22

A la salida del sol, O echó una ojeada a los planos que cubrían la mesa de la cocina de U. Hizo girar uno de ellos.

—Esto es lo que quiero. ¿Con cuánta premura podemos hacerlo?

—Muy rápido. Está lejos de los centros urbanos, y la edificación no dependerá de los servicios públicos municipales, por lo que no hay necesidad de tramitar una licencia de construcción. Armar los soportes para los muros y tender unos listones de madera en el exterior, sobre un espacio de quinientos metros cuadrados, no llevará mucho tiempo. Instalar la infraestructura de almacenamiento para cautivos no será problema. En cuanto a la ducha, podemos desviar fácilmente el riachuelo cercano e instalar una bomba para proveernos de agua corriente. Los suministros, tales como equipo, maquinaria y herramientas, son todos genéricos, y usaremos tablones de tamaño estándar para no hacer mucho trabajo de carpintería. Un generador de gas nos proporcionará electricidad para las sierras y los martillos neumáticos. También nos dará luz, si la queremos.

—¿Cuántos días, más o menos?

—Con una cuadrilla de cinco operarios, puedo poner un techo sobre tu cabeza en cuarenta y ocho horas. Siempre y cuando pueda ponerlos a trabajar y los suministros lleguen a tiempo.

—Entonces lo programaré para dos días.

—Empezaré a conseguir lo que necesitamos en Home Depot y Lowe’s esta misma mañana. Dividiré entre los dos las órdenes de suministros. Y también necesitaremos una retroexcavadora pequeña, una de esas Toro Dingos con pala intercambiable y azada. Sé dónde podemos alquilar una.

—Bien. Todo esto está muy bien.

O se echó hacia atrás para estirar los brazos y separó las cortinas con aire relajado. La casa de U era una anónima construcción de varias alturas levantada en lo más profundo de la zona de la clase media. Era la parte de Caldwell con calles de nombres como Olmos, Cedros y Pinares, donde los chicos montaban en sus bicicletas sobre las aceras y la cena estaba en la mesa cada noche a las seis en punto.

Toda aquella tranquilidad urbana hacía que a O se le erizara la piel. Él hubiera querido incendiar aquellas casas. Esparcir sal sobre los prados. Talar todos los árboles. Demoler el barrio hasta que no quedara piedra sobre piedra. El impulso era tan fuerte que hasta él se sorprendió. No es que considerara un problema la destrucción de inmuebles, pero él era un asesino, no un vándalo. No podía entender por qué le importaba tanto.

—Quiero usar tu camioneta —decía U—. Voy a alquilar un remolque para engancharlo. En ambos vehículos podré traer los tablones y materiales para el techo, en pocos viajes. No hay razón para que los de Home Depot sepan dónde estamos.

—¿Y el material para las áreas de almacenamiento?

—Sé exactamente qué es lo que buscas y dónde encontrarlo.

Sonó una especie de pitido electrónico.

—¿Qué diantres es eso? —preguntó O.

—Un recordatorio de que hay que dar el parte de las nueve. —U sacó un miniordenador BlackBerry y sus toscos dedos volaron sobre el pequeño teclado—. ¿Quieres que envíe un correo con tu informe?

—Sí. —O pensó en su colega, en U. El restrictor llevaba ciento setenta y cinco años en la Sociedad. Era pálido como un papel blanco. Calmado y astuto como un zorro. No tan agresivo como algunos, bastante estable.

—Eres un miembro valioso, U.

U sonrió y levantó la vista del BlackBerry.

—Lo sé. Y me gusta que me sepan utilizar. A propósito, ¿a quién me asignarás para el trabajo de construcción?

—Usaremos los dos escuadrones de primera.

—¿Estás diciendo que estaremos todos fuera de servicio durante dos noches?

—Y dos días. Dormiremos por turnos en el lugar de la construcción.

—Bien. —U volvió a centrar su atención en el artefacto que tenía en la mano, moviendo un pequeño dial hacia la derecha con un dedo—. Mierda. Al señor X no le va a gustar esto.

O entornó los ojos.

—¿Qué es?

—Es un mensaje de alerta a los escuadrones Beta. Todavía estoy en la lista, creo.

