de allí.
—Mary, ¿por qué no vienes a cenar conmigo? —Miró hacia la puerta trasera—. Y, ya sabes, puedes quedarte conmigo hasta que Vishous haya terminado aquí. Mi hermano me instaló mi propio sistema de alarma. Incluso tengo un pasadizo subterráneo, por si hay que escapar. Allí estoy muy segura, y está a suficiente distancia, así que si los restrictores vienen a buscarte, seguramente no pensarán que puedes estar conmigo.
Se preparó para una discusión, y pensó en varios argumentos que apoyaran su tesis.
—Está bien, gracias —dijo Mary, para su alivio y sorpresa—. Dame un minuto.
La hembra subió al segundo piso y Bella se paseó nerviosa, lamentando no tener un arma ni saber cómo usarla.
Cuando la humana bajó cinco minutos después con una bolsa de viaje de lona, Bella respiró aliviada.
—¿No te pones un abrigo? —preguntó cuando Mary ya iba a cuerpo rumbo a la puerta.
—Sí. Un abrigo —dejó la bolsa en el suelo, fue hasta un ropero, y sacó una parka roja.
Bella trató de apretar el paso mientras cruzaban la calle, camino de su casa.
—La luna está casi llena —comentó Mary.
—Sí, así es.
—Escucha, cuando lleguemos a tu casa, no quiero que llames a Rhage ni nada parecido. Él y yo… hemos tomado rumbos separados. Así que déjalo estar.
Bella se tragó la sorpresa.
—¿Él no sabe que te fuiste?
—No. Y lo averiguará por sí mismo. ¿Entendido?
Bella accedió, sólo para que Mary siguiera moviendo los pies.
—Pero ¿puedo preguntarte algo?
—Por supuesto.
—¿Él rompió contigo, o tú con él?
Mary siguió caminando en silencio por un momento.
—Yo con él.
—Y… ¿habíais tenido intimidad?
—¿Si tuvimos relaciones sexuales? —Mary se cambió la bolsa de viaje a la otra mano—. Sí, las tuvimos.
—Al hacer el amor, ¿notaste que saliera de su piel alguna clase de fragancia? Algo que oliese como a especias picantes y…
—¿Por qué me preguntas todo esto?
—Lo siento. No es mi intención entrometerme.
Ya estaban casi en la casona de la granja cuando Mary murmuró.
—Es la cosa más hermosa que he olido.
Bella se guardó la maldición. No importaba lo que Mary pensara, el guerrero rubio iría a por ella. Un macho enamorado no dejaba ir a su compañera. Nunca. Lo había aprendido en su experiencia con civiles. No podía imaginar lo que haría un guerrero si su hembra se marchaba.
‡ ‡ ‡
Rhage recorrió cada una de las habitaciones de la casa de Mary. En el baño del segundo piso, encontró abierto el armario situado debajo del lavabo. Allí estaban alineados artículos de tocador, como barras de jabón, tubos de dentífrico, desodorante. Pero había huecos entre las ordenadas hileras, como si ella se hubiera llevado algunos elementos.
Se había marchado a vivir a otro lugar, pensó, mirando por la ventana. Si era un hotel, probablemente no la encontraría nunca, porque ella habría tenido la precaución de registrarse bajo un nombre falso. Tal vez podía indagar en su trabajo…
Enfocó la vista a la casona de granja del otro lado del prado. En su interior brillaban luces.
¿Estaría con Bella?
Rhage bajó al primer piso y aseguró los cerrojos. Una milésima de segundo después se materializó en el pórtico de Bella y llamó a la puerta. Cuando Bella respondió, la hembra simplemente se hizo a un lado, como si lo estuviera esperando.
—Está en el segundo piso.
—¿Dónde?
—En la alcoba de la parte frontal.
Rhage subió los escalones de dos en dos. Sólo una de las puertas estaba cerrada. No llamó, sólo la abrió de par en par. La luz del pasillo invadió la habitación.
Mary estaba profundamente dormida sobre una enorme cama de bronce, vestida con un suéter y unos pantalones vaqueros que él reconoció. Se había echado sobre las piernas una colcha de retazos, y estaba mitad boca abajo, mitad de lado. Parecía completamente exhausta.
