VIII

Impulsando a Wu Bortel trabajosamente y con sumo cuidado, Tam Zaroh lo desplazó con lentitud lejos de la influencia del cosmos en pulsación.

Si entre los Mentales hubiese existido un vocablo para describir el estado de Wu Bortel, se le habría aplicado el de lastimoso. Cualquiera que fuera el agente que le había agredido desde las entrañas del universo tetradimensional, lo realizó con tal efectividad y conocimiento de la naturaleza psíquica de los Mentales, así como de su único punto débil, que sólo la oportunidad casual permitió a Tam Zaroh librarle de la destrucción cierta.

Tam ignoraba con exactitud quién y de qué forma llevó a cabo el atrevido ataque. Al aniquilar hasta el menor vestigio de vida en los mundos del hemisferio que controlaba Wu Bortel, percibió como un destellar de conciencias psíquicas potentes, muy inferiores por cierto a las de cualquier Mental, pero infinitamente más complejas y evolucionadas que las de cualquier planeta con vida inteligente. Superaban con mucho a las de Quiro, y eso que era el más evolucionado de los que él detectó; y desde luego, no eran aquellas nada despreciables. Por desgracia, apenas «deseó» la vibración de resonancia para aplastar a quien quiera que fuera el que se rebelaba contra sus creadores, el brillo de las conciencias se extinguió. De no estar dotado de una casi omnisciencia hasta habría podido llegar a creer que se había tratado de una ilusión de ideas.

No llegó a ajustarse lo suficiente para investigar la esencia de lo que, por denominar de alguna forma, llamaba «brillo submental», puesto que la acción inmediata por salvar a Wu Bortel tuvo por consecuencia que la luz de poderosa inteligencia se apagara a la vez. Lo lamentaba con cuanta vehemencia era posible sentir desde su naturaleza psíquica, porque estaba convencido de que aquella era la raíz del misterio que investigaban: una causa idéntica, o por lo menos muy similar a la que exterminara durante la vida del cosmos anterior a los otros Mentales, y una razón para comprender cómo les había sobrevenido el primer Letargo.

Confiaba en que Wu Bortel, al despertar, le suministraría datos más concretos.

En una situación como la que enfrentaba, Tam Zaroh no se podía introducir en la mente de su compañero para leer en su psiquismo. Ni siquiera debía intentar ayudarle a despertar. Estaba tan maltrecho que cualquier impulso espiritual, por mínimo que fuera, con el grado de recalentamiento que tenía, podía acarrear su dispersión definitiva. Ni podía leer los detalles que se almacenaban en los núcleos intelectivos de Wu Bortel, ni siquiera sondearlo para informarse de la gravedad del daño que le habían infligido.

Debía dejarle inerte en el ultracosmos, aguardando a que los centros psíquicos y los focos y ejes de intelección, en virtud de su equilibrio natural tras el consiguiente enfriamiento, fueran volviendo a la estructuración primitiva, de la que tan violentamente estuvo por dispersarles la agresión del «brillo submental». Era cuestión de paciencia, y a Tam Zaroh no le quedaba más remedio que esperar.

Así lo hizo. Mientras aguardaba, no perdía la detección del universo reactivo. Porque la vida, en sus entrañas, seguía la evolución laboriosa, lentísima, ascendente.

Había estado muy cerca de hacer estallar todo el cosmos, al descubrir que algo de éste tenía la audacia de atacar a un Mental. Afortunadamente, en el último instante se limitó a dirigir su furia e indignación contra el hemisferio de donde partía la rebelión, por el expeditivo medio de acabar con todos los mundos habitados. Y se congratulaba de haber limitado la destrucción, porque según practicaba otras facetas del análisis ontológico, comprobaba que un universo de cuatro dimensiones aún tenía otros y apasionantes secretos para desvelar.

El Mental guardó celosamente el reposo de Wu Bortel. En medidas temporales del ultracosmos, su Letargo apenas si tuvo duración, aunque en unidades del universo pulsante su cifra de siglos escapaba a las posibilidades del cálculo.