—¿Y qué?

—Un grupo de Betas estaba de cacería anoche y tropezaron con uno de la Hermandad en el parque. De los cinco, tres fueron eliminados. Y escucha esto, el guerrero estaba con una hembra humana.

—A veces tienen relaciones sexuales con ellas.

—Sí. Cabrones afortunados.

‡ ‡ ‡

Mary estaba junto a la estufa, pensando en la forma en que Rhage la había mirado. No podía comprender por qué ofrecerse a prepararle el desayuno era tan importante, pero él se comportó como si le hubiera hecho un obsequio fabuloso.

Dio la vuelta a la tortilla y fue hasta el frigorífico. Sacó un recipiente de plástico con fruta picada, y con una cuchara vertió todo el contenido en un tazón. No parecía suficiente, así que tomó un plátano y le cortó la parte superior.

Cuando dejó el cuchillo, se tocó los labios. No hubo nada sexual en el beso que le había dado detrás del sofá; no era más que gratitud. Aunque el encuentro del parque fue distinto, más profundo para ella, el vampiro también pareció distante. La pasión sólo se manifestaba en un lado. El suyo.

¿Se acostaban los vampiros con humanos? En la respuesta tal vez estaba la explicación del comportamiento de Rhage.

¿Y por qué miró, entonces, de aquella manera a la encargada del TGI Friday’s? La estudió de arriba abajo, y no porque quisiera comprarle un vestido. Era obvio que los de su especie no tenían problemas en mezclarse con los humanos. Era ella, y no las humanas en general, quien no le interesaba.

Amigos. Sólo amigos.

Cuando estuvieron listas la tortilla y la tostada con mantequilla, enrolló un tenedor en una servilleta, cogió la comida y lo llevó todo al salón. Cerró rápidamente la puerta tras ella y se volvió hacia el sofá.

Se le cortó el aliento.

Rhage se había quitado la camisa y estaba recostado contra la pared, revisando sus quemaduras. Bajo el fulgor de la vela, miró arrobada aquellos abultados hombros, los poderosos brazos, el pecho. Ese estómago. La piel que cubría la musculatura era dorada, sin rastro de vello.

Esforzándose en conservar el decoro, colocó lo que llevaba en el suelo, junto a él, y se sentó a corta distancia. Para no mirarle descaradamente el cuerpo, fijó la vista en su rostro. Él contemplaba la comida, sin moverse, sin hablar.

—No sé si te gustará —dijo Mary.

Los ojos del vampiro se clavaron en los suyos. De frente resultaba incluso más espectacular. Sus hombros tenían la anchura suficiente para llenar el espacio entre el sofá y la pared. Y la cicatriz con forma de estrella, visible sobre su pectoral izquierdo, era endiabladamente sensual.

Tras unos segundos de intercambio de miradas, la mujer alargó el brazo para recoger el plato.

—Te traeré otra cosa.

La mano de Rhage se movió rauda, y la sujetó por la muñeca. Le acarició la piel con el dedo pulgar.

—Esto me encanta.

—Pero si no lo has probado.

—Tú lo has cocinado. Eso es suficiente. —Sacó el tenedor de la servilleta, poniendo en acción los músculos y tendones del antebrazo.

—Mary.

—Dime.

—Quiero darte de comer.

—Esta comida es para ti. No te molestes. Prepararé algo para mí… ¿Por qué frunces así el ceño?

Rhage se acarició el pelo.

—Claro, no me entiendes, no puedes saberlo.

—¿Saber qué?

—En mi mundo, cuando un macho se ofrece para alimentar con su propia mano a una hembra, es una forma de demostrar respeto. Respeto y… afecto.

—Pero tienes hambre.

Él acercó un poco el plato y partió un pedazo de la tostada. Luego cortó un cuadrado perfecto de la tortilla y lo colocó encima.

—Mary, come de mi mano.

Se inclinó hacia delante y extendió su largo brazo. Sus ojos eran hipnóticos, brillaban llamándola, atrayéndola, abriéndole la boca. Cuando ella posó los labios alrededor del alimento que había cocinado para él, Rhage gruñó con aprobación. Y cuando tragó, él acercó a su boca un nuevo trozo de tostada.

