29
Aquella noche, cuando el sol se puso y las celosías de las ventanas se alzaron, Mary decidió que podía acostumbrarse a que Rhage la mimara. Lo que no podía soportar era más comida. Le puso los dedos en la muñeca, deteniendo el tenedor repleto de puré de patatas que llevaba hacia su boca.
—No, estoy llena —dijo, recostándose sobre las almohadas—. Mi estómago está a punto de reventar.
Con una sonrisa, él recogió la bandeja y la colocó sobre la mesita de noche, y luego se sentó junto a ella nuevamente. Había estado ausente la mayor parte del día, trabajando, suponía, y ella agradeció el reparador sueño. Su agotamiento aumentaba día a día. Se hundía en la enfermedad. Notaba que su cuerpo luchaba por mantener las funciones normales y sentía leves dolores y molestias por todas partes. Y los hematomas habían retornado: marcas azules y negras le aparecían bajo la piel con una frecuencia alarmante. Rhage se había horrorizado al verlos, convencido de habérselos hecho él durante sus frenéticos encuentros sexuales. Necesitó tiempo para convencerlo de que no era culpa suya.
Mary se concentró en Rhage, para no pensar en su enfermedad, o en la cita médica que se aproximaba. Dios, él también parecía sentirse mal, aunque no estaba demasiado nervioso ni rechinaba los dientes como otras veces. El pobre hombre no podía tranquilizarse. Cuando se sentó junto a ella en la cama, se frotó los muslos con las palmas de las manos. Se diría que había estado revolcándose entre ortigas. Estaba a punto de preguntarle qué le sucedía cuando él se lo dijo.
—Mary, ¿me dejarías hacer algo por ti?
Aunque no se trataba de sexo, ella no pudo pensar en otra cosa. Miró sus bíceps.
—¿Puedo?
Él emitió un gruñido imperceptible.
—No deberías mirarme así.
—¿Por qué no?
—Porque siento deseos de montarte cuando lo haces.
—No luches contra tus deseos.
Súbitamente, las pupilas de Rhage emitieron un destello blanco. Fue de lo más extraño. Eran negras y un instante después parecían soltar chispas blanquecinas.
—¿Por qué sucede eso? —preguntó ella.
Los músculos de los hombros del vampiro se ensancharon cuando dobló el cuerpo y cruzó los brazos sobre el pecho. De repente, se levantó y empezó a pasearse por la habitación. Emanaba un halo de energía.
—¿Qué pasa, Rhage?
—No debes preocuparte por eso.
—El tono áspero de tu voz me dice que tal vez debería preocuparme.
Él sonrió y meneó la cabeza.
—No. No deberías. Lo que te iba a decir antes es que nuestra raza cuenta con un médico, Havers. ¿Me dejas enseñarle tu historia clínica? Tal vez nuestra ciencia pueda ayudarte.
Mary frunció el ceño. Un médico vampiro. Eso sí que era una terapia alternativa. Era extraño, pero tampoco tenía nada que perder.
—Está bien. Pero no sé cómo obtener una copia del historial.
—Mi hermano V es un dios de la informática. Puede piratear cualquier terminal, y probablemente la mayor parte de tu historia está en internet. Lo único que necesito es que me des algunos nombres y lugares. Fechas también, si las tienes.
Ella le contó dónde la habían tratado, y le dio los nombres de los médicos. Cuando Rhage lo tuvo todo escrito, se quedó mirando la hoja de papel.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Hay muchos. —Volvió la vista hacia ella—. ¿Tan grave fue?
Su primer impulso fue contarle la verdad: que había recibido dos rondas de quimioterapia y un trasplante de médula ósea y se había librado de la muerte por un pelo. Pero luego pensó en la noche anterior, cuando perdió el control por tantas emociones. En ese momento se sentía como un barril de dinamita y su enfermedad era un peligroso detonante. Lo último que necesitaba era estallar, porque Dios sabía que nada bueno había salido de las últimas dos veces que perdió la cabeza. La primera lloró como una loca, la segunda le mordió.
