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Mary llenó su bolsa de viaje bajo la vigilante mirada de Fritz. El mayordomo se moría de ganas de ayudarla, paseándose de un lado a otro, ansioso por hacer lo que sin duda sentía que era su deber.
—Estoy lista —dijo ella finalmente, aunque no era del todo cierto.
Fritz sonrió, ahora que tenía algo que hacer, y la condujo alrededor del balcón, hasta una habitación que daba a los jardines traseros de la mansión. Ella tuvo que reconocer su mérito: era increíblemente discreto. Si le extrañaba que se mudara de la habitación de Rhage, no lo demostraba, y la trataba con la misma cortesía de siempre.
Cuando estuvo sola, pensó en las posibilidades que se presentaban. Quería irse a su casa, pero no era estúpida. Aquellos seres del parque eran mortales, y por mucho que necesitara volver a su hogar, no iba a dejar que la asesinaran. ¿Cuánto podía tardar la instalación de un sistema de alarma? Probablemente el sujeto ese, Vishous, estaba trabajando en ello en ese mismo momento.
Pensó en su cita con el médico al día siguiente por la tarde. Rhage le había dicho que la dejaría ir, y aunque estaba muy molesto cuando se marchó, sabía que no impediría que fuera al hospital. Seguramente la llevaría Fritz, pensó. Cuando le enseñó la casa, le había explicado que él sí podía salir a la luz del día.
Mary echó un vistazo a su bolsa. Daba vueltas a la idea de irse para siempre, y sabía que no podía marcharse en tan malos términos con Rhage. Quizás la actividad nocturna lo calmaría. Ciertamente, ella misma se sentía más en razón en ese momento que horas antes.
Abrió completamente la puerta de la habitación para oírle cuando llegase a la casa. Y luego se sentó en la cama a esperar.
No tardó mucho en sentirse rematadamente ansiosa, así que descolgó el teléfono. Sintió alivio al escuchar la voz de su amiga Bella. No hablaron de nada en especial durante la primera parte de su charla. Luego, cuando se sintió capaz, le dijo que regresaría a casa en cuanto instalaran allí un sistema de seguridad. Agradeció que Bella no la presionara para que le diera detalles.
Momentos después, hubo un prolongado silencio, roto por la vampira.
—Oye, Mary, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Has visto a alguno de los otros guerreros?
—A algunos, sí. Pero no sé si ya los conozco a todos.
—¿Conociste al que tiene… la cara marcada?
—Ese es Zsadist. Se llama Zsadist.
—Ah. Ya… ¿Es…?
—¿Qué?
—Se dicen algunas cosas de él. Tiene mala reputación.
—Sí, ya lo imagino. Pero no estoy segura de que sea del todo malo. ¿Por qué lo preguntas?
—No, por nada. No tiene importancia.
‡ ‡ ‡
A la una de la madrugada, John Matthew salió de Moe’s y se fue a casa. Tohrment no había llegado. Tal vez no iría nunca. Quizás había perdido la oportunidad de escapar con él.
Caminando en la fría noche, John se sentía alterado, lleno de angustia. Necesitaba abandonar el edificio urgente, perentoriamente. Tenía tanto miedo que el temor se reflejaba en sus sueños. Se había echado una siesta antes del trabajo y había tenido terroríficas pesadillas, llenas de visiones de hombres albinos que lo perseguían, lo capturaban y lo llevaban a un lugar oscuro y subterráneo.
Al acercarse a la puerta de su estudio, ya tenía la llave en la mano y no perdió el tiempo. Entró como una tromba y se encerró; aseguró las dos cerraduras y echó la cadena. Hubiera deseado tener estacas para atrancar la puerta.
Sabía que debía comer, pero no tenía apetito, y se sentó sobre la cama, esperando que sus lánguidas fuerzas se recuperaran por arte de magia. Le haría falta. Al día siguiente debería buscar otro lugar donde vivir. Era hora de salvarse.
Tenía que haberse ido con Tohrment cuando tuvo oportunidad…
Alguien llamó a la puerta. John levantó la vista; el miedo y la esperanza se mezclaron, provocándole una aguda sensación en el pecho.
—¿Hijo? Soy yo, Tohrment. Abre.
John cruzó la habitación en un instante, descorrió todos los cerrojos, y casi se arrojó a los brazos del recién llegado.
La frente de Tohrment se arrugó sobre sus ojos azul marino.
—¿Qué es lo que pasa, John? ¿Tienes problemas?
No estaba seguro de qué contar sobre el hombre pálido con el que se había tropezado en la escalera, y al final decidió guardar silencio. No quería arriesgarse a que Tohrment cambiara de opinión porque el chico que estaba pensando acoger era un psicópata paranoico.
—¿Pasa algo? —repitió.
John fue a buscar su bloc y un lápiz mientras Tohrment cerraba la puerta.
«Me alegro de que hayas venido. Gracias», escribió.
Tohrment leyó las palabras.
—Sí, habría venido antes, pero anoche tuve… asuntos que atender. ¿Has pensado sobre lo…?
John asintió y garabateó rápidamente. «Quiero ir contigo».
Tohrment sonrió un poco.
—Eso está bien, hijo. Has tomado una buena decisión.
John respiró hondo, más que aliviado.
