21

Mary despertó con una violenta sacudida.

Un estridente alarido resonó por todo el salón, desgarrando la calma del amanecer. Se incorporó como un resorte, pero al instante sintió que caía otra vez. Luego el sofá completo salió despedido lejos de la pared.

Bajo la gris luz del alba, vio la bolsa de lona de Rhage y su gabardina.

Y se dio cuenta de que él había saltado detrás del sofá.

—¡Las cortinas! —gritó él—. ¡Cierra las cortinas!

El trueno de aquella voz eliminó su confusión y la envió en carrera desenfrenada por la habitación. Cubrió todas las ventanas, hasta que la única luz que entraba era la procedente de la cocina.

—Y esa puerta también… —Su voz era angustiosa—. La que da a la otra habitación.

La cerró rápidamente. Ahora reinaba una oscuridad casi completa, rota sólo por el brillo del televisor.

—¿Tu baño tiene ventana? —preguntó él destempladamente.

—No, no tiene. Rhage, ¿qué pasa? —Empezó a inclinarse sobre el borde del sofá.

—No te me acerques. —Las palabras sonaron ahogadas. Y fueron seguidas por una gruesa palabrota.

—¿Estás bien?

—Sí. Sólo déjame… recuperar el aliento. Necesito que me dejes solo.

De todos modos, ella dio la vuelta por el extremo del sofá. En la penumbra, sólo pudo distinguir la gran masa del cuerpo del vampiro.

—¿Qué pasa, Rhage?

—Nada.

—Ah, ya entiendo —dijo, pensando que odiaba aquellas contestaciones bruscas, de hombre duro—. Es la luz del sol, ¿no? Eres alérgico a ella.

Él rio desabridamente.

—Puede decirse que sí. Mary, detente. No regreses aquí.

—¿Por qué no?

—No quiero que me veas.

Ella extendió el brazo y encendió la lámpara más cercana. Un fuerte siseo resonó por toda la habitación.

Cuando sus ojos se ajustaron a la luz, vio que Rhage estaba acostado sobre el suelo, con un brazo en el pecho y el otro cubriéndole los ojos. Ostentaba una quemadura de pésimo aspecto sobre la piel que dejaban a la vista las mangas subidas. Tenía gesto de dolor y los labios entreabiertos dejaban asomar sus…

La sangre se le heló en las venas.

Colmillos.

Había dos largos caninos incrustados entre sus dientes superiores.

Tenía colmillos.

Probablemente profirió un grito ahogado, porque él la hizo un reproche.

—Te dije que no miraras.

—Santo Dios —susurró ella—. Dime que son falsos.

—No lo son.

Mary retrocedió hasta chocar contra la pared.

—Por Dios. ¿Qué… eres? —preguntó medio ahogada.

—No soporto la luz solar. Y tengo dientes raros. —Tomó aire con dificultad—. Adivina.

—No… eso no es…

Él gimió, y se escuchó el sonido de algo pesado arrastrándose, como si se hubiera movido.

—¿Puedes apagar la lámpara, por favor? Las retinas se me han quemado y necesitan algo de tiempo para recuperarse.

Ella estiró el brazo y cerró el interruptor, luego retiró la mano rápidamente. Abrazó su propio cuerpo y escuchó los roncos sonidos que hacía él al respirar.

Pasó el tiempo. Él no dijo nada más. No se sentó para echarse a reír y quitarse de la boca unos dientes falsos. No le dijo que era el mejor amigo de Napoleón, o Juan el Bautista, o Elvis, como haría un desequilibrado.

Tampoco salió volando para tratar de morderla. Ni se convirtió en murciélago.

«Por favor», pensó, «no es posible que me lo esté tomando en serio».

Pero no podía quitarse de la cabeza la idea de que él era distinto. Muy diferente a cualquier hombre que hubiera conocido. ¿Sería posible…?

Rhage gimió suavemente. A la luz del televisor, Mary vio una bota asomando por detrás del sofá.

Para ella no tenía sentido lo que él insinuaba que era, pero sí sabía que ahora estaba sufriendo. Y no iba a dejarlo herido en el suelo, si había algo que pudiera hacer por él.

—¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó.

Hubo una pausa. Como si lo hubiera sorprendido.

—¿Puedes traerme un poco de helado? O cubitos de hielo, si tienes. Y una toalla.

Cuando ella regresó con un tazón lleno, vio que se esforzaba por incorporarse. O mejor dicho, lo oyó.

—Déjame acercarme —le dijo.

Él se irguió, tenso.

—¿No me tienes miedo?

Considerando que el hombre estaba medio enloquecido, delirante, o que era un vampiro, debería sentirse aterrorizada.

—¿Una vela sería demasiada luz? —dijo, ignorando la pregunta—. Sin ella no podré ver nada allá atrás.

—Una vela podría servir, Mary. No te haré daño. Lo prometo.

Ella dejó el helado en el suelo, encendió una gruesa vela y la colocó sobre la mesa contigua al sofá. Bajo el tembloroso fulgor de la llama distinguió el gran cuerpo del hombre. Aún tenía el brazo sobre los ojos. Y las quemaduras. Ya no tenía la cara crispada por el dolor, pero la boca permanecía entreabierta.

Y pudo ver la punta de los colmillos.

—Sé que no me harás daño —murmuró, mientras recogía el tazón—. Ya has tenido suficientes oportunidades.

Se dejó caer por encima del respaldo del sofá, sacó un poco de helado con una cuchara y se inclinó hacia él.

—Toma. Abre bien la boca. Es Häagen-Dazs de vainilla.

—No es para comer. La proteína de la leche y el frío ayudarán a curar las heridas.

No había manera de alcanzar las quemaduras, de modo que corrió el sofá un poco más y se sentó en el suelo, junto a él. Batió el helado hasta formar un puré y usó los dedos para untarlo sobre la inflamada piel llena de ampollas. Se estremeció, mostrando los terribles colmillos, y ella se detuvo un instante.

«Claro que no es un vampiro. No puede ser».

—Sí, en realidad sí lo soy —murmuró él.

Ella contuvo el aliento.

—¿Puedes leer la mente?

—No, pero sé que me estás mirando, e imagino cómo me sentiría si estuviera en tu lugar. Escucha, somos una especie diferente, eso es todo. No somos monstruos, sólo… diferentes.

«Muy bien», pensó Mary, aplicando más helado sobre las quemaduras. «Hay que pensar fríamente en toda esta locura».

Allí estaba, con un vampiro. Un mito del terror. Un ser de más de dos metros de altura y ciento treinta kilos de peso, dotado de una dentadura similar a la de un doberman.

¿Podía ser cierto, o se trataba de un mal sueño? ¿Y por qué le creyó cuando le dijo que no le haría daño? Debía de estar loca.

Rhage gimió, aliviado.

—Está funcionando lo del helado. Gracias a Dios.

«Bueno», siguió pensando Mary. «Para empezar, él está demasiado ocupado combatiendo el dolor para constituir una gran amenaza. Le costará semanas recuperarse de esas quemaduras».

Introdujo los dedos en el tazón y llevó más Häagen-Dazs al brazo herido. La tercera vez, tuvo que inclinarse y mirar muy de cerca, para cerciorarse de que no estaba viendo visiones. La piel estaba absorbiendo el helado como si fuera ungüento, y sanaba a toda velocidad. Frente a sus propios ojos.

—Me siento mucho mejor —dijo él con voz suave—. Gracias.

Levantó el brazo de la frente. La mitad de la cara y el cuello eran de color rojo brillante.

—¿Quieres que te lo aplique en esta parte también? —Señaló la zona quemada.

Sus misteriosos ojos verde azulados se abrieron. La miraron con cautela.

—Sí, por favor. Si no te importa.

Mientras el vampiro la observaba, ella metió otra vez los dedos en el tazón y luego le acercó la mano. Temblaba un poco mientras ungía la pasta sobre su mejilla.

Dios, qué pestañas tan pobladas. Gruesas, de un rubio oscuro. Y tenía la piel suave, aunque le había crecido la barba durante la noche. Su nariz era hermosa. Recta como una flecha. Labios perfectos, del tamaño ideal para su rostro, rosados. El inferior era más grande.

