VI

En el planeta 328 —de las arbitrarias y particulares coordenadas que el Mental Tam Zaroh había dado a los mundos de su sección de universo bajo control—, el ritmo de desarrollo de la vida había alcanzado un compás apasionante.

Los reejs, reptiles surgidos de los océanos de amoníaco, tras diversas mutaciones llegaron a poseer un cerebro bastante desarrollado. Cuando en los demás mundos que conocía el Mental, apenas si brotaban los primeros destellos de organización, en el 328 los reejs, tras siglos de guerra contra los descomunales oaos habían logrado imponerse gracias a los recursos de una técnica incipiente, y exterminar a las bestias.

Sin embargo, el mismo día que la población reptiliana celebraba sus fiestas triunfales, se desencadenó la nueva ofensiva que únicamente Tam Zaroh había previsto: la ofensiva del reino vegetal, formado por especies pensantes, aunque los reejs lo ignoraban. Los vegetales cerebralizados del planeta de amoníaco estaban anclados al terreno donde nacían. No sabían desplazarse de las rocas o las arenas en las que se hundían sus raíces. Carecían de órganos de oído, vista y fonación. Y pese a tales limitaciones, poseían infinidad de recursos.

Los vegetales inteligentes del planeta 328 habían desarrollado un sentido «epidérmico», sobre el que se basaba todo su conocimiento del globo en el que vivían. Los vientos continuos traían hasta ellos polvillo, impulsos, ecos; las sensibilísimas hojas de la raza vegetal lo captaban todo, hasta el menor detalle. Cada ráfaga de aire era portadora de un determinado mensaje, que los vegetales interpretaban debidamente.

Tam Zaroh había comprendido, mucho tiempo atrás, que los vientos perpetuos que azotaban el planeta eran el vehículo para el «lenguaje» de las plantas. Paulatinamente habían ido adquiriendo conocimientos que maravillaban al propio Tam Zaroh, al comparar su vastedad con lo limitado de sus percepciones. Entre otras cosas, los vegetales —cuya cerebralidad desconocían las especies animadas del planeta— aprendieron a comunicarse entre sí. Podían aumentar o disminuir la rigidez de las ramas, y esto fue suficiente para que crearan un código de señales, ofreciendo mayor o menor resistencia al viento que las azotaba.

Después que aprendieron a comunicarse, los vegetales estudiaron el mundo en que existían. El viento trajo su historia, y el mundo vegetal supo leerla en el viento. Muchas veces los bosques del planeta 328 habían vibrado en transmisiones de señales de alarma, cuando los voraces oaos se adentraban en sus frondas en busca de alimento. Los vegetales trataron a veces de segregar sustancias repelentes para alejar a los oaos, sin lograrlo a tiempo. Los oaos percibían aquella muda «oposición» a servirles de alimento, y las destrozaban con feroces y furiosos coletazos.

La voracidad de los oaos engullendo en tiempos mínimos bosques enteros era el gran obstáculo para el progreso ascensional de la inteligencia de los vegetales. Eran devorados antes de que pudieran prosperar, y pese a su casi milagrosa capacidad de reproducción habrían desaparecido del planeta de no haber surgido tan oportunamente de los océanos los reejs, adaptándose a la vida en el suelo firme, y disputando a los oaos la supremacía. Cuando reptiles y oaos se enzarzaron en las sangrientas batallas que debían decidir la hegemonía de una u otra especie, los vegetales llenaron el aire con mensajes de esperanza. Tenían una ocasión única para prepararse e imponerse sobre los que quedaran vencedores. Debían ocupar la mayor extensión territorial, y cuando reptiles o bestias quedaran vencedores, pero diezmados, desencadenar la ofensiva que rematara al debilitado vencedor.

Los vegetales, conocedores a la perfección de las corrientes e intensidades de los vientos, las aprovecharon para hacer coincidir sus épocas de diseminación con aquellas que les eran más favorables. Transportadas por el soplo, las semillas llegaban con precisión matemática a terrenos elegidos de antemano, con pérdidas accidentales verdaderamente despreciables, y un aprovechamiento infinitamente superior al de cualquier otro planeta con vida vegetal, donde el ciclo de diseminación se cumplía sólo bajo los dictados de la casualidad.