Su primer impulso fue tomarla en sus brazos, pero se quedó donde estaba.
—Mary. —Usó un tono de voz impersonal—. Mary. Despierta.
Sus pestañas se agitaron, pero luego sólo suspiró y movió la cabeza un poco.
—Mary.
Se impacientó. Se acercó a la cama y movió el colchón con las manos. Eso la despertó. Se quedó callada, con aire ausente, hasta que lo vio. Pareció confundida.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo, apartándose el pelo de la cara.
—Tal vez debas responder tú a eso primero.
—No estoy en mi casa.
—Tampoco estás donde tendrías que estar.
Ella se incorporó sobre las almohadas, y él se dio perfecta cuenta de los círculos oscuros que había bajo sus ojos, de la palidez de sus labios… y del hecho que no estaba peleando con él.
«No preguntes», se dijo a sí mismo. Pero no se pudo contener.
—¿Qué pasó esta tarde?
—Necesitaba estar un tiempo a solas.
—No te pregunto por qué le diste esquinazo a Fritz. Hablaremos de eso después. Quiero saber lo que dijo el médico.
—Ah, sí. Eso.
Se la quedó mirando mientras ella jugaba con el borde del edredón. El vampiro ardía de impaciencia, no podía soportar aquel silencio.
—¿Qué dijo? —la apremió.
—No es que pensara que no eres digno.
¿De qué diablos estaba hablando? Ah, sí, aquella conversación sobre la posibilidad de cuidar de ella en su enfermedad. Caramba, las evasivas no iban a terminar nunca.
—¿Hasta qué punto es grave, Mary? Y no se te ocurra mentirme.
Sus ojos se entornaron.
—Quieren que empiece la quimioterapia la semana próxima.
Rhage suspiró lentamente. Estaba helado.
Se sentó en el borde más alejado de la cama y cerró la puerta con la mente.
—¿Funcionará?
—Creo que sí. Mi doctora y yo hablaremos de nuevo en un par de días, cuando ella hable con algunos de sus colegas. La pregunta más importante es cuánto tratamiento puedo soportar, de modo que tomaron muestras de sangre para analizarme el hígado y los riñones. Les dije que estoy dispuesta a soportar lo que sea.
Él se frotó la cara con la palma de la mano.
—Dios santo.
—Vi morir a mi madre —dijo ella quedamente—. Fue terrible. Verla perder sus facultades y sufrir todo aquel dolor. Al final ya no parecía ella misma, no actuaba como siempre lo había hecho. Era como si hubiese desaparecido, como si sólo quedase el cuerpo, que se negaba a dejar de cumplir sus funciones básicas. No digo que vaya a pasarme a mí lo mismo, pero será muy duro.
A Rhage le dolía el pecho.
—¿Y no quieres que yo pase por eso?
—No, no quiero. No quiero eso para ninguno de los dos. Prefiero que me recuerdes como soy ahora. Quiero que nos recordemos como hemos sido hasta ahora. Voy a necesitar recuerdos felices.
—Yo quiero estar contigo.
—Y yo no necesito eso. No voy a tener la energía suficiente para ponerte buena cara. Y el dolor… el dolor hace cambiar a las personas.
Eso sí que era cierto. Él se sentía como si hubiera envejecido un siglo desde que la conoció.
—Oh, Rhage… —Su voz desfalleció y tragó saliva. Y él odió su necesidad de controlarse—. Voy a echarte de menos.
El vampiro la miró casi de reojo. Sabía que si trataba de abrazarla huiría precipitadamente de la habitación, así que agarró el borde del colchón. Y apretó con fuerza.
—¿Qué estoy haciendo? —La mujer rio con torpeza—. Lamento agobiarte con todo esto. Sé que estás bien, que sigues adelante con tu vida.
—¿Que sigo adelante? —preguntó medio enfadado—. No entiendo de qué hablas…
—La mujer de anoche. De cualquier forma…
—¿A qué hembra te refieres?
Cuando ella meneó la cabeza, lo invadió la ira.