Mientras duraba el letargo de Wu Bortel, Tam detectó la aparición de la vida en millones de mundos, así como la cantidad de obstáculos que se oponían a su ascenso hacia la inteligencia. En algunos las especies vivas no llegaban a adaptarse lo suficiente para prosperar; en otros, las radiaciones estelares eran tan potentes que la quemaban antes de que pudieran superar un estado embrionario. Acá, un planeta habitado por una especie ya adelantada hallaba brusco fin por un accidente celeste; allá, un sistema envejecía y moría antes de que las razas de inteligencia primaria hubieran sido capaces de fabricar ingenios que pudieran ayudarles a evadirse de la catástrofe cósmica.

Empero, en algunos escasos puntos, como en Quiro, la vida seguía adelante.

Hasta en astros así Tam Zaroh podía saber si se llegaría a un grado de evolución óptima, o el futuro desembocaría en un fracaso total. El futuro se podía predecir con relativa facilidad en el universo tetradimensional, con el simple ejercicio del Cálculo ultracósmico. Y de todos los astros, ni uno solo reunía las características precisas para engendrar siquiera inteligencia «submental». Se consideraba cada nebulosa apenas condensada de la energía, la granulación de mundos y la probabilidad. Así sabía lo que sucedería. Y las probabilidades de éxito en el proceso reactivo eran tan remotas, que lo sucedido en el hemisferio de Wu Bortel, donde alguien o algo pudo llegar a comprenderle y revolvérsele en contra, debía considerarse como un caso de excepción.

En ninguno de los astros de su sector había habido hasta entonces posibilidades de llegar tan lejos. El mejor dotado por la casualidad era Quiro, pero allí se desarrolló prematuramente una especie vegetal —en aquel momento quedaba ya muchos milenios atrás la gran batalla, en la que hasta el último reej fue asaltado en las alturas por secciones de plantas trepadoras y estrangulado por las lianas corredizas—, y las plantas tenían limitaciones orgánicas para trepar otro escalón más en la evolución universal complexiva. Ciertamente la especie vegetal de Quiro estaba dotada de una fuerza vital extraordinaria, y de una considerable cerebralización; mas, incapaz de llegar a cimas de creación artística y filosófica, se expandía en el sentido de dar salida a un inagotable caudal belicoso que tendía a hacerle poblar y dominar la totalidad del universo; pero tras esto ya no habría otra aspiración más elevada.

El letargo de Wu Bortel se prolongó durante varios miles de mllones de años en escala tetradimensional. Tam Zaroh entretuvo el tedio contemplando el trabajoso progreso de los vegetales de Quiro por independizarse de la esclavitud de las raíces que los ataban al suelo, primero; de sus intentos de viajar a otros planetas para sojuzgarlos, hasta que lo consiguieron en sus vehículos de luz, después; en las cruentas batallas que libraron por extensas zonas del cosmos, luego. Y lo entretuvo, también, calculando en los otros astros, uno por uno, la posibilidad de éxito evolutivo máximo, en cada galaxia, y en cada uno de sus enjambres solares.

Desde la nebulosa en forma de anillo de humo, característica del sector de Tam Zaroh, recién conquistada por los vegetales de Quiro, se disponían a iniciar el asalto y la conquista de una galaxia lenticular relativamente próxima. En esta última precisamente era donde el Mental creía que iba a darse el gran salto de comprensión cósmica. Repasó el sistema astronómico-causal-matemático, y al comprobar su exactitud, sondeó hasta localizarlo en un fragmento recientemente desprendido de una estrella de tipo medio, que estaba dando origen a un sistema propio, a una distancia del centro geométrico de la galaxia aproximadamente igual al eje menor, oblicuamente a él, que se completaría hasta totalizar nueve planetas.