En un tiempo extraordinariamente breve, la vegetación inteligente cubría las zonas emergidas de los océanos, se había organizado a la perfección y esperaba su momento. Y éste llegó cuando los reejs cercaron al último oao y le dieron muerte en medio de una nube de gas frigorífico. El aire transmitió un mensaje inteligible sólo para los vegetales: cuando las tinieblas envolvieran el hemisferio de zonas sólidas del mundo, habría violentas corrientes ventosas. Y entonces atacarían a los reptiles.

La nación reej había empezado a celebrar con brillantez el final de su secular batalla. En dos continentes no se dormiría aquella noche. Las más suculentas plantas habían sido cuidadosamente escogidas y preparadas en las marmitas colectivas. Los destiladores habían extraído a la temperatura debida de fraccionamiento los jugos embriagadores de los preciosos frutos amarillentos que tanto agradaban a los reejs. La fiesta estaba en todo su esplendor.

Y de pronto, todo empezó a ir mal.

Un reej que ostentaba sobre su coriáceo pecho los distintivos de jefe de batallón de acoso, dejó caer el cuenco en el que apuraba el licor ambarino que tanto agradaba a su raza, y comenzó a retorcerse mientras sus fauces se cubrían de espuma. Su ayudante abandonó el recipiente en que bebía tratando de auxiliarle; mas, antes de que llegara a rozarlo, gruñendo de dolor, se enroscó a su lado, epilépticamente, manifestando los mismos síntomas que su jefe.

En distintos campamentos reejs, geográficamente muy distantes, se presentaron simultáneamente millares de casos idénticos. Alguien, con súbita inspiración, hizo funcionar las instalaciones de alarma, y Ko-Francis Lao, Jefe Absoluto de la nación reptiliana, gruñendo de sorpresa e irritación, ordenó a los comandantes de transmisiones difundir la prohibición tajante a las tropas de beber licores, mientras se iniciaba una investigación. Luego requirió a Viri-Tum-Lecto, su Jefe de Divisiones, y segundo en el mando de la población reej:

—¿Qué es lo que ha sucedido, Viri-Tum? ¿Quién nos ha traicionado?

—Lo ignoro, excelencia. No salgo todavía de mi desconcierto…

—Pero si ha sucedido en todos los campamentos, hay que pensar en una traición organizada, o en un ataque de enemigos desconocidos.

—Si hay enemigos, excelencia, se ocultan en la sombra. Y tened presente que en todo Quiro no existe una especie viviente capaz de organizarse y disputarnos la supremacía, ahora que los oaos han sido destruidos.

—Es incomprensible, sí. Dime, ¿se ha salvado alguno de los que bebieron el licor?

—Nadie, excelencia. Aún no se han realizado los cómputos exactos, pero nuestras bajas son de varios millares.

Ko-Francis Lao rugió de rabia.

—¡En cuanto sepas algo, comunícamelo! Enemigo o traidor, alguien tiene la culpa. ¡Su acción no quedará impune!

Sin ninguna cortesía abandonó a su segundo, y reptó mezclándose con sus tropas. Advirtió que la alegría del reciente triunfo se había esfumado entre los acampados, y adivinó que entre las demás unidades ocurriría otro tanto.

Los especialistas de sanidad se afanaban en despejar el terreno de cadáveres, y en las afueras del campamento comenzaban ya a crepitar los incineradores. Algunos reejs, al reconocer al jefe supremo le tributaban muestras de acatamiento, a las que Ko-Francis Lao correspondía de forma ausente.

La noche era oscura como la brea. Carente de satélites y siempre cubierto por espesas nubes de vapor amoniacal, en Quiro no existía luz nocturna natural que llegara del cielo. Ko-Francis Lao serpenteó con poderosas contracciones, dilatando el belfo: olía el peligro. Para él, curtido en cien cacerías y celadas a los rebaños de oaos, era fácil percibir el impalpable hálito de la amenaza gravitando en el ambiente. Parecía como si el bosque que se alzaba a sus espaldas se agazapara para atacarles.

