La fuerza del amor

I

………

¿Te vas porque los alimentos te vienen a la mente?

¿Eres hombre a quien conduce el vientre?

¿Te levantas a causa de tus vestidos?

¡Seré la dueña de un pedazo de lino!

¿Te vas porque tienes hambre?

¿Te alejas porque tienes sed?

¡Toma mi pecho!

Su contenido te será sobreabundante.

………

II

El amor que por ti tengo se derrama por mi cuerpo,

como la sal se funde en el agua,

como la manzana se impregna de grasa aromática,

como el licor se mezcla al vino.

¡Ah!, ojalá puedas tú apresurarte,

para ver a tu amada,

como un caballo en el campo de batalla,

como un toro que corre hacia su forraje.

El cielo regala su amor,

como una llama prende la paja,

como una vela atrae al halcón.

III

La armonía de mi lugar de reposo es turbadora.

La boca de mi amada es el botón de una flor.

Sus senos son manzanas de amor,

sus brazos tan bien torneados.

Su frente es una trampa de madera de sauce,

y yo soy el pato salvaje.

Mi vista toma por cebo su pelo

en la trampa dispuesta a caer.

IV

¡No debo ser dócil a tu amor!

¡Amado mío, obedece a tu embriaguez!

Yo no renunciaré a ella, aun cuando los golpes me ahuyenten

—porque paso todo el día en la marisma—

hacia la tierra de Siria, a porrazos,

hacia la tierra de Nubia, a bastonazos,

a los confines del desierto, golpeado,

a las orillas de os mares, azotado.

¡No obedeceré a quienes dicen

que me aparte de tu deseo!

V

En la barca desciendo el curso del río al son de los remos,

mi haz de cañas al brazo.

Deseo ir a Menfis, para decirle a Ptah[3], dios de la verdad:

«¡Dame a mi amada esta noche!».

El río es vino.

Ptah es su caña, el Poder su follaje.

Sus mensajeros son sus botones.

El Dios del loto es su flor.

La Dorada es dichosa:

ante su belleza la tierra se ilumina.

Menfis es una copa llena de fruta,

puesta ante Aquél cuyo rostro es hermoso.

VI

Iré a acostarme a mi morada,

y fingiré que estoy enfermo.

Entonces mis vecinos vendrán, para ver lo que me pasa.

Y, con ellos, vendrá mi amada.

Hará la medicina inútil,

pues ella conoce mi mal.

VII

En la casa de campo de mi amada,

la puerta se abre en medio de la fachada,

está abierta a dos batientes, el cerrojo ha saltado;

mi amada está encolerizada.

¡Ah!, quisiera ser el portero,

que ella se hubiese irritado conmigo

pues, entonces, oiría su voz, cuando ella gritara airada,

como niño a quien asustara.

VIII

He descendido la corriente por el Canal del Príncipe,

y he entrado en el Canal de Ra[4],

teniendo en el corazón el deseo de ver levantar las tiendas,

en lo alto, a la entrada de la laguna.

Y mientras me apresuraba en ello,

mi corazón se acordó del Dios Sol,

y pensó que podría ver a mi amado,

que quiere ir a la Casa del Señor.

Estaba en pie a tu lado, en la entrada de la laguna;

te llevaste mi corazón hacia la ciudad del pilar de Ra,

y me deslizaba contigo bajo los árboles,

que rodean la casa del Señor.