Al tiempo que se desplazaban a la máxima velocidad posible —dentro de las facultades de un ser inteligente en el seno de un ultracosmos, esto es, a la del pensamiento—, extendidos totalmente, aunque sin llegar a la dispersión, ya que entonces sus centros detectivos quedarían inutilizados, sondeando y analizando aquel vacío de negación, Wu Bortel dedicaba un sector de su ser a la reflexión, y así hubo un momento en que su psiquismo se estremeció con diversión.
—¿Qué ocurre, Wu Bortel? —inquirió Tam Zaroh, que como los otros Mentales, tenía la delicadeza de no entremeterse en el funcionamiento intelectivo de sus semejantes y prefería que fuera el otro quien le relatara sus pensamientos por medio de la comunicación.
—He pensado algo divertido referente a lo que estamos haciendo. ¿Te figuras lo que significaría esta exploración para un ente pensante de los que aparezcan en el universo que vigilan Pel Kau, Rele Ger y los demás? ¿Te das cuenta de la confusión tan cómica que experimentaría una inframente, acostumbrada sólo a pensar en cinco dimensiones, si de repente se pusiera a viajar por el ultracosmos?
—¡Oh, se volvería loca! —vibró a su vez jocosamente Tam Zaroh—. Una mente limitada a la penta-dimensionalidad del espíritu se encontraría cercada por la incongruencia. El concepto del Todo le resultaría incomprensible. No entendería que el ultracosmos pudiera ser el Todo. Se esforzaría en cavilar que fuera del ultracosmos tendría forzosamente que existir algo más, y fuera de ese algo, otro algo. Y como por ahí se llega al establecimiento del infinito matemático que es un artificio, pero no una posibilidad, confundiendo lo inconmensurable por ellos, con lo infinito, se pondrían al borde de la desintegración.
—Pues ¿y este desplazamiento nuestro? —se estremeció Wu Bortel, presa de risa mental—. Tampoco serían capaces de comprenderlo, puesto que para ellos un desplazamiento a velocidad del pensamiento debe ser instantáneo, y no tendrían en cuenta que a ciertos incrementos de velocidad la mentalidad se dispersa, con lo cual resulta que lo instantáneo es también otro artificio.
Después de esto, Wu Bortel y Tam Zaroh dejaron de comunicarse, aplicándose al sondeo analítico del Todo.
Transcurrieron varias unidades temporales, hasta el punto de que, pese a su actividad introspectiva, un insufrible hastío empezó a invadirles.
—¿Sabes, Tam, que terminaré no agradeciéndote el que me hayas elegido para la exploración? —rompió Wu Bortel su mutismo—. Explorar la Nada es lo más horrorosamente aburrido que hay.
—Sí que es insoportable. Desde luego, te habría resultado más distraído vigilar la reacción cósmica. Yo estoy tan harto como tú de esto, pero hay que hacerlo.
—¿Qué te parece si nos relajamos un poco, y continuamos después del descanso?
—Una buena sugerencia, Wu Bortel. Porque descansemos nada va a suceder.
La Llamada surcó el ultracosmos buscando a Wu Bortel y Tam Zaroh perentoriamente, trágicamente, pero conforme se alejaba de su origen por la vastedad de la Nada, se debilitaba hasta perderse.
Una y otra vez la Llamada, cargada de urgencia y desesperación, se extendió, zigzagueante y angustiada, tratando inútilmente de localizar a aquellos a quienes iba dirigida, y cuando ya parecía que los dos Mentales estarían demasiado lejos para recibirla, encontró los centros psicosensibles periféricos de Wu Bortel, que flotaba más retrasado que su compañero, en un plácido sueño mental.
De no hallarse relajado, aún el propio Tam Zaroh, bien que muy tenuemente, la habría captado. Así, ni el propio Wu Bortel, que estaba recibiendo su roce, acusó la recepción. La Llamada chocó una vez más con los centros más retirados de Wu Bortel. Luego, bruscamente, se extinguió.