—Haremos lo siguiente. Regresaré mañana por la noche para recogerte. No puedo llevarte a casa ahora, porque tengo trabajo de campo hasta el amanecer.
John sintió un pánico renovado. Pero, en fin, se dijo a sí mismo, ¿qué era un día más?
‡ ‡ ‡
Dos horas antes del amanecer, Rhage y Vishous fueron a la entrada de la Tumba. Rhage esperó en el bosque mientras V llevaba dentro el frasco que habían hallado en la casa del restrictor, en LaCrosse.
La otra dirección resultó ser un centro de torturas abandonado. En el mal ventilado sótano de la destartalada edificación de dos pisos, hallaron instrumentos polvorientos, así como una mesa y diversas ataduras. El lugar era un horripilante testimonio del cambio de estrategia de la Sociedad, que había pasado de luchar contra los hermanos a secuestrar y torturar a los civiles. Tanto él como Vishous salieron de allí con irrefrenables deseos de venganza.
En el camino de regreso al recinto, se detuvieron en la casa de Mary para que V pudiera echar un vistazo a las habitaciones y ver lo que se necesitaba para instalar el sistema de seguridad. Para Rhage, la visita fue un infierno. Ver sus cosas. Recordar la primera noche que fue a verla. No pudo mirar el sofá porque le recordaba lo que le había hecho allí mismo.
Tenía la impresión de que habían pasado siglos desde entonces.
Rhage soltó una maldición y continuó explorando el bosque, alrededor de la boca de la caverna. Cuando V salió, los dos hombres se desmaterializaron para reaparecer en el patio de la casa principal.
—Oye, Hollywood, Butch y yo iremos al One Eye para tomar una copa antes de dormir. ¿Te apuntas?
Rhage alzó la vista a las oscuras ventanas de su habitación.
Aunque no le entusiasmaba un viaje al One Eye, sabía que no debía quedarse solo. Temía no resistir la tentación de ir a buscar a Mary y portarse como un completo idiota, rogándole que se quedara. Sería una humillación inútil. Ella había dejado muy clara su posición, y no era una mujer fácil de persuadir. Además, estaba harto de hacer el papel de idiota enamorado.
—Sí, iré con vosotros.
Los ojos de V destellaron, sorprendidos. Probablemente había hecho la propuesta por cortesía y no esperaba un sí.
—Bien. Me alegro. Saldremos en quince minutos. Necesito una ducha.
—Yo también. —Quería lavarse la sangre del restrictor.
Al pasar del vestíbulo al recibidor de la mansión, apareció Fritz. El mayordomo hizo una profunda reverencia.
—Buenas noches, amo. Su invitada está aquí.
—¿Invitada?
—La Directora de las Elegidas. Dijo que usted la había llamado.
Mierda. Había olvidado su petición, y ya no necesitaba sus servicios. Si Mary no estaba con él, no requería de ningún esfuerzo alimenticio especial. Era libre de ir y chupar a quien quisiera.
Dios, la idea de estar con alguien diferente a Mary le resultaba insoportable.
—¿La recibirá?
Estuvo a punto de decir que no, pero luego pensó que no sería prudente. Considerando su tormentosa relación con la Virgen Escribana, no era muy inteligente ofender a sus hembras de clase especial.
—Dile que estaré con ella en unos minutos.
Subió rápidamente las escaleras hasta su habitación, abrió la ducha para dejarla correr y que adquiriese su temperatura ideal, y luego llamó a V. El hermano no pareció sorprendido de que cancelara su viaje al bar.
Lástima que no fuera por la razón que Vishous imaginaba.
‡ ‡ ‡
Mary se despertó por el rumor de una conversación procedente del recibidor. Era la voz de Rhage. Su profundo sonido le resultaba inconfundible.
Bajó de la cama y fue hasta la puerta, que había dejado entornada.
Rhage subía la escalera en ese momento. Tenía el cabello húmedo, como si se hubiera duchado, y vestía una camisa negra holgada y pantalones bombachos negros. Estaba a punto de salir al pasillo cuando vio que no iba solo. La mujer que lo acompañaba era alta y tenía una larga trenza de cabello rubio, que le llegaba a la espalda. Llevaba una túnica blanca transparente, y juntos parecían una especie de novios góticos, él todo de negro, ella envuelta en tela vaporosa. Cuando llegaron al final de la escalera, la mujer se detuvo, como si no supiera qué dirección tomar. Rhage la sujetó por el codo y la miró solícitamente, como si fuera tan frágil que pudiera romperse un hueso por el solo hecho de subir al segundo piso.
Mary los vio entrar en la habitación de Rhage. La puerta se cerró tras ellos.
Regresó a la cama y se acostó. Le vinieron a la cabeza imágenes a raudales. La boca y las manos de Rhage sobre ese cuerpo. Rhage dándole las gracias por alimentarlo, Rhage mirándola mientras le decía que la amaba.
Sí, claro que la amaba. Tanto, que estaba con otra mujer al otro lado del pasillo.
En el instante en que ese pensamiento le cruzó por la mente, supo que estaba siendo irracional. Había roto con él. No tenía derecho a reprocharle que tuviera un encuentro sexual con otra mujer.
Él había aceptado su marcha.