24

Bella abrió la puerta del horno, echó un vistazo a la cena y renunció a seguir luchando.

Qué desastre.

Tomó un par de paletas de cocina y extrajo el rollo de carne. La pobre había encogido hasta parecer una comida ridícula, estaba ennegrecida en la parte superior y tan reseca que se veían grietas por todas partes. Era incomible, más útil como material de construcción que para una cena. Con unas cuantas piezas similares y algo de argamasa, podría levantar el muro que quería alrededor de la terraza.

Cerró la puerta del horno con la cadera. Podría jurar que aquel horno de alta tecnología la miraba con odio. La animadversión era mutua. Cuando su hermano remodeló la casona de granja para ella, consiguió lo mejor de lo mejor, porque esa era la única forma en que Rehvenge hacía las cosas. No le importó que su hermana prefiriera en realidad la cocina pasada de moda, las puertas desvencijadas y el elegante envejecimiento del lugar. Y que Dios la ayudase si ponía alguna pega acerca de las medidas de seguridad. Rehvenge la había permitido mudarse a cambio de adaptar la casa, dejándola a prueba de fuego, de balas y asaltos, inexpugnable como un valioso museo.

Eran las ventajas de tener un hermano dominante y receloso.

Recogió la cazuela, y ya se dirigía a las puertas acristaladas para salir al patio, cuando sonó el teléfono.

Esperaba que fuera Rehvenge.

—¿Hola?

Hubo una pausa.

—¿Bella?

—¡Mary! Te he llamado varias veces, ¿dónde estás? Espera un segundo, tengo que ir a dar de comer a los mapaches. —Puso el teléfono sobre la mesa, salió al patio, vació los desperdicios y regresó. Cuando la cazuela estuvo en el fregadero, recogió el auricular—. ¿Cómo estás?

—Bella, necesito saber una cosa. —La voz de la humana era tensa.

—Lo que sea, Mary. ¿Algún problema?

—¿Eres… una de ellos?

Bella se hundió en una silla de la mesa de la cocina.

—¿Quieres decir, si soy diferente a ti?

—Sí.

Bella miró el acuario. Allí todo parecía siempre tan calmado, pensó.

—Sí, Mary. Sí, soy diferente.

Se escuchó un suspiro entrecortado por la línea.

—Oh, gracias a Dios.

—Nunca pensé que saber eso fuera un alivio para ti.

—Es que… yo… la verdad es que tengo que hablar con alguien. Estoy muy confundida.

—¿Confundida sobre qué? —Se quedó un momento en silencio, pensando. ¿Por qué estaban manteniendo tal conversación?—. Mary, ¿cómo es que sabes lo que somos?

—Rhage me lo dijo. Bueno, también me lo mostró.

—¿Quieres decir que no ha borrado…? ¿Tú lo recuerdas?

—Estoy con él.

—¿Cómo?

—Aquí. En la casa. Con un grupo de hombres, vampiros… Dios, esa palabra… —Carraspeó—. Estoy aquí con otros cinco tipos como él.

Bella se llevó la mano a la boca. Nadie se quedaba con la Hermandad. Nadie sabía siquiera dónde vivían. Y encima era una hembra humana.

—Mary, ¿cómo…? ¿Qué ha pasado?

Cuando la joven terminó de contarle la historia, Bella estaba estupefacta.

—¿Hola? ¿Bella?

—Lo siento, yo… ¿Estás bien?

—Eso creo. Ahora sí, al menos. Escucha, tengo que saberlo. ¿Por qué nos concertaste una cita, a Rhage y a mí?

—Te vio y le… gustaste. Me prometió que no te haría daño, y esa fue la única razón por la que accedí a acordar esa cita.

—¿Cuándo me vio?

—La noche que llevamos a John al centro de entrenamiento. ¿O eso no lo recuerdas?

—Da lo mismo, pero dime otra cosa, ¿es John un… vampiro?

—Sí. Su cambio se aproxima, y por eso me mezclé en este asunto. Morirá a menos que uno de nuestra especie esté con él cuando llegue su transición. Necesita una hembra de la cual beber.

—Entonces esa noche, cuando te viste con él, sabías…

—Así es. —Bella eligió las palabras con mucho cuidado—. Mary, ¿el guerrero te está tratando bien? ¿Es benévolo contigo?

