Los Mentales, dada la identidad de su pensamiento, jamás discutían. Así, ante la evidencia de que pronto comenzaría la vida a hacer acto de presencia en los diversos planetas de distintas galaxias, Tam y Wu Bortel estuvieron de acuerdo en dividirse la observación del universo tetradimensional, para conocer con el máximo detalle su proceso de complejidad creciente.
El paso posterior a la aparición de la vida tenía que ser el del nacimiento del pensamiento, y les interesaba conocerlo con el máximo detalle, puesto que era el fin perseguido por aquella especie de análisis y juego creacional. Mientras Tam se retiraba para captar su hemisferio universal en conjunto, con cierta perspectiva, Wu Bortel sumergió parte de su psiquismo en el sector que iba a vigilar.
Y como ya no era psíquicamente completo, como antes del Letargo Integral, sin darse cuenta cometió el primero de los dos errores que llevaron a sus compañeros a la destrucción. Y el segundo error lo cometió casi inmediatamente después.
A Wu Bortel le dominaba una atroz impaciencia por descubrir el primer vestigio del cosmos. Y ajustado a su tiempo, el decurso de las eras en las que las megalomoléculas aguardaban a que temperatura, ambiente y presión unidos a la casualidad reactiva dieran paso a los virus y luego a las células elementales, se le antojaba interminable.
Incluso las agregaciones moleculares y el despertar de los primeros organismos con su conciencia ínfima desesperaron al Mental. Entonces optó por ajustar su medida de tiempos a un ritmo superior, para que los distintos saltos de la vida le parecieran más rápidos.
Sumergir parte de su psiquismo en el cosmos fue el primer error. Y adaptarse a un tiempo más acelerado que el universal, el segundo.
Conoció la aburrida aparición de miríadas de especies animales en distintos sistemas estelares, y el triunfo de algunas razas, finalmente, por su superior inteligencia. Todavía aquello se le antojaba a Wu Bortel demasiado primitivo y no lo atendió demasiado. No tuvo en cuenta que una vez aparecida la inteligencia, superada la inercia de su infancia, crecería a ritmo tremendo, fuera de toda progresión matemática.
Wu Bortel se desentendió de una observación minuciosa, esperando algo más concreto antes de volver a situarse en tiempos tetradimensionales, perdiendo infinidad de detalles. Y antes de que pudiera siquiera reflexionar con cordura, muchas razas habían llegado a la comunicación intergaláctica y creaban los primeros sondeadores psíquicos.
En el planeta Wag, centro de la Unión Planetaria Raji, de la Nebulosa Espiral 28, el jefe de la sección de sondeo psíquico tentó una vez más las tablillas que había dejado sobre la mesa la ayudante Ubja y emitió un trino de perplejidad irritada diciéndose que por culpa de las tablillas se iba a ir al traste su cuidado plan de llevar a Ubja a pasar una romántica tarde junto a los cráteres de Well, respirando los agradables vapores sulfurosos del paraje, en una deliciosa merienda campestre.
La ayudante Ubja era una auténtica belleza de la raza wagiana. Emitía siempre seudópodos armónicos y bien dibujados; su cuerpo resultaba frágil a la mirada, muy diferente a las moles de sus compañeras de sexo, y movía con tal gracia la cola escamosa cuando se deslizaba sobre los mármoles del centro de sondeo, que él se enardecía.
Turo, jefe de la sección de sondeo psíquico, estaba convencido de que Ubja era bocado exquisito. Hasta el Ministro de Metafísica, cuando visitaba las instalaciones del área que era el reino particular de Turo, oscilaba sus dos cabezas semialelado, y perdía todo el magnífico porte que debe revestir un ministro wagiano, cuando descubría a la ayudante Ubja entre las filas perfectamente alineadas del personal del Centro, que le rendía honores. En cierta ocasión, abandonando el protocolo, el Ministro hasta se permitió piropear a Ubja discretamente y todo. Ubja, que no era tonta, supo guardar respetuosas distancias con el Ministro de Metafísica… ¡como las guardaba, también, con sus compañeros de trabajo!