Wu Bortel osciló un poco, comenzando a volver a la conciencia. Su primer pensamiento fue el de que algo había sucedido durante el descanso. Buscó a Tam Zaroh por si se había alejado y era aquello lo que la preconsciencia quería avisarle, y le encontró donde debía estar. ¿Qué había sido entonces…?
Repasó pacientemente uno a uno sus centros. Fue al llegar a los últimos, a los periféricos, cuando halló la huella, muy débil, impresa por la Llamada.
El descubrimiento le produjo tal sobresaltado choque, que despertó a Tam Zaroh.
—¡Bueno! —se expresó con irritación Tam—. ¡No me digas que tenías una pesadilla!
—Tam Zaroh, ¡mientras dormíamos ha llegado una Llamada!
Entonces vibró de alarma el otro Mental.
—¿Una Llamada?
—Tan débil que no me despertó; apenas si ha dejado huella. No es siquiera inteligible. De todas formas, deduzco que a nuestros compañeros se les han presentado complicaciones.
Los Mentales comprendieron que la casualidad colaboraba en su favor. De haber continuado su camino sin relajarse en un descanso, la Llamada se habría perdido irremisiblemente. Enseguida abandonaron la exploración, emprendiendo el regreso hacia el lugar donde estaba el microcosmos.
Si los otros Mentales habían emitido la Llamada significaba que estaban enfrentados a una situación insólita, y lo insólito, en buena ley, para ellos, no debía existir.
Se deslizaron urgentemente hacia el punto de partida, confiando en captar otras llamadas de Rele Ger y los demás, que les orientaran sobre las causas que motivaban la comunicación mental de emergencia, mas no sucedió nada de ello.
De pronto se sintieron envueltos en una oleada de radiación, que, pasando sobre ellos, comenzaba a condensarse en minúsculas partes de materia caótica.
—¿Has… has captado su intensidad? —se detuvo bruscamente Tam Zaroh. Y Wu Bortel podía captar los espasmos de su miedo, tan violentos como los suyos.
—Puede haber estallado ya el microuniverso —apuntó con incrédula esperanza.
—No, Wu. Es una estupidez querer ignorar lo que indica el cálculo de la radiación. Tan enorme intensidad sólo se puede conseguir… mediante la aniquilación simultánea de un microcosmos y ocho Mentales.
—¡Nuestros compañeros no se han destruido! ¡Un Mental jamás podría cometer ese error!
—¿Y si ha operado alguna causa externa?
—¡A los Mentales nada puede dañarnos!
—Serénate, Wu Bortel. Yo no quiero pronosticar desdichas. Pero lo cierto es que fuimos afectados por el Letargo. Y la energía detectada equivale a la que liberaría la desintegración de ocho individuos de nuestra naturaleza. Hemos recibido una Llamada… El análisis ontológico me hace temer que en estos instantes, en el ultracosmos, como criaturas pensantes sólo quedemos nosotros dos.
Wu Bortel comprendía la razón que acompañaba a Tam. Sus propios focos deductivos, tras seleccionar los datos percibidos y conjugarlos con las probabilidades, le conducían a la misma conclusión.
Cuando llegaron al lugar donde había estado el cosmos reactivo, quedó corroborada la deducción. El microcosmos y los ocho Mentales ya no existían.
Relámpagos de energía que se apagaba, flotaban acá y acullá. Fragmentos, remolinos electromagnéticos estaban esparcidos más allá del área que ellos podían cubrir. El microcosmos pentadimensional había estallado. Supieron lo que era «aquello» : restos del microcosmos y de los «cadáveres» de sus compañeros.
¿Podía el estallido de la reacción destruir a sus creadores?