Encogiéndose de hombros, mintiendo, odiándose a sí misma, murmuró:
—No. Pero fue un alivio cuando todo terminó.
Él entornó los ojos. Alguien llamó a la puerta.
—Algún día aprenderás a confiar en mí —dijo el vampiro, imperturbable.
—Confío en ti.
—Mentira. Y te daré un consejo rápido. No me engañes. Detesto que me mientan.
Los fuertes golpes en la puerta comenzaron de nuevo.
‡ ‡ ‡
Rhage abrió, dispuesto a decirle a quien fuera que podía marcharse a freír espárragos. Tenía el presentimiento de que él y Mary estaban a punto de comenzar una discusión, y quería terminar con ese asunto de una vez por todas.
Era Tohr. Por su aspecto, parecía que le habían atacado con una pistola de descargas eléctricas.
—¿Qué diablos te ha pasado? —preguntó Rhage saliendo al pasillo y cerrando la puerta a medias.
Tohr olfateó el aire que salía de la habitación.
—Por Dios. Ya la has marcado, ¿no es así?
—¿Algún problema con eso?
—No. En cierto modo, eso facilita las cosas. La Virgen Escribana ha hablado.
—Cuéntame.
—Deberás esperar al resto de los hermanos para escuchar…
—A la mierda con eso. Quiero saberlo ahora, Tohr.
Cuando el hermano terminó de hablar en el antiguo idioma, Rhage respiró hondo.
—Dame diez minutos.
—Estamos en el estudio de Wrath —dijo el otro, asintiendo.
Rhage regresó a la habitación y cerró la puerta.
—Escucha, Mary, tengo asuntos pendientes con mis hermanos. Es posible que no regrese esta noche.
Ella se irguió y apartó la vista.
—Mary, no se trata de hembras, te lo juro. Sólo prométeme que estarás aquí cuando regrese. —Como ella vaciló, él se acercó y le acarició la mejilla—. Al fin y al cabo, hay que esperar a tu cita médica del miércoles. ¿Qué es otra noche más o menos? Puedes pasar más tiempo en la bañera. Sé que disfrutas en ella como una loca.
Ella sonrió un poco.
—Eres un manipulador.
—Me gusta más pensar que soy sincero y práctico.
—Si me quedo otro día, luego tratarás de convencerme para esperar otro y otro…
Él se inclinó y la besó con fuerza, deseando tener más tiempo, queriendo estar con ella, dentro de ella, antes de marcharse. Pero, aunque pudiera disponer de horas, no sería capaz de hacerlo. El hormigueo y la vibración estaban a punto de hacerle vibrar el cuerpo hasta dejarlo en el limbo. O sacar a la bestia.
—Te amo —dijo. Luego se apartó, se quitó el Rolex y lo puso en la mano de Mary—. Guárdame esto.
Fue hasta el ropero y se desnudó. En el fondo, detrás un par de pijamas que nunca usaría, encontró su negra túnica ceremonial. Se puso la pesada prenda de seda sobre la piel desnuda y la ciñó a la cintura con un grueso cinto de cuero trenzado.
—Se diría que vas a un monasterio —dijo ella.
—Prométeme que estarás aquí cuando vuelva.
Después de un momento, ella asintió con la cabeza.
Él tiró de la capucha y se la puso.
—Bien. Eso está bien.
—Rhage, ¿qué está pasando?
—Nada. Sólo espérame. Por favor, espérame. —Cuando llegó a la puerta, se volvió a mirarla una última vez.
Aquel fue su primer adiós amargo, la primera separación en que, estando reunidos, él había sentido una espantosa distancia en tiempo y experiencia. Sabía que esa noche sería difícil. Sólo esperaba que las secuelas del castigo no duraran mucho. Y que ella aún estuviera con él.
—Te veré luego, Mary —dijo mientras la encerraba en la habitación.
Cuando entró en el estudio de Wrath, cerró la gran puerta doble tras él. Todos los hermanos estaban allí, y ninguno hablaba. Una atmósfera de tensión e intranquilidad impregnaba la habitación.