A Turo le había costado un triunfo y una auténtica campaña de cortesías, halagos y simpatía el llegar al triple corazón de la ayudante Ubja. Al fin consiguió formalizar una cita con ella, y nada menos que en los cráteres de Well, que eran el paraíso de los enamorados. Y cuando ya todo iba viento en popa, aquel asqueroso sondeador recién inaugurado tenía que venir a echarlo todo a rodar.
Por tres veces consecutivas los cinco soles de Wag se ocultaron en el horizonte sin que Turo se concediera un ápice de reposo, empeñado en encontrar la necesaria falla en el sistema celular del aparato o en los cálculos que arrojaba, así como en la correcta interpretación de los mismos. Y no se esforzaba tanto por lo que significaba lo impreso en la tablilla, como porque si no encontraba error alguno las cosas habrían de pasar al terreno oficial, empezarían a enredarse con intervenciones de jefes de esto y aquello, una convocatoria seguiría a otra, y la salida con Ubja quedaría eternamente pospuesta. Decididamente, no había derecho a que aquello le pasara precisamente a él, y precisamente entonces.
—Esto… sigue dando el mismo resultado —chirrió Turo, con el oscuro propósito de retener allí unos instantes más a la ayudante.
—Sí, jefe. Continúa sin aparecer el fallo lógico —ella hizo una pausa—. Si no quiere más de mí…
—Hum… ¡Ubja! —se apresuró a detenerla Turo—. No se vaya todavía. Creo que si no discuto un poco esto con alguien, voy a volverme loco.
La ayudante estuvo en un tris de decirle que podía comentarlo con el subjefe de la sección astronómica, que era mucho más adecuado, pero como en el fondo la torpeza del enorme y acorazado Turo le era simpática, enrolló la cola hasta hacer una especie de asiento, y descansó sobre ella, mientras decía:
—No conozco más que una pequeña parte de lo que revela el sondeador. Esa parte, para mí, carece de sentido, jefe.
—Pues se lo voy a contar a usted en plan confidencial, querida. Nuestro sondeador psíquico detecta, nada menos que en la sección de universo que ocupa la Nebulosa 28…, ¡la presencia del creador universal!
Los ojos compuestos de Ubja verdearon de puro asombro. En ocho mil generaciones nadie había escuchado una declaración tan increíble en el planeta.
—¿La… existencia del creador del universo, denunciada por una máquina, señor?
—Ni más ni menos, amiga Ubja. ¿Comprende ahora por qué llevo tres días sin dormir, haciendo trabajar a los distintos departamentos como si aspirase a conquistar la medalla de la productividad? El sondeador ha salvado el último reducto tras el que se ocultaba la verdad del cosmos. Generaciones atrás se descubrió que materia y energía eran la misma cosa; que entre luz y corpúsculo no existían las enormes diferencias que al principio se creyeran; que la vida no era un fenómeno casual, sino reproducible en el laboratorio. El único misterio que quedaba ante la razón era el origen del universo. Los teólogos lo atribuían a un ser espiritual, superior, perfecto y eterno, un creador, y los que estamos ligados directamente a la ciencia no creíamos en esas supercherías que tendían a ligarnos a la era religiosa de la prehistoria de Wag. Y ahora, el sondeador demuestra la existencia real de ese creador del principio y del universo.
—¿No hay posibilidad de error?
—Se ha revisado el mecanismo, desde la primera célula a la última conexión telepática. El gabinete matemático ha verificado los cálculos; los traductores de sondeo han comprobado los impulsos… No hay duda: lo que la máquina denuncia es la presencia del creador.
En la entrada, un wagiano de sexto orden hizo un ruido discreto.
—¿Qué hay? —volvió Turo en su dirección una de las dos cabezas, mientras que la otra permanecía cortésmente vuelta hacia la ayudante. Luego, al ver que era portador de otra tablilla, emitió una porción tentacular, la tomó y depositó sobre la mesa, dando las gracias al portador.
—Perdone —dijo a Ubja.
