El Gran Príncipe de Kharti escribía
para calmar a Su Majestad, cada año.
El rey Ramsés II
jamás se dignó escucharle.
Y al ver a su país en estado miserable,
bajo la férrea dominación del Soberano de los Dos Países,
el Gran Príncipe de Khatti se dirigió
a su ejército y a sus vasallos:
««¿Cuál es la causa de todo esto? Nuestro país está devastado,
nuestro Señor Seth[8] está enfadado con nosotros,
el cielo no nos ha enviado lluvia,
pues nosotros hemos combatido.
Así pues ordeno que donemos todos nuestros bienes,
y en primer lugar mi hija mayor.
Ofrezcamos al Dios clemente un presente de honor,
a fin de que la paz nos otorgue, y que vivir podamos».
Su hija mayor fue llevada ante él,
acompañada de presentes suntuosos: montones de oro, plata, piedras preciosas,
innumerables yuntas, decenas de miles de bueyes, de cabras y de ovejas,
y otros productos de su país, los cuales no tenían fin.
Se anunció a Su Majestad:
«He aquí lo que ha hecho el Gran Príncipe de Khatti:
envía a su hija mayor, como presentes innumerables,
cubren con sus tesoros el lugar done se encuentran.
La hija del Príncipe y los Príncipes del País de Khatti los traen.
Han atravesado muchas montañas y desfiladeros peligrosos,
y van a alcanzar las fronteras de Tu Majestad.
Envía un ejército y nobles, para darles acogida».
Su Majestad no cabía en sí de alegría, el señor del palacio fue feliz,
cuando fue informado de este acontecimiento extraordinario,
del que no se conocía parangón en Egipto.
Envió un ejército y nobles para acogerlos sin más tardanza.
Su Majestad consultó con su corazón:
«¿En qué estado están quienes envié en misión,
que están en camino hacia Siria con mi expedición,
los días de lluvia o de nieve en invierno?».
Consagró una gran ofrenda
a su padre Seth, y le dirigió una oración:
«El cielo reposa entre tus manos,
y la tierra está bajo tus pies.
Lo que tú ordenas se cumple:
haz que cesen la lluvia, la tempestad y la nieve,
hasta que me lleguen las maravillas
que tú me has enviado».
Seth, su padre, oyó todo lo que le dijo.
El cielo fue pacífico, vinieron días de estío.
El ejército partió dichoso,
el cuerpo erguido, el corazón alegre.
La hija del Gran Príncipe de Khatti
iba camino de Egipto.
Los soldados, la caballería, la nobleza de Su Majestad la acompañaban,
mezclados con los soldados, con la caballería, con la nobleza del País de Khatti.
Las tropas de Khatti, arqueros y caballeros,
todas las gentes del País de Khatti,
se mezclaban con las del país de Egipto:
comían y bebían juntos.
Estaban unidos como hermanos,
sin que ninguno de ellos se querellara con otro.
La paz y la amistad reinaban entre ellos,
como sólo suele pasar entre egipcios.
Los grandes jefes de todos los países que atravesaban
estaban desconcertados, incrédulos, y sin fuerza se quedaban,
al ver que todas las gentes de Khatti
se habían unido al ejército del Rey.
Uno de los príncipes decía a los demás:
«Es cierto, lo que Su Majestad dijo…
Cuán grande es lo que con nuestros ojos vemos,
todo país le pertenece como sirviente sumiso, y
no hace más que uno junto con Egipto.
Lo que fue Khatti le pertenece, igual que Egipto;
el mismísimo cielo,
está bajo su sello,
y hace todo lo que él ordena».
Y varios días después de esto,
alcanzaron la ciudad de Ramsés,
—una gran maravilla en el triunfo, y una gran fuerza—
en el año treinta y cuatro, en el cuarto mes de invierno.
Condujeron a la hija del Gran Príncipe de Khatti
que había venido a Egipto, ante Su Majestad,
y tras ella vinieron los innumerables presentes.
Entonces Su Majestad vio que su rostro era hermoso, como el de una diosa.
Y éste fue un acontecimiento grande y raro,
una maravilla radiante que jamás se había producido hasta entonces,
como nunca de boca en boca se había contado igual,
de la que no había recuerdo en los escritos de los ancestros:
La hija del Gran Príncipe de Khatti
fue agradable al corazón de Su Majestad.
La amó más que a nada del mundo.
Como algo delicioso que su padre Ptah le hubiese regalado.
Su Majestad le impuso su nombre de Reina:
Mat-Nefru-Ra (la que ve la belleza de Ra)
hija del Gran Príncipe de Khatti,
hija de la Gran Princesa de Khatti.
Fue una maravilla misteriosa y desconocida,
acaecida en el país de Egipto gracias a su padre Ptah,
que se la dio en signo de victoria:
el país de Khatti era de un solo corazón bajo los pies de Su Majestad.
Y cuando un hombre o una mujer, por sus asuntos,
partían hacia Siria y alcanzaban el País de Khatti,
no albergaba ningún temor su corazón,
tal era la grandeza del poder de Su Majestad.