—Está cuidando de mí. Protegiéndome. Pero no sé por qué.

Bella suspiró, pensando que ella sí lo sabía. Dada la obsesión del guerrero por la humana, muy probablemente se había enamorado de Mary.

—Pero pronto regresaré a casa —añadió la chica—. Serán sólo un par de días.

Bella no estaba muy segura de eso. Mary se había metido en su mundo mucho más de lo que pensaba.

‡ ‡ ‡

«El olor de los gases es desagradable», se dijo O mientras conducía el Toro Dingo en la oscuridad.

—Así está bien. Listos para comenzar —gritó U.

O apagó el aparato e inspeccionó el área de bosque que había desbrozado. Era la planta del futuro edificio de persuasión.

U se paró sobre la zona nivelada y se dirigió a los restrictores allí reunidos.

—Vamos a empezar a levantar las paredes. Quiero tres lados construidos. Dejad uno abierto —gesticuló, impaciente—. Andando. A moverse.

Los hombres recogieron los armazones hechos con maderos de casi tres metros de longitud y empezaron a trabajar.

El ruido de un coche que se acercaba los inmovilizó a todos, aunque el hecho de no llevar los faros encendidos sugería que se trataba de otro restrictor. Con su excelente visión nocturna, los miembros de la Sociedad eran capaces de moverse en la oscuridad como si fuera mediodía. Quienquiera que estuviese tras el volante, esquivando árboles, poseía la misma agudeza visual.

Cuando el señor X salió de la furgoneta, O se le aproximó.

—Señor —dijo O, haciendo una reverencia. Sabía que aquel bastardo apreciaba el respeto y fastidiar al tipo porque sí ya no le resultaba tan divertido como antes.

—Señor O, parece que estáis haciendo progresos.

—Permítame mostrarle cómo vamos.

Tenían que gritar para sobreponerse al golpeteo de los martillos neumáticos. Por lo demás, no había razón para preocuparse por el ruido. Estaban en medio de un terreno situado a unos treinta minutos del centro de Caldwell. Al oeste de la propiedad había un pantano, que servía para regular el río Hudson. Por el norte y el este estaba la montaña Big Notch, un cúmulo de roca propiedad del estado, que los escaladores no frecuentaban debido a sus muchas serpientes, y que los turistas encontraban muy poco atractiva. El único punto vulnerable era el sur, pero los rústicos campesinos que vivían en sus dispersas y ruinosas granjas no parecían sentir curiosidad alguna por su presencia.

—Esto tiene buena pinta —dijo el señor X—. ¿Dónde ubicarás las unidades de almacenamiento?

—Aquí. —O se paró sobre una sección del terreno—. Los materiales nos llegarán por la mañana. En un día deberemos estar listos para recibir visitantes.

—Has hecho un buen trabajo, hijo.

O detestaba aquella costumbre suya de llamarle «hijo». Le producía asco.

—Gracias, señor —masculló.

—Ahora acompáñame a mi coche. —Cuando estuvieron a cierta distancia de la obra, el señor X habló en tono confidencial.

—¿Tienes mucho contacto con los Beta?

O le miró a los ojos.

—A decir verdad, no.

—¿Has visto a alguno de ellos últimamente?

Por Cristo, ¿adónde quería llegar el Restrictor en Jefe con todo aquello?

—No.

—¿No viste a ninguno anoche?

—No, como le he dicho no tengo trato con los Beta. —O frunció el ceño. Sabía que si pedía una explicación, parecería que estaba a la defensiva, pero se lanzó de todas formas—. ¿Por qué lo pregunta?

—Esos Betas que perdimos en el parque anoche eran prometedores. Detestaría saber que eliminaste a la competencia.

—Un Hermano…

—Sí, un miembro de la Hermandad los atacó. Correcto. Pero, es extraño, los hermanos siempre apuñalan los cadáveres para que los cuerpos se desintegren. Sin embargo, a esos Betas los dejaron en el suelo, sin más. Y tan malheridos que no pudieron responder a ninguna pregunta cuando los halló su escuadrón de apoyo. Así que nadie sabe qué sucedió.

—Yo no estaba en ese parque y usted lo sabe.