Wrath se levantó del escritorio y pasó al frente, con un aspecto tan rígido como antes era el de Tohr. Desde detrás de sus gafas oscuras, la mirada del rey era penetrante.
—Hermano.
—Mi señor —respondió Rhage, con una inclinación de cabeza.
—Llevas puesta esa túnica como si quisieras permanecer con nosotros.
—Por supuesto que quiero.
Wrath asintió.
—He aquí el pronunciamiento, entonces. La Virgen Escribana ha determinado que ofendiste a la Hermandad tanto al desafiar las órdenes de Tohr como al traer a una humana a nuestro territorio. Seré honesto contigo, Rhage, ella quiere anular mi decisión sobre Mary. Quiere que la humana se vaya.
—Ya sabes a qué conducirá eso.
—Le dije que estabas dispuesto a marcharte.
—Eso probablemente la alegró —apuntó Rhage con una sonrisa burlona—. Lleva años tratando de deshacerse de mí.
—Ahora eso depende de ti, hermano. Si quieres permanecer con nosotros, y que la humana continúe resguardada dentro de estos muros, la Virgen Escribana exige que ofrezcas un rythe.
La manera ritual de apaciguar una ofensa era un castigo lógico. Cuando se proponía un rythe, y se aceptaba, el ofensor permitía a la víctima de su insulto escoger un arma para usarla contra él sin oponer resistencia. El ofendido podía elegir cualquier cosa, desde un cuchillo hasta un juego de nudillos de bronce o una pistola. La única condición era que la herida infligida no fuese mortal.
—Entonces, ofrezco el rythe —dijo Rhage.
—Debes hacerlo con cada uno de nosotros.
Hubo una protesta colectiva en la habitación.
—Y una mierda —murmuró alguien.
—Que así sea.
—Que así sea, hermano.
—Pero… —Rhage endureció la voz—, quede bien entendido que si se observa el ritual, Mary se quedará todo el tiempo que yo quiera.
—Ese fue mi acuerdo con la Virgen Escribana. Y debes saber que convino en ello sólo cuando le dije que querías tomar a la humana como tu shellan. Creo que Su Santidad se escandalizó de que pudieses siquiera llegar a considerar tal compromiso. —Wrath miró por encima del hombro—. Tohrment escogerá el arma que todos usaremos.
—El látigo de tres cabezas —dijo Tohr en voz baja.
Aquello iba a doler.
Hubo más murmullos.
—Que así sea —repitió Wrath.
—Pero ¿qué hay de la bestia? —preguntó Rhage—. Puede surgir cuando sienta el dolor.
—La Virgen Escribana estará presente. Dice tener una forma de mantenerla a raya.
Claro que la tenía. Ella misma había creado la maldita cosa.
—Lo haremos esta noche, ¿no es así? —Rhage recorrió la habitación con la mirada—. Es decir, no hay razón para esperar.
—Iremos a la Tumba ahora.
Zsadist fue el primero en salir, mientras el grupo se ponía en pie y discutía en voz baja sobre el asunto. Tohr necesitaba una túnica, ¿alguien tenía una de sobra? Phury anunció que él llevaría el arma. V ofreció el Escalade para llevarlos a todos.
Fue una buena idea. Iban a necesitar transporte para llevarlo a casa una vez terminado el rythe.
—Hermanos —dijo.
Todos dejaron de hablar y se detuvieron en seco. Él miró a cada uno, notando la expresión sombría en sus rostros. Ellos odiaban lo que tenían que hacer, y él lo entendía perfectamente. Causarle daño a cualquiera de ellos habría sido intolerable para él. Casi era mejor estar en el lado receptor.
—Tengo una petición, hermanos. No me traigáis aquí después, ¿de acuerdo? Cuando haya concluido, llevadme a otro lugar. No quiero que Mary me vea así.
Vishous habló.
—Puedes quedarte en el Hueco. Butch y yo cuidaremos de ti.
Rhage sonrió.
—Dos veces en menos de una semana. Podéis buscar trabajo como niñeras después de esto.
V le dio una palmadita en el hombro y luego salió. Tohr lo siguió, haciendo lo mismo. Phury le dio un abrazo cuando pasó junto a él.
