VII

El júbilo salpicó como una oleada de felicidad a los enjambres de mundos federados bajo la bandera de la Unión de Nebulosas Z.

La mente de cada planeta funcionaba a la perfección, como resultado de la unificación de los impulsos de las células-individuo que eran sus habitantes, a través de los fabulosos cerebros artificiales que su tecnología supo crear.

Las mentes planetarias, a través del cerebro electromecánico respectivo, enviaron a las células-individuo la información del éxito que coronaba la maniobra de adormecimiento de Wu Bortel, registrando simultáneamente un asombro fuera de toda medida al descubrir la inconmensurable extensión del Mental que, por decirlo de algún modo, habían «capturado». Hasta entonces, Wu Bortel había sido un ente abstracto e incomprensible para los seres vivientes de la Unión Z.

El asombro de la conciencia planetizada llegó a cimas vertiginosas al asomarse a la inmensidad sin posible descripción del ultracosmos, en el que su universo materno se hallaba sumergido. Su descubrimiento planteó una inesperada situación.

Las mentes nacidas de la convergencia del pensamiento de los habitantes de cada planeta a través del cerebro artificial eran como desmesuradas mentes individuales, que sin embargo estaban obligadas a comunicar a sus células-individuo las percepciones que captaban desde su elevada posición; y además de esto, tenían que acatar sus mandatos. Empero, en cada conciencia planetaria existía la suficiente dosis de independencia y personalidad como para pretender obrar por su cuenta.

Wu Bortel las tentaba a un detenido examen; y el ultracosmos era tan subyugante, que las atraía como un abismo hacia su profundidad, para conocer qué cosa era en realidad.

Pero las células-individuo —que hallaban una imposibilidad orgánica de comprender qué era aquel ultracosmos— no quisieron arriesgarse ni perder el tiempo en disparatadas aventuras. Tras recibir los datos exactos en cuanto a la magnitud de Wu Bortel, adivinaron que las mentes globales, traviesamente, querían adentrarse en el ultracosmos, y cursaron una orden tajante: había que poner en marcha el Desintegrador Mental y acabar con la «pieza» cobrada.

Como dirigidas por invisibles hilos, las mentes se desplegaron dócilmente. Y en el momento de iniciar el funcionamiento del Centrifugador, fue cuando sucedió: algo desconocido, inesperado, de gran potencia, las azotó, las arrastró e hizo girar como un vendaval de venganza psíquica, dejándolas incapaces de reacción.

Después, las criaturas de los mundos de la Unión de nebulosas, que se hallaban acopladas en los centros de conexión con los cerebros planetarios, recibieron simultáneamente el mismo mensaje desesperado:

—¡Otro Creador! ¡Un segundo Creador que estaba fuera del cosmos, cuya existencia ignorábamos, nos ha descubierto! ¡Está atacando…!

Los cerebros artificiales recibieron vibraciones de frecuencia tan violenta, que cuantos se hallaban en los centros de conexión, incapaces de resistirlas, soltaron los paneles que servían para el funcionamiento de los cerebros.

En las entrañas de los astros hubo apagados rugidos. Las cortezas de los planetas se resquebrajaron en puntos distintos; aparecieron atroces simas; ciudades enteras fueron engullidas por los abismos.

Woma desapareció, transformado en una nube de energía.

Los cerebros artificiales de los mundos superiores, a causa de la sobretensión emitida por Tam Zaroh, quedaron inutilizados.

Elana vio con curiosidad como las placas de la coraza natural de Tuhkaj chocaban entre sí, y luego al viceministro romper en unos saltitos que le resultaban particularmente cómicos, habida cuenta de lo aparatoso de su mole. Cuando se fijó en que no era sólo Tuhkaj quien se entregaba a la grotesca danza, sino la totalidad de los reunidos en la sala, hubo de esforzarse en contener las carcajadas.

Los saltos de los bicéfalos coletudos aumentaron en altura, mientras prorrumpían en aullidos de dolor. Los gritos de los wagianos eran tan inesperados y espeluznantes, que Elana sintió erizársele los cabellos. Giró los ojos en sus órbitas, enloquecida, enfocándolos casualmente en la esfera estereovisiva. Las torres de las antenas del electrocerebro se estaban derretiendo.