Y efectuó el sondeo de detección con especial cuidado, porque en medio de la aparente mediocridad del sistema, aquel séptimo planeta, contando a partir del más exterior, reunía el radio, la velocidad rotatoria y de enfriamiento, la masa, la edad y el ritmo de envejecimiento precisos en el que la vida inteligente alcanzaría el máximo grado evolutivo, por darse el caso entre trillones de coincidir la populación de criaturas de elevada inteligencia en expansión noosférica, con el principio de la contracción del universo cuando comenzara la siguiente pulsación de su existencia.

Tam Zaroh detectaba que vida y pensamiento se estaban presentando en billones de sistemas estelares, pero sabía que en el mejor de los casos no llegarían a su grado óptimo, por no coincidir su expansión pensante con la contracción general del universo. En consecuencia, sin abandonar la vigilancia general del universo reactivo, se ajustó con preferencia al séptimo planeta de la estrella de magnitud media, y observó cómo se iba enfriando.

En unidades de tiempo de aquel planeta transcurrieron millones de años antes de que Wu Bortel despertara, aunque en parámetros ultracósmicos sólo fuera un breve sueño. Cuando despertó, el mundo empezaba a ser azotado por continuas e interminables lluvias que antes de tocar su candente superficie se vaporizaban, para reanudar otra vez un ciclo que contribuía notablemente a acelerar su enfriamiento.

Tam, conocedor hasta la saciedad de procesos cosmológicos de aquella índole, atendió a Wu Bortel en el ultracosmos, dedicando al astro un interés secundario, ya que hasta la aparición de las especies superiores no valía la pena fijar demasiado la atención en él.

La vuelta de Wu Bortel a la consciencia fue la de un pobre ente aterrorizado. De la flotación estática pasó a una enervada extensión, como tratando de localizar un peligro inexistente. Tam supo que estaba buscando la fuerza «submental» que le había atacado, por lo cual, estableciendo un contacto con ciertas precauciones, le comunicó tranquilizadoramente que nada tenía que temer.

Wu Bortel se distendió placenteramente al reconocer a Tam Zaroh, al viejo y bueno de Tam, a cuyo lado estaba seguro, ya que Tam, con su mayor rapidez intelectiva, era capaz de predecir y conjurar cualquier amenaza que pudiera producirse en contra de él.

Durante un largo instante ultracósmico dejó los núcleos psíquicos en blanco para que el sosiego terminara de equilibrarlos, y cuando lo hubo logrado se volvió hacia el otro Mental.

—Si continúo existiendo es seguro que te lo debo a ti, Tam —estableció contacto con tranquilidad—. Ahora salgo de otro Letargo, no de un sueño normal.

—Examínate con calma, y dime si el Olvido consiguiente te ha causado muchos estragos —pidió Tam.

Wu Bortel obedeció. Se replegó sobre los núcleos intelectivos, en un autorreconocimiento del ser, para exteriorizar inmediatamente una satisfacción más que evidente.

—Oh, Tam. Debiste ser terriblemente oportuno. Los de la Unión Z no han pasado de destruir una serie lineal de mis ejes, la correspondiente a la creatividad de universos. El resto lo tengo intacto. Y recuerdo a la perfección todos los antecedentes. El primer Letargo, el universo decadimensional, la aniquilación de nuestros compañeros, la creación del cosmos pulsante en cuatro dimensiones…

—Me quitas del ánimo una gran preocupación. Temía que los estragos sufridos fueran mayores. Cuando te rescaté sufrías tal recalentamiento esencial, que faltaban escasos estadios para que te dispersaras pasando a vil energía.

—Me aletargaron antes de que pudiera descubrirles y reaccionar, Tam. Cometí el error de dejar que evolucionaran desajustado en el tiempo, menospreciándoles porque creía que no podrían alcanzar un buen grado de inteligencia. He estado al borde de pagar el error con mi propia existencia. Explícame cómo me has salvado, y cómo has sido tan oportuno.