Wrath se detuvo al salir.
Como el rey permaneciera en silencio, Rhage le dio una palmadita en el hombro.
—Lo sé, mi señor. Yo me sentiría igual en tu lugar. Pero soy fuerte. Puedo soportarlo.
Wrath introdujo las manos entre la capucha y tomó la cara de Rhage, inclinándola hacia abajo. Lo besó en la frente y mantuvo el contacto entre ellos, en gesto de respeto del rey hacia su guerrero y reafirmación del vínculo existente entre ambos.
—Me alegra que permanezcas con nosotros —dijo Wrath quedamente—. Habría sido duro perderte.
Unos quince minutos después, se reagruparon en el patio, cerca del Escalade. Todos los hermanos estaban descalzos y llevaban túnicas. Con las capuchas puestas, era difícil distinguir quién era quién, excepto en el caso de Phury. La prótesis de su pie asomaba por debajo y llevaba colgada del hombro una abultada bolsa de lona. Sin duda había puesto allí vendajes y esparadrapo, además del arma.
Todos guardaron silencio mientras V conducía por detrás de la casa hacia el espeso amasijo de pinos y abetos de la montaña. La vía era una vereda de tierra flanqueada por árboles de hojas perennes.
En el camino, Rhage no pudo tolerar el tenso silencio.
—Por el amor de Dios, hermanos. No vais a matarme. ¿Podríamos animarnos un poco?
Nadie lo miró.
—V, pon algo de Luda o de Fifty, ¿quieres? Todo este silencio me aburre.
La risa de Phury surgió de la túnica de la derecha.
—Sólo tú intentarías convertir esto en una fiesta.
—Todos vosotros habéis querido alguna vez darme una buena lección por cosas que he hecho, ¿no? Pues ha llegado vuestro día de suerte. —Dio a Phury una palmada en el muslo—. Vamos, hermano, te he hecho la vida imposible por lo de las hembras. Y a ti, Wrath, hace un par de meses te acosé de tal modo que acabaste acuchillando una pared. V, justo el otro día amenazaste con usar esa mano tuya en contra mía. ¿Recuerdas? Cuando te dije lo que pensaba sobre esa barbita de chivo tan monstruosa que llevas.
V sofocó una carcajada.
—Tenía que hacer algo para callarte. Desde que me la dejé crecer, cada maldita vez que he tropezado contigo me preguntas si le hice un francés a un tubo de escape.
—Y todavía estoy convencido de que te follaste a mi GTO, bastardo.
Todos se animaron. Las historias sobre Rhage empezaron a surgir, hasta que las voces alcanzaron tal volumen que nadie podía escuchar a los demás.
Mientras los hermanos soltaban la tensión contenida, Rhage se recostó en el asiento y miró por la ventana, hacia la oscura noche. Realmente esperaba que la Virgen Escribana supiera lo que estaba haciendo, porque si la bestia escapaba en la Tumba, sus hermanos tendrían serios problemas. Y al final tal vez sí tendrían que matarlo.
Frunció el ceño y miró a su alrededor. Localizó a Wrath detrás de él. Pudo distinguir quién era porque llevaba en el dedo medio la sortija con el diamante negro del rey.
—Mi señor, te ruego que me hagas un favor.
Wrath se inclinó hacia delante y habló con voz profunda y neutral.
—¿Qué necesitas?
—Si no… sobrevivo a esto, por cualquier razón, te ruego que cuides de Mary.
La capucha asintió. Habló en el antiguo idioma.
—Juro que tu deseo será cumplido. Habré de considerarla mi propia hermana de sangre y cuidaré de ella como lo haría con cualquier hembra de mi propia familia.
Rhage suspiró aliviado.
—Eso está bien. Eso está… muy bien.
Al poco rato, V aparcó el Escalade en un pequeño claro. Salieron y escudriñaron los alrededores, escuchando, mirando, percibiendo.
Era una noche agradable y un lugar tranquilo. La brisa, al pasar zigzagueando a través de las incontables ramas y troncos del bosque, llevaba un grato olor a tierra y pino. Arriba, una enorme luna resplandecía entre las nubes.
