V

Cuando Tuhkaj concluyó su charla, Elana, la delegada de Woma, expresó su deseo de retirarse a descansar. El viceministro, haciendo gala de la más pura y tradicional urbanidad womeña, la transportó en el antigravitador a la Residencia de Embajadas.

El día wagiano, en virtud de su movimiento planetario de rotación y su diámetro, resultaba algo más de cuatro veces superior al de Woma, y Elana debía repartir en varias sesiones sus conversaciones con Tuhkaj, para tumbarse a dormir verdaderamente derrengada.

En Woma no estaban tan atrasados como para no disponer de acondicionamientos planetarios a diversas escalas, pero ella desde mucho tiempo atrás se había negado a recibir tratamiento porque sus viajes a mundos distintos eran frecuentes, y no deseaba castigar su metabolismo innecesariamente. Elana estaba avezada a la labor de embajadas y a enfrentarse con seres fantásticos y sorprendentes, y a civilizaciones por demás curiosas. Pues bien, pese a ello, los rectores de la Unión Z la anonadaban.

Su tecnología, su capacidad constructora e investigadora eran increíbles. Allí tenían, casi sin darles importancia, los enormes sintetizadores, capaces de transformar energía en productos acabados, de acuerdo con las apetencias de los individuos y al momento, sólo con introducir la ficha individual en la máquina. A Elana le había costado un gran esfuerzo no traslucir un asombro pueril, cuando en la residencia le fue sintetizada —en tiempo infinitesimal— toda una habitación al estilo de las residencias de Woma, y con las mejores comodidades que se pudieran desear.

A pesar de todo, los wagianos se le antojaban unas criaturas particularmente horribles, con sus corpachones cubiertos por escamas naturales de plomo para soportar la radiación de los cinco soles de Wag; con las dos cabezas en las que únicamente se localizaban los órganos de visión; y con su escalofriante facultad de emitir extensiones corporales para hacer las veces de manos o pies, según las necesidades de la mole.

Indiscutiblemente eran seres superiores, y pese a su fealdad —relativa, claro está, y bajo el concepto de belleza que se tenía en Woma—, Elana sabía que les debían agradecimiento, ya que en vez de aprovechar esta superioridad para sojuzgar y aprovecharse de otras especies —como ellos hacían con los irracionales en Woma para ahorrarse los trabajos rudos—, habían construido mecanismos que realizaran las labores inferiores, sin ocurrírseles esclavizar para tales menesteres a los que fueran menos desarrollados cerebralmente.

Mientras la rubia Elana se despojaba de las doradas ropas que había usado durante la entrevista con el viceministro, y se introducía en la gran bañera —más piscina que bañera, realmente—, con agua templada y perfumada, regalo del mágico sintetizador, se entregó a una recapitulación de los hechos, pensando que Tuhkaj y las demás especies superiores de la Unión Z estaban a punto de desencadenar un ataque sacrílego, según el prisma religioso Womeño; pero que después de haberles conocido un poco más profundamente y haber intercambiado ideas con ellos, su conducta resultaba justificada.

Durante milenios, en Woma se había adorado a uno u otro dios, precisamente porque se les desconocía y temía. Y los teólogos de su mundo, cuando algún filósofo audaz proclamaba que la adoración duraría hasta que la comprensión de lo exterior fuera tan completa que se pudiera pensar en hablarle de tú al dios, les atacaban acusándoles de soberbia inaudita. Y no era soberbia. Los «monstruos» de las galaxias se mofaban de las razas crédulas y supersticiosas, y después habían realizado una cosa más sensacional y definitiva: demostraban la existencia del creador científicamente, y además, que el creador tenía sus limitaciones.

Esto ya no estaba reñido con la razón, o por lo menos con la razón de Elana, porque le era fácil admitir que los atributos sobrehumanos con que los womeños adornaban a su creador, eran más imaginativos que reales. E igualmente, que dentro de su complejidad y esencia, podía caber igualmente la flaqueza y el error.