Buscó más helado y le cubrió la mandíbula. Luego se trasladó al cuello, pasando sobre los gruesos haces musculares que iban desde los hombros hasta la base del cráneo.

Cuando sintió que algo le rozaba un hombro, se volvió a mirar. Los dedos de él le acariciaban las puntas del pelo.

La ansiedad la dominó. Se echó hacia atrás bruscamente.

Rhage bajó la mano, sin sorprenderse por el rechazo.

—Lo siento —musitó cerrando los ojos.

Como no podía ver, percibía con aguda sensibilidad los suaves dedos de la mujer al moverse sobre su piel. Y estaba muy cerca, lo suficiente para que su fragancia fuera lo único que oliese. A medida que el dolor por la exposición solar disminuía, su cuerpo empezaba a arder, pero de una manera diferente.

Abrió los ojos, manteniendo los párpados entornados. Observando. Deseando.

Cuando terminó, Mary colocó el tazón a un lado y lo miró a los ojos.

—Vamos a suponer que creo que eres un… diferente. ¿Por qué no me mordiste cuando tuviste oportunidad de hacerlo? Es decir, esos colmillos no pueden ser simples elementos decorativos, ¿estoy en lo cierto?

El cuerpo de la chica estaba tenso, como preparado para escapar de un salto en cualquier momento, pero no era presa del pánico. Lo había ayudado cuando tuvo necesidad, aun estando asustada.

Semejante valentía era un afrodisiaco para él.

—Me alimento de hembras de mi propia especie. No de humanas.

Los ojos de Mary destellaron.

—¿Sois muchos?

—Bastantes, pero no tantos como antes. Nos persiguen, y estamos a un paso de la extinción.

Al pensar en lo que decía recordó que estaba separado de sus armas por unos seis metros y un sofá. Trató de levantarse, pero la debilidad hacía sus movimientos lentos y descoordinados.

«Maldito sol», pensó. «Te roba la vida en un instante».

—¿Qué necesitas? —preguntó ella.

—La bolsa de lona. Tráela y déjala a mis pies, por favor.

Ella se levantó y desapareció al otro lado del sofá. Se escuchó un golpe seco y luego el sonido de la bolsa arrastrada por el piso.

—Por Dios, ¿qué hay aquí? —Apareció de nuevo en su campo visual. Cuando soltó las asas, estas cayeron a los lados.

Él deseó con toda el alma que la joven no mirara dentro.

—Escucha, Mary… tenemos un problema. —Con gran esfuerzo irguió la parte superior del cuerpo, apoyándose en los brazos.

La probabilidad de que un restrictor atacara la casa era mínima. Aunque los cazavampiros podían salir a la luz del día, trabajaban siempre de noche y necesitaban entrar en trance el resto del tiempo para recuperar fuerzas. Casi siempre se quedaban quietos durante el día.

Pero no había recibido respuesta de Wrath. Y la noche llegaría, eso era seguro.

Mary bajó la vista y lo miró con expresión solemne.

—¿Necesitas estar bajo tierra? Porque puedo llevarte a la vieja bodega de grano. La entrada está en la cocina, pero puedo colgar edredones sobre las ventanas… Maldición, hay tragaluces. Tal vez pueda cubrirte con algo. Es probable que estés más seguro allá abajo.

Rhage dejó caer la cabeza hacia atrás y se quedó mirando el techo.

Allí tenía a una hembra humana que pesaba la mitad que él, estaba enferma, acababa de descubrir que tenía a un vampiro en su casa… y estaba preocupada por protegerlo.

—¿Me oyes, Rhage? —Se aproximó y se arrodilló junto a él—. Puedo ayudarte a bajar…

Antes de pensar en lo que hacía, él le tomó la mano, presionó los labios contra la palma, y luego la colocó sobre su corazón.

Su miedo se arremolinó en el aire, en forma de olor penetrante y ahumado que se mezclaba con su delicioso aroma natural. Pero esta vez no retrocedió, y el temor no duró mucho.