Fue tan fulminante para su sensibilidad aquello, que quedó como alelada, incapaz de reaccionar. No supo que finalmente Tuhkaj y sus compañeros habían conseguido por fin evitar el martirio ondulante a que estaban sometidos a través de la conexión, al desligar las proyecciones corporales de las placas de contacto.

Por todas partes chisporroteaban los mecanismos de alarma y emergencia. Un wagiano negruzco y enorme, presa del pánico, se precipitó hacia la salida. Elana salió de su marasmo al ver que se le venía encima, y chilló, convencida de que iba a ser aplastada por aquel peso quinientas veces superior al suyo; pero en última instancia intervino Tuhkaj, desviando a su compañero con un potente golpe de cola.

El miedo cundía. Los bicéfalos trotaban de acá para allá, sin saber qué era exactamente lo que pretendían. Algunos altoparlantes lanzaban órdenes que nadie se preocupaba por seguir.

Pero Tuhkaj no había perdido la serenidad. Emitió una proyección autosolidificable desde su espalda, envolvió a Elana en ella y la joven se encontró otra vez a lomos del viceministro, en el interior de una de esas burbujas epidérmicas y transparentes que los wagianos fabricaban sin el menor esfuerzo.

En el breve intervalo de tiempo que tardó en acondicionarla en la relativa seguridad de aquella especie de carlinga, el rebaño de wagianos se orientó hacia las bocas de salida de la sala de conexión.

—¡Tuhkaj! ¡Tuhkaj! —gritó, angustiada, Elana—. ¿Qué es lo que está pasando?

—La catástrofe que no pudimos calcular. Había un segundo Creador fuera del cosmos, y nos ha descubierto cuando íbamos a aniquilar a Wu Bortel. Y él no estaba adormecido.

Elana casi no se atrevía a formular la siguiente pregunta.

—¿Qué… qué consecuencias puede tener su existencia?

—Sólo una: hemos acelerado el fin del universo.

Los cuerpos de los bicéfalos formaban una barrera casi infranqueable en las salidas. Pronto serían tantos, que resultaría imposible escapar de la trampa.

En el ambiente se advertía una trepidación anormal, suave y firme a la vez, como un temblor, subrayado por un zumbido de tono bajo que aumentaba paulatinamente en intensidad. El ritmo de la vibración no era acelerado, y a pesar de todo se mantenía de forma persistente. El suelo temblaba también. La estructura del edificio acusaba los mismos efectos.

Tuhkaj se abalanzó sobre la masa chirriante de sus compatriotas, luchando con cola y seudópodos para escapar de la sala, donde podían ser sepultados cuando el edificio se viniera abajo. Bamboleándose, chocando contra las paredes de su carlinga, Elana miró casualmente hacia la esfera de la estereovisión, que oscilaba como agitada por un fuerte viento.

La pantalla esférica enfocaba un sector del universo en el que se reflejaba el sistema solar Masept, con sus doscientos ochenta mundos. Uno de ellos estalló con brillante llamarada. Después, sucesivamente, uno tras otro fueron desapareciendo los demás planetas, convirtiéndose en nubes de energía. La esfera osciló tan violentamente que terminó por desprenderse y caer; silbó como un proyectil y, tras aplastar a una docena de bicéfalos, estalló como un explosivo.

Una de las esquirlas se clavó en la corteza epidérmica con que Tuhkaj protegía a Elana; ella vio brotar el líquido amarillento que constituía la sangre de los wagianos, pero enseguida su amigo empleó sus glándulas autohemostáticas y la herida quedó cerrada.

En torno a ellos, la barahúnda era atroz. Se luchaba entre furiosos y desesperados chirridos, en un frenesí por la supervivencia. Tuhkaj se hundió en la masa de cuerpos batallando con inusitada ferocidad, tanto por sí mismo como por Elana. En una fracción de tiempo, aquellas supercivilizadas criaturas habían abandonado su disciplina para volver a costumbres ancestrales, en las que sólo imperaba el instinto.