¿El bosque?, pensó. Bah… ¡valiente idiotez!

Un receptor de señales trepidó, no muy lejos de él. Por los fragmentos del código utilizado, el jefe supremo entendió parte del mensaje, precipitándose hacia el servidor del aparato, que había dejado a un lado la escudilla con el alimento que estaba tomando.

—¡Vamos, imbécil! —bramó el jefe reej—. ¿Qué dice el mensaje?

—En la División 28, excelencia… Han empezado a descubrir casos de envenenamiento entre los que han comido ramu.

El ramu era el mejor alimento vegetal de los reejs. Sabroso y suculento, les sumía en una beatífica y plácida digestión una vez ingerido, lo cual hacía que en muy contadas ocasiones se permitiera comerlo estando en pie de guerra. El ramu era alimento de tiempos plácidos, de paz. Los reejs casi habían olvidado cuándo fue la última vez que hubo autorización para preparar ramu, cuando con la victoria sobre el pueblo oao se recogieron raciones extraordinarias en cada bosque, para festejar también gastronómicamente el triunfo final.

Como un relámpago Ko-Francis Lao captó el nuevo peligro que les amenazaba. Gritó:

—¡Pronto! Haz sonar la alarma, avisando que nadie toque su comida.

El servidor del receptor de señales fue a obedecer. Una súbita rigidez detuvo su desplazamiento, Boqueó en silencio y quedó inmóvil. El servidor había estado comiendo ramu. Sin acercarse más a él, el caudillo de los reejs supo que estaba muerto.

En dos grupos cercanos de soldados, la escena se repitió. Ko-Francis Lao hizo aullar la alarma sin perder un instante, y luego llamó a los jefes sanitarios más próximos.

—Organícense para lavar el estómago de cuantos hayan comido ramu. Analicen el alimento antes de que se consuma, de cualquier clase que sea, aunque tengan la convicción de que es inofensivo. Estaré en mi tienda. ¡No se duerman!

El ayudante personal del Jefe Supremo circuló por entre los acampados buscando a los comandantes de División para convocarles a asamblea extraordinaria. Mientras lo hacía, se esforzaba en no fijarse en sus compañeros que iban quedando paralizados, por haber tomado el alimento mortal antes de que la alarma fuera dada.

Un movimiento de terror iba haciendo presa en los reejs. Los jefes, con silbantes sonidos, ordenaban diversos trabajos, fatigosos y baladíes, para conjurar el pánico colectivo.

Cuando el último de los comandantes penetró en la tienda de Ko-Francis Lao, éste terminaba de repasar el informe de los técnicos sobre los análisis del licor que había originado la primera racha de envenenamientos.

—Sabed que nos encontramos ante una situación insólita. Nuestros compañeros han sido envenenados de dos formas distintas: por el licor ámbar y con ramu. El informe del análisis del licor afirma que su proceso de preparación ha sido correcto, destilándose a las temperaturas debidas. Sin embargo, a la temperatura de fraccionamiento normal, los frutos empleados dejan escapar un veneno que no existía hasta ahora. Supongo que en el ramu habrá sucedido otro tanto…

—Es una gran coincidencia que se hayan vuelto venenosas las especies de vegetales que teníamos que consumir esta noche —comentó el Jefe de Sanidad.

—¿Casualidad… o todo lo contrario? —preguntó con mirada brillante el Jefe Supremo.

—¿Insiste, excelencia, en pensar en un ataque organizado? —intervino Viri-Tum-Lecto.

—Quiero pediros una opinión, como miembros de mi Estado Mayor. ¿Qué os parece si empezamos a considerar que ha nacido en Quiro otro enemigo para los reejs? ¿Qué tal si pensamos que los vegetales de los bosques nos han atacado?

