Mi Dios, mi esposo, te acompaño.
Es encantador ir hacia el río.
Me regocija lo que me pides,
descender al agua, para bañarme ante ti.
Te dejo ver mi belleza
con una túnica de lino real del más fino,
impregnada de esencias balsámicas,
mojada en aceite aromático.
Entro en el agua, para estar junto a ti
y, por amor a ti, salgo, llevando un pez rojo.
Es feliz entre mis dedos.
Lo pongo sobre mi pecho.
Oh tú, mi esposo, oh amado,
ven, y contempla.
El amor de la amada está en la otra orilla.
El río nos separa.
Quiero ir hacia ella,
pero hay un cocodrilo acostado en el banco de arena.
Bajo al agua,
y cruzo las olas.
En la onda, mi corazón está lleno de fuerza.
El agua es tan firme como el suelo, a mis pies.
Pues mi amor por ella me hace invulnerable
como si para mí ella hubiese cantado el encanto de las aguas.
Ahora veo que la amada ha venido.
Mi corazón es feliz, y mis brazos están abiertos para recibirla.
Mi corazón salta de alegría en mi pecho, como si esto no fuera a tener fin.
¡No permanezcas alejada, ven hacia mí, oh mi dueña!
Cuando la tomo entre mis brazos
y sus brazos me enlazan.
Es como en el país de Punt.
Es como tener el cuerpo impregnado de aceite perfumado.
Cuando la beso
y sus labios están entreabiertos,
ebrio me siento,
sin haber bebido cerveza.
¡Ah! ¡Apresúrate a preparar la cama,
sirviente! te digo:
«Coge fino lino para cubrir su cuerpo,
para ella, no hagas la cama con ropa de gala,
guárdate de emplear un simple lienzo:
pondrás en su lecho paños perfumados».
¡Ah!, ojalá fuese yo su sirvienta negra,
la que le leva los pies,
pues entonces podría ver la piel
de todo su cuerpo entero.
¡Ah!, ojalá fuese yo quien lava sus vestidos
durante un mes entero.
Pues sería feliz con lavar el aceite
que impregna sus vestidos;
podría ocuparme de su ropa,
y ella me reprendería o me haría cumplidos.
¡Ah!, ojalá fuese yo el sello que lleva en el dedo
pues, entonces, ella cuidaría de mí,
como de algo que embellece su vida.
¡Ah!, quisiera ser un viejo vestido de la amada.