Extendió la porción tentacular, rozando la tablilla para leer. Cuando terminó de hacerlo, se enfrentó a la hermosa hembra; las planchas de plomo escamoso de la coraza natural de Turo temblaban.
—Ubja… En el departamento de lectura mental han orientado el analizador de pensamiento hacia ese pretendido creador. El creador tiene un propósito: destruirnos.
Cuando el jefe de la sección de Sondeo Psíquico movió ordenadamente los seudópodos para avanzar al encuentro del Coordinador General en su gran despacho del Palacio de Defensa, las antenas microscópicas de las dos cabezas de Abjao se agitaron de contento.
—¡Saludos, Turo! Resulta una grata sorpresa verte por aquí. —Luego bromeó—: ¿Sabes que desde que os mandamos a esa ayudante… Ubja, creo que se llama, los de vuestra sección os habéis olvidado completamente de los amigos que tenéis en Defensa?
—Con ella o sin ella, se me antoja que ahora nuestro contacto va a ser mucho más directo, Abjao.
—¡Oye, Turo! ¿Vienes a visitar a tu viejo amigo, o al Coordinador General?
—Lo siento. Es al Coordinador a quien vengo a ver.
—¿Con respecto a ese condenado cachivache de sondeo que se ha llevado la parte más sabrosa de nuestro presupuesto en los tres últimos ciclos? Bueno, Turo, para eso podías haber dibujado un informe. Las visitas personales son para gozar de la amistad…
—Se trata de algo muy serio, Coordinador. El universo está en peligro.
—¿Sí? —era evidente que el Coordinador General no prestaba crédito a su compañero—. ¿Quién nos amenaza? ¿Una nebulosa nueva, con una federación de astros particularmente belicosa?
La actitud de Abjao estaba bastante justificada. Por una parte aquel día se hallaba de buen humor, por otra conocía la naturaleza marcadamente pesimista de Turo, muy dada a encontrar la cara deprimente de las cosas; y por otra aún, hacía más de ochocientas generaciones que no había ocurrido una guerra intergaláctica, después que se superaran los primeros albores de las civilizaciones espaciales, formándose las federaciones planetarias primero, y las uniones de nebulosas después. Así que pensar en una amenaza a tales alturas resultaba extremadamente ridículo. Si los planetas tenían aún sus Ministerios de Defensa era más por conservar la tradición que por otra cosa, destinando la totalidad de los presupuestos a la investigación, de cualquier clase que fuera.
—No nos amenazan otras razas, Coordinador, como ya debes adivinar. El sondeador psíquico ha descubierto la presencia… del creador del universo. Y ha averiguado que ése sí desea aniquilarnos.
—¡No digas majaderías, Turo! —descargó un airado coletazo sobre el suelo el Coordinador, haciendo temblar las roqueñas paredes de la sala.
—Aquí tienes las tablillas de cálculo —replicó el wagiano con calma—. Las he traído para que seas tú mismo quien las compruebe. Todo el centro de sondeo ha trabajado tanto en el asunto, que ya hemos perdido la cuenta de las noches que no descansamos. Y no hemos hallado el mínimo error. Además de probar la existencia detectable de un creador, que llena el espacio de nuestras nebulosas (y en el que por tanto estamos inmersos), demuestra que él tiene una determinada tendencia a destruir el universo mucho antes de que llegue a su extinción definitiva por envejecimiento cósmico. Mi responsabilidad, Abjao, termina al proporcionarte las tablillas. Y créeme que no envidio la situación en que te vas a encontrar.
El Coordinador General había caído en una profunda reflexión. Al percatarse de ello, Turo realizó lo que entre los de su raza equivalía a una formal reverencia, pues pese a la amistad que le unía a Abjao reconocía y acataba su importante cargo y rango, y retrocedió hacia la salida, sin dar la cola ni un instante al Coordinador.
Abjao meditó largamente —toqueteando las tablillas hasta casi borrar los signos grabados en ellas—, y al fin no tuvo otra salida que ordenar lo lógico ante la insólita tesitura: una reunión urgente de Coordinadores Especialistas, en el gran salón de consultas del Palacio de Defensa.