Elana, completamente desnuda, flotaba, aprovechando la menor densidad de su cuerpo, relajada y tranquila, en el agua de la bañera-piscina. Por un instante pensó que en el clima artificial de Wag era una tontería presentarse vestida cuando nadie lo hacía, máxime cuando la contemplación de su cuerpo sin ropas no iba a producir reacción alguna en los seres bicéfalos del mundo que visitaba. En Woma, Elana era una auténtica belleza, por lo cual ocupaba políticamente un puesto de influencia. Su belleza era tal, que los varones en Woma, aunque eran mucho más fríos e inertes —sexualmente considerados— que las hembras, cuando se cruzaban con ella perdían la compostura, y contra toda costumbre, hasta se le insinuaban. Y eso que en Woma, para que un varón se «destapase», las hembras se las tenían que ver y desear.

En Wag no iba a suceder nada parecido; pero la costumbre de ir vestida era tan poderosa, que aún en su solitario cuarto Elana se sentía ruborosa por su desnudez.

El baño le proporcionó una beneficiosa distensión nerviosa y muscular, por lo cual, después de secarse en el evaporador y colocarse ropas de suave fibra vegetal, se sintió dispuesta a grabar un informe general, para que luego, mientras durmiera, fuera transmitido a su gobierno. Sacó del equipaje una grabadora de pensamiento, ajustó los dos diminutos electrodos a las sienes, y tras pulsar el arranque se dejó caer relajadamente sobre el colchón neumático, mientras iba recordando lo que Tuhkaj había explicado.

Las células y lamparillas de la grabadora comenzaron a destellar con intermitencias. Ajustada al pensamiento de Elana recibía sus impulsos cerebrales, conservándolos para trasmitirlos posteriormente a las estaciones receptoras de Woma. La delegada resumió los hechos comprobados, que después, mientras descansara, la ultraonda enviaría hacia los registros gubernamentales womeños:

«Las especies superiores integradas en la Unión de Nebulosas Z, habiendo producido instrumentos de detección psíquica cuya complejidad y naturaleza quedan fuera de la comprensión de los pueblos de los planetas independientes, han comprobado tangiblemente nada menos que la presencia del creador del universo.

»Las razas de la Unión Z, llevando a las últimas conclusiones la ciencia de la evolución universal, al confirmarse la certeza de la detección de Wu Bortel (nombre del creador), tuvieron que renunciar a sus trabajos en pos de la gran longevidad y prolongación de la vida hasta la inmortalidad, porque en Wu Bortel existía el propósito latente de destrucción del universo creado en cuanto se hiciera pensante. Las diez últimas generaciones de Wag y los restantes planetas rajis abandonaron las demás investigaciones y sus tecnólogos aceleraron la evolución intelectiva para conseguir la planetización de las conciencias —una conciencia única para cada planeta, suma de las conciencias individuales primero, y una única conciencia galáctica después, suma de todas las conciencias planetarias superiores— con el fin de sorprender a Wu Bortel, que se hallaba desfasado en la dimensión Tiempo, antes de que al ajustarla descubriera el progreso de sus criaturas y las destruyese.

»Horadando las entrañas de los grandes planetas como Wag, se habían construido los monstruosos electrocerebros a los que se aplicarían en un momento dado los impulsos de los de sus habitantes, para lograr que el planeta pensara como un solo individuo.

»No he visitado todavía las instalaciones subterráneas que albergan el cerebro de Wag —siguió ordenando Elana sus ideas—, pero he visto las antenas encerradas en altísimas torres metálicas, distribuidas por todo el planeta, y desde las cuales se expandirá hacia la galaxia la conciencia de Wag. El viceministro Tuhkaj me ha explicado que los demás planetas de la Unión Z están dispuestos de forma idéntica a éste.