Cuando Wrath dio la señal, caminaron cincuenta metros, hasta una caverna. No parecía nada especial, ni siquiera al entrar. Había que saber lo que se buscaba para encontrar la pequeña juntura en uno de los muros traseros. Si se accionaba correctamente, una losa de piedra se abría deslizándose.
Una vez estuvieron en las entrañas de la caverna, la cuña de roca se cerró tras ellos con un susurro. Antorchas instaladas en los muros parpadeaban con luz dorada al contacto con el aire, soltando humo y siseando.
La marcha al interior de la tierra fue un lento y fácil descenso sobre un suelo de roca, frío bajo sus pies. Cuando llegaron al fondo y se quitaron las túnicas, se abrió una puerta de hierro fundido. Había un pasillo de unos veinte metros de longitud por tres de altura, y estaba cubierto de estantes.
Sobre los anaqueles, miles de frascos de cerámica de variados tamaños y formas reflejaban la luz. Cada recipiente contenía el corazón de un restrictor, el órgano que el Omega extirpaba durante la ceremonia de ingreso en la Sociedad. Durante la existencia de un restrictor como cazavampiros, el frasco era su única posesión real. La Hermandad procuraba hacerse con ellos, a modo de botín, cada vez que liquidaba a un restrictor.
Al final del pasillo había otra puerta doble. Estaba abierta.
El sanctasanctórum de la Hermandad había sido tallado en el lecho de roca y cubierto de mármol blanco desde principios del siglo XVIII, cuando llegó la primera migración, procedente de Europa. La habitación tenía buen tamaño. Del techo colgaban estalactitas blancas, como dagas. Enormes velones, tan gruesos como el brazo de un hombre y tan largos como una pierna, estaban encajados en bases negras de hierro, y sus llamas eran casi tan luminosas como las de las antorchas.
Al frente había una plataforma elevada, a la que se llegaba por una serie de escalones de poca altura. El altar de la parte superior era una losa de piedra caliza traída del Viejo País, cuyo gran peso era soportado por dos dinteles de piedra a medio tallar. En el centro había una calavera.
Detrás del altar, un muro plano tenía grabados los nombres de todos los hermanos que habían existido, desde el primero, cuyo cráneo era el que estaba sobre el altar. Las inscripciones cubrían cada centímetro del muro, a excepción de un tramo despejado que había en el centro. Esa zona despejada medía dos metros de anchura y ocupaba toda la extensión vertical de la superficie de mármol. En medio de ella, a metro y medio del suelo, sobresalían dos gruesas cuñas, ubicadas de tal manera que un macho podía empuñarlas y apoyarse en ellas.
El aire tenía un olor muy familiar: a tierra húmeda y velas de cera de abejas.
—Bienvenidos, miembros de la Hermandad.
Todos se volvieron hacia la voz femenina.
La Virgen Escribana era una figura diminuta, situada en el rincón más apartado, y su túnica negra flotaba por encima del suelo. Nada en ella era visible, ni siquiera su cara, pero por debajo de los pliegues negros una luz se desbordaba como si fuese un torrente de agua.
Flotó hacia ellos y se detuvo frente a Wrath.
—Guerrero.
Él hizo una profunda reverencia.
—Virgen Escribana.
Ella los saludó uno por uno, dejando a Rhage para el final.
—Rhage, hijo de Tohrture.
—Virgen Escribana —inclinó la cabeza.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien.
—Y has estado ocupado, ¿no es así? Sentando precedentes, como de costumbre. Es una lástima que no estén bien orientados. —Rio sardónicamente—. No es una sorpresa que hayamos terminado aquí contigo. Eres consciente, espero, de que este es el primer rythe de la Hermandad.
«No exactamente», pensó él. Tohr había declinado uno ofrecido por Wrath en julio pasado. Por supuesto, no dijo nada.
—Guerrero, ¿estás preparado para aceptar lo que has ofrecido?