Tajantemente, no. Algo más había sucedido. Anonadados, incapaces de formar un juicio coherente, Tam Zaroh y Wu Bortel emitían Llamadas buscando a los Mentales desaparecidos. Poco a poco lograron equilibrar el alterado psiquismo. Lentamente admitieron la única verdad: ocho de los inmortales… habían sido destruidos.
La dolorida estupefacción fue el único sentimiento que registraron los dos supervivientes. Algo concreto e inconmovible se acababa de destruir en sus convicciones, afectándoles tanto como la misma desaparición de sus semejantes.
Antes del Olvido, los Mentales habían sido psíquicamente completos. Por medio del análisis ontológico lo sabían todo, lo comprendían todo. Por el mero ejercicio de la voluntad creaban la energía y la materia que servía para corroborar sus elucubraciones, llevándolas al campo de lo real. Inesperadamente, en medio de su perfección, les había sobrevenido el Letargo, y como consecuencia, el Gran Olvido. El Gran Olvido provenía —aunque les repugnase admitirlo— de cierta destrucción en su constitución. Después del Olvido ya no habían sido perfectos.
De acuerdo.
Pero si el peligro se encerraba en las reacciones cosmogenéticas, y éstas habían originado primero el Olvido y después la aniquilación, se podía admitir que luego hubieran cometido algún error, achacable a la ausencia de los focos analíticos desaparecidos con el Letargo, pero ¿cómo antes pudo existir el error? ¿Cómo no supieron que de la cosmogénesis podía derivar un factor destructivo, ellos que psicológicamente eran perfectos e infalibles? Y no lo supieron, era evidente, ya que no lo evitaron la primera vez.
Wu Bortel y Tam Zaroh se desplazaban con desatino entre los restos esparcidos, informes y caóticos, de lo que había sido un universo de cinco dimensiones y ocho de los diez orgullosos Mentales existentes en el ultracosmos. Por último, establecieron contacto para trazar una línea de acción definida.
—No hay duda de que estamos solos. Como tampoco puede haberla ya de que todos nuestros males han derivado de la cosmogénesis. ¿Qué quieres que hagamos, Wu?
—Adivino tu pensamiento. Podríamos seguir como antes de provocar la primera reacción, pensando, realizando juegos y tonterías, y existir pacíficamente, eternamente. Pero eso te repugna. Deseas repetir la experiencia una vez más.
—Sí, has leído en mí —respondió Tam Zaroh con lo que mucho más tarde, en lengua terrestre, se habría expresado como «con algo parecido a una pálida sonrisa»—. Yo ya no podría continuar tranquilo la existencia, conociendo que hay algo que no sé. Quiero averiguar experimentalmente el motivo de todo esto. Me arriesgaría a la destrucción con tal de saber. De todas formas, no te pondré en peligro por un capricho insensato…
—No, Tam. Siento el mismo aguijoneo. Nuestra existencia anterior pudo ser feliz, porque éramos todopoderosos. En la actualidad a mí también me sería imposible entretenerme en ocios, con la seguridad de que ha existido algo fuera de nosotros capaz de herirnos de muerte. Yo también, ante la seguridad de una existencia ignorante, y el peligro tratando de saber, quiero arriesgarme.
—De acuerdo, Wu Bortel. De todas formas, vamos a exponernos a un riesgo mínimo. Desencadenaremos una reacción mínima, tetradimensional, en profundidad y espacio-temporalidad. Un cosmos de dos o tres dimensiones no engendra energía espiritual. Es preciso conferirle la dimensión movible del espacio-tiempo. Y no aumentaremos más dimensiones, con el fin de asegurarnos su perfecto control. Lo haremos así. Y así llegaremos a la verdad.
Wu Bortel se estremeció en sus centros psíquicos, mientras deducía aceleradamente qué condiciones eran precisas para crear el universo de cuatro dimensiones apuntado por Tam. Cuando lo hubo conseguido se comunicó con su compañero:
—Es preciso estrangular el espacio-tiempo para que haya un Principio. Hay que colocar un quasi-átomo primitivo en el cero natural absoluto, y después dejarle estallar.