»En cuanto funcione el primero de los cerebros planetarios, Wu Bortel captará el chispazo de pensamiento de mayor potencia, procederá a ajustarse a nuestro tiempo y tratará de destruirlo para evitar la galactización de la conciencia. Sabedores de tal reacción desde que se descubrió la existencia de Wu Bortel, en las tres nebulosas se ha trabajado para adecuar el ingenio capaz de destruir al creador enemigo. El ingenio está concluido. Si los sintetizadores, y la naturaleza misma de estos bicéfalos que viven en ambientes sulfurosos y encuentran sumo placer en bañarse en sus mares de mercurio me resultan incomprensibles, ¿cómo voy a explicar el inmenso ingenio bélico que han construido trabajando en ello, sin cesar, durante más de cuatrocientos de nuestros años? Su constitución y manejo me son incomprensibles, aunque puedo hablar de los resultados que esperan obtener.

»Dentro de treinta jornadas wagianas, las criaturas de la Unión aplicarán sus impulsos cerebrales para el arranque del cerebro planetario, el cual, ayudado por ese ingenio que llaman Aletargador, se proyectará sobre Wu Bortel sumiéndolo en lo que, por explicarse de alguna manera, llamaré “sueño hipnótico”, que persistirá mientras la mente colectivizada se aplique a ese fin. Antes de que Wu Bortel llegue a ajustarse a nuestro tiempo cósmico estará adormecido y dominado. Simultáneamente, las conciencias de los otros grandes mundos forzarán a la segunda sección del ingenio, el Centrifugador Mental, a ponerse en marcha, y su efecto será el de una fricción dispersante en la naturaleza del creador, lo cual acarreará su destrucción.

»Los resultados buscados se han de conseguir con el esfuerzo conjugados de las mentes planetarias. Se avecina pues, una fantástica lucha entre seres mentales. Existe una gran confianza en coronar con éxito la empresa. Matemáticamente no hay probabilidades en contra. Ante la inminencia de la ofensiva, yo no podré ser transferida a Woma antes de que se desencadene.

»Como existía un remoto peligro de cataclismo cósmico en caso de que Wu Bortel se revolviera contra nosotros, la Unión Z ha convocado a los representantes de los mundos independientes para que conozcamos la situación e informemos a nuestros pueblos.

«Eso es todo por hoy».

Convencida de haber realizado un resumen claro y completo de la situación, Elana se acomodó mejor en el lecho. Poco después dormía plácidamente.

Las treinta jornadas wagianas que los separaban del instante Cero transcurrieron para Elana bastante más rápidamente de lo que ella calculaba, y en parte se debió al vertiginoso ritmo de los acontecimientos en Uka. La coordinación galáctica de la ofensiva se iba a llevar a cabo desde la propia ciudad en que ella era huésped, y desde allí se pondrían en funcionamiento las demás secciones del plan, haciendo actuar a otras regiones de Wag y a las demás naciones planetarias.

Continuamente llegaban a los astropuertos navíos siderales de las más peregrinas facturas, de los cuales descendían seres de extraña morfología con sus séquitos, tan dispares unos con otros que a Elana, cuando los veía, le parecía vivir en perenne pesadilla.

Pudo ver a los ciliados, habitantes de Umkh, el mundo brumoso; a los sorprendentes girkos, que se desplazaban estirando y encogiendo las diversas vainas que formaban sus alargados cuerpos cilíndricos; a los patagios, seres planeadores del planeta Aroc; a los plantígrados zwigs, de cierta remota semejanza con sus compatriotas womeños… Todas las especies hipercivilizadas enviaban sus altos mandos de los departamentos de guerra y planetización a Uka, para coordinar y hacer simultánea la fabulosa ofensiva galáctica.

La delegada womeña vio tan increíbles criaturas, pese a conocerlas por referencia fotográfica, que al final encontraba hasta atractivo al bicéfalo Tuhkaj.

—Celebro su decisión de permanecer en Uka, Elana —dijo el viceministro, cuando la criatura de pelo amarillo le comunicó su deseo de permanecer en Wag, en lugar de ser transferida.

—¿Por qué, amigo mío?

—Siempre estará más segura en Wag, que viajando en el vacío en alguno de los transferidores.

—¿Hay algún peligro, Tuhkaj? ¿Existe riesgo de que falle algo?

