28

Poco antes del amanecer, Mary escuchó voces masculinas en el pasillo. Cuando la puerta se abrió, sintió que el corazón se le salía del pecho. La silueta de Rhage llenaba el marco mientras otro sujeto hablaba.

—Hombre, lo que pasó al salir del bar, eso sí que fue una pelea. Parecías un demonio.

—Lo sé —murmuró Rhage.

—Eres increíble, Hollywood, y no sólo en la lucha. Esa hembra que…

—Nos vemos, Phury.

La puerta se cerró y la luz del ropero se encendió. Por el sonido de chasquidos y roce de objetos metálicos, dedujo que se estaba desarmando. Cuando salió, soltó un suspiro.

Mary fingió dormir mientras los pasos se dirigieron al baño. Cuando escuchó la ducha, imaginó todo lo que se estaba lavando. Restos de sexo y lucha.

Especialmente sexo.

Se cubrió la cara con las manos. Ese mismo día se iría a su casa. Recogería sus cosas y saldría por la puerta. No podía obligarla a quedarse allí; ella no era responsabilidad suya simplemente porque así lo deseara.

El sonido del agua cesó.

El silencio invadió la habitación y ella se quedó sin aire, tratando de permanecer quieta. De pronto, jadeando, a punto de ahogarse, se quitó las mantas y corrió hacia la puerta. Agarró el picaporte y luchó por descorrer el cerrojo, porfiando, tirando, empujando.

—Mary —dijo Rhage justo detrás de ella.

Pegó un salto y tiró más fuerte de la puerta.

—Déjame salir. Tengo que salir… No puedo estar en esta habitación contigo. No puedo estar aquí… contigo. —Sintió unas manos sobre los hombros—. No me toques.

Fue dando tumbos por la habitación hasta que rebotó contra la esquina más alejada, y se dio cuenta de que no había dónde ir ni forma de salir de allí. Él estaba frente a la puerta, y ella tuvo el presentimiento de que era quien mantenía los cerrojos asegurados.

Decepcionada, entrelazó los brazos sobre el pecho y se apoyó contra la pared para mantenerse de pie. No sabía lo que haría si la tocaba de nuevo.

Rhage ni siquiera lo intentó.

Se sentó sobre la cama, con una toalla alrededor de las caderas y el pelo húmedo. Se pasó una mano por la cara. Tenía mal aspecto, pero su cuerpo aún era la cosa más hermosa que ella hubiera visto nunca. Imaginaba las manos de otras mujeres aferrándose a los poderosos hombros. Lo vio dando placer a otros cuerpos, tal como se lo había dado a ella.

Daba gracias a Dios por no haber dormido con él, y se sentía furiosa porque, con todas las mujeres que había tenido, se hubiera negado a dormir con ella. Precisamente.

—¿Cuántas esta noche? —preguntó de repente, con una voz tan gutural que apenas se le escuchó—. ¿Lo has pasado bien? No tengo que preguntar si a ellas les gustó. Sé lo hábil que eres.

—Querida… Mary —susurró él—. Si me dejaras abrazarte. Dios, mataría por abrazarte en este momento.

—Nunca te acercarás a mí de nuevo. Ahora dime, ¿cuántas ha habido esta noche? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Media docena?

—¿De verdad quieres detalles? —Su voz era suave, triste, algo quebrada. De repente, dejó caer la cabeza, que quedó colgando del cuello. Parecía un hombre devastado—. No puedo… nunca más lo haré. Encontraré otra forma.

—¿Otra forma de excitarte? —preguntó ella secamente—. Seguro que no será conmigo, ¿no estarás pensando en usar la mano?

Él respiró con voz profunda.

—Ese dibujo en mi espalda. Es parte de mí.

—No entiendo, pero me da igual. Hoy me iré de aquí.

Él giró la cabeza hacia ella.

—No, no te irás.

—Claro que sí.

—Te daré esta habitación para ti sola. No tendrás que verme. Pero no te irás.

—¿Y cómo evitarás que me vaya? ¿Vas a encerrarme aquí?

—Si me obligas, sí.

—No hablarás en serio —dijo, retrocediendo.

—¿Cuándo es tu cita con los médicos?

—Eso no te incumbe.

—¿Cuándo?

La ira latente en la voz atemperó un poco su propia cólera.

—Eh… el miércoles.

—Irás.

Ella lo miró fijamente.

—¿Por qué me estás haciendo esto?

—Porque te amo —respondió, encogiéndose de hombros.

—¿Cómo?

—Te amo.

Mary sufrió un acceso de ira tan grande que se quedó sin habla. ¿La amaba? No la conocía. Y había estado con otras… Su indignación aumentó cuando lo imaginó teniendo relaciones sexuales con otra persona esa misma noche.