—Exactamente —afirmó Tam Zaroh—. La probabilidad relativa nos lleva a ese arranque para la consecución de un universo tetradimensional en el que luego pueda surgir energía espiritual que le lleve a comprenderse a sí mismo.
»Partiendo del quasi-átomo en el cero absoluto, obtendremos materia regida por las leyes de la composición, por el principio de heterogeneidad complexiva. Fabricaremos un Todo dirigido a la formación de las grandes moléculas, que serán las destinadas a exteriorizar energía pensante. De las unidades energéticas elementales —fotones, neutrones, mesones, etc— por la ley de composición, la cosmogénesis se ha de orientar hacia el nacimiento de cuerpos simples. En virtud de la composición de heterogeneidad, ocurrirá, sucesivamente, una serie de inagotables combinaciones moleculares, y finalmente llegaremos a la aparición de vida en diversos sistemas galácticos.
»La vida se hará pensante, pero como obligatoriamente el pensamiento se fijará en focos indivisibles por ser la naturaleza del universo de cuatro dimensiones, la controlaremos fácilmente y no podrá volverse contra nosotros.
—Empecemos, entonces. Deseo saber. No quiero permanecer en la duda una fracción temporal más.
Tam Zaroh y Wu Bortel no necesitaban prolongar la comunicación. Sus psiquismos conocían más que sobradamente la sola mentalidad mecánica que había que seguir para crear un universo tan sencillo, por más que nunca la hubieran llevado a la práctica. Con el fin de reducir al mínimo el riesgo de autodesintegración, obligaron a girar en torbellino los esparcidos restos energéticos del cosmos anterior, y aun los estáticos jirones de lo que habían sido los otros Mentales, y sintetizaron un átomo primitivo, de masa extraordinariamente condensada. La voluntad de Wu Bortel y Tam Zaroh «deseó» que aquella masa disminuyera de temperatura, y el átomo condensado, circundado por la Nada, se aproximó al cero absoluto.
Entonces los dos «ordenaron» el estallido. El átomo condensado se dilató brutalmente, y en medio de relámpagos de energía hubo una primera expansión tetradimensional, que parecía ir a perderse en el ultracosmos. Mas no fue así.
La estofa del universo recién nacido estaba ya dominada por las fuerzas de la interacción y la repulsión que correctamente habían intuido como inherentes a su naturaleza cósmica intrínseca, en virtud de los postulados inmutables de la probabilidad; así pues, tras adoptar una apariencia levemente globular, con sinus y nódulos irregularmente repartidos, limitado exteriormente por el ultracosmos, y encerrando en su interior infinitos puntos de materia-energía elementales, comenzó una lenta contracción, a la que siguió una posterior expansión. ¡Era el primer latido del universo segregado por la libre voluntad de los Mentales!
Aunque la deducción los había prevenido sobre lo que iba a producirse, Tam y Wu Bortel detectaron con maravilloso pasmo la hermosa realidad tangible del cosmos que había nacido, del universo que latía ya y que, en virtud de su cuarta dimensión espacio-temporal, iniciaba un imperceptible viaje en el ultracosmos, irreversible, y una «vida» cuyos principios ya jamás se repetirían.
Al principio el proceso era de una terrible lentitud, aun medido en los enormes parámetros de los Mentales. Pues bien, ni aun así resultaba «aburrida» la existencia que los Mentales observaban en el globo centelleante, enloquecido y rugiente que tenían ante sí.
Descubrieron desde el principio, como consecuencia de la cuarta dimensión, que la energía espiritual era innata al universo. Esta energía espiritual se centraba en las partículas mínimas materiales, y dada su primaria elementalidad no llegaba a enroscarse, sino que se disparaba tangencialmente dando lugar a enormes relámpagos que encendían el globo en crecimiento.