Pese al respeto que le debían, los comandantes que rodeaban al Jefe Supremo prorrumpieron en protestas de incredulidad.

—No lo creéis, ¿eh? —silbó, burlón, el viejo Ko-Francis Lao—. Pues por esa falta de ductilidad que hay en vuestros pensamientos es que no me decido a hacer una cesión del mando, aun cuando mi edad lo esté exigiendo. Considerad que la mutación venenosa de la fruta dorada y del ramu no ha podido ser más oportuna: ha ocurrido cuando nuestros ejércitos iban a consumir grandes cantidades de esas especies, de forma que nos han producido más estragos que si una noche nos hubiera sorprendido un rebaño de oaos. De haber sucedido el cambio venenoso en otra época, sólo con alguna pérdida habríamos estado sobre aviso. De la forma en que han ocurrido las cosas, los estragos han sido máximos.

Empezaba a soplar el viento nocturno, habitual de la noche quiriana; el ambiente estaba saturado por los perfumados aromas del bosque próximo. Fi-Almun, comandante de abastecimientos de la División, levantó su cabeza triangular, inspirando con satisfacción. Se le hacía muy difícil aceptar la tesis del Jefe Absoluto.

—Me cuesta trabajo creer lo que afirma, excelencia. Casi encuentro más razonable pensar en un enemigo de naturaleza desconocida…

El viento se hacía más fuerte por momentos. Por los intersticios de la tienda ocupada por el Estado Mayor, penetraba, impulsado por él, un polen blanquecino y aromático. El mismo Viri-Tum dilató los pulmones al respirar plenamente.

—La cuestión es de fácil comprobación. En la División 8, el gabinete científico ha experimentado con éxito una especie de «contador de inteligencia». Bastará que lo dirijamos hacia las formaciones vegetales, para que sepamos si las plantas de Quiro se han convertido en un enemigo organizado.

Un oficial del servicio bromatológico solicitó permiso para entrar, y en cuanto le fue concedido se deslizó hasta Ko-Francis Lao entregándole un comunicado.

—No se retire todavía, oficial —dijo, y a continuación se encaró con sus ayudantes—. Bien, amigos; de bromatología informan que el envenenamiento del ramu se debe a una secreción nueva de las plantas, desconocida hasta hoy por nuestros científicos, de difícil localización, que en mínimas cantidades produce la muerte por parálisis del corazón.

El oficial del servicio bromatológico tosió dos veces. Se vio que hacía grandes esfuerzos por dominar aquello, que podía ser interpretado como una falta de respeto hacia los reunidos.

—Les he convocado —continuó Ko-Francis Lao—, para exponerles mi tesis y someterles un plan. ¿Qué les parece si difundimos entre la tropa la información de que la amenaza parte de los bosques? —el oficial volvió a toser. Inspiró la atmósfera cargada de polen, con penoso estertor. El Jefe Supremo le dirigió una severa mirada y concluyó—: El fin que persigo es el de dar una forma concreta a la amenaza y a la agresión, para que el pánico no extienda su desmoralización entre las divisiones, pues nos convertiríamos en presa fácil para cualquier enemigo…

El oficial que había traído la información sobre el ramu no pudo reprimir más la tos que le martirizaba. Rompió en estrepitosos sonidos, al tiempo que abría desesperadamente la boca, como si se asfixiara. A cada nuevo golpe de tos, su estado parecía agravarse.

Viri-Tum-Lecto lanzó una maldición, acudiendo a ayudarle. Tosió a su vez, y como contagiado por un virus desconocido, Fi-Almun respiró sibilante y penosamente, tosiendo también sin cesar.

Entonces Ko-Francis Lao se dio cuenta que había estado escuchando desde hacía rato las toses de otros reejs fuera de la tienda, aunque sin prestar atención. Arqueó su cuerpo ya viejo disparándose en un salto que más de un atleta habría envidiado, para ir a caer junto a las caretas que utilizaban para preservarse del gas frigorífico que utilizaban contra los oaos.

—¡Pónganse las caretas! —chilló—. ¡Ese polen…!