—Ha ocurrido de forma casual, al encontrar en mi hemisferio de observación un mundo de biosfera muy curiosa. Dos razas inteligentes se disputaban la primacía: una era de reptiles y otra de plantas. Lo curioso era que los vegetales se habían cerebralizado de forma tal, que fatalmente tenían que triunfar. Todavía sin haber logrado una independencia de movimiento, atados al suelo que les daba vida a través de las raíces, se atrevieron a desencadenar la guerra contra la especie animal, que ya entraba en la etapa civilizada de mecanización. Resultaba tan insólito y apasionante que deseé que lo detectaras en mi compañía. Fue entonces, al intentar establecer comunicación, cuando descubrí que estabas atrapado en el hemisferio, al tiempo que una nube de destellos de categoría submental pululaba a tu alrededor, caldeándote para provocar la dispersión psíquica.

—Así estaba sucediendo. ¿Qué has hecho?

—Provoqué resonancia atómica en el hemisferio, destruyendo los astros habitados.

—¿No has exterminado todo el universo?

—No.

—¡Magnífico, Tam! Con lo que he recogido en la subconsciencia referente a mis captores, tenemos unos datos preciosos para continuar observando la evolución del cosmos sin peligro de que se repitan los ataques, y tal vez descubramos a qué finalidad tiende nuestra existencia.

—Así, pues, el nuevo Olvido ¿no ha afectado los núcleos con que observabas?

—Ya te he dicho que no he perdido otra cosa que la sección correspondiente a los Principios de Creatividad.

Tam Zaroh, de puro gozo, se disparó en una hipérbola perfecta, aunque luego volvió junto a su compañero, algo cohibido por haberse dejado dominar de una forma tan vulgar por la alegría que le produjo la noticia. Wu Bortel le disculpó, comprendiendo que lo que significaba su comunicación no era para menos.

—¡Nada se ha estropeado, pues! Lo que has olvidado lo sé yo, y en cuanto te comunique los Principios regenerarás los núcleos perdidos. Y tú, por tu parte, sabes dónde reside lo letal del universo. Porque lo sabes, ¿no es eso, Wu Bortel?

—Ciertamente.

—¡Por el ultracosmos, comunícamelo ya, o me voy a poner a segregar incongruencias materiales, de pura impaciencia!

—Cometí dos errores, Tam, al ponerme a controlar en mi sector; probablemente los mismos que cometieron los mentales desaparecidos, y parecidos a aquellos en los que caeríamos durante la existencia del cosmos decadimensional, aunque el Olvido lo haya borrado: aparte de no ajustarme al tiempo tetradimensional porque el crecimiento de la vida se me antojaba lento y tedioso, introduje parte de mis núcleos entre las galaxias para disfrutar del cosquilleo de las pequeñas inteligencias mientras se multiplicaban. Su progreso escapó a un ascenso normal de conciencia, y sin que me percatara de su ritmo adelantaron tanto que viajaban entre los astros, se comunicaban entre las galaxias y llegaban a construir maquinarias tan perfeccionadas que con su ayuda se podían poner a enormes alturas de intelección. Con una de esas invenciones descubrieron mis centros psíquicos entre sus nebulosas.

»Las infinitesimales criaturas inteligentes, por su misma pequeñez, no llegaban a llamar mi atención, y ayudándose por lo que descubrían sobre mi esencia con sus medios de investigación mecanicista, debieron tramar astutamente aniquilarme. Construyeron algo para agitar centros psíquicos hasta producir un calentamiento general y la subsiguiente dispersión, pero su funcionamiento exigía el concurso de fuerzas de conciencia que llamarían mi atención.