Tam y Wu Bortel comprobaron con satisfacción que la reacción se desarrollaba correctamente. Electrones, mesones y neutrones estaban dotados, además de su energía electrodinámica y magnética, de la debida energía espiritual; sólo que aún faltaban muchos ciclos para que, al ir complejificándose la materia y encerrando esta energía espiritual, fuera perdiendo su carácter mecánico y se convirtiera en algo más psíquico y completo, hasta que al alcanzar el escalón de las grandes agrupaciones celulares, en los diversos nódulos surgieran las verdaderas manifestaciones de conciencia.
Durante la diez primeras pulsaciones del universo, no hubo alteraciones. Simplemente envejeció diez pulsaciones, mientras la energía granular de los corpúsculos chisporroteaba y brillaba, y en su rudimentario estado la energía se enroscaba en desatados torbellinos que se movían arriba, abajo y en profundidad, en las tres dimensiones tangibles que la reacción poseía.
La pulsación número once marcó el primer cambio. La casualidad hizo que un núcleo ligero pasara cerca de un electrón. Inmediatamente se atrajeron, se unieron indisolublemente, y en infinidad de puntos del nuevo cosmos, como por acción de una siembra en un medio saturado, se condensaron los primeros átomos. Nubes atómicas ocuparon la superficie y el interior universal, ante el vigilante control de Wu Bortel y Tam Zaroh. Nubes, hilachas de átomos arracimados se formaban para ocupar un volumen cósmico, en espera de que el envejecimiento universal les permitiera pasar al grado siguiente de su desarrollo.
La reacción cosmológica permaneció oscura y silenciosa en los latidos siguientes, ordenándose, sin embargo, para trepar un escalón más en cuanto a complejidad material, que con el descenso de caudal de energía libre al cerrarse la materia, dejaba ya señalado el camino seguro para el largo proceso que se orientaba indiscutiblemente hacia la transformación de la energía libre en energía mental y luego consciente.
Simultaneándose con la pulsación del universo, los enjambres atómicos giraban, anárquicos en apariencia, pero gobernados por el principio de contracción impreso a la creación de los Mentales, de forma que poco a poco se formaban nubes más concentradas, y los átomos se movían en espacios en los que iba siendo probable su encuentro. Esto sucedió en la pulsación quinceava, en la cual, repitiéndose el fenómeno de la formación atómica aunque a escala de mayor complejidad, los átomos se unieron entre ellos, condensándose la primera materia tangible.
Al descender la «piel» universal hacia el interior, los puntos materiales formados por la combinación atómica se apretaron, se condensaron alcanzando límites críticos para el equilibrio atómico, por lo cual, dos pulsaciones más adelante, el globo universal se llenó de estallidos en su superficie, de estallidos de materia. Al comenzar el universo su movimiento expansivo tras llegar al límite de contracción, y cesar de gravitar sobre la materia la inconmensurable presión contractiva, estallaba, proyectándose, entre torrentes de luz y bramidos de fuegos inmensos, fragmentos de materia ardiente, en medio de una explosión de energía calorífica.
El estallido material se distribuyó superficialmente en forma de nubes de materia ígnea muy separadas entre sí, hasta convertirse en algo similar a un globo de tres dimensiones que se hinchaba y deshinchaba, constelado por millares de manchas luminosas.
Wu Bortel estaba gozando tanto con el espectáculo que registraba su psiquismo como en la mejor de las elucubraciones, puesto que lo mismo él que Tam Zaroh sabían la generalidad de lo que sucedía y sucedería, pero no el detalle. El detalle se podía conocer después de laboriosos análisis intelectuales, y Wu Bortel, dominado por una natural inclinación hacia la economía de esfuerzos prefería conocer los detalles por la detección y no por la deducción. Así pues, extendiéndose por una cara del cosmos, investigó directamente las manchas de luz.