—No tienes por qué preocuparte —dijo ella suavemente—. No dejaré que te ataquen. Estás a salvo.

Lo estaba derritiendo, conmoviéndolo, poniéndolo al borde de las lágrimas.

Tragó saliva.

—Gracias. Pero soy yo quien está preocupado por ti. Mary, anoche nos atacaron en el parque. Perdiste tu bolso, y tengo que suponer que mis enemigos lo tienen.

La tensión bajó disparada por el brazo de la mujer, viajó por la palma de su mano y golpeó al hombre en el pecho. Deseó con todas sus fuerzas que hubiese alguna manera de sufrir el miedo en el lugar de ella.

Mary negó con la cabeza.

—No recuerdo ningún ataque.

—Borré tus recuerdos.

—¿Borraste mis recuerdos?

En ese momento, el vampiro entró en su mente y restauró el recuerdo de los acontecimientos de la noche anterior.

Mary dio un grito ahogado y se llevó las manos a la cabeza, parpadeando. Rhage sabía que tenía que dar explicaciones rápidamente. Ella no tardaría mucho en procesar toda la información y llegar a la conclusión de que era un asesino del que había que huir de inmediato.

—Mary, necesitaba llevarte a mi casa para poder protegerte mientras esperaba noticias de mis hermanos. Esos hombres que nos atacaron no son humanos, y son muy eficaces en su trabajo, muy peligrosos.

Ella se asentó sobre el suelo de forma muy insegura, como si las rodillas le hubieran fallado. Tenía los ojos desorbitados y la mirada perdida, y meneaba la cabeza.

—Mataste a dos de ellos —dijo con voz apagada—. Desnucaste a uno. Y al otro le…

Rhage soltó una maldición.

—Lamento haberte metido en todo esto. Lamento que ahora estés en peligro. Y lamento haberte borrado la memoria…

—Eso no lo vuelvas a hacer —dijo ella con una mirada feroz.

El vampiro deseó poder hacerle esa promesa.

—Sólo lo haré si es necesario para salvarte. Ahora sabes mucho sobre mí, y eso te pone en peligro.

—¿Me has robado otros recuerdos?

—Nos conocimos en el centro de entrenamiento. Fuiste allí con John y Bella.

—¿Cuándo?

—Hace un par de días. Puedo devolverte esos recuerdos también.

—Espera un minuto —arrugó la frente—. ¿Por qué no me hiciste olvidar todo lo referente a ti, incluso tu propia existencia?

—Iba a hacerlo. Anoche. Después de la cena.

Ella apartó la mirada.

—¿Y no lo hiciste por lo que pasó en el parque?

—Y porque…

¿Hasta dónde pretendía llegar con todo esto? ¿En verdad quería que supiera todo lo que sentía por ella? «No», pensó. Parecía completamente conmocionada. No era el momento de soltarle la noticia de que un vampiro macho se había enamorado de ella.

—Porque es una violación de tu intimidad.

En el silencio subsiguiente, la vio meditando sobre los acontecimientos, las implicaciones, la realidad de la situación. Luego, su cuerpo despidió el dulce aroma de la pasión. Estaba recordando cómo la había besado.

De repente, ella hizo una mueca de desagrado y frunció el ceño. Y la fragancia cesó.

—Mary, en el parque, cuando te apartaba de mí mientras nosotros…

Ella levantó la mano y le obligó a callar.

—De lo único que quiero hablar es de lo que vamos a hacer ahora.

Sus ojos grises se encontraron con los del hombre y no titubearon. Él se dio cuenta de que estaba preparada para cualquier cosa.

—Dios… eres asombrosa, Mary.

—¿Por qué? —dijo ella alzando las cejas.

—Estás afrontando toda esta mierda muy bien. Especialmente lo que has sabido sobre mí.

Ella se acomodó unos mechones de cabello detrás de las orejas y estudió la cara de Rhage.

—En realidad, no ha sido una gran sorpresa. Bueno, lo es, pero… supe que eras diferente desde el momento en que te vi por primera vez. No sabía que eras un… ¿Os llamáis vampiros entre vosotros?

Él asintió.

—Vampiro —dijo ella, como si estuviera ensayando la palabra—. No me has hecho daño ni me has asustado. He estado clínicamente muerta por lo menos en dos ocasiones. Una cuando entré en paro cardiaco mientras me trasplantaban médula ósea. Otra, cuando enfermé de neumonía y los pulmones se me llenaron de líquido. No… no estoy segura de adónde fui o de por qué regresé, pero me dirigí a algún sitio, había algo al otro lado. No un cielo con nubes y ángeles y todo eso. Sólo una luz blanca. La primera vez no sabía lo que era. La segunda, simplemente entré en ella directamente. No sé por qué regresé…

Se ruborizó y dejó de hablar, como si la avergonzara lo que había revelado.

—Has estado en el Fade —murmuró él, sobrecogido.

—¿El Fade?

—Así es como lo llamamos.

Ella meneó la cabeza, obviamente poco dispuesta a continuar con el tema.

—De todos modos, hay muchas cosas que no entendemos sobre este mundo. ¿Que los vampiros existen? Es una de ellas, nada más.

Al ver que él no decía nada, fijó la vista en su rostro.

—¿Por qué me miras así?

—Eres una wahlker —dijo él, sintiendo que debía levantarse y hacer una reverencia ante ella, como era la costumbre.

—¿Una wahlker?

—Quien ha estado en el otro lado y ha vuelto. En mi mundo es un signo de distinción.

El timbre de un teléfono móvil les hizo volver la cabeza. El sonido procedía del interior de la bolsa de lona.

—¿Podrías pasarme la bolsa?

Ella se inclinó y trató de levantarla. No pudo.

—¿Por qué no te paso sólo el teléfono?

—No. —Forcejeó para levantarse—. Sólo déjame…

—Quieto, yo lo traeré…

—Mary, detente —le ordenó—. No quiero que abras eso.

Ella se apartó bruscamente de la bolsa, como si contuviera serpientes.

Tambaleante, él introdujo la mano. En cuanto encontró el teléfono, lo abrió y se lo llevó al oído.

—¿Sí? —dijo en voz alta, mientras echaba parcialmente el cierre de la bolsa de lona.

—¿Estás bien? —dijo Tohr—. ¿Dónde diablos te has metido?

—Estoy bien. Pero no estoy en casa.

—No me digas. Cuando no fuiste a la cita con Butch en el gimnasio, y no te encontró en la casa principal, se preocupó y me llamó. ¿Necesitas que te recojan?

—No. Estoy bien donde estoy.

—¿Y dónde es?

—Llamé a Wrath anoche pero él no me devolvió la llamada. ¿Está por ahí?

—Beth y él fueron hasta su casa en la ciudad para pasar un tiempo en privado. Ahora, dime, ¿dónde estás? —Al ver que no respondía, la voz del hermano bajó de tono—. Rhage, ¿qué diablos está pasando?

—Nada, dile a Wrath que lo estoy buscando.

Tohr soltó una maldición.

—¿Estás seguro de que no necesitas que te recojan? Puedo enviar a un par de doggens con una bolsa forrada de plomo.

—No, estoy bien. —No iba a ir a ninguna parte sin Mary—. Nos vemos, hermano.

—Rhage…

Colgó y el teléfono sonó de nuevo inmediatamente. Tras mirar el identificador, dejó que Tohr grabara un mensaje de voz. Estaba dejando el artefacto junto a él en el piso, cuando su estómago emitió un gruñido.

—¿Quieres que te traiga algo de comer? —preguntó Mary.

Él la miró por un momento, asombrado. Entonces tuvo que recordarse a sí mismo que ella no sabía la clase de intimidad que le estaba ofreciendo. Aun así, la idea de que lo honrara con alimento preparado por sus propias manos lo dejó sin aliento.

—Cierra los ojos para mí —dijo.

Ella se puso tensa. Pero bajó los párpados.

Él se inclinó hacia delante y presionó los labios suavemente contra los suyos.

Los ojos grises se abrieron desmesuradamente, pero él se retiró antes de que ella pudiera apartarse.

—Me encantaría que me dieras de comer. Gracias.