—¿Lo sé?

—Por todos los…

—Cuida tu lengua. Y cuídate tú. —Los ojos descoloridos del señor X se estrecharon hasta formar una simple hendidura—. Ya sabes a quién llamaré si necesito ponerte en el buen camino de nuevo. Ahora regresa al trabajo. Os veré a ti y a los demás de primera clase a primera hora de la mañana, para el informe de rutina.

—Pensé que para eso teníamos el correo electrónico —dijo O con los dientes apretados.

—En vuestro caso, será en persona de ahora en adelante.

Cuando la furgoneta se alejó, O clavó los ojos en la noche, escuchando los ruidos de la obra. Debería estar ardiendo de ira. En lugar de ello, se sentía simplemente… cansado.

Dios, ya no le quedaba entusiasmo por su trabajo. Y ni siquiera era capaz de irritarse por las sandeces del señor X.

‡ ‡ ‡

Mary miró el reloj digital: la 1:56. No amanecería en varias horas, y sencillamente no podía dormir. Lo único que le venía a la mente cuando cerraba los ojos eran las armas colgando del cuerpo de Rhage.

Rodó hasta quedar de espaldas. La idea de no volver a verlo era tan inquietante que se negaba a analizar sus sentimientos con detalle. Se conformaba con aceptarlos, los soportaba pacientemente, y esperaba algún alivio.

Hubiera querido volver al momento en que él se marchó. Lo habría abrazado con fuerza. Le habría rogado que se pusiera a salvo, aunque no sabía nada de luchas y él era, o eso esperaba, un maestro en ese arte. Sólo quería que no le hicieran daño…

De repente, el cerrojo de la puerta se descorrió. Cuando se abrió, el cabello rubio de Rhage relució bajo la luz del pasillo.

Mary saltó de la cama, cruzó la habitación a toda velocidad y se arrojó a sus brazos.

—Eh, qué dem… —La rodeó con los brazos y la levantó, llevándola con él al atravesar el umbral y cerrar la puerta. Cuando la soltó, ella se deslizó a lo largo de su cuerpo.

—¿Estás bien?

Cuando sus pies tocaron el suelo, volvió a la realidad.

—Sí… sí, estoy bien. —Se hizo a un lado. Miró a su alrededor. Se ruborizó como nunca en su vida—. Yo sólo… Volveré a la cama.

—Espera ahí, hembra. —Rhage se quitó el impermeable, la funda y el cinturón—. Regresa aquí. Me gusta la forma en que me das la bienvenida.

Abrió los brazos y ella se precipitó entre ellos, abrazándolo con fuerza, sintiendo su respiración. El cuerpo del hombre era cálido y olía maravillosamente, a aire fresco y sudor limpio.

—No esperaba que estuvieras levantada —murmuró él, acariciándole la espalda arriba y abajo.

—No podía dormir.

—Te dije que aquí estarías segura, Mary. —Sus dedos alcanzaron la base de la nuca y empezó a acariciarla—. Por Dios, estás tensa. ¿Seguro que estás bien?

—Estoy bien. De veras.

—¿Alguna vez respondes a esa pregunta con la verdad? —preguntó, dejando de acariciarle la nuca.

—Acabo de hacerlo, más o menos.

Rhage reanudó el masaje.

—¿Me prometes una cosa?

—¿Qué?

—Cuando no estés bien, ¿me lo dirás? —Su voz se hizo burlona—. Sé que eres dura de pelar, así que no me preocuparé por ti ni nada de eso. Pero…

Ella rio.

—Lo prometo.

El vampiro le levantó la barbilla con un dedo, y la miró con ojos severos.

—Haré que cumplas esa promesa. —Le dio un beso en la mejilla—. Pensaba ir a la cocina a buscar algo de comer. ¿Quieres venir conmigo? La casa está tranquila. Los otros hermanos aún no han vuelto.

—Claro. Me cambiaré.

—Sólo ponte una de mis sudaderas. —Fue hasta la cómoda y sacó una suave, negra y grande como un toldo—. Me gusta que uses mi ropa.

Mientras la ayudaba a vestirse, su sonrisa tenía una expresión muy masculina, de satisfacción y posesión.