Se maravilló al comprobar que cada mancha —que tenía forma distinta: angular, lenticular, espiral, nebulosa…— estaba formada por una agrupación de tal cantidad de glóbulos materiales en reacción desintegrante, que su número casi escapaba a la matemática ultracósmica; glóbulos separados entre sí por vacíos en los que había miles de millones de veces sus volúmenes; glóbulos en los que la materia ya alcanzaba ciertos grados de complejidad, y que después de la integración, se desintegraban ahora en microrreacciones nucleares, entre torrentes de fuego y calor, y truenos horrísonos allá donde la sonoridad existía.
Los glóbulos materiales se desplazaban con su nube difusa, y a la vez estaban dotados, por razón de cinética universal, de movimientos particulares sobre sí mismos. Y en esta movilidad incesante, de ellos se desprendían fragmentos superficiales que giraban sobre el globo paterno a la vez que se apagaban muy rápidamente por su menor masa, en medio del frío cósmico, mientras se formaban nuevos elementos y combinaciones al enfriarse.
Wu Bortel, sondeando los enjambres materiales en desintegración nuclear y segregación de fragmentos, registró que el ritmo evolutivo se había acelerado de improviso con la aparición de los fragmentos apagados. Mientras se llegó a la formación de las nubes galácticas, se habían consumido quince pulsaciones universales, o en otro orden de parámetros, seis unidades temporales ultracósmicas. A partir del instante en que las estrellas desprendieron fragmentos y éstos se enfriaron, el ritmo se hizo vertiginoso.
Wu Bortel deducía que en las masas reducidas se llegaría antes a la temperatura y presiones óptimas para la aparición de macromoléculas y energía interiorizada, y por tanto, para la aparición de la vida y, después, del pensamiento. Y si para ascender los dos primeros peldaños se consumieron quince pulsaciones, esto iba a suceder en fracciones de la decimosexta pulsación. Esto significaba que en subfracciones de unidad temporal acaecería la eclosión evolutiva, y si escapaba a su percepción era posible que se repitiese el drama.
El enunciado de la conclusión en sus centros intelectivos coincidió con la comunicación apremiante de Tam Zaroh. Él acababa de llegar a ese resultado. En breves impulsos mentales comprobaron la similitud del pensamiento.
—¡El universo tetradimensional nos desbordará! ¡Es demasiado acelerada la evolución! —dijo Wu Bortel con evidente alarma.
—No, Wu —le tranquilizó su compañero—. Podemos controlar su marcha con una simple traslación de psiquismo. Es más; me atrevería a asegurar que ese fue el error de Pel Kau y los demás. Vigilando el universo con mentalidad ultracósmica, las cosas se suceden en él tan aprisa que escapan a nuestra apreciación. Así puede producirse la sorpresa o el accidente. Mas si aceptamos la intelección al tiempo universal mediante el sencillo cambio relativista, al retardar la percepción aumentamos el número de cosas percibidas.
Realizar aquello no les costó demasiado trabajo. Consistía simplemente en olvidar su sistema de unidades temporales del ultracosmos y «pensar» en tiempo de universo tetradimensional, lo cual se conseguía mediante un sencillo incremento de actividad psíquica.
En cuanto Wu Bortel hubo completado su adaptación al nuevo sistema tuvo la sensación engañosa de que el tiempo se retardaba, a la vez que un panorama mucho más rico en sucesos detectables se extendía ante sus focos de percepción.
Notó que el concepto de latido cósmico se dilataba tanto, que prácticamente quedaba anulado, y simultáneamente apreciaba cómo el universo se disponía a seguir con una paciencia y lentitud extraordinarias —en la nueva escala de tiempos— el camino ascendente en pos de la vida y el pensamiento.
Las diminutas masas ígneas desprendidas de los ejes de reacción nuclear en desintegración se apagaban poco a poco en el vacío, sin dejar de girar sobre sí mