El faraón a bailar viene;
viene para cantar.
Dama soberana, ¡ved cómo baila!
Esposa de Horus[7], ¡ved cómo salta!
El faraón de las manos fragantes,
de los dedos puros.
Dama soberana, ¡ved cómo baila!
Esposa de Horus, ¡ved cómo salta!
Ofrece por ti,
esta jarra de vino.
Dama soberana, ¡ved cómo baila!
Esposa de Horus, ¡ved cómo salta!
Su corazón es puro, su ser transparente,
no hay una sombra en su pecho.
Dama soberana, ¡ved cómo baila!
Esposa de Horus, ¡ved cómo salta!
Oh Dorada, qué cantos tan maravillosos,
parecen los cantos del propio Horus.
El faraón canta cual maestro de coro.
Es el niño que agita los sistros.
Ven, oh Dorada, tú que te nutres de cantos,
y tu corazón anhela la danza,
tú, por las horas de sueño radiante,
tú, feliz en danzas nocturnas.
Ven a visitar los lugares de embriaguez,
bajo el pórtico de la fiesta.
Su orden permanece, sus ordenanzas son firmes,
en ella no hay deseo insatisfecho.
Los hijos del rey te contentan con lo que amas.
Los príncipes te ofrecen presentes siempre nuevos.
El maestro de ceremonias te celebra con alabanzas.
El sabio lee tu libro de fiesta.
El músico te glorifica con su tambor,
quienes llevan tamboriles, con sus dedos.
Las damas se alegran en tu honor, con coronas,
y las jovencitas, con guirnaldas.
En tu honor, cuando es de noche, los ebrios hacen ruido.
A ti cantan quienes se despiertan por la mañana.
En tu honor saltan los beduinos, con sus cinturones,
y también lo hacen los nubios, con sus garrotes.
Por ti los libios trepan a los árboles,
a ti saludan los barbudos del País de los Dioses,
en tu honor brincan los monos armados de varas,
y los simios, armados de cañas.
Por ti los buitres abren sus alas,
y hacia ti los peces vuelven la cabeza.
Los hipopótamos te alaban con sus bocas abiertas,
y, ante ti, levantan las patas.