Hasta tres días wagianos después no estuvieron en Uka todos los coordinadores, venidos de los más alejados confines del planeta de los cinco soles. Abjao les informó del descubrimiento del departamento de Sondeo Psíquico, entregándoles tablillas con copias de los cálculos de Turo, y suministró a cada uno los datos necesarios para que pudiera considerar el asunto desde la perspectiva particular de su especialidad. Entonces dijo:
—Les pido que consideren el problema con el máximo interés. Se están verificando comprobaciones en torno al funcionamiento del sondeador y el lector psíquico. Mi deseo es que cada uno, desde su rama de especialización, ofrezca una sugerencia sobre la actitud a adoptar. De su totalidad coordinaré una resultante lógica, y a ésta se ceñirá nuestra conducta futura.
Tanto el Coordinador Matemático como el Astrofísico se pusieron inmediatamente a estudiar concienzudamente las tablillas recibidas, pero el Coordinador de Metafísica, como Abjao había estado temiendo, se levantó para protestar:
—Siempre me ha maravillado, excelencia, el crédito que se concede a las máquinas. He pasado por ello antes…, pero el que seamos capaces de reconocerles poder para averiguar y constatar la existencia de un creador universal, y hasta leer en sus propósitos, me parece que es rebasar toda medida. Señores: eso es caer en un pecado de soberbia mecanicista.
»Además, ¿se nos ocurre ahora reconocer la existencia de un creador? ¿Reconocer lo que nuestra razón niega? La existencia de un creador está reñida con los principios de la Física y la Metafísica. Hace más de cien generaciones que se proscribió en Raji la religión, como contraria al progreso, si bien se mantiene cierta casta sacerdotal para satisfacer la necesidad de maravillas que tiene la minoría inculta. Cualquiera que posea un ápice de talento sabe que dioses y creadores son puros mitos, y que el origen del universo se debió a una casualidad espacio-temporal unida a bajísimas temperaturas cósmicas, que sirvieron para ordenar el polvo universal eterno. Siendo esto así física y filosóficamente, insisto: ¿vamos a creer hoy a una máquina a la que se le ocurre afirmar que existe un creador, y que sus propósitos son los de destruir lo creado?
—Todo cuanto usted afirma es lógico —aseguró Abjao—. Pero no es menos cierto que el sondeador ha sido construido aplicando las más elevadas tecnologías de nuestras civilizaciones, y los resultados que arroja tienen un noventa y nueve por ciento de probabilidad de ser ciertos.
—Resultados que están reñidos con la lógica metafísica, excelencia, pues un creador ha de ser espiritual, eterno y perfecto sobre lo creado. El que pudiéramos leer su «pensamiento», ¿no sería una falta de perfección?
—Un creador no ha de ser forzosamente perfecto. Decimos que ha de serlo. Si nuestros insectos pudieran pensar a la misma escala, a la vista de nuestras obras técnicas creerían que somos perfectos. Y sabemos cuan lejos estamos de serlo.
—Soy un adversario de la información del sondeador, señor, bien lo veo. Empero, no deseo que mi concurso en la reunión presente sea negativo. Únicamente pido que el sondeador sea comprobado hasta el último límite de lo razonable, y que se haga lo mismo con el lector mental. Aceptaré el resultado, y cooperaré en la coordinación total, pues ese es mi deber.
Abjao asintió ante las palabras del metafísico, porque sus dudas eran las de los demás convocados. Se nombró con rapidez una comisión técnica, y la acompañó hasta los dominios de Turo. Los comisionados, en cuanto vieron a la ayudante Ubja prorrumpieron en un ronroneo de admiración, y comentaron humorísticamente que con una ayudante dotada de tan preciosos seudópodos no resultaba raro que el jefe del departamento sufriera alucinaciones, aun del tipo matemático.