—Técnicamente no, el imponderable no existe. Hace generaciones que los científicos de todas las ramas demostraron que el riesgo de error había sido anulado. Pero… qué quiere que le diga, Elana; hasta yo tengo mis atisbos de incredulidad científica a veces. En lo más hondo de mi pensamiento, me digo: ¿Y si a pesar de todo y de todos, algo fallara? En estas jornadas he aprendido a apreciarle a usted, Elana. Por ello me alegro de que haya decidido permanecer en un mundo tan seguro como Wag, hasta que el ataque termine.

La rubia habitante de Woma sonrió, paseando con su caminar erguido al lado de la enorme mole acorazada de Tuhkaj, por las inhóspitas afueras de Uka.

—¡Vaya, Tuhkaj! No me hará creer que al final seré yo la encargada de levantarle el ánimo…

Tras una breve pausa, la delegada inquirió:

—Y después que Wu Bortel haya sido neutralizado, ¿qué sucederá?

—Pues… supongo que reanudaremos el progreso pacífico en el punto que se interrumpió hace diez generaciones, a la vez que somos partículas de una galaxia pensante.

—¿En qué nos habremos transformado entonces, mi querido viceministro? ¿En simples y anónimos engranajes? ¿En células miserables de una mente monstruosa? Oh, será terrible. Creo que, con el progreso, nuestra felicidad individual habrá resultado devorada. Opino que habría sido más hermoso continuar la plácida existencia de nuestros antepasados. Menos inteligente, pero más personal y agradable.

—No diga eso, Elana. La supercivilización jamás caerá en el error de sacrificar el espíritu del individuo, puesto que entonces él caería en la desgana de vivir y colectivamente resultaría contraproducente. El individuo, en el futuro próximo, saldrá muy beneficiado. Una conciencia planetaria o galáctica resolverá fácilmente los problemas de la inmortalidad. Y también hallará la solución de la perfección corporal, que investigaban nuestros sabios de hace diez generaciones, antes de que la alarma del descubrimiento de Wu Bortel les obligara a abandonar sus trabajos.

—Creo no haber estudiado nada sobre esa perfección. ¿Es algo útil?

—Es algo maravilloso. La mejor aspiración de los seres vivientes, junto a la de la inmortalidad: la aspiración al amor sin límites ni fronteras.

—Continúo a oscuras, señor viceministro.

—Tal vez no se ha parado usted a meditar sobre esto, Elana. Es la más hermosa ilusión de un ser vivo: romper las barreras físicas que separan las especies de los distintos mundos, para que el amor triunfe plenamente. Lo comprenderá enseguida: a mí me agrada usted sobremanera, Elana.

»¡Oh, sí, no se asuste! Estoy convencido que para usted no soy más que un monstruo enorme y horripilante. Usted misma me parece diminuta y estrafalaria, sin antenas ni coraza natural. Físicamente nos repelemos. Pero a pesar de eso, y de los abismos que separan nuestras mentalidades, hay en usted algo inexplicable que me atrae. Si no existiera la barrera de las disparidades morfológicas, eso sería amor, Elana; un amor mucho más grande que el que fuera capaz de sentir por cualquier semejante mía.

—Es extraordinariamente curioso —respondió con gran sinceridad la hembra womeña—. Yo también creo haber sentido algo similar. Al principio lo había calificado de simpatía; luego supe que era más que eso. He tratado de luchar contra ello, creyendo que serían alteraciones nerviosas a causa del trabajo. ¿Cómo iba a sentirme atraída por un wagiano? Y sin embargo…

Tuhkaj se dominó para no emitir una porción blanda de su corpachón y rodear en una arrebatada caricia wagiana a la rubia delegada, puesto que aquello la habría llenado de terror. Se limitó a completar la frase de la joven:

—Sin embargo no es una alteración neurótica, sino un camino del cariño. Bien, querida, de esta forma mi explicación resulta más sencilla. Lo mismo que tal corriente afectiva se ha planteado entre nosotros, se plantea entre otros seres, de otras razas disímiles. La disparidad morfológica y física es la barrera que impide que se transforme en amor.