—¿No deberías comer algo tú también? —dijo ella.

—Hasta que tú estés satisfecha, no.

—¿Y si me lo como todo?

—Nada me complacería más que saber que estás bien alimentada.

«Amigos», se dijo a sí misma. «Sólo amigos».

—Mary, come, por mí. —Su insistencia hizo que abriera la boca de nuevo. Los ojos del macho permanecieron clavados en ella.

No parecía el comportamiento de un simple amigo.

Mientras Mary masticaba, Rhage introdujo los dedos en el tazón de fruta. Finalmente eligió un trocito de melón y se lo ofreció. Ella lo mordió, un poco de zumo escapó por la comisura de sus labios. Levantó el dorso de la mano, pero él la detuvo, recogió la servilleta y la pasó sobre su boca.

—No quiero más. Ya he terminado.

—No, no has terminado. Puedo sentir tu hambre. —Ahora acercó media fresa entre sus dedos—. Abre la boca para mí, Mary.

Le fue dando trozos escogidos con delicadeza, observándola con una satisfacción, con un arrobo que ella no había visto jamás.

Cuando estuvo saciada de verdad, él dio buena cuenta de las sobras y después Mary recogió el plato y se dirigió a la cocina. Le preparó otra tortilla, llenó un tazón con cereales, y le llevó los plátanos que quedaban.

El hombre exhibía una sonrisa radiante mientras ella lo colocaba todo frente a él.

—Me honras con todo esto.

Mientras el vampiro comía a su manera, insaciable, metódica y ordenada, ella cerró los ojos y dejó que su cabeza cayera hacia atrás hasta apoyarse en la pared. Se agotaba cada vez con mayor facilidad y sentía un miedo creciente, porque ahora conocía la causa. Le aterrorizaba saber qué le iban a hacer los médicos cuando terminasen las pruebas.

Cuando abrió los ojos, la cara de Rhage estaba muy cerca, frente a ella.

Se echó hacia atrás con un movimiento brusco, y se dio un golpe contra la pared.

—Me has asustado, no te he oído acercarte.

Agazapado, apoyado sobre manos y pies como un animal a punto de saltar, tenía los brazos a cada lado de las piernas, y los macizos hombros proyectados hacia arriba. Así, de cerca, era enorme. Y mostraba mucha piel. Y olía realmente bien, a especias o algo parecido.

—Mary, quiero darte las gracias, si me lo permites.

—¿Cómo? —preguntó ella con voz ronca.

Él ladeó la cabeza y posó los labios sobre los suyos. Mientras la joven ahogaba un jadeo, la lengua del hombre penetró en su boca. Al retroceder un poco para ver la reacción de Mary, los ojos le brillaban con la promesa de un placer que le fundiría hasta la médula de los huesos.

—No hay nada que agradecer —dijo al fin, tragando saliva.

—Quiero agradecértelo mil veces, Mary. ¿Me lo permites?

—Un simple gracias es suficiente. De veras, yo…

Los labios de él la interrumpieron, y la lengua del vampiro volvió a tomar el control, invadiendo, acariciando. Cuando el calor bramó en su cuerpo, Mary dejó de luchar y saboreó la demente lujuria, los latidos que retumbaban en su pecho, la aguda sensación naciente en sus senos, entre sus piernas.

Hacía mucho que no se excitaba. Y nunca se había excitado de ese modo.

Rhage dejó escapar un profundo ronroneo, como si hubiera sentido la pasión que se apoderaba de la hembra humana. Mary notó que él retiraba la lengua, para luego aprisionarle el labio inferior con sus…

Colmillos. Los colmillos mordisqueaban su carne.

El espanto se mezcló con la pasión y la incrementó, añadiéndole un toque de emoción, de gusto por el peligro, que hizo que se entregara todavía más. Le puso las manos sobre los hombros. Era tan fuerte, tan sólido. Seguramente pesaría, sería maravilloso estar dulcemente aplastada, debajo de él.

—¿Me permitirías acostarme contigo? —preguntó súbitamente el vampiro.