No obstante, cuando tras varias jornadas de dura labor elevaron informe al comité de coordinación, el resultado daba la razón al jefe Turo: las máquinas funcionaban sin una falla, la detección del creador era un hecho demostrado, y en una parte de su desfasado psiquismo se encontraba cierta agresividad latente, dirigida a exterminar a las criaturas de todo el universo en un momento dado.
La segunda reunión de los especialistas fue decisiva para el futuro de Raji. Reconocida la presencia psíquica de un ente creador y amenazante, se decidió dictar medidas de emergencia para situarse en posición defensiva, y se votaron presupuestos extraordinarios con carácter de urgencia y aplicación inmediata, para todos los planetas unidos de Raji, con el fin de hacer frente a la situación.
Días más tarde, Turo, que al fin había logrado llevar a la hermosa Ubja a los románticos cráteres de Well, se lo contaba, rozándole el costado con las antenas de su cabeza izquierda.
—Lo han tomado muy en serio, Ubja. Se van a dedicar equipos enteros de wagianos a la construcción de lectores de pensamiento más complejos, así como nuevas baterías de sondeadores perfeccionados. Abjao ha dado la alarma a toda la Unión Planetaria, y los seiscientos mundos de Raji trabajarán conjuntamente en el proyecto más enorme de la historia del universo. No para ahí la cosa; se han iniciado a la vez conexiones intergalácticas con la república de la nebulosa Anular 13 y la democracia de la Espiral 33, que son las nebulosas más próximas y adelantadas en evolución, ya que han llegado a establecer federaciones planetarias en sus recintos galácticos. Se está en tratos con sus gobiernos para que cooperen con la Unión Raji. Se plantea una situación increíble: ¡el universo uniéndose, para luchar a muerte con su creador!
Ubja dejó de mordisquear los terrones ricos en azufre que abundaban por el área Well, con un estremecimiento asustado.
—Es… sencillamente escalofriante lo que me cuenta.
—Probablemente se consumirán generaciones en el trabajo, pero se trata de una situación y un deber insoslayables. El día que el sondeador hizo su descubrimiento, marcó el comienzo de una nueva era. La era en la que las criaturas inteligentes se unen para trabajar y luchar, con el fin de que se evite una destrucción del universo caprichosa y prematura. Lo primero que se nos va a exigir individualmente es que adaptemos nuestra mentalidad a la nueva situación, reduciendo al mínimo los problemas particulares. Habrá que trabajar con plenitud en una labor conjunta de todos los seres inteligentes.
—Parece haber meditado sobre esto muy profundamente, Turo. ¿Cómo va a empezar a adaptarse… usted?
—De un modo muy directo e inmediato, Ubja: formulando una proposición. Dígame, Ubja, ¿accedería a formar una familia conmigo?
—¡Jefe Turo!
—Aunque no lo crea, querida, con una respuesta afirmativa contribuiría usted maravillosamente al proceso defensivo de Wag. Desde que la recibimos en el departamento no puedo pensar en otra cosa que en usted, y lo cierto es que el gabinete de sondeo se resiente.
La ayudante Ubja agitó las antenas complacida.
—Es mucho honor el que me hace, jefe Turo…
—Ande, Ubja, no empiece con cortesías. Sabe que si usted se empeñara, el mismísimo Coordinador General solicitaría desposarse con usted. Lo que estoy haciendo es aprovecharme de las circunstancias y ganarle la vez.
La hembra wagiana dilató las escamas acorazadas para inspirar la grata atmósfera sulfurosa de aquel paraje volcánico e inhóspito. Los cinco soles multicolores brillaban en el rojizo cielo de Wag, desplazándose hacia el ocaso. La naturaleza entera emanaba romanticismo para las criaturas de la raza superior del planeta.
—Si usted está seguro de que aceptándole contribuyo al bien de la comunidad…
Turo soltó un ronquido placentero, y perdiendo su autodominio y buenos modales, correteó y saltó entre las peñas, golpeando el suelo con la poderosa cola, haciéndolo temblar como sacudido por una convulsión geológica. Luego, muy dulcemente, enroscó uno de sus cuellos en torno a otro de Ubja. Al fin y al cabo estaban solos…
El gorgoteo de la lava en los cráteres les sonaba a ambos como un encantador arrullo.