—Lo estoy. —Escogió sus siguientes palabras con mucho cuidado, porque nadie le formulaba preguntas a la Virgen Escribana, a menos que quisiera comerse su propio trasero—. No quisiera llegar a herir a mis hermanos.
Su voz se endureció.
—Estás peligrosamente cerca de la interrogación.
—No quise ofenderte.
La risa sofocada se escuchó de nuevo.
Estaba convencido de que ella disfrutaba todo aquello a más no poder. Nunca le había agradado, y no podía culparla. Había alimentado su antipatía con abundantes razones.
—¿No quisiste ofenderme, guerrero? —La túnica se movió como si moviera la cabeza—. Por el contrario, nunca vacilas en ofender para obtener lo que deseas, y ese ha sido siempre tu problema. También la razón que nos ha reunido esta noche. —Le dio la espalda—. ¿Tienes el arma?
Phury puso la bolsa de lona en el suelo, abrió el cierre y sacó el látigo de tres cabezas. El largo mango era de madera y estaba cubierto de cuero marrón, oscurecido por el sudor de muchas manos. En el extremo se balanceaban tres tramos de cadena de acero ennegrecida. Al final de cada uno había un colgante con púas.
El látigo de tres cabezas era un arma antigua y bestial, pero Tohr la había escogido sabiamente. A fin de que el ritual se considerara cumplido, los hermanos no podían tener piedad con Rhage, ni en el tipo de arma que usaran, ni en que la aplicaran contra él. Tener compasión habría significado degradar la tradición, el arrepentimiento que estaba ofreciendo y la oportunidad de una verdadera purificación.
—Que así sea —dijo ella—. Avanza hacia el muro, Rhage, hijo de Tohrture.
Él avanzó, subiendo los escalones de dos en dos. Cuando pasó junto al altar, contempló la calavera sagrada, observando la luz del fuego reflejada en las cuencas de los ojos y los largos colmillos. Al apoyarse contra el mármol negro, agarró las cuñas de piedra y sintió escalofríos.
La Virgen Escribana se deslizó hasta él y levantó un brazo. Su manga cayó, y quedó a la vista un fulgor en extremo brillante, cuya forma recordaba vagamente la de una mano. Un zumbido eléctrico de baja intensidad lo atravesó, y sintió que algo cambiaba de lugar dentro de su pecho, como si sus órganos internos hubieran sido reacomodados.
—Pueden dar comienzo al ritual.
Los hermanos se pusieron en fila. Los cuerpos desnudos relucían fuertemente, sus rostros parecían cruzados por oscuros surcos. Wrath tomó el látigo de tres cabezas de la mano de Phury y avanzó el primero. Al moverse, los eslabones del arma repicaron con la dulzura del canto de un ave.
—Hermano —dijo el rey con voz suave.
—Mi señor.
Rhage miró fijamente las gafas oscuras mientras empezaba a blandir el látigo en un amplio movimiento circular, para tomar impulso. El arma emitió un zumbido de baja intensidad, que fue aumentando hasta que se disparó hacia delante, cortando el aire. Las cadenas golpearon el pecho de Rhage y las púas se le clavaron, haciéndole expulsar el aliento de golpe. Al caer sobre las cuñas, mantuvo la cabeza en alto, mientras la visión se le oscurecía y aclaraba alternativamente.
Tohr fue el siguiente; su golpe dejó a Rhage sin aire y las rodillas se le doblaron antes de volver a soportar su peso. Siguieron Vishous y Phury.
Miraba a sus hermanos directamente a los doloridos ojos, con la esperanza de aliviar la angustia que los embargaba, pero cuando Phury le volvió la espalda, Rhage ya no pudo sostener la cabeza. La dejó caer sobre los hombros y así pudo ver la sangre corriendo por su pecho, sobre sus muslos y sus pies. En el suelo se estaba formando un charco que reflejaba la luz de las velas, y al ver la roja sustancia se sintió mareado. Decidido a permanecer de pie, juntó los codos, para que fueran las articulaciones y huesos, y no los músculos, los que lo mantuvieran en su lugar.
En un momento de calma, se percató vagamente de algún tipo de discusión. Parpadeó varias veces antes de que sus ojos pudieran enfocar la escena.