»Las criaturas de las galaxias que se agrupaban bajo la denominación de Unión Z lo sabían, por lo cual obraron como individualidades pequeñas que yo despreciaba, hasta estar preparadas. Luego, por algún proceso tecnológico (ya que todo se ha llevado a cabo apoyándose en su elevado maquinismo), se integraron en conciencias planetarias. Tan pronto percibí su brote salté a tiempos tetradimensionales, pero me adormecieron. Habían dispuesto un ingenio aletargador hacia el espacio que ocupaba, y las conciencias planetarias, actuando sobre él, lograron paralizarme psíquicamente. Mientras me adormecía, instantáneamente comprendía todo lo sucedido, conociendo demasiado tarde los errores en que había caído, a la vez que tenía la terrible certeza de que aquellas malévolas criaturas de la Unión Z me iban a caldear y exterminar con la misma efectividad que otros seres similares habrán hecho con nuestros compañeros desde el cosmos de cinco dimensiones. Cuando intenté transmitirte una Llamada, la inmovilidad mental se abatió sobre mi psiquismo. Pensando en el modo tan estúpido en que iba a terminar mi existencia, con la pobre satisfacción de perecer por lo menos sabiendo, caí en el Letargo. Casi enseguida debiste llegar tú.

Tam asimiló calmosamente la información proporcionada por su compañero, abstrayéndose en una serie de consecuencias, silogismos y conjugación de posibilidades, de forma que cuando comunicó con él tenía realizado un estudio exhaustivo de los sucesos.

—No podemos negar que el riesgo que has corrido y la experiencia que él nos ha dado es valiosa, puesto que ha servido para proporcionarnos una de las verdades que buscábamos con la experimentación creadora. Ahora conocemos cuál era el elemento letal que se encerraba en nuestro juego; tú lo descubrirías si pasaras algún tiempo reflexionando. Se trata, sencillamente, de un brote evolutivo anómalo en el panorama general del proceso de intelectualización de las especies vivientes superiores.

»Para un ascenso correcto hacia una gran conciencia, en los mundos debe coincidir cierto número de variables con el principio contractivo de una pulsación, ya que si eso falla la evolución se desvía. Si la subida de la inteligencia hacia la superficie de conciencia acaece cuando el cosmos está contrayéndose, la tentación “aplasta” la ascensión del psiquismo, malográndola; y si ocurre cuando el universo está en un período dilatante del latido, por falta de “presión” universal la subida es tan brusca que la conciencia se “evapora”, y los seres inteligentes, incapaces de gobernar correctamente una cerebralización demasiado rápida, se pierden por vertientes equivocadas».

Tam Zaroh continuó exponiendo leyes básicas de Creatividad. Mientras lo hacía detectó, como esperaba, la regeneración de focos psíquicos lineales en la esencia mental de Wu Bortel.

Aunque en ninguna de las comunicaciones sostenidas por los Mentales desde su emersión del Letargo Integral se había expuesto, ellos sabían que mediante la adquisición, por vía experimental, de conocimientos perdidos, se podía volver por regeneración a una esencia anterior, y en su caso, a la que poseían antes de sufrir su «accidente». Si llegaban a descubrir la suprema razón del universo —y por extensión, la finalidad que tenían en el ultracosmos—, con mucha probabilidad volverían a poseer la perfección absoluta que habían perdido.

Tam razonó que la Unión de Nebulosas Z había sido incapaz de proseguir un desarrollo psíquico correcto al existir en un instante cósmico de pulsación en dilatación, y que, imposibilitados por naturaleza de gobernar su conciencia creciente, se torcieron hacia una maldad agresiva involuntaria cuando se descubrió a Wu Bortel, ya que en otras condiciones en vez de atacar se habría dialogado.

Algo parecido tuvo que ocurrir en el universo anterior, vigilado por Rele Ger, Alo Ekj y los demás. Mientras probablemente se mantenían desajustados en cuanto al tiempo, pululó en su cosmos una conciencia potente en trance expansivo, descubrió a sus creadores y se entabló una batalla cuyos pormenores no se podían adivinar, pero que concluyó con la aniquilación mutua.

—Entonces —caviló Wu Bortel— el Gran Olvido no se explica así, porque durante la «vida» del universo decadimensional ningún Mental fue destruido.