Elana cerró los ojos, al hundirse Tuhkaj en el mar de colas que descargaban ciegamente golpes a uno y otro lado, con tal de escapar de la sala en que se encontraban encerrados. Lentamente iban progresando. Cuando los abrió de nuevo, acababan de salir a la amplia vía exterior que buscaban. Descubrió que su salvador jadeaba por el esfuerzo realizado, que tenía lo menos una docena de heridas de alguna consideración, y una de sus cabezas estaba doblada en un ángulo extraño. Pero seguían adelante.

Las gentes de Wag formaban una avalancha incontenible por las amplias vías, atropellándose ciegamente al tratar de abandonar la ciudad de Uka, creyendo que así se salvarían. Desde donde estaban pudieron ver como dos wagianos, ostentando sobre sus corazas los colores de altas jerarquías intelectuales de la Federación, luchaban salvajemente entre sí por la posesión de un antigravitador que tendría que servirles para alejarse más rápidamente de allí; y un poco más lejos otro terminaba sañudamente con dos pequeñas crías para poder escapar con mayor libertad.

—Un bello espectáculo de civilización y solidaridad —comentó Tuhkaj con sorna, empezando a deslizarse por un pasadizo lateral, entre dos sólidos edificios, en sentido opuesto al que seguía el río de sus hermanos de raza.

El zumbido de la vibración estaba aumentando, y el trepidar del suelo seguía idéntico ritmo.

—¿Qué pretendes, Tuhkaj? —dijo Elana—. Si el Creador ha decretado nuestra destrucción, es inútil que luchemos. He visto cómo desaparecía el sistema de Masept…

—Yo también. Y nuestro destino es el mismo.

—Entonces…

—Mis compatriotas buscan huir de las ciudades para no ser víctimas de los sismos, creyendo que todo se va a limitar a un temblor del suelo. Wag se convertirá en energía dentro de poco tiempo, igual que los planetas de Masept. Pero nos queda una posibilidad remota de salvación. Si salimos en una astronave antes de que la catástrofe se produzca, aún podremos vivir.

—¿Cuánto crees que puede durar Wag?

—Es difícil de calcular… Probablemente no más de medio día de los nuestros; y antes de eso habrá sido agitado por convulsiones sísmicas tremendas, y volcanes dormidos, como los de Well, habrán entrado en erupción. Medio día es lo que tenemos para localizar una astronave y saltar al espacio, confiando en que la onda energética que producirá Wag al destruirse no nos alcance.

—¿Todo ese tiempo nos queda aún?

—Para escapar a la radiación no sé si será suficiente. Y no creo equivocarme mucho en cuanto al cálculo de lo que le queda a Wag de vida en el universo. El segundo Creador nos ha atacado empleando la resonancia atómica, cosa contra la cual no existe defensa. Ha llenado el espacio de vibración que crece, y primero produce el temblor que estamos notando en el suelo, y después, cuando coincida con las resonancias de los átomos, origina su escisión sónica. Por el ritmo que lleva en sentido ascensional, opino que aún tardará medio día en producirse.

Sin encontrarse con nadie, desembocaron en una rampa elevada que conducía hacia las construcciones cilíndricas del centro de Uka. Tuhkaj, sin dudar un instante, se lanzó por ella con cuanta rapidez le permitía su fatiga, como obedeciendo a un plan fijo.

—Vamos al Palacio de Coordinaciones —informó a Elana mientras corría—. Es el único sitio donde podemos recibir información de qué astropuertos no han sido invadidos por las hordas de huidos o destrozados por alguno de los cataclismos que ya se estarán produciendo, y donde nos proporcionarán algún antigravitador para llegar a él.

La ascensión se hacía penosa. El wagiano era representante de una raza típicamente cerebral, y por tanto sus músculos carecían de entrenamiento para resistir prolongados esfuerzos. En una lucha cuerpo a cuerpo aparentaba poder porque sus golpes iban acompañados por el ímpetu de su mole, pero cuando se trataba de mover ésta, la cuestión variaba.