»El plan de perfección óptima de que hablaba tiende a destruirla. Trata de crear receptáculos físicos vivos, unos “cuerpos” que reúnan las características de belleza máximo común de cada raza, “cuerpos” que tanto un wagiano como un womeño, un tandio como un fovés, encuentren irresistiblemente hermosos. Igual que se creó un idioma único entre los mundos, buscaremos una apariencia física común y perfecta. Luego, con una sencilla mutación, tan fácil como la de vuestra costumbre de cambiarse la ropa, se instalarán las gentes en los nuevos “cuerpos”, y ya no habrá barreras entre razas, sino perfección corporal suma».

Elana temblaba, estremecida ante el vasto y tremendo proyecto. Tuhkaj estaba en lo cierto. Si igual que se había llegado a la unidad de idioma se alcanzaba una longevidad casi eterna y una perfección física indiscutible, ¿qué obstáculo existiría para que los miembros y los amigos de la Unión Z conocieran una rabiosa e ilimitada felicidad?

El cielo comenzó a adquirir una anómala tonalidad purpúrea, desusada en Wag. Era una señal, y el viceministro la interpretó debidamente.

—¡Oh, Elana! Ése es el aviso de reunión para que acudamos a nuestros puestos de colectivización con el electrocerebro. Charlando se nos ha echado encima el tiempo. Dentro de poco comienza nuestra agresión al creador.

—Mi obligación es retirarme a la Residencia de Embajadores, pero… ¿podría estar a su lado, Tuhkaj, mientras dura el ataque a Wu Bortel? Si algo saliera mal… bien, querría que nos pillara juntos.

El viceministro asintió, enternecido. Subieron al antigravitador.

Verdaderas flotas de los más dispares vehículos voladores convergían hacia Uka, como en aquellos instantes estarían convergiendo hacia los centros de todas las ciudades de la Unión Z.

Cuantos tenían que intervenir en el arranque de los cerebros planetarios se dirigían hacia los puestos estratégicos. Abandonaban hogares, centros de diversión, parques, todo. Y acudían a las colmenas levantadas por los departamentos de defensa, precisamente para ser utilizadas aquel día y dentro de pocos instantes.

La coloración purpúrea en el firmamento de Wag había sido la señal. En otros planetas, según las condiciones de su naturaleza y la de sus habitantes se habrían utilizado otras distintas, pero el hecho era que a un mismo tiempo, en los mundos más civilizados de las tres nebulosas, infinidad de seres vivos se dirigían hacia los lugares determinados desde los que se iba a desencadenar la ofensiva contra el creador.

Cuando llegaron al edificio donde Tuhkaj tenía su puesto, docenas de wagianos tropezaban entre sí, haciendo rechinar las planchas escamosas de sus corpachones por el roce, en su prisa por ocupar el lugar que tenían asignado.

—Permítame, Elana —dijo el viceministro—. No quiero que la atropellen.

Emitió un tentáculo, y tomando a la delegada de Woma la situó en la parte alta de su espalda. Luego segregó una sustancia trasparente con la que envolvió a la joven hembra en un globo duro y protector, y la transportó como si estuviese encerrada en una carlinga instalada en la espalda misma del viceministro.

Tuhkaj usó su potente cola sin consideración, con lo cual, no sin esfuerzo, logró rebasar el tapón de entrada al edificio. A trote corto cruzó por diferentes pasillos, tomando por una serie de rampas descendentes que se hundían en las entrañas del suelo. Otros wagianos corrían junto a ellos, sin reparar en Elana, preocupados por llegar cuanto antes al puesto que tenían asignado.

Por último, Tuhkaj alcanzó su objetivo, una gran sala de techo abovedado e iluminado por una pintura fosforescente, en cuyas circulares mesas concéntricas ya se hallaban dispuestas centenares de criaturas wagianas.

El viceministro reabsorbió la cápsula en la que había envuelto a su compañera, y depositó a ésta suavemente en el suelo. Después le indicó una gran esfera olivácea que pendía del techo de la sala.

