XI

Desde el remoto observatorio espacio-temporal en el ultracosmos, Tam y Wu Bortel centraron cuanto era posible a su esencia los focos de conocimiento psíquico para conocer hasta el menor de los detalles del desarrollo espiritual y religioso de la Tierra una vez que Tanak, el descendiente lejano de Gg, marcó el nuevo camino de la investigación por la razón humana, rebelándose contra la incongruencia de la tradición y la fábula.

Tam Zaroh, remolineando de interés, había llegado a producir un cierto caldeamiento en su contorno que si bien no llegaba a afectar la reacción pulsátil, Wu Bortel percibía perfectamente, mientras consideraba el alza de religiosidad que sufría la especie humana. Wu Bortel tuvo la certeza de que la verdad por ellos buscada residía allí. Hallado el camino, debían captar todos los matices, para que la reacción no fuese un fracaso para los Mentales.

Tanak y Avathep perdieron interés para los Mentales cuando se establecieron en Atenas, pues el ex-sacerdote tampoco halló satisfacción en los dioses olímpicos que adoraban los griegos, tan hijos del mito como los mismos egipcios, y aunque frecuentaba el trato con los filósofos, la vida plácida de un hogar feliz le aburguesaron el ímpetu juvenil, convirtiéndolo finalmente en un mero juego de ingenio. Empero, la historia de Tanak y Avathep tuvo para los Mentales el interés de la primera rebelión de la inteligencia, pese a que el éxito no la acompañara hasta el fin.

Los Mentales rebosaban psicoadmiración al ir detectando la complejidad creciente e inaudita del sentimiento religioso en la especie pensante, que tan burdo comienzo tuvo en la sombría y neblinosa selva de los pitecántropos. Se hizo tan complejo, que el proceso de cerebralización de la vida, con todo su camino desde los microorganismos hasta el hombre parecía sencillo en comparación.

Tuvieron plena detección de las doctrinas de Buda y Confucio, de las creencias de los pueblos en la trinidad hindú, y de los Principios del Bien y del Mal deducidos por aquel hombre llamado Zoroastro. Y conocieron la enunciación del alma humana, surgida del pensamiento de síntesis de Platón, como igualmente conocieron las doctrinas aristotélicas y atomísticas posteriores.

Cuando el pueblo hebreo inició su impresionante éxodo, Tam Zaroh zigzagueó de excitación mental, porque en su acelerada capacidad deductiva conocía la inminencia de los acontecimientos ontológicamente predecibles.

Y cuando en Jerusalén, aquel hombre dulce y arrebatador que predicaba una doctrina de amor y bondad culminó su exposición con la tragedia del Gólgota, Tam Zaroh se distendió satisfecho en la Nada incolora ultracósmica, con tal extensión que Wu Bortel temió por un instante que fuera a relajarse en un confiado sueño.

—Tam —le llamó con psiquismo muy severo—. has llegado a una conclusión. Sabes ya, Tam Zaroh. Y aprovechándote de tu rapidez mental me tienes en una incógnita insoportable. ¡Eso no es noble!

—Caramba, compañero… —empezó Tam, mientras Wu Bortel se percataba del psiquismo burlón que se ocultaba tras la comunicación del Mental—. Si la cosa es sencillísima…

Wu Bortel, ejercitando al máximo el autocontrol evitó que su esencia rompiese a agitarse en sinusoides, cosa que a buen seguro habría desatado la hilaridad del otro. Tam, al advertir que el dominio del otro conjuraba su broma, expuso sus conclusiones:

—La evolución religiosa de la especie inteligente de un planeta óptimo en la contracción-expansión ha terminado. Es tan elemental, que de no haber sido porque hemos padecido el accidente del Gran Olvido, hubiera sido para desintegrarse en energía, de pura vergüenza. Nosotros… somos Dios.

Un Mental, por exceso de actividad intelectual, llegaba al caldeamiento. Por el contrario, la sorpresa, tan rara entre los de su especie, provocaba enfriamientos notables.