Mary cerró los ojos, imaginándose a ambos juntos, acostados, desnudos. No había estado con un hombre desde mucho antes de declararse su enfermedad. Y su cuerpo había sufrido grandes cambios desde entonces.

Tampoco comprendía de dónde procedía su deseo de estar con ella. Los amigos no tenían relaciones sexuales. Por lo menos, según su escala de valores.

Meneó la cabeza.

—No estoy segura…

La boca de Rhage se posó otra vez sobre la suya, brevemente.

—Sólo quiero acostarme junto a ti. ¿Te parece bien?

Quería decir dormir juntos, sin más. Al mirarlo fijamente, no pudo ignorar las diferencias que había entre ambos. Ella estaba jadeante. Él calmado. Ella mareada. Él reposado.

Ella caliente. Él… no.

Bruscamente, Rhage se recostó contra la pared y tiró de la manta que colgaba del sofá, para ponerla sobre su regazo. Ella se preguntó, por una milésima de segundo, si estaba escondiendo una erección.

Qué tontería. Lo más probable era que tuviera frío, porque estaba medio desnudo.

—¿Has recordado de repente lo que soy? —preguntó él.

—No te entiendo.

—¿Ha sido eso lo que ha apagado tu deseo?

Recordó la sensación que le produjeron los colmillos sobre sus labios. La idea de que él fuera un vampiro la había excitado.

—No.

—¿Entonces por qué has cambiado de actitud de repente, Mary? —Los ojos del hombre la taladraron—. ¿Quieres decirme qué pasa?

La confusión perceptible en su rostro era atroz. ¿Acaso pensaba que a ella no le importaba que la follara por simple lástima?

—Rhage, aprecio que estés dispuesto a llegar tan lejos en nombre de la amistad, pero no es necesario que me hagas ningún favor, ¿de acuerdo?

—Te gusta lo que te hago. Puedo sentirlo. Puedo olerlo.

—Por el amor de Dios, ¿te excita avergonzarme? Has de saber que si un hombre me calienta y me estimula mientras a él le daría lo mismo estar leyendo el periódico, no es que me haga sentir muy bien. Dios… eres un pervertido, ¿lo sabías?

Rhage pareció ofendido.

—Crees que no te deseo.

—Lo siento. Imagino que soy una tonta incapaz de captarlo. Sí, en realidad eres pura pasión —dijo con tono irónico.

Mary se quedó asombrada por su rapidez de movimientos. Primero estaba sentado, con la espalda contra la pared, mirándola. Un instante después, la tenía tumbada en el suelo, debajo de él. Con una rodilla le abrió las piernas, y luego empujó las caderas, llevando el vientre hacia su clítoris. Mary sintió que algo grueso y duro chocaba contra ella.

Las manos del macho se enredaron en su cabello y tiraron, atrayéndola hacia sí. Bajó la cara y le habló al oído.

—¿Notas esto, Mary? —Movió su miembro excitado en círculos cortos, acariciándola, haciéndola arder de deseo por él—. ¿Me sientes? ¿Qué crees que significa esto?

Ella jadeó, buscando aire. Se sentía muy húmeda, con el cuerpo listo para ser penetrado profundamente.

—Dime lo que significa, Mary. —Al no escuchar respuesta alguna, le chupó el cuello, hasta hacerla arder, y luego le mordió muy suavemente el lóbulo de la oreja. Pequeños, maravillosos castigos—. Quiero que respondas. Así sabré si tienes claro lo que siento por ti.

Sumergió la mano libre bajo las nalgas de la mujer, la acercó todavía más, y luego frotó su miembro erecto contra ella, justo donde debía, donde más la hacía estremecerse. Mary sintió el pene empujando a través de sus bragas.

—Dilo, Mary.

Dio un nuevo empujón y ella gimió.

—Me deseas —confesó ella, al fin.

—Y vamos a cerciorarnos de que lo recordarás en el futuro, ¿te parece bien?

Soltó los dedos del pelo y atacó sus labios con brusquedad. La exploró entera, la boca, el cuerpo. Su calor y su olor masculino, y su tremenda erección, prometían un magnífico festín erótico y salvaje.