De repente, Rhage saltó de la cama y se aproximó a ella, como si sintiera sus emociones y estas lo impulsaran.

—Sé que estás furiosa, asustada, ofendida. Desahógate conmigo, Mary. —La agarró de la muñeca para que no huyera, pero no evitó que tratara de alejarlo a empujones.

—Úsame para sobrellevar tu dolor. Déjame sentirlo en la piel. Golpéame si tienes que hacerlo, Mary.

Ganas tenía, desde luego. Atacarlo ferozmente parecía el único recurso para liberar la energía que le recorría el cuerpo en oleadas incontenibles.

—¡No! ¡Suéltame!

Rhage le sujetó más fuerte la muñeca y ella forcejeó con todo su cuerpo, hasta que vio que era inútil. La inmovilizó fácilmente y dio la vuelta a su mano, de modo que las yemas de los dedos quedaron frente a él.

—Úsame, Mary. Déjame padecer esto por ti. —Con un movimiento relámpago, se arañó el pecho con las uñas de la mujer, y luego le colocó las manos a cada lado de la cara.

—Hazme sangrar por ti… —Le acarició la boca con sus labios—. Libera tu ira.

No pudo contenerse, lo mordió. Directamente en el labio inferior. Simplemente le clavó los dientes en la piel.

Algo pecaminosamente delicioso le tocó la lengua. Rhage gimió con aprobación y presionó su cuerpo contra el de Mary. Un zumbido maravilloso retumbó por todo el organismo de la mujer.

Gritó.

Horrorizada por lo que había hecho, temerosa de lo que pudiera hacer después, luchó por escapar, pero él la mantuvo inmóvil, besándola, diciéndole una y otra vez que la amaba. El duro y cálido miembro excitado le oprimió el vientre a través de la toalla. Se frotó contra ella. Era una sinuosa y palpitante promesa del sexo que ella no quería, pero necesitaba tanto que sentía arder sus entrañas.

Lo deseaba… aunque sabía que había tenido relaciones con otras mujeres. Esa misma noche.

—Oh, Dios… no… —Giró la cabeza hacia un lado, pero él le sujetó la barbilla.

—Sí, Mary… —La besó frenéticamente, introduciéndole la lengua en la boca—. Te amo.

Algo se desgarró dentro de ella y lo apartó de un empujón.

Pero en lugar de correr hacia la puerta, se quedó clavada, mirándolo.

Cuatro arañazos le cruzaban el pecho. Su labio inferior sangraba. Estaba jadeante, sofocado.

Ella estiró el brazo y le arrancó la toalla del cuerpo.

Rhage estaba tremendamente excitado, su erección era bestial, maravillosa.

Y en aquel momento culminante, ella despreció la piel suave y perfectamente lampiña, los músculos firmes, la belleza de ángel caído. Sobre todo aborreció el orgulloso miembro viril, la herramienta sexual que tanto usaba.

Pero aun así, lo deseaba.

Si hubiera estado en su sano juicio, se habría alejado de Rhage. Se habría encerrado en el baño. Se sentía intimidada por su enorme tamaño, claro, pero también estaba iracunda y fuera de sí. Agarró el pene con una mano y los testículos con la otra, y ambas palmas se llenaron de carne que no podía abarcar. Él echó la cabeza hacia atrás, las fibras de su cuello se tensaron y soltó un gemido.

Su voz vibró, llenando la habitación.

—Haz lo que tengas que hacer. Dios, te amo.

Ella lo condujo a la cama con brusquedad, y sólo soltó su insólito asidero para poder tumbarlo de espaldas sobre el colchón. Cayó sobre las desordenadas mantas, y quedó allí tendido, con brazos y piernas abiertos, entregado a la voluntad de la mujer.

—¿Por qué ahora? —preguntó ella con amargura—. ¿Por qué estás dispuesto a hacerlo conmigo ahora? ¿O no se trata de sexo y sólo quieres que te haga más sangre?

—Me muero de ganas de hacer el amor contigo. Y en este momento puedo hacerlo porque estoy devastado, no tengo energías para perder el control, no me tengo miedo.

Un comentario muy romántico, ciertamente.

Mary movió la cabeza, negando, pero él la interrumpió.

—Me deseas. Disfruta, entrégate. No pienses, limítate a tomar lo que está a tu alcance.

Enloquecida de ira y frustración, Mary se subió el camisón por encima de las caderas y montó a horcajadas sobre el vampiro. Pero una vez que estuvo sobre él, al mirar su cara, vaciló. ¿Lo haría finalmente? ¿Lo utilizaría para alcanzar un orgasmo? ¿Debía castigarlo por algo que él tenía todo el derecho del mundo a hacer?

Empezó a apartarse de él.