Y le iba a su cara como anillo al dedo.

‡ ‡ ‡

De vuelta a la habitación, después de cenar, Rhage tenía problemas para concentrarse. La vibración rugía con plena intensidad, era peor que nunca. Completamente excitado, su cuerpo estaba tan caliente que temía que la sangre se le evaporara en las venas.

Mientras Mary iba a la cama y se acomodaba, él se dio una ducha rápida y se preguntó si no debía aliviar su erección antes de salir. El maldito miembro estaba erguido, rígido, endemoniadamente dolorido. El agua que caía sobre su cuerpo le hizo pensar en las caricias de Mary sobre su piel. Se manoseó el miembro, recordando la sensación de los movimientos de ella contra su boca mientras él devoraba su intimidad. Tardó algo menos de un minuto.

Cuando terminó, el orgasmo sólo consiguió excitarlo más. Era como si su cuerpo supiera que la verdadera acción estaba afuera, en la alcoba, y no tuviera intención de dejarse engañar.

Maldiciendo, salió y se secó con una toalla, y luego fue hasta el ropero. Rogando que Fritz hubiera puesto su ropa en orden, buscó hasta que encontró un juego de pijamas que nunca se había puesto. Se puso la prenda con esfuerzo y luego se colocó la bata que hacía juego.

Rhage hizo una mueca de fastidio, sintiéndose demasiado cubierto. Pero de eso se trataba.

—¿La habitación está demasiado caliente para ti? —preguntó a la joven, al tiempo que, con la mente, encendía una vela y apagaba la lámpara.

—Es perfecta.

Personalmente, él se sentía como en los mismísimos trópicos. Y la temperatura aumentó cuando se acercó a la cama y se sentó en el extremo opuesto a ella.

—Escucha, Mary, dentro de una hora, a las cuatro y cuarenta y cinco, escucharás las celosías cerrarse, para evitar la luz del sol. Ruedan hacia abajo sobre unos rieles, en las ventanas. No hacen un ruido muy fuerte, pero no quiero que te sobresaltes.

—Gracias.

Rhage se acostó sobre el edredón y cruzó los pies sobre los tobillos. Todo lo irritaba, el calor de la habitación, el pijama, la bata. Ahora sabía cómo se sentían los regalos, todos tan envueltos en papel y cintas.

—¿Normalmente usas todo eso para dormir? —preguntó ella.

—Por supuesto.

—Entonces, ¿por qué la bata todavía tiene la etiqueta?

—Hoy me tocaba estrenarla.

Se acostó de lado, dándole la espalda. Rodó de nuevo, para quedar mirando el techo. Un minuto después, lo intentó sobre el estómago.

—Rhage. —Su voz era más adorable que nunca en la oscura quietud.

—¿Qué?

—Duermes desnudo, ¿no es cierto?

—Sí, generalmente.

—De verdad, puedes quitarte toda esa ropa. Eso no me molestará.

—No quiero que te sientas… incómoda.

—Lo que me está incomodando es que des tantas vueltas en ese lado de la cama. Me revuelves como si fuera una ensalada.

Rhage se hubiera reído, pero la ardorosa bomba a punto de estallar entre sus piernas le anulaba por completo el sentido del humor.

Si creía que la vestimenta que llevaba iba a refrenarlo, estaba loco. La deseaba tanto que, a menos que fuera una cota de malla, lo que llevara o no llevara no lo detendría.

Dándole la espalda a Mary todo el tiempo, se levantó y se desnudó. Con algo de sutileza, se las arregló para meterse bajo las mantas sin dejarla ver lo que su parte delantera estaba tramando. No tenía por qué contemplar el espectáculo de su excitación.

Le dio la espalda, echado sobre un costado.

—¿Puedo tocarlo? —preguntó ella.

Su miembro dio una sacudida, como si asintiera por su cuenta.

—¿Tocar qué?

—El tatuaje. Me gustaría… tocarlo.

Dios, estaba tan cerca de él, y su voz… esa dulce, hermosa voz… era mágica. Pero la vibración latente en su cuerpo lo hizo sentirse como si tuviera una mezcladora de cemento en el estómago.

Viendo que permanecía inmóvil, ella murmuró.