Pero, entonces, él se apartó rodando y regresó al lugar donde había estado antes, contra la pared. Había recuperado el control otra vez. Su respiración era estable. El cuerpo permanecía inmóvil.

Ella se esforzó por incorporarse, tratando de recordar cómo se usan los brazos y las piernas. Le costaba salir del éxtasis.

—Yo no soy un hombre, Mary, aunque algunas de mis partes hagan suponerlo. Lo que acabas de sentir no es nada en comparación con lo que quiero hacerte. Deseo poner mi cabeza entre tus piernas, para poder lamerte hasta que grites mi nombre. Luego quiero montarte como un animal y mirarte a los ojos y vaciarme dentro de ti. Y después de eso, quiero poseerte de todas las formas posibles. Quiero poseerte por detrás. Quiero follarte de pie contra la pared. Quiero que te sientes sobre mis caderas y te menees hasta que me dejes sin aliento. —Su mirada era desapasionada, brutal, sincera—. Pero nada de eso va a suceder. Si me importaras menos, habría sido diferente, más fácil. Pero le causas algo muy raro a mi cuerpo, y sólo puedo permanecer contigo si conservo el control. De otra manera estaría en peligro de perder la cabeza, y lo último que quiero es amenazarte. O peor aún, herirte.

Mary experimentó lo que parecían alucinaciones, visiones de todo lo que él había descrito, y su cuerpo lo deseó de nuevo. Él respiró profundamente y gruñó, como si hubiera captado el aroma de su sexo y este lo deleitara.

—Dios, Mary. ¿Me dejarías darte placer? ¿Me dejarías llevar esa dulce excitación tuya hasta donde realmente quiere ir?

Ella quería decir que sí, pero lo que él acababa de sugerir la volvió a la realidad. Además, no quería desnudarse frente a él, a la luz de la vela. Sólo los médicos y las enfermeras sabían lo que había quedado de su cuerpo tras la batalla contra la enfermedad. Y no podía evitar pensar en las muy sensuales mujeres que había visto aproximarse a él.

—No soy lo que era —dijo ella en voz baja—. No soy… hermosa. —Él frunció el ceño, pero ella meneó la cabeza, insistente—. Créeme.

Rhage se acercó a ella gateando, sus hombros se movían como los de un león.

—Déjame mostrarte lo hermosa que eres. Suavemente. Lentamente. Sin brusquedad. Seré un perfecto caballero, lo prometo.

Entreabrió los labios y Mary alcanzó a ver brevemente la punta de sus colmillos. Luego, esa boca estuvo sobre ella y fue fantástico. Recibió narcóticas caricias de labios y lengua. Con un gemido, le rodeó el cuello con los brazos, enterrándole las uñas en el cuero cabelludo.

La echó sobre el suelo, y Mary se preparó para soportar su enorme peso. Pero él se recostó junto a ella y le alisó el cabello.

—Lentamente —murmuró—. Suavemente.

La besó de nuevo y pasó un tiempo antes de que sus largos dedos llegaran a la parte inferior de su camiseta. Mientras se la subía, ella trató de concentrarse en lo que le estaba haciendo a su boca. Pero cuando le sacó la prenda por la cabeza, sintió el aire frío en los senos. Levantó las manos para cubrírselos y cerró los ojos, rogando porque estuviera lo suficientemente oscuro para que no pudiera verla bien.

La yema de un dedo le rozó la base del cuello, donde estaba la cicatriz de su traqueotomía. Luego se quedó sobre los puntos arrugados del pecho donde le habían pinchado unos catéteres. El vampiro tiró del pijama hasta que las huellas de las sondas gástricas en el estómago quedaron al descubierto. Luego encontró en su cadera el punto de inserción del trasplante de médula ósea.

No pudo soportarlo más. Se sentó y tomó la camisa para escudarse tras ella.

—Por favor, no, no, Mary. No me detengas. —Le sujetó las manos y se las besó. Luego tiró de la camisa—. ¿No me dejarás verte?

Ella apartó la mirada cuando él la dejó desnuda. Sus senos subían y bajaban mientras él los observaba.

Luego, Rhage besó todas y cada una de las cicatrices.