Con un rápido movimiento, las piernas de Rhage se alzaron debajo de ella, empujándola hasta su pecho. Cuando cayó sobre él, la envolvió en sus brazos.

—Tú sabes lo que quieres, Mary —le dijo al oído—. No te detengas. Toma de mí lo que necesites. Úsame.

Mary cerró los ojos y dejó que su cuerpo tomara el mando.

Llevó una mano hacia el vientre del macho, le sujetó el pene en posición vertical, y se sentó sobre él con fuerza.

Ambos gritaron cuando se produjo la penetración, que fue completa.

Lo sentía en todo el cuerpo, la llenaba hasta tal punto que temió sufrir desgarros. Respiró profundamente y no se movió, sus muslos se pusieron tensos mientras su interior pugnaba por adaptarse al enorme sexo de su amante.

—Eres tan delicada —dijo Rhage, gimiente. Sus labios se contrajeron dejando la dentadura al descubierto. Los colmillos destellaron—. Te siento en todo el cuerpo, Mary.

Su pecho subía y bajaba, y su abdomen se comprimía con tal fuerza que los músculos se destacaban hasta proyectar sombras. Sus ojos se dilataron hasta que el color azulado casi desapareció. Y luego las pupilas relucieron, blancas.

La cara de Rhage se retorció, mostrando algo muy parecido al pánico. Pero luego meneó la cabeza, como despejándose, y adoptó una expresión de concentración. Lentamente, el centro de cada uno de los ojos recuperó un color más oscuro. Parecía tener dominada a la bestia.

Mary empezó a pensar en sí misma, en su propio placer.

Sin importarle nada más que el punto donde sus cuerpos se encontraban, le colocó las manos sobre los hombros y elevó las caderas. La fricción fue eléctrica, y el estallido de placer que sintió produjo una lubricación que la ayudó a recibirlo más fácilmente. Se deslizó miembro abajo y se echó hacia delante, para repetir los movimientos una y otra vez. Mantuvo un ritmo lento, dilatándose en cada descenso, y en cada ascenso cubriéndolo con una capa de la viscosa respuesta que su cuerpo destilaba.

Lo montó cada vez con mayor dominio, tomando lo que quería; su grosor, su calor y su longitud creaban un salvaje foco de energía en lo más profundo de su vagina. Abrió los ojos y lo miró.

Rhage era la viva imagen del éxtasis masculino. Un fino brillo de sudor le cubría el amplio pecho y los hombros. La cabeza hacia atrás, la barbilla en alto, el rubio cabello sobre la almohada, los labios entreabiertos. La contemplaba a través de los párpados entornados, fija la mirada en su rostro y sus senos, y en el lugar donde estos se unían.

Parecía completamente cautivado por ella.

Ella apretó los ojos y trató de quitarse de la cabeza la adoración que él le demostraba. No quería distraerse, perder contacto con el orgasmo del que tan cerca estaba. Porque mirarlo le producía un fuerte deseo de llorar.

No tardó mucho en explotar. Con un violento estallido, la descarga recorrió todo su cuerpo, dejándola ciega y sorda, sin aliento ni latidos en el corazón. Luego se derrumbó sobre él.

Cuando recuperó el aliento, notó que él le acariciaba la espalda suavemente mientras susurraba palabras amorosas.

Al final sintió vergüenza, y las lágrimas asomaron a sus ojos.

No merecía ser usado como un mero objeto de placer, y eso era exactamente lo que ella había hecho. Qué importaba con quién hubiera estado aquella noche. Tenía derecho a hacer lo que deseara. Al empezar estaba furiosa y luego, justo antes de correrse, lo había excluido de su intimidad al negarse a mirarlo. Lo había tratado como a un juguete sexual.

—Lo lamento, Rhage. Lo… lamento.

Se movió para desmontarse, y se dio cuenta de que él aún estaba rígido dentro de ella. Ni siquiera había terminado.

Aquello estaba mal. Todo el asunto estaba mal.

Las manos de Rhage aferraron sus muslos.

—No se te ocurra arrepentirte.

Ella lo miró a los ojos.

—Me siento como si te hubiera violado.

—Yo estaba más que dispuesto. Mary, no hay nada malo. Ven aquí, déjame darte un beso.

—¿Cómo puedes soportar estar cerca de mí?

—Lo único que no puedo soportar es que te alejes.

La agarró por las muñecas y la llevó hacia su boca. Cuando sus labios se encontraron, la rodeó completamente con los brazos, pegándola a su cuerpo. El cambio de posición la hizo consciente de que él estaba a punto de reventar. Percibía las contracciones involuntarias de su excitación.

Rhage movió las caderas suavemente contra ella y le apartó el cabello de la cara con la palma de la mano.