Tras los esponsales del jefe del departamento de Sondeo con su ayudante, comenzó en toda la Unión Planetaria Raji la frenética carrera constructora e investigadora. Turo, secundado por Ubja, surcó el vacío cósmico de uno a otro mundo, en las inmensas espacionaves de Raji, dirigiendo el montaje y puesta en marcha de nuevos sondeadores y lectores telepsíquicos, cada vez más complejos y perfeccionados.
Cuando en la nave espacial se acercaban a cualquiera de los planetas en los que se iban a instalar detectores, el espectáculo al que se enfrentaban mientras se aproximaban al suelo era siempre el mismo: caravanas de vehículos a las que no se veía el principio ni descubría el fin, transportando los materiales pesados que se necesitaban para construir los elementos de defensa; batallones de obreros, que luchaban para arrancar de las entrañas de los mundos los minerales estratégicos; increíbles complejos industriales, produciendo los materiales necesarios para satisfacer las demandas de los ejércitos…
En el interior de construcciones y casas, colonias enteras de especialistas técnicos suministraban datos y los recogían en las enormes salas de refrigeración donde se guardaba el cerebro artificial que resolvía en breves instantes las cuestiones de cálculo y probabilidad.
Ubja y Turo instruían a las diversas razas de los mundos acogidos a la Unión Raji en el montaje, funcionamiento e interpretación de los mecanismos sondeadores, y aun debían encontrar un tiempo libre para mantenerse al corriente de los adelantos e innovaciones que otros estudiosos iban estableciendo en el campo de su especialidad.
Para ellos, los placeres de la vida particular se habían esfumado. De todas formas, no eran los únicos que se veían privados de entregarse al disfrute de la mutua compañía. Los habitantes de la Unión en pleno, como células que eran de un desmesurado organismo, trabajaban unánimemente, renunciando a los placeres individuales para lograr los fines marcados por el Coordinador General.
Seis ciclos después, cuando ya Turo y Ubja tenían una cría de cuatro, les fueron concedidas las primeras vacaciones verdaderas desde que se conocían, y las aprovecharon para pasarlas junto al gran mar metálico de Kamm, en una residencia gubernamental, porque a su pequeña cría le gustaba una enormidad introducir los seudópodos en el movible metal líquido, sin llegar a hundirse por completo en él, y juguetear y flotar allí.
Mientras el pequeño Turojba se entretenía en el mar metálico, Turo y Ubja tumbábanse perezosamente acariciados por las radiaciones gamma de los soles, en un completo abandono y olvido de sus problemas, procurando extraer el máximo placer del asueto, que sospechaban no sería demasiado prolongado.
Estirados sobre la oscura y blanda arena, les encontró el Coordinador General.
—Celebro que estéis pasando tan agradablemente las vacaciones —les saludó, moviéndose con torpeza por aquel suelo demasiado blando para su peso.
—¿Estás también de vacaciones en Kamm, o vienes a buscarnos en plan oficial? —se le enfrentó Ubja con reticencia.
—Ubja, el tiempo no pasa para ti —replicó con galantería Abjao—. Te encuentro más bonita que el primer día que te conocí, cuando eras ayudante de este afortunado Turo.
—Déjate de cumplidos, amigo. Los Coordinadores sois mala gente, que bajo las cortesías ocultáis propósitos que terminan fastidiando a cuantos os rodean.
Abjao, produciendo el cascabeleo que en él equivalía a la expresión de su regocijo, se tendió junto a sus dos amigos. Una de sus cabezotas se movió, para enfocar con los ojos compuestos a Turo.
—Por lo que observo no la has domesticado bien, ¿eh, camarada?
—No hay nadie capaz de domesticar a las hembras de nuestra especie, y tú lo sabes. ¿Cómo van las cosas?
—Progresamos a la carrera. Los últimos lectores conjugados que instalamos cuando empezasteis vuestro permiso, ya han dado las primeras informaciones sobre el creador enemigo.