—Hay un par de hipótesis: o bien antes del Letargo uno de nosotros, volitivamente, provocó la explosión universal, o bien la agresión aletargadora sucedió cuando el universo era tan viejo que llegó a su fin natural antes de que sus criaturas acabaran con nosotros. Como fuere, lo importante es que ahora sabemos en qué condiciones puede presentarse el peligro y cuáles son las precauciones que se deben observar.

Tam comunicó a Wu Bortel que el universo pulsante estaba alcanzando un punto crítico en su irreversible viaje por el ultracosmos, en el cual podía presentarse una manifestación evolutiva en la que coincidieran los requisitos precisos para alcanzar un final óptimo. Le informó de que entre los trillones de astros del hemisferio que se librara de la resonancia atómica fatal, sólo había uno en el que la subida de la inteligencia coincidiría con el comienzo de la contracción pulsante. Le mostró la nebulosa alargada en forma de lente, invitándole a fijar la observación en la zona donde había descubierto la estrella de tipo medio. Y de sus astros interiores le señaló el séptimo.

Wu Bortel, juvenilmente, ejercitó los núcleos recién regenerados, comprobando la densidad, volumen, radio, velocidad y composición. A la sazón el mundo había dado ya ochocientos millones de vueltas en torno a la estrella central, y entre lluvias incesantes, cubiertas por masas de agua, empezaban a surgir bloques continentales. Wu Bortel supo que la rareza de ser un cuerpo celeste acuoso —astros muy raros en el universo— favorecería sobremanera el crecimiento de la vida inteligente.

El cálculo le demostró que a los cuatro mil quinientos millones de circuitos, la inteligencia organizada estaría en período de populación socializada, y esto iba a coincidir con que el cosmos, alcanzado el radio máximo de expansión, empezara a contraerse.

Tam Zaroh estaba, pues, en lo cierto.

—Observando el ritmo del pensamiento en el mundo acuoso —se entusiasmó Wu Bortel—, podemos conocer el fin a que tiende, y de ahí, generalizar hasta descubrir el nuestro.

—Exactamente.

—Voy a calcular la probabilidad de accidente astronómico…

—No pierdas el tiempo. La he verificado yo. Nada va a dañar nuestro precioso planeta.

—¿Hay peligro de que razas de otros planetas lleguen a él y extingan la especie que aparezca?

—Hasta que la vida no alcance allí escalones superiores es imposible hacer cábalas. Un detalle sí he calculado. Ninguna especie de los mundos inferiores llegará a complexificarse lo suficiente como para llegar hasta dominar la técnica del viaje entre astros. Si se intenta la conquista de ese planeta habrá de ser por criaturas de otras estrellas, o de otra galaxia. Tal vez en un futuro los feroces vegetales de Quiro lleguen a intentarlo. La especie del mundo del agua ha de estar tan bien dotada, que ni una raza de la antigüedad de la quirana pueda vencerla.

—Puede suceder que los quiranos triunfaran…

—Entonces el ensayo universal de brote evolutivo óptimo habría fracasado, y habría que esperar a la pulsación siguiente, por si no fuera demasiado tarde y se repitieran circunstancias similares.

Los dos Mentales fijaron ejes preferentes de observación en el excepcional planeta de la galaxia lenticular, con un ajuste temporal intermedio, puesto que se podían permitir el lujo, una vez conocida la índole del peligro único que podía encerrar un universo contra sus creadores.

Durante otros trescientos millones de circuitos del astro acuoso no se produjo una alteración biogenética de importancia, aunque ya en las aguas calientes pululaban primarios elementos vivos. Al fin de otro período igual, la vida, atada por una enorme inercia, sólo había llegado a producir animales acuáticos y helechos.

Y en ese tiempo, la fría y ambiciosa raza quirana se extendía por las galaxias, dominando astro tras astro, sembrando cruelmente la destrucción y la muerte en cuanto percibía oposición. Los astrovehículos luminosos surcaban espacios siderales a la búsqueda de otros mundos que sirvieran para absorber su inmensa capacidad pobladora. La fuerza intrínseca de la especie quirana, al no poder llevar verticalmente su ímpetu evolucionista, lo extendía arrolladoramente en forma horizontal.