Cruzando por los puentes aéreos, la muchacha veía a los wagianos como una columna de insectos, muy abajo, sobre el suelo, caminando afanosamente para huir de la ciudad. En algunos puntos observaba aglomeraciones de seres enzarzados en luchas, y supuso que estarían disputando por la posesión de algún vehículo que les permitiera escapar con más rapidez.

Escuchó una serie de fragorosas detonaciones en la lejanía, y cuando miró en dirección a los ruidos descubrió que unas lívidas llamaradas nacían en el horizonte. Llamó la atención de Tuhkaj, y él interpretó correctamente lo sucedido.

—Son los cráteres de Well. Las convulsiones subterráneas han despertado sus volcanes dormidos. Si Wag existiera dos días más solamente, Uka habría desaparecido bajo la lava.

Uno de los edificios cilíndricos junto a los que discurría la pista ascensional que seguían, se agrietó a causa de la trepidación creciente del suelo. Tuhkaj avivó su marcha, tomando por otra rampa secundaria que, aunque alargaba su camino, no ofrecía el peligro de la proximidad de construcciones endebles. Pronto pudo Elana apreciar lo oportuno de la decisión: la construcción continuó agrietándose al vencer su peso la cohesión de su armadura, y finalmente se vino abajo con un estruendo ensordecedor. La pista que utilizaban quedó cortada por los escombros, y de haber continuado por ella habrían quedado aislados o perecido aplastados.

De las vías a ras del suelo les llegó un apagado clamor de los heridos por el derrumbamiento.

Ninguno de los dos quiso asomarse a comprobar las consecuencias de aquello, y siguieron su marcha, mientras en su fuero interno Elana se decía si el Palacio de Coordinaciones sería lo suficientemente sólido para resistir las próximas convulsiones. Cuando Tuhkaj se lo señaló, una gran tranquilidad se extendió por su ánimo: el Palacio era una imponente construcción de acero reforzado, y su solidez parecía desafiar todos los cataclismos del cosmos.

Hasta entonces no se habían cruzado con una sola criatura viviente en su camino, y parecía como si fueran a encontrar su objetivo también abandonado. Mas no era así. Enseguida advirtieron que en el Palacio de Coordinaciones se vivía una febril y ordenada actividad a cuya observación nada escapaba. Tuhkaj y Elana fueron localizados cuando aún estaban muy lejos, y un haz de sonido sólido surgió del centro coordinador para guiar a los que llegaban.

—Quienes seáis —dijo una voz metálica y sin inflexiones—, quedaos ahí. Enviamos un flotador del ejército a recogeros y poneros a salvo. Conservad la serenidad y aguardad, o de lo contrario seréis alcanzados por el mar, que está a punto de caer sobre Uka.

Tuhkaj se detuvo, alegrándose de la orden recibida. De una sección del lejano edificio se despegó un punto, que tras cobrar altura y evolucionar ligeramente mientras realizaba la localización de los que buscaban su refugio, enfiló hacia ellos. Pronto cobró los contornos de una de las sencillas naves de flotación aérea que el departamento de Defensa y Ejército utilizaba muy rara vez, desde que los antigravitadores demostraron su mayor utilidad y sencillez de manejo. El pequeño aparato se inmovilizó sobre las cabezas de la pareja, dirigiendo hacia ellos la boca de un enorme aspirador. Por simple succión Tuhkaj y Elana fueron transportados a bordo. Luego el flotador dio la vuelta, y enfilando hacia el punto de procedencia partió raudamente.

El aparato les dejó en la rotonda de estacionamiento del centro coordinador, mientras la guardia de recepción, formando marcialmente, distante y disciplinada, otorgaba al viceministro los honores que se debían a su rango, ignorando en apariencia el inminente fin del mundo.

Tras depositar con delicadeza a Elana sobre el suelo firme, el viceministro se encaró con el jefe de la guardia, que a respetuosa distancia aguardaba sus palabras.

—Si el Coordinador General se halla libre, quiero hablar con él.