—¿Nosotros… Dios?

—Sí, Wu, diantre, el Dios de los humanos, el Dios de las criaturas que nacen de las reacciones cósmicas que provocamos. Y no seas tan modesto. Somos Dios. ¿Es que no te gusta la idea?

—Es que no la… sintetizo bien, nada más. El Dios humano es sumamente perfecto y lo sabe todo. Nosotros no somos eso.

—Atiende —irradió Tam su contrariedad—. ¿No te habrán provocado los letargos una cierta estupidez? Los terrestres han formado un concepto aproximado de Dios, como abstracción y deducción de un psiquismo ciertamente limitado. Es lógico aceptar que con la realidad ontológica haya ciertas diferencias; nuestras diferencias. Ellos han intuido un Dios creador del universo. ¿Quién ha creado el universo? Nosotros. Ellos deducen que Dios es sumamente poderoso, sabio, justo… Nosotros somos todo eso. Luego, somos Dios.

—Analicemos con calma, Tam, diantre. Lo que nosotros hicimos fue ejercer la voluntad creadora. Pero si los hombres salieron de la Tierra y la Tierra del universo, fue a causa de unos Principios Inmutables ajenos a nosotros, principios que no establecimos los Mentales.

—¡Por el ultracosmos! ¡Los Principios son ajenos al psiquismo! —empleó Tam el sonsonete mental de quien está exponiendo algo demasiado evidente—. Son consideraciones abstractas, y además, inherentes a la creación. Si tú creas un objeto tridimensional, ¿has hecho la longitud, la altura, la profundidad? No. Has sintetizado de la Nada un objeto alto, ancho y profundo. Y aunque no hayas creado antes las tres dimensiones, al hacer el objeto tridimensional, éste las posee porque son inherentes. Pues lo mismo sucede con los Principios Inmutables.

—Eso no admite controversia. Sin embargo, yo sé que no soy el Dios que se adora entre los judíos.

—¡Como tampoco eres Ra, ni Brahma, ni Ormuz, ni Zeus! —soltó una oleada de psíquico desprecio Tam Zaroh, ante la notable estulticia de que estaba dando muestras el otro—. Por Jerusalén ha pasado un pensador que ha dado forma a una nueva filosofía religiosa, y para hacerla llegar a todo el mundo, la ha revestido de los ropajes que hemos visto. Ahora sus seguidores le darán visos fantásticos, porque ya sabemos lo dados que son a la fantasía los terrestres.

—Entonces…

—Nosotros somos Dios, Wu. Los Mentales no nos equivocamos; y yo, que soy más rápido que tú en la deducción, lo he analizado. El accidente en las diez dimensiones nos hizo olvidarlo. Ahora lo hemos investigado. Somos Mentales que carecemos de principio y no tenemos fin… salvo accidentes que se pueden predecir. Existiremos eternamente, jugando con el pensamiento, creando cosmos vivientes con microconciencias, cuya finalidad será la de descubrirnos y adorarnos.

Wu Bortel, desde luego, se hallaba muy complacido ante el panorama que se abría ante su conocimiento, gracias al magnífico Tam. Tam no podía errar. Luego, eran Dios. Sentarse en un trono de Dios le agradaba. ¿A quién no?

Desde la noche de su inteligencia, la especie terrestre había ido incrementando conciencia hasta comprender que alguien les había creado, y que ese alguien, poseedor de magníficos atributos, muy superiores a los humanos, por su misma grandeza había de ser adorado.

Pero quedaban algunos puntos por aclarar.

—¿Qué hay de la Otra Vida, Tam? ¿Siguen existiendo las almas de los hombres, después de muertos?

—Por lo que noto, no estás en esta unidad temporal en lo mejor de tus análisis. Los terrestres son víctimas del espejismo orgulloso de los que una vez que han aprendido a pensar, se niegan a desaparecer. Llaman alma a un psiquismo apoyado en el cerebro material; un psiquismo tan imperfecto no puede subsistir. Necesitarían tener la constitución esencial de un Mental.