—Ése es el contacto de televisión con el exterior. Por él contemplaremos lo que sucede fuera.

Una voz muy amplificada dio una orden con sequedad. Para aquel entonces, ya todos los wagianos de la sala estaban en sus puestos. Como respuesta, aquellos seres emitieron delgados pedúnculos desde la parte central de los cuerpos, incrustándolos sobre los tableros que tenían ante sí. De aquella forma, según le habían explicado a Elana, los cerebros individuales entraban en contacto con el gran cerebro del planeta.

La esfera de televisión se iluminó, mostrando series de vistas de las desiertas vías urbanas de la totalidad del planeta. El abandono que mostraba era tan completo, que a Elana le puso un nudo de congoja. Después la misma voz dio una orden, al tiempo que en la esfera se veía cómo una tras otra se descorrían las compuertas de las torres, que guardaban las antenas que iban a hacer saltar la primera chispa de pensamiento colectivizado.

La voz ordenó acción.

Los wagianos de la sala en que se encontraba Elana se inclinaron sobre los tableros metálicos, dando muestras de gran concentración. A la joven le pareció que las tenues fibrillas de las antenas que mostraba la esfera de televisión, cobraron súbito brillo. Al mismo tiempo, el suelo trepidó tenuemente.

Durante largos instantes una enorme tensión invadió no sólo al planeta Wag, sino a la totalidad de los mundos dependientes e independientes de las tres nebulosas que se agrupaban en la Unión Z.

En su puesto de observación, el Mental Wu Bortel se sintió víctima de una enorme fatiga de forma súbita, al tiempo que creía percibir un chispazo de conciencia —de tamaño bastante respetable— en el segmento universal en el que estaba sumergida una buena porción de su ser. Su necesidad de relajarse era imperiosa, pero no iba a hacerlo ahora que lo auténticamente importante iba a suceder.

Quiso entonces reajustarse al tiempo tetradimensional, y con honda sorpresa encontró una gran dificultad en lograrlo. Al mismo tiempo, con estupefacción creciente descubrió que la parte de su ser sumergida en el universo se había adormecido, en contra de su voluntad. Se había adormecido parcialmente, y repentinamente recordó que lo mismo le había sucedido antes de caer víctima del Letargo Integral.

Un poderoso esfuerzo de voluntad le permitió al fin irrumpir en la dimensión temporal del cosmos en reacción, y el panorama que descubrió súbitamente le dejó paralizado de puro asombro: incontables conciencias minúsculas, nacidas inesperadamente en los planetas, estaban dirigidas contra él.

El sueño avanzaba. ¡Tenía que hacer algo!

Quiso comunicarse con las conciencias de los planetas, y falló. Intentó volver la parte que estaba fuera del cosmos hacia Tam Zaroh, pidiendo ayuda, y una oleada de sueño más violenta que las anteriores le inmovilizó.

Y Wu Bortel, sumido en un nuevo letargo, flotó inerte, con la mitad de su ser en el ultracosmos y la otra mitad, atrapada como en un cepo enorme, en la reacción universal.

Estaba por completo a merced de su criaturas.

Y sus intenciones eran particularmente aviesas.

Los cerebros planetarios trasmitieron el resultado de la primera parte de la operación. Como se había previsto, todo funcionó a la perfección y el aletargador, unificando las voluntades planetarias de la Unión Z, había reducido al creador a la impotencia.

En los mundos de la Unión, todos los seres que se inclinaban sobre los tableros de comunicación con los electrocerebros centrales conectados estallaban de alegría. Si el temido creador estaba aletargado significaba que la parte arriesgada del proyecto había quedado superada, y el riesgo de que se revolviera a tiempo de destruirlos quedaba conjurado.

Sobre un enemigo inerte y a merced, sólo restaba enfocar y poner en marcha las unidades de centrifugación-dispersión. La orden culebreó en el espacio sidéreo, emanada del Coordinador General. Y las más complejas máquinas jamás creadas por seres vivientes, se pusieron a funcionar, comenzando la aniquilación del Mental Wu Bortel.