Fi-Almun y Viri-Tum-Lecto expiraron sin que se pudiera hacer nada por ellos. El oficial había perecido antes. Tosiendo aún dentro de las máscaras, los otros jefes se deslizaron rápidamente al exterior para organizar sus desprevenidas huestes.

El espectáculo que se ofreció ante su vista era impresionante.

Envueltos en densas nubes de polen arrastradas por las violentas ráfagas del viento nocturno, los reejs se asfixiaban irremisiblemente. Unos pocos habían tenido la iniciativa de protegerse con las máscaras de defensa contra gas, y trataban de organizar a sus compañeros, pero éstos, víctimas del pánico, morían a racimos. En medio de la barahúnda reinante, dos secciones de reejs se revolvieron contra los oficiales que trataban de impartir algo parecido a la disciplina, los arrollaron y en una furiosa huida se precipitaron hacia el bosque.

La atmósfera era allí más pura. Sin embargo, una nueva trampa aguardaba a los reptiles: espesos setos espinosos de agujas mortíferas habían brotado en la espesura. Cuantos reejs se arañaron con ellos murieron.

Cuando concluyó aquella noche de pesadilla, los reptiles contaron las bajas. Ko-Francis Lao estaba anonadado. Sólo una quinta parte de su división sobrevivió, y los informes que llegaban continuamente por los transmisores y receptores no eran mejores. Sin contar con datos exactos, se podía calcular que por lo menos el setenta por ciento de la población reej halló la muerte. ¡El setenta por ciento en una sola noche! Y de no haber sido por las certeras reacciones del Jefe Supremo, la nación reptiliana habría sido eliminada de Quiro.

En los dos continentes, a marchas forzadas, las maltrechas divisiones que la víspera se disponían a celebrar su victoria sobre los oaos se retiraban hacia las escarpadas montañas, donde la vida vegetal era incapaz de echar raíces. Los «contadores de inteligencia» habían ratificado la teoría de Ko-Francis Lao, demostrando que una mentalidad superior, poderosamente organizada, se emboscaba en las rojizas frondas vegetales.

Los reejs eran una raza de valientes; se retiraban momentáneamente a recuperarse del traidor ataque. Pero pronto estarían dispuestos a presentar batalla y a devolver golpe por golpe. Era un juramento que su Jefe Supremo se había hecho a sí mismo.

El viento huracanado de Quiro sirvió de vehículo para que la noticia llegara a los últimos confines del reino vegetal. Los reejs iban a atacar por primera vez las selvas. Estaban dispuestos a hacerlas arder en una apocalíptica hoguera, para vengar el alevoso ataque de que fueron objeto. Comenzaban a bajar en los dos continentes de las montañas que eran su refugio, y estaban prevenidos y preparados contra los espinos mortales y las nubes de polen asfixiante.

Los vegetales de Quiro no les temían. Es más, ya que ellos aún eran incapaces de moverse y desplazarse, encontraban muy conveniente que los reejs fueran a su encuentro. Les sería más fácil y rápida la victoria, pues tenían muchas argucias preparadas; recursos que los reejs jamás sospecharían, puesto que ignoraban las técnicas de la guerra botánica.

Los reejs fueron adentrándose en las frondas con las máscaras dispuestas a ser utilizadas al menor asomo de polen asfixiante en el ambiente. Esquivaban igualmente cualquier clase de espino que pudiera rozarles, y no tomaban ningún alimento vegetal que no fuera proporcionado por sus depuradores de intendencia. Estudiaron la dirección del viento para aprovechar su impulso, para que el fuego causara los mayores estragos en la selva.

Apuntaron contra los arbustos los lanzafuegos de autocombustión, y los rociaron a conciencia.

Un silbido de rabioso desencanto escapó de los oficiales reejs, mientras un temor supersticioso se extendía por las tropas. Los árboles de la selva quirana no ardían. Absorbieron del suelo las sales necesarias, y se habían vuelto incombustibles. El mando atacante, al ser informado, no quiso aventurarse y ordenó una retirada consecuente hasta zonas descubiertas, mientras se estudiaba otro sistema de ataque.

La operación empezó a desarrollarse con orden…, pero los enemigos de los reejs no dejaron que terminara con éxito. Durante la incursión, un polvillo casi invisible desprendido de distintas flores se había ido depositando sobre la epidermis de los invasores. El polvillo reaccionaba con las secreciones cutáneas de los reptiles-soldados. Uno tras otro empezaron a morir, cual si los abatiera una mano invisible.

Como la primera noche del ataque vegetal, la tropa fue presa del pánico. No todos los reejs habían recibido una dosis mortal del polvillo, pero el terror hizo estragos. Las restallantes órdenes de los oficiales eran inútiles; el empleo de la fuerza, insuficiente.

Se dispersaron en todas direcciones, y entonces los vegetales se apuntaron una nueva y aplastante victoria. Porque los reejs que no perecieron en los espinos emponzoñados se adentraron en zonas de árboles de los que pendían pesados frutos puntiagudos, y éstos se desprendieron para ensartar a los reptiles como bajo una lluvia de lanzas. Y los que escaparon a esto, fueron destrozados por las plantas-flagelo.

Ko-Francis Lao, temiendo que un nuevo ataque vegetal terminara con los últimos vestigios de la raza reej, decretó una retirada general de todo su pueblo hacia las más inhóspitas alturas. En mucho tiempo no intentarían medirse con los vegetales.

El Jefe Supremo conferenció con sus consejeros. Decidieron dedicarse a estudiar profundamente la calidad y recursos del enemigo, y conservar como fuera cada una de las vidas que aún quedaban.

Para los reptiles de Quiro había empezado una etapa de escasez e investigación, para prepararse para una batalla en un futuro muy lejano que debería ser definitiva, puesto que una de las dos especies habría de resultar eliminada.

Tam Zaroh estaba lo que se dice disfrutando con la observación del desarrollo histórico del astro 328 de sus coordenadas. El triunfo de una especie vegetal pensante, su pululación y extensión por el planeta y las posteriores implicaciones que aquello podría tener, era algo que le subyugaba. Resultaba remoto e improbable en un universo reactivo de cuatro dimensiones, y su realidad era apasionante y maravillosa hasta para un Mental.

De hecho, Tam Zaroh podría haber calculado y conocido su posibilidad y consecuencias, pero no lo había hecho ya que, con mucho, las probabilidades estaban a favor de los grupos zoológicos. En la actualidad podía intuir lo que sucedería en Quiro, simplemente conjugando los datos que concurrían en el planeta; pero con cierta complacencia no realizó el acto intelectivo, prefiriendo que el curso mismo de los acontecimientos fuera sorprendiéndole con las nuevas e inesperadas perspectivas que derivarían de aquel caso, indudablemente único en todo el universo.

La complexificación de conciencia de las plantas, Tam Zaroh lo percibía, era decididamente superior a la cerebralización de los reptiles, así que los reejs perderían la batalla. Las plantas inteligentes de Quiro poblarían los continentes. Luego desearían saltar a otros planetas. ¿Cómo lo iban a hacer, si estaban ancladas al suelo por las propias raíces, que eran su parte vital? Sería muy interesante presenciarlo, sin intentar adivinar el futuro mediante el ejercicio del cálculo.

Decidió que Wu Bortel no podía perderse aquello. Buscó establecer comunicación con su compañero para que participase también en la contemplación del gran espectáculo… Entonces fue cuando, con sorpresa, descubrió que el Mental estaba relajado en un sueño.

Tam Zaroh precisó más su percepción. Un ramalazo de alarma agitó sus centros psíquicos: Wu Bortel no estaba dormido.

Wu Bortel, de nuevo, era víctima del Letargo Integral.

El Mental se convulsionó a continuación en una cicloide de furia, al descubrir una cosa más, tan temible como ofensiva para su orgullo de ser inmensamente sabio y eterno.

Alguien, desde el interior del cosmos, había iniciado la desintegración de Wu Bortel.