La última duda de Wu Bortel se desvaneció. Él era un Mental; eso lo había sabido al salir del primer Letargo.

Pero además era Dios. La experimentación acababa de demostrarlo, finalmente. Un Dios a la medida tetracósmica, pero Dios de todas formas.

Antes del Letargo también habían sido Dios. Lo que ocurrió fue que el «accidente» durante el desarrollo del cosmos decadimensional, con su Gran Olvido, lo borró del conocimiento al aniquilar ciertos centros de esencia.

Dichos centros debían haberse regenerado. El análisis lo aseguraba. Lo que ocurría era que al tratarse de centros muy sutiles, no llegaban a percibirse ni mentalmente.

Era Dios, junto con Tam Zaroh; psíquicamente perfecto, capaz de crear por el mero ejercicio de voluntad, un universo de criaturas que le adoraban.

A Tam y Wu, el cosquilleo de la adoración les agradaba extraordinariamente. Aquella sensación mental superaba los mayores goces experimentados. Con todo su poder, les gustaba que las minúsculas criaturas terrestres les tuvieran presentes y agradecieran continuamente que hubieran desencadenado la reacción cosmogenética que les dio vida.

Los Mentales ya no reflexionaban, ya no analizaban. Convencidos de haber alcanzado el fin buscado, comprobando los placeres del culto que emanaba del cosmos tetradimensional, se limitaban a comprobar sucintamente la evolución histórica, y a flotar blandamente.

Eran Dios. Ciertamente.

Porque, ¿qué otra cosa podía ser un Mental?

Bajo aquel auténtico incienso psíquico asistieron sin gran interés a las grandes convulsiones de la historia humana: formación y caída de imperios, guerras sangrientas, conquistas geográficas…

Cuando se desfasó en el hemisferio que le «capturó» por medio de la Unión de Nebulosas Z, Wu Bortel había cometido dos errores. Aquí, él y Tam, al dejarse mecer por la adoración tras suponer que el fin tetradimensional del cosmos era adorar a su creador, tuvieron una equivocación; equivocación casi humana, abandonando la posición vigilante a causa del halago. Porque la evolución terrestre no concluyó con la formación de una primera esfera religiosa.

Las razas se extendieron en violenta populación por todos los terrenos habitables, y luego se produjo la individualización de conciencias. Saturado este escalón, se pasó al de la socialización de la especie, y el hombre escindió el átomo y conquistó los planetas de su sistema solar.

Ni a Tam ni a Wu les importó demasiado la actividad disparada vertiginosamente hacia una gran intelectualización. Habían conocido cómo otras razas conquistaban las estrellas antes. Y no tenía nada de interesante la aburrida empresa.

Los terrestres extendían su populación a otros mundos… ¿Y qué? Aunque llegaran a dominar la misma tecnología de la Unión Raji, aun construyendo Sondeadores Psíquicos no podrían descubrirles, porque estaban fuera de un universo cuya tensión superficial era invencible. Incluso cuanto más se extendieran, más se multiplicarían y más serían para adorarles.

Desde la tragedia del Gólgota no se preocuparon en seguir hacia la detección racional.

A la especie humana le quedaba aún mucha existencia por delante. Y sin embargo, en el seno terrestre sucedían cosas muy interesantes. Los terrestres dominaron los secretos de la dilatada longevidad, habían desterrado muchos siglos atrás los fantasmas de la guerra y tenían resueltos los problemas de manutención y ubicación, por lo cual se dedicaban ahora plenamente a investigar, y a extenderse a los confines de la galaxia, y aún a explorar con ciertos artificios los límites del universo, esquivando las barreras del Espacio y el Tiempo.

Los Mentales ni hacían caso, en una borrachera de adoración.

Entonces atacaron los quiranos, después de tantos milenios, otra vez la Vía Láctea. Con diabólica precisión apuntaron inteligentemente a la Tierra.

Esto tendría consecuencias definitivas para los Mentales.