—Maldita seas, ¿no puedes responder a una simple pregunta sin empezar una pelea? Aunque sólo sea por compasión hacia mí, o por variar. De cualquier forma, me iré en unos minutos, así que no tendrás que preocuparte por hacerlo de nuevo.
Al ver que la mujer se entristecía, se sintió muy mal por haberle gritado. Pero antes de que se disculpase, ella habló de nuevo.
—Hablo de la mujer que llevaste a tu cama anoche. Yo… estaba esperándote. Quería decirte que lo sentía… Y te vi entrar en tu habitación con ella. Mira, no he traído esto a colación para hacerte sentir culpable ni nada parecido.
No, por supuesto que no. Ella no quería nada de él. Ni su amor. Ni su apoyo. Ni su culpa. Ya ni siquiera sexo.
Meneó la cabeza y su voz adoptó un tono impersonal. Estaba hastiado de darle explicaciones, pero lo hizo por costumbre.
—Era la Directora de las Elegidas. Hablamos sobre mi alimentación, Mary. No tuve sexo con ella. —Miró al suelo. Luego soltó el colchón y se llevó las manos a la cara.
Hubo un silencio.
—Lo siento, Rhage.
—Sí. Yo también.
Le pareció oír sollozos. Pero ella no estaba llorando. Mary no podía ser. Era demasiado fuerte para eso.
Pero, al parecer, él no lo era. Él tenía lágrimas en los ojos. Era él quien sollozaba sin darse cuenta.
Rhage carraspeó y parpadeó varias veces seguidas. Cuando la miró de nuevo, ella estaba mirándolo con tal ternura y tal pena que se enfureció.
Grandioso, ahora lo compadecía porque gimoteaba como un idiota. Si no la amara tanto, la habría odiado en ese mismo momento.
Se levantó. Y procuró que su voz sonara tan dura como la de ella.
—El sistema de alarma de tu casa estará conectado con nosotros. Si se activa, yo… —se corrigió—… uno de nosotros acudirá corriendo. Vishous se pondrá en contacto contigo cuando esté en funcionamiento.
Al prolongarse el silencio, se encogió de hombros.
—Entonces… adiós.
Salió por la puerta y no se permitió mirar hacia atrás.
Cuando llegó al primer piso, encontró a Bella en el recibidor. En cuanto la hembra le vio la cara, abrió completamente los ojos. Era obvio que tenía mal aspecto.
—Gracias —dijo él, sin saber qué tenía que agradecerle—. La Hermandad hará rondas de vigilancia por tu casa. Incluso cuando ella se vaya.
—Sois muy amables.
Él asintió y no se entretuvo. En ese momento era lo mejor que podía hacer para poder salir por esa puerta sin derrumbarse y aullar como un bebé.
Cuando abandonó la casa y se adentró en el bosque, no tenía idea de qué hacer o adónde ir. Quizá debería llamar a Tohr, averiguar dónde estaban los demás hermanos y reunirse con ellos.
No lo hizo. Se detuvo y miró la luna, que se alzaba justo por encima de la silueta de los árboles. Había plenilunio. El astro era un disco redondo y luminiscente en la fría noche sin nubes. Extendió el brazo hacia ella y cerró un ojo. Orientando su línea de visión, situó el brillo lunar en el cuenco de su mano, y sostuvo la aparición con cuidado.
Vagamente, escuchó el sonido de unos golpes procedentes del interior de la casa de Bella. Una especie de golpeteo rítmico.
Volvió la cabeza cuando el sonido se hizo más fuerte.
La puerta principal se abrió de golpe y Mary salió por ella precipitadamente, llegando al pórtico de un salto, sin siquiera molestarse en usar los escalones para llegar hasta el césped. Corrió descalza sobre la hierba escarchada y se arrojó a sus brazos, aferrándose a su cuello con ambos brazos. Lo abrazó con tal fuerza que su columna vertebral crujió.
Sollozaba. Vociferaba. Lloraba tan fuerte que todo el cuerpo le temblaba.
Él no hizo ninguna pregunta, sólo la abrazó con toda el alma.
—No estoy bien —dijo ella con voz ronca, tratando de recuperar el aliento—. Rhage… no estoy bien.
Él cerró los ojos y la estrechó todavía más.