Phury sostenía el látigo y Zsadist se apartaba del objeto, presa de algo muy parecido al terror. Z había alzado las manos, y los aros de sus tetillas destellaban bajo la luz del fuego, siguiendo una respiración demasiado agitada. El hermano tenía el color de la bruma, y la piel gris y exageradamente lustrosa.
Phury hablaba suavemente y trataba de agarrar el brazo de Zsadist. Z giraba desatinadamente, pero Phury permanecía con él. A medida que se movían en una especie de sombría danza, las marcas de latigazos que cubrían la espalda de Z cambiaban con los movimientos de sus músculos.
Esa estrategia no iba a dar resultado, pensó Rhage. Zsadist estaba muy cerca del pánico total, como un animal acorralado. Debía haber alguna otra manera de hacerle entrar en razón.
Rhage respiró hondo y abrió la boca. Nada salió de ella. Lo intentó de nuevo.
—Zsadist… —Su voz aflautada hizo que todos los ojos se volvieran hacia el altar—. Termina esto, Z… Ya no puedo… ya no puedo sostenerme en pie.
—No…
Phury interrumpió a Zsadist.
—Tienes que…
—¡No! Apártate de mí.
Z corrió hacia la puerta, pero la Virgen Escribana llegó primero, obligándolo a frenar en seco para no atropellarla. Atrapado frente a la diminuta figura, sus piernas y hombros comenzaron a temblar. Ella le habló quedamente, sus palabras no recorrieron la distancia suficiente para que Rhage las descifrara entre la bruma de su dolor.
Finalmente, la Virgen Escribana hizo un ademán en dirección a Phury, quien le llevó el arma. Cuando la tuvo, extendió el brazo, tomó la mano de Z, y le colocó en la palma la empuñadura recubierta de cuero. Señaló el altar, y Zsadist bajó la cabeza. Un momento después avanzó con paso titubeante.
Cuando Rhage miró al hermano, estuvo a punto de sugerir que algún otro lo reemplazara. Tenía los ojos blancos. Y tragaba saliva a cada instante, la garganta trabajaba como si estuviera conteniendo un grito que quisiera salir de las profundidades del pecho.
—Está bien, hermano —murmuró Rhage—. Tienes que terminar esto. Ahora.
Z jadeó y se tambaleó, el sudor descendió por la cicatriz de su rostro.
—Hazlo.
—Hermano —susurró Z, levantando el látigo por encima del hombro.
No lo balanceó para tomar impulso, probablemente no hubiera podido coordinar el brazo en ese momento. Pero lo hizo con fuerza, y el arma silbó al cortar el aire. Cadenas y pendientes impactaron en el estómago de Rhage en un frenesí de agujas.
Las rodillas del castigado fallaron, y trató de afirmarse con los brazos, pero estos también se negaron a sostenerlo. Cayó de rodillas, y las palmas de las manos aterrizaron en su propia sangre.
Por lo menos, todo había terminado. Respiró profunda y repetidamente, decidido a no perder la conciencia.
De repente, un estruendo resonó en el santuario, algo como el choque de metal contra metal. No se detuvo a pensar qué era. Estaba demasiado ocupado hablándole a su estómago, tratando de convencerlo de que las náuseas no eran de recibo.
Cuando estuvo listo, gateó sobre manos y rodillas, rodeando el altar, y se tomó un breve descanso antes de afrontar los escalones. Cuando miró al frente, vio que los hermanos estaban formados en fila otra vez. Rhage se frotó los ojos para ver lo que había ante él, y al hacerlo se untó la cara de sangre.
«Esto no es parte del ritual», pensó.
Cada uno de los hermanos tenía una daga negra en la mano derecha. Wrath dio comienzo al cántico y los otros lo siguieron, hasta que sus voces fueron resonantes gritos que reverberaban por todo el santuario. El crescendo no cesó hasta que fue casi un aullido, y luego las voces se interrumpieron abruptamente.
Como uno solo, se propinaron con las dagas un corte a través de la parte superior del pecho.
La herida de Zsadist fue la más profunda.