Desde la constelación del Anillo de Humo, los dictadores quiranos se fijaron en la galaxia alargada, y hacia ella dispararon motas luminosas tripuladas por grandes plantas, impávidas ante los peligros del vacío, desafiantes ante el espacio y el tiempo, multiplicándose sin cesar por el camino, para que por muchas pérdidas que se produjeran en la expedición siempre arribase un núcleo lo suficientemente potente como para conquistar territorios nuevos a la especie que ambicionaba poblar por completo el universo.

El viaje hasta la formación nebulosa lenticular fue uno de los más azarosos en la historia de la raza quirana. Por un imprevisible error de orientación, una sección de astronaves se aproximó demasiado a la superficie externa del cosmos, y atrapada por las inconcebibles tensiones de la periferia, se desintegró. Otras dos no supieron evitar un torbellino de nebulosa en gestación, y antes de que pudieran intentar la maniobra de alejamiento, fueron absorbidas. La última, finalmente, se hundió hacia la galaxia, diezmada por avatares distintos.

Habiendo perdido el ímpetu conquistador, se limitó a asentarse en el sexto planeta de un sistema monoestelar de poca magnitud, un planeta precisamente vecino al que Wu Bortel y Tam Zaroh vigilaban tan estrechamente.

El planeta reunía ciertas condiciones para la vida quirana, y los vegetales habrían saltado hacia el mundo acuoso, de no haber estado éste en un período tan juvenil que las erupciones volcánicas y los estremecimientos geológicos no ofrecían la menor seguridad. Prefirieron esperar.

El subsuelo del sexto planeta era pobre en principios químicos vitales. Los recursos de la expedición quirana se habían malogrado en el accidentado viaje intergaláctico y la misma pobreza del planeta les impedía proporcionarse otros nuevos. No podían huir del sistema. Estaban atrapados, y su única esperanza se cifraba en esperar allí a que el planeta acuoso envejeciera otros doscientos millones de traslaciones para pasar a su invasión. En los restantes planetas no había condiciones para la existencia.

La pobreza de medios del planeta, ocupado tras corta lucha con las especies irracionales que lo poblaban, repercutió en las grandes plantas, haciendo que su cerebralización se retrogradara paulatinamente. Cuando el agua escaseó, aún no era tiempo de saltar al mundo vecino donde el elemento líquido se daba con irritante prodigalidad. Los quiranos, aprovechando los últimos vestigios del gran poder inteligente y constructivo que se iba perdiendo, trazaron geométricos canales para aprovechar un líquido necesario para sus raíces, y cada día más raro.

Al aparecer los grandes saurios en el séptimo planeta, los quiranos ya habían llegado al límite de sus posibilidades. Y entonces, por falta de principios básicos, su cerebralización se había degradado tanto que un viaje antes tan ridículamente pequeño ya no tuvo éxito.

Los vegetales rojos perdieron su capacidad pensante. Su depauperación orgánica terminó transformándoles en vulgares plantas rojizas, como aquellas que una vez, muy lejos en la noche de los tiempos del planeta Quiro, habían servido de alimento para unos seres tan primitivos como los oaos, que las engullían placenteramente.

En la Sede Central de la nación quirana se desistió de conquistar la nebulosa que ofrecía tantas dificultades de aproximación, al tener noticia del fracaso final.

Wu Bortel y Tam Zaroh, detectando la desaparición de la amenaza quirana, continuaban la observación. Y cuando el planeta terminaba de describir la traslación que marcaba los seiscientos millones desde que Tam Zaroh lo identificara, su superficie empezó a cubrirse por una tupida mancha antropoide, de la que inmediatamente iba a surgir, tras sencillas mutaciones, la privilegiada raza superior.