—Lo siento, excelencia, el Coordinador ha muerto. Se hallaba con el equipo de ingenieros electrónicos que ajustaban el cerebro mecánico, y cuando éste se ha fundido se ha abrasado, como todos los demás del equipo, por el metal ardiente.

Tuhkaj se estremeció involuntariamente, haciendo rechinar sus escamas de plomo.

—¿Quién se ha hecho cargo de la organización de emergencia?

—Falen, Coordinador de Defensa, excelencia.

—Falen es un gran amigo mío, jefe. Avísele que deseamos entrevistarnos con él inmediatamente.

—La extranjera, excelencia… —empezó a objetar el jefe de la guardia, oscilando una de sus cabezas hacia Elana—. He recibido instrucciones muy tajantes al respecto.

—La extranjera es dignataria del gobierno de Woma —zanjó el viceministro— y va donde yo vaya.

El oficial pareció querer oponerse. Los ojos compuestos del par de cabezas brillaron de irritación, hasta que por último terminó plegándose ante la autoridad del otro, puesto que aun en aquellas circunstancias seguía siendo uno de los altos jefes del planeta.

Avisó a uno de sus ayudantes para que les diera escolta hasta el coordinador Falen, mientras Tuhkaj y la womeña se percataban de que en la habitación de acuartelamiento, a despecho de la calma que la guardia exhibía, los soldados libres de servicio seguían por las esferas de estereovisión el proceso de aniquilación del universo, y que sólo su duro entrenamiento les salvaba de exteriorizar el pánico que como a los demás estaría dominando, y aguantaban en sus puestos en espera de las decisiones y mandatos de los coordinadores…, aunque en sus fueros internos se dijeran que todo era inútil.

El soldado tampoco les dirigió la palabra, manteniendo el mismo silencio que el piloto que les había recogido en el flotador —puesto que el silencio era una de las primeras disciplinas que se inculcaba a los miembros del departamento de Ejército—, al tiempo que les llevaba hasta una plancha descensora. Emitiendo desde el tórax una delgada prolongación carnosa accionó su mando, haciéndola hundirse en los sótanos del Palacio.

Dieciocho plataformas por debajo del nivel del suelo, la plancha se detuvo. Elana se vio ante el arranque de un pasillo circular, adornado con paneles fluorescentes de suaves colores, que servían para proporcionar una tranquila y sedante iluminación al túnel que tenían ante sí.

El soldado les llevó hasta una sólida puerta metálica, colocándose ante la cámara de vigilancia para dar la identificación de los visitantes.

—El coordinador Falen les aguarda, excelencia —notificó entonces—. Mi misión ha concluido.

—Gracias, soldado. Puede retirarse. Y… buena suerte.

Mientras el guía volvía hacia la plancha ascensional, la puerta metálica se deslizó sobre guías invisibles, franqueándoles la entrada. Tuhkaj emitió una proyección corporal y envolvió en ella la mano derecha de Elana, como para infundirle confianza mientras avanzaban. Este gesto que en otra ocasión hubiera producido repulsión a la muchacha, la llenó de súbita ternura y confianza en el grandote ser que se deslizaba sobre minúsculos seudópodos a su lado.

Desembocaron en una estancia de vastas proporciones, iluminada por globos de materia fosforescente flotando cerca del techo con curiosa ingravidez. En la parte más alejada de ellos, distintos bicéfalos, que lucían los emblemas de los coordinadores, se afanaban entre tableros y tubos de información, leyendo las noticias impresas en las tablillas que vomitaban los eyectores, y repartiendo órdenes a los ayudantes de sus secciones especializadas, en un desesperado intento de luchar contra lo inevitable.

Falen acudió al encuentro de los recién llegados, dando vivas muestras de alegría. Era un imponente bicéfalo, cuyas escamas opacas denunciaban una avanzada edad.

—¡Tuhkaj! —saludó, con una vocecilla que era como un chirrido atiplado—. ¡Me alegro una enormidad de que por lo menos tú no hayas resultado sepultado en las galerías de conexión!

—He tenido mucha fortuna al escapar de allí, y también para alcanzar el Palacio casi indemne. Falen, esta es Elana, delegada de asuntos espaciales de Woma.