Ella temblaba, sin poder evitarlo, por mucho que intentara controlarse. A su cuerpo le habían inyectado todo tipo de venenos. Lo habían dejado lleno agujeros, cicatrices y rugosidades. Y estéril. Y allí estaba aquel hermoso varón, adorándola como si todo lo que había soportado fuera digno de veneración.

Cuando él alzó la vista y sonrió, Mary estalló en lágrimas. Los sollozos salían con fuerza, como golpes imparables, destrozándole el pecho y la garganta, aplastándole las costillas. Se cubrió la cara con las manos, deseando tener la fortaleza suficiente para irse a otra habitación.

Mientras lloraba, Rhage la apretaba contra su pecho, acunándola, meciéndola. Nunca supo cuánto tiempo transcurrió hasta que se le agotaron las lágrimas, pero el llanto cedió al fin, y se dio cuenta de que la estaba hablando. Las sílabas y la cadencia eran completamente desconocidas, y las palabras indescifrables. Pero el tono… el tono era adorable.

Y su bondad, una tentación a la que no sucumbió.

No podía depender de él para encontrar consuelo, ni siquiera en ese momento. Su vida dependía de otra cosa, de la capacidad de conservar el dominio de sí misma, y se encontraba a un paso del abismo. Si comenzaba a llorar de nuevo, no se detendría en varios días, o en varias semanas. Dios era testigo de que su valentía interior había sido lo único que la había ayudado a sobrevivir la última vez que estuvo enferma. Si perdía esa firmeza, no tendría nada que oponer a la enfermedad.

Se enjugó los ojos.

«Otra vez no», pensó. No perdería el control frente a él de nuevo.

Aclarándose la garganta, trató de sonreír.

—¿Qué te ha parecido ese anticlímax? ¿A que te he sorprendido?

Él dijo algo en su misterioso idioma y luego meneó la cabeza y cambió de lengua.

—Llora todo lo que quieras.

—No quiero llorar. —Se miró el pecho desnudo.

Lo que quería en ese momento era tener relaciones sexuales con él. Terminado el acceso de llanto, su cuerpo estaba respondiendo de nuevo al hombre. Y dado que ya había visto lo peor de sus cicatrices, y no parecía asqueado, se sentía más cómoda.

—¿Hay alguna posibilidad de que aún quieras besarme, después de todo eso?

—Sí.

Sin permitirse pensar, le aferró los hombros y lo atrajo hacia su boca. Él se resistió por un segundo, como sorprendido por la insospechada fuerza de la mujer, pero luego la besó profunda y largamente, como si entendiera lo que necesitaba de él. En cuestión de segundos la tuvo completamente desnuda, sin los pantalones del pijama, sin los calcetines, con las bragas a un lado.

La acarició de la cabeza a los pies, y ella siguió todos sus movimientos, gozándolos en oleadas, arqueándose, sintiendo la piel desnuda de su pecho contra sus senos y su vientre, mientras la sedosa tela de sus costosos pantalones le frotaba las piernas; el roce era suave, como si los pantalones estuvieran hechos de aceite corporal. Se sentía ávida y aturdida mientras Rhage le besaba el cuello y mordisqueaba la clavícula, en su recorrido hacia los senos. Levantó la cabeza y lo vio sacar la lengua y lamerle en círculos un pezón, antes de tomarlo entre los labios. Al tiempo que la chupaba, deslizó una mano hasta el interior de sus muslos.

Y entonces le acarició el clítoris. Ella se estremeció, soltando de un golpe todo el aire de los pulmones.

El vampiro gimió, y su pecho vibró contra el de ella al hacerlo.

—Dulce Mary, eres tal como te imaginé. Suave… húmeda. —Su voz era áspera, dura, y le daba una idea de lo mucho que se esforzaba para mantener el control de sí mismo—. Abre más tus piernas para mí. Un poco más. Eso es, Mary. Eso es… así.