Ubja realizó un movimiento, como de intolerancia.
—¿Qué pasa, Ubja? —preguntó el Coordinador.
—No sé… Todavía me produce un raro sentimiento el escucharos hablar así. Estoy hace siete ciclos trabajando en el asunto, y aún no me acostumbro a oír que os referís al creador como a un igual. Si no me fuerais a tachar de primitiva, os confesaría que hasta me siento… sacrílega.
—Cuando un creador quiere aniquilar su obra inteligente —respondió Abjao— y ella se apresta a la defensa, no hay sacrilegio por parte de las criaturas; más bien caída o degeneración del creador. Su obra alcanza similar altura psíquica que la de él, y él, en su orgullo, no quiere tolerarlo.
—¿Qué nueva clase de información posees? —agitó perezosamente Turo la cola, esparciendo algo la oscura arena a uno y otro lado—. Nosotros, tan abocados al trabajo de los viajes interplanetarios y a la dirección del montaje de máquinas, no hemos tenido tiempo para ponernos al corriente de los últimos hallazgos.
—Esta información que os comunico aún no se ha publicado. Los lectores conjugados se han introducido muy bien en el creador. Sabemos, por su conducto, que se da a sí mismo el nombre de Wu Bortel, que llena toda nuestra parte del universo con su psiquismo, y que habita en algo incomprensible para nosotros, llamado el ultracosmos.
—¿Tanto se ha podido conseguir? —levantó ambas cabezas Turo, con perplejidad.
—No nos detenemos ahí. Tenemos fundadas esperanzas de que, inconscientemente, nos proporcione las bases suficientes para que sepamos cómo terminar con él.
—A veces —comentó pensativamente Ubja— cavilo si no estaremos siendo víctimas de un tremendo espejismo provocado por nuestras máquinas. No encuentro explicación a que el creador, Wu Bortel, si es que así se llama, con su esencia psíquica no sea capaz de enterarse de lo que tramamos sus criaturas. Si lo sabe, ¿no estará jugando con nosotros?
—Eres muy perspicaz —dijo el Coordinador General—; por eso se te colocó de primer ayudante en el departamento de sondeo. Esa misma pregunta ha estado atormentando a toda la Sección Metafísica desde el descubrimiento de la existencia de Wu Bortel. El lector conjugado es el que la ha resuelto. Wu Bortel no sabe nada de nuestros planes porque su mentalidad no está ajustada a nuestra medida de tiempo, sino al suyo, ultracósmico, que es mucho más «lento». A su percepción, la evolución universal se desarrolla a gran velocidad, y para él se pierden los detalles menores. Ahí se apoya nuestra esperanza de poder derrotarle en nuestro loco empeño. Si se ajustara a nuestro tiempo galáctico, nos descubriría y destruiría en el acto.
—¿Entonces…? —inquirió Ubja, emitiendo un seudópodo para acariciar al pequeño Turojba, que llegaba, jadeante, de chapotear en el mar de metal líquido.
—Lo siento, amigos —dijo con falsa pesadumbre Abjao—. Se impone otorgar un mayor ritmo a los trabajos de defensa. He cancelado todos los permisos.
—¡Oh, maldita sea! —osciló sus cabezas con irritación Ubja—. ¿Por qué no me habré equivocado respecto a tus intenciones? Siempre has sido un bicho de mal agüero, Abjao.
—¿He de volver al instituto ya? —lloriqueó, con su vocecilla, Turojba.
—Sí, hijo —le rozó el lomo Abjao—. El deber colectivo así lo exige.
—¿Sabe, Coordinador? Ahora comprendo por qué papá dice que, más práctico que exterminar al creador, sería liquidar en su lugar a todos ustedes, los coordinadores.
Abjao, Turo y Ubja cloquearon divertidos, ante la inesperada salida del pequeño. Luego, incorporándose, se encaminaron lentamente hacia la residencia oficial, para poner en orden sus efectos y reincorporarse a los puestos de trabajo.