—No importa. Yo no…

—No. Es sólo que… —Detestaba usar aquel tono distante—. Mary, está bien. Haz lo que quieras.

Escuchó un roce de sábanas. Sintió el colchón moverse un poco. Y luego las yemas de sus dedos le rozaron un hombro. Disimuló el respingo lo mejor que pudo.

—¿Dónde te lo hicieron? —preguntó ella, suspirando y siguiendo el contorno de la señal de la maldición—. El diseño es extraordinario.

Todo su cuerpo se tensó al sentir exactamente en qué parte del tatuaje tocaba a la bestia. Estaba acariciándole la pierna izquierda, y lo sabía porque sentía el correspondiente hormigueo en su propia extremidad.

Rhage cerró los ojos, quedando atrapado entre el placer de sentir su mano sobre él y la realidad de estar coqueteando con el desastre. La vibración, el ardor, emergía, saliendo de su escondite oscuro y destructivo.

—Tu piel es muy suave —dijo ella, recorriéndole la espina dorsal con la palma de la mano.

Congelado en su sitio, incapaz de respirar, rezó por mantener el autocontrol.

—Y… bueno. —Se echó hacia atrás—. Yo creo que es hermosa.

Estuvo encima de ella incluso antes de percatarse de su propio movimiento. Y no fue ningún caballero. Introdujo un muslo entre sus piernas, le sujetó los brazos por encima de la cabeza y le atrapó la boca con la suya. Cuando ella se arqueó hacia él, le agarró el camisón y se lo arrancó con fuerza. La poseería. En ese mismo momento y en su cama, tal como quería.

Sería perfecto.

Sus muslos cedieron ante el empuje del macho, abriéndose completamente, alentándolo, pronunciando su nombre en un ronco gemido. El sonido activó en él una violenta convulsión, que le oscureció la visión y envió pulsaciones a sus brazos y piernas. La acción de poseerla lo consumió, despojándolo de cualquier rastro de cordura que disimulara sus instintos. Fue crudo, salvaje y…

Llegó al borde mismo del límite, allí donde el siguiente paso forzaba la aparición de la bestia que llevaba dentro.

El terror le dio la fuerza suficiente para desprenderse de ella de un salto y cruzar la habitación dando tumbos. Chocó contra algo. La pared.

—¡Rhage!

Derrumbado en el suelo, se cubrió la cara con las temblorosas manos, sabiendo que sus ojos estaban blancos. El cuerpo le temblaba con tal fuerza que sus palabras salían en oleadas.

—No puedo controlarme… Esto es… Mierda, no puedo… Necesito alejarme de ti.

—¿Por qué? No quiero que te detengas…

Él la interrumpió.

—Muero de deseo por ti, Mary. Me muero por ti, pero no puedo tenerte. No puedo… poseerte.

—Rhage —exclamó, como tratando de entenderlo—. ¿Por qué no?

—Tú no me querrías así. Confía en mí, en verdad no me querrías así.

—Claro que te querría.

Por supuesto que no iba a contarle que en él había un monstruo esperando surgir. Así que prefirió disgustarla a asustarla.

—He tenido ocho hembras diferentes sólo esta semana.

Hubo una larga pausa.

—Por… Dios.

—No quiero mentirte. Nunca. Así que déjame ser muy claro. He tenido muchísimo sexo anónimo. He estado con muchas hembras, ninguna de las cuales me ha importado. Y no quiero que pienses jamás que te he usado igual que a ellas.

Ahora que sentía que sus pupilas habían recuperado el color oscuro, la miró.

—Dime que practicas sexo seguro —murmuró ella.

—Cuando las hembras me lo piden, lo hago.

Los ojos de ella brillaron.

—¿Y cuando no te lo piden?

—Soy tan inmune a contagiarme de un resfriado común como de sida, hepatitis C o cualquier enfermedad venérea. Y tampoco soy portador de ninguna de esas enfermedades. Los virus humanos no nos afectan.

Ella tiró de las sábanas hacia arriba para cubrirse los hombros.

—¿Cómo sabes que no las dejas embarazadas? ¿O los humanos y los vampiros no pueden…?