Deslizó un dedo, y luego dos, dentro de ella.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sentido el placer del sexo, pero su cuerpo sabía lo que estaba ocurriendo. Jadeando, aferrándose a sus hombros con las uñas, Mary lo observó lamerle los senos, mientras movía la mano dentro y fuera de su cuerpo, y al entrar frotaba el punto adecuado con el pulgar. Explotó en un abrir y cerrar de ojos, y la fuerza de la descarga la envió directamente a un placentero abismo en el que sólo existían pulsaciones y calor al rojo vivo.

Cuando recuperó la conciencia, los ojos de Rhage estaban serios, su cara era adusta y sombría. Era como un completo extraño, totalmente distanciado.

Extendió el brazo para cubrirse con la manta, pensando que la camisa sólo haría la mitad del trabajo. El movimiento la hizo tomar conciencia de que los dedos de Rhage aún la estaban penetrando.

—Eres hermosa —dijo él con voz áspera.

Esa palabra la hizo sentirse aún más incómoda.

—Déjame levantarme.

—Mary.

—Esto es demasiado incómodo. —Forcejeó, y el movimiento de su cuerpo sólo consiguió que lo sintiera más en su interior.

—Mary, mírame.

Lo miró, frustrada.

Lentamente, él retiró la mano del interior de su cuerpo y se llevó los dos lustrosos dedos a la boca. Abrió los labios y, saboreando con delicia, succionó el producto de su jugosa pasión. Cuando tragó, cerró los resplandecientes ojos.

—Eres increíblemente hermosa.

Mary se quedó sin aliento. Enseguida, su respiración se intensificó porque él descendió por su cuerpo, poniendo las manos en el interior de sus muslos. Cuando trató de abrirle las piernas, se puso rígida.

—No me detengas, Mary. —La besó el ombligo, luego la cadera, y le separó las piernas completamente—. Necesito más de ti en mi boca, en mi garganta.

—Rhage, yo… Oh, Dios.

La cálida lengua la acarició directamente en el centro, sembrando el caos en su sistema nervioso. Él levantó la cabeza y la miró. Y luego la bajó para lamerla de nuevo.

—Me matas —dijo, y ella sintió su aliento donde más estragos le causaba. Frotó su cara contra ella, su barba incipiente la raspó con suavidad al tiempo que su lengua se sumergía en su clítoris.

La mujer cerró los ojos, sintiendo que explotaría en cualquier momento.

Rhage la besuqueó y luego aprisionó su cálida carne con los labios, succionando, tirando, agitando la lengua. Cuando ella arqueó la espalda, él situó una mano en su región lumbar y colocó la otra sobre su bajo vientre. Así la mantuvo mientras se ocupaba de ella, evitando que el dulce cuerpo escapara de su boca al sufrir espasmos.

—Mírame, Mary. Mira lo que estoy haciendo.

Cuando así lo hizo, alcanzó a ver fugazmente su rosada lengua lamiendo la parte superior de su vagina, y eso fue el detonante. La descarga la destrozó en convulsiones enloquecedoras, pero él no se detuvo. Ni su concentración ni su habilidad parecían tener límite.

Finalmente, extendió los brazos hacia él, ansiando que su gruesa masculinidad la llenara por completo. Él se resistió fácilmente, e hizo algo alucinante con los colmillos, nunca supo qué. Cuando se corrió de nuevo, él observó el orgasmo con los brillantes ojos verdes azulados fijos entre sus piernas, proyectando sombras con su destello. Al terminar, ella lo llamó por su nombre en una ronca interrogación.

Con un movimiento fluido, Rhage se puso en pie y retrocedió. Al darle la espalda, ella dejó escapar el aliento en un siseo.

Un magnífico tatuaje multicolor le cubría toda la espalda. El dibujo representaba un dragón, una pavorosa criatura con cinco garras en cada miembro, y un poderoso cuerpo enroscado. Desde su posición, la bestia miraba con fijeza, como si en verdad pudiera ver a través de los blancos ojos. Y al tiempo que Rhage recorría la habitación de un lado a otro, la cosa se movía con la ondulación de los músculos y la piel, cambiando de forma, agitándose.

Como si quisiera salir, pensó Mary.

Al sentir una corriente de aire, la joven se envolvió el cuerpo en la manta. Cuando alzó la vista, Rhage estaba en el otro extremo de la habitación.

Y el tatuaje continuaba mirándola.