—Sea bienvenida a este precario refugio, delegada —dijo el coordinador de Defensa, con su voz curiosamente infantil.

—Ella significa mucho para mí, Falen —confesó Tuhkaj—. Quiero hacer cuanto sea posible por salvarla.

—¿Sabes como están las cosas, amigo? Nos encontramos agitados por una vibración de resonancia que ha de desintegrar cualquier clase de materia en breve plazo.

—Ya he comprendido el significado del zumbido que lo llena todo.

—Pues a pesar de eso, debo animar tu espíritu decaído diciéndote que existen razonables posibilidades de huida y de hurtar muchas vidas al zarpazo del Creador. Los del servicio de coordinación astrofísica han comprobado que la vibración de resonancia únicamente afecta a la mitad del universo, así que si navegamos hacia galaxias extremas utilizando la tercera velocidad gravitacional con tiempo suficiente, hasta podremos confiar en devolverle a ese creador maldito el golpe que nos está asestando.

—Imaginaba algo por el estilo. Por eso he venido aquí, confiando en que poseyerais información de los astropuertos que aún funcionan, y pudierais proporcionarnos algún antigravitador para llegar allá.

—Los sintetizadores de las diecisiete plantas que hay sobre nuestras cabezas trabajan incesantemente para lanzar cuantos vehículos sean posibles para ser utilizados con ese fin por nuestros compatriotas. Coged uno. Nosotros, los coordinadores, permaneceremos en Palacio hasta el último instante para dirigir a las tropas y calmar a los poblaciones aterrorizadas y conseguir que abandonen Wag con un cierto orden. Se pueden salvar millones de vidas…

Elana dejó escapar un suspiro, al relajar la tensión que estaba atenazando su corazón. Por fin parecía aclararse el negro futuro. Su par de expresivos ojos azules dirigieron a Falen una mirada de gratitud, por devolverle una esperanza de vida, que hacía ya mucho rato que había perdido.

—Tienes el cuello lastimado —observó el anciano coordinador—. Mientras os preparan el antigravitador ordenaré al quirófano que te atiendan.

—Oh, déjate de tonterías. Hay cosas mucho más importantes en este instante que mi cuello. En el peor de los casos puedo perder una cabeza, y eso ni lo notaré. En cambio, si te ocupas de otros asuntos, muchas vidas de los nuestros se pueden salvar.

El coordinador de Cosmología se acercó hasta los amigos. Saludó brevemente a Tuhkaj y Elana, y entregó a Falen una tablilla cubierta por menudos signos de cálculo.

—Debéis daros prisa —avisó, tras tantearla con una prolongación corporal—. Esto son malas noticias. Se avecinan nuevos temblores del suelo, y erupciones, lo que aumentará la fuerza de la avalancha del mar que viene hacia Uka.

—¿Falta mucho todavía?

La respuesta no se encargó de dársela el cosmólogo, sino los mismos acontecimientos. Una vibración de singular violencia sacudió el subterráneo. Los globos luminosos se apagaron, y a la luz de los focos de reserva que inmediatamente entraron en funciones, pudieron ver las ominosas grietas que iban apareciendo en las paredes de la sala. Tras la primera sacudida se sucedieron otras dos de igual violencia. Elana gritó y dio con su cuerpo en el suelo; un objeto duro la golpeó en la sien, produciéndole un desgarrón en la piel. Las luces de reserva fallaron entonces, y la negrura se abatió sobre la estancia, siendo rota únicamente por los apagados quejidos de la joven y el bronco y profundo sonido que nacía de las entrañas del planeta, agitadas por las contracciones de la destrucción que se aproximaba ineluctablemente.

Alguien accionó varias linternas autónomas, permitiendo con su pálido brillo que los wagianos se hicieran cargo de la situación. Las paredes se estaban resquebrajando por docenas de sitios, pero los inyectores de seguridad, funcionando automáticamente, conjuraron el peligro de derrumbamiento al regar las brechas con sustancia solidificable.