—Los mestizos son raros, pero sucede a veces. Y yo sé cuándo las hembras son fértiles. Puedo olerlo. Si lo son, o están cerca de serlo, no tengo relaciones con ellas, ni usando protección. Mis hijos, cuando los tenga, nacerán en la seguridad de mi mundo. Y yo amaré a su madre.

Los ojos de Mary se perdieron en la lejanía, fijos, absortos. Él miró arriba para ver hacia dónde dirigía ella la mirada. Era al cuadro La Virgen y el niño, encima de la cómoda.

—Me alegra que me lo hayas dicho —confesó ella finalmente—. ¿Pero por qué tiene que ser con extrañas? ¿Por qué no puedes estar con alguien a quien tú…? Pero no, no respondas a eso. No es de mi incumbencia.

—Prefiero estar contigo, Mary. No entrar en ti es… una tortura. Te deseo tanto que no puedo soportarlo —dejó escapar el aliento de golpe—. Pero ahora ¿podrías decirme honestamente que me quieres? Aunque… diablos, incluso si lo hicieras, hay algo más. La forma en que te metes en mi cabeza. Me aterroriza perder el control. Me afectas de una manera diferente a las otras hembras.

Hubo otro largo silencio. Ella lo interrumpió.

—Dime otra vez que te sientes desgraciado por no hacer el amor conmigo —pidió secamente.

—Soy absolutamente desgraciado. Me duele. Mi deseo es constante. Siempre estoy obsesionado y molesto.

—Me alegro. —Mary rio por lo bajo—. Dios, soy perversa, ¿no crees?

—De ninguna manera.

La habitación quedó en silencio. Finalmente, él se acostó de lado, apoyando la cabeza sobre el brazo.

Ella suspiró.

—Ahora no pensarás dormir en el suelo.

—Es mejor así.

—Por el amor de Dios, Rhage, levántate y ven aquí.

La voz del hombre se convirtió en un profundo gruñido.

—Si vuelvo a esa cama, nada en el mundo me impediría hundirme entre tus piernas. Y esta vez no sería sólo con las manos y la lengua. Empezaríamos exactamente donde lo dejamos la última vez. Mi cuerpo encima del tuyo, cada centímetro de mí desesperado por penetrarte.

Cuando captó el sensual aroma de la excitación femenina, el aire se impregnó de sexo. Y el interior del macho se convirtió en un gran cable de alta tensión.

—Mary, será mejor que me vaya. Regresaré cuando te hayas dormido.

Salió antes de que ella pudiera pronunciar otra palabra. Cuando la puerta se cerró tras él, se desplomó contra la pared del pasillo. Estar fuera de la habitación lo ayudó. Así era más difícil captar su aroma.

Escuchó una risa y alzó la vista. Vio a Phury deambulando por el pasillo.

—Pareces drogado, Hollywood. Y estás completamente desnudo.

Rhage se cubrió con las manos.

—No me explico cómo puedes soportarlo.

El hermano se detuvo, revolviendo la taza de infusión de cidra caliente que llevaba en la mano.

—¿Soportar qué?

—El celibato.

—No me digas que tu hembra te rechaza.

—Ese no es el problema.

—Entonces, ¿por qué estás afuera en este pasillo, plantado como un poste?

—Yo… no quiero hacerle daño.

Phury pareció desconcertado.

—Eres grande, pero nunca has herido a ninguna hembra, que yo sepa.

—La deseo tanto que… me doy miedo, hermano.

Los ojos amarillos de Phury se entrecerraron.

—¿Estás hablando de tu bestia?

—Sí —respondió apartando la mirada.

El hermano dejó escapar un silbido lúgubre.

—Bueno… diablos, será mejor que te cuides. Si de veras quieres expresarle tu admiración, está bien. Pero mantente dentro de los límites o le harás mucho daño, ¿me entiendes? Busca una pelea, busca a otras hembras, si tienes que hacerlo, pero asegúrate de conservar la calma. Y si necesitas algo de humo rojo, acude a mí. Te daré un poco de mi O-Z, sin problema.

Rhage respiró profundamente.

—Paso de cigarrillos. Pero ¿puedes prestarme una sudadera y un par de zapatillas deportivas? Trataré de desahogarme corriendo.

Phury le dio una palmadita en la espalda.

—Ven, hermano. Nada me agradará más que cubrirte la espalda.