—No podré resistir este ardor mucho más tiempo. Me lanzas a tal altura, que ahora siento que el techo me limita. Pero mientras sea capaz, mientras pueda mantener el control, quiero amarte. Quiero aprovechar cada segundo.

Movió las caderas arriba y abajo, saliendo, entrando. Ella sintió que se derretía. El placer era profundo, interminable. Aterrador.

—¿Las besaste esta noche? —preguntó con voz dura—. ¿Besaste a esas mujeres?

—No, no besé a la hembra, nunca lo hago. Y aborrecí lo que hice. No lo haré nunca más, Mary. Encontraré otra manera de evitar perder el control mientras tú estés en mi vida. No quiero a nadie más que a ti.

Ella permitió que él le diera la vuelta. Una vez encima de ella, su enorme y cálido peso la excitó de nuevo. La besó con ternura, lamiéndola, agasajándola con los labios. Fue muy delicado, aunque la llenaba por completo y su cuerpo poseía la fuerza suficiente para partirla en dos.

—No terminaré esto si tú no quieres —le susurró en el cuello—. Lo sacaré ahora mismo.

Ella subió las manos por la espalda de Rhage, sintiendo sus ondulantes músculos y la compresión de sus costillas al respirar. Inhaló profundamente y captó un aroma excitante, erótico, exuberante, oscuro como de misteriosas especias. En respuesta, sintió entre las piernas una oleada de humedad, como si la fragancia hubiera sido una caricia o un beso.

—¿Qué es ese olor maravilloso?

—Soy yo —murmuró él contra su boca—. Es lo que sucede cuando un macho se enamora. No puedo evitarlo. Si me permites continuar, pronto estará sobre toda tu piel, tu cabello. También dentro de ti.

Diciendo esto, empujó profundamente. Ella arqueó el cuerpo llena de placer, dejando que el calor fluyera por todo su organismo.

—No soportaré otra noche como esta —gimió ella, más para sí misma que para Rhage.

El vampiro se quedó completamente inmóvil, le tomó una mano y la colocó sobre su corazón.

—Nunca más, Mary. Lo juro por mi honor.

Sus ojos eran solemnes, el juramento también. El alivio que ella sintió ante su promesa la dejó atribulada.

—No voy a enamorarme de ti —dijo—. No puedo permitírmelo. No lo haré.

—Está bien. Yo amaré por ambos. —Profundizó su penetración, llenándole las entrañas.

—No me conoces. —Le mordisqueó el hombro y luego le besó la zona de la clavícula. El sabor de la piel la enloqueció, al mezclarse en su boca con aquel aroma tan especial.

—Sí, te conozco. —Rhage se echó hacia atrás, mirándola con una convicción y una claridad incontestables, casi animales—. Sé que me protegiste cuando salió el sol y yo me encontraba indefenso. Sé que me cuidaste aunque sentías miedo. Sé que me alimentaste con tu propia mano. Sé que eres una guerrera, una superviviente, una wahlker. Y sé que tu voz es el sonido más adorable que mis oídos han escuchado jamás. —La besó con suavidad—. Lo sé todo sobre ti, y todo lo que veo es hermoso. Todo lo que veo es mío.

—No soy tuya —susurró ella.

—Bien —dijo el vampiro, sin perturbarse por el rechazo—. Si no puedo tenerte, entonces poséeme tú. Poséeme completamente, o por partes, sólo un pedazo, lo que quieras. Toma algo de mí, por favor.

Ella le pasó las manos por la perfecta cara, acariciando sus mejillas y su mandíbula.

—¿No tienes miedo? —preguntó.

—No. Sólo me aterroriza perderte. —Fijó la vista en sus labios—. Ahora, ¿quieres que lo saque? Respetaré tus deseos.

—No. Quédate dentro. —Mary mantuvo abiertos los ojos y le besó en la boca, deslizando la lengua dentro de él.

Rhage se estremeció y empezó a moverse con ritmo sostenido, penetrando y retirándose. Su cabeza parecía a punto de perder la conexión con el cuello en cada embestida.

—Eres… perfecta —dijo—. Mi vida es… estar dentro de ti.

El sensual aroma que emanaba su cuerpo se intensificó con las acometidas, hasta que lo único que ella podía sentir era su cuerpo, su pene. El macho era lo único que podía oler, lo único que podía saborear, lo único que podía ver.

Pronunció su nombre cuando alcanzó el clímax, y sintió que él se desbordaba al mismo tiempo, su cuerpo estremeciéndose dentro del cuerpo de ella. La descarga masculina fue tan poderosa como lo habían sido sus arremetidas.

Cuando quedó inmóvil, la hizo rodar hasta quedar ambos de costado. La atrajo hacia sí, tan cerca que ella podía escuchar los latidos de su corazón.

Mary cerró los ojos y durmió con un agotamiento mortal.