Tuhkaj, en cuanto se percató que Elana, además del susto, sólo tenía un rasguño sin importancia, le entregó una pastilla de hemostático y acudió junto a los coordinadores, por si su ayuda podía ser de alguna utilidad. Los especialistas estaban procediendo a realizar conexiones provisionales, y poco tiempo después las burbujas de iluminación funcionaban otra vez.

Falen, deseoso de conocer lo que ocurría en la superficie del planeta, accionó un juego de pulsadores, con lo cual todo un panel se desplazó en una de las paredes para dejar al descubierto una pantalla estereovisiva quíntuple. Las cámaras visoras, situadas sobre globos sin gravedad en el cielo de Uka, permitían recibir una vista aérea muy precisa de la capital de Wag.

Muchos edificios estaban en ruinas, y las plataformas de tránsito elevado cortadas o cegadas por los escombros de los derrumbamientos. En varias de las geométricas vías ukanas se habían producido grietas y simas que humeaban, difundiendo por el aire vapores sin duda sulfurosos. En el cielo, los cinco soles brillaban con frialdad de muerte.

No era fácil distinguir la gran cantidad de cadáveres que cubría el suelo; pero finalmente el orden había dominado la huida desatinada, y ahora los bicéfalos, guiados desde flotadores por oficiales de las secciones de Ejército y Defensa, se desplazaban con rapidez hacia los antigravitadores que se les proporcionaban para ser transportados a los astropuertos que designaban desde el Palacio de Coordinaciones.

La destrucción de los edificios, con ser impresionante, no era tan catastrófica como la intensidad de los sismos había inclinado a suponer, lo que indicaba que los inyectores de solidificación funcionaron con oportunidad, salvando a muchos wagianos.

El zumbido de resonancia que enviaba Tam Zaroh lo llenaba todo, avisando el próximo fin de Wag, y a pesar de su sonido monocorde y fatal, las imágenes reflejadas en la pantalla de 3-D producían la sensación de que los bicéfalos terminarían saliéndose con la suya y escapando al azote vengativo de su creador. Y de pronto, el panorama de eficiente huida se enturbió por una amenaza imposible de conjurar, dibujada en el horizonte.

Una masa líquida, encrespada y violenta, que relucía bajo los cinco soles como un océano de plata, avanzó tronando y aplastando cuanto se hallaba a su paso. El furioso mar mercurial de Uka, rotos los diques, se precipitaba por fin sobre la ciudad.

Los edificios que habían resistido las anteriores convulsiones sísmicas, fueron segados como briznas de hierba. Los bicéfalos que huían resultaron aplastados bajo las pesadas oleadas metálicas. Enormes esferas de mercurio, gruesos goterones del mar que rompía contra las más sólidas construcciones de la ciudad, surcaban el espacio formando nubes de sibilantes proyectiles.

Los flotadores aéreos que eran alcanzados por aquellas esferas se deshacían como alcanzados por un potente explosivo, y los demás, agitados por los turbiones de gases producidos por el maremoto, giraban como peonzas, para terminar estrellándose contra las furiosas ondas.

El Palacio de Coordinaciones fue el último reducto que abatió el colérico mar. Aguantó varias embestidas, que se arremolinaban y silbaban al ser hendidas por su pétrea arquitectura, y resistió como un viejo y valeroso guerrero. Luego se inclinó a un lado, y el metal líquido pareció abrirse para engullirlo glotonamente.

El mar se extendió por toda una gran área, aquietándose paulatinamente, vencida ya toda resistencia, y ocupó toda la superficie que captaban las cámaras, hasta parecer un bruñido y duro espejo. Uka había desaparecido. El lugar que ocupara hasta entonces la capital de uno de los mundos más evolucionados de la Unión Z quedaba solamente señalado por los globos sin gravedad con las cámaras de esterovisión, que ajenos a la desolación reinante continuaban captando las imágenes que se ofrecían a sus objetivos.

En la decimoctava planta subterránea del desaparecido Palacio de Coordinaciones, una brigada de ingenieros se afanaba con los inyectores, fabricando sólidas vigas para apuntalar el techo, que de vez en cuando crujía amenazadoramente a causa del peso del mercurio que estaba gravitando sobre él. Hasta la última de las compuertas de comunicación con las otras plantas había sido cerrada. Los únicos supervivientes de Uka estaban sepultados bajo millones de toneladas de metal líquido.

—Esto es matar el tiempo mientras se espera el fin —dijo Falen, refiriéndose a los que trabajaban para evitar el hundimiento del techo—. Sería estúpido confiar aún en la salvación.

—¿Ya no quedan posibilidades? —habló Elana con abatimiento.

—Ninguna, delegada. El mercurio aplastaría cualquier artefacto que intentara ganar la superficie.

—¿Tenemos algún sintetizador? —inquirió Tuhkaj con brusquedad.

—En la sala II hay uno de tamaño mediano. Nada se puede hacer con él.

—Para nosotros no, pero puede aprovecharse para Elana. ¿Qué tal sin con él sintetizo un transferidor de materia? Para un ser del tamaño de Elana sí lo fabricará.

—¡No quiero salvarme sola, Tuhkaj! —se expresó con pálida decisión la rubia womeña—. Correré la suerte de los que estáis encerrados aquí.

—Cállese, delegada —ordenó abruptamente el coordinador Falen—. Ésa es una buena idea, Tuhkaj, pero ¿dónde vas a transferirla? Estamos incomunicados con el exterior, y no sabemos qué astropuertos estarán todavía útiles. Tampoco vamos a correr la suerte de proyectarla sobre una zona inhospitalaria…

—No quiero astropuertos. Hemos de enviarla a un planeta del otro hemisferio.

Falen culebreó la cola.

—¡Una magnífica inspiración, camarada! La vida de nuestra Unión no desaparecerá por completo así. Vamos a preparar el sintetizador mientras los de astrofísica nos dan las coordenadas de un astro que reúna características óptimas para el desarrollo de un womeño.

Elana quiso oponerse, pero no le sirvió de nada, puesto que Tuhkaj, emitiendo seudotentáculos, la sujetó tan bien como si la hubiese atado con ligaduras.

Pasaron a la sala II, y el coordinador de Defensa trazó una tablilla que introdujo en la máquina. Poco después un impecable transferidor de materia aparecía por la compuerta de entrega. Entre ambos wagianos introdujeron a la joven en la campana de proyección. El sintetizador no podía fabricar transferidores grandes, y en aquél, Elana a duras penas cabía.

El coordinador de Astrofísica vino a comunicar a Falen la situación espacial del planeta que buscaban. Falen introdujo sus coordenadas en el mando del transferidor.

—Animo, Elana —hizo Tuhkaj un ademán de despedida—. Cuando despiertes estarás a salvo, en un mundo nuevo.

La muchacha lloraba de emoción.

—Tuhkaj, Falen… No olvidaré lo que hacéis por mí. Mi recuerdo no os abandonará mientras viva.

Al presionar el pulsador de arranque, la campana transparente flameó con luz cegadora, y cuando se extinguió y los ojos compuestos de los dos bicéfalos se adaptaron otra vez a la iluminación reinante, Elana ya no estaba en su interior.

—Esperemos durar lo suficiente manejando esto, hasta que Elana llegue a su nuevo mundo. Hemos de regenerarla en cuanto haga contacto psíquico con su superficie…

La desesperada tentativa de Tuhkaj por salvar a la bella hembra de Woma no tuvo éxito. Mucho antes de lo que tenían calculado la vibración resonante subió de punto, a ritmo de acelerado vértigo. Los átomos de toda la materia de Wag iniciaron una loca danza, hasta que se escindieron vomitando energía.

Wag, como antes los astros de Masep, desapareció entre nubes de radiación, y con éstas, cuanto existía en su masa.

La transferencia de Elana, al destruirse el mecanismo impulsor, jamás llegó a concluirse.

Y de la hermosa Elana, delegada de asuntos espaciales de Woma, que con su dulzura había llegado a encender la llama del amor en un enorme y monstruoso bicéfalo de Wag, sólo quedó una fuerza vital, inconsciente, que vagaba sin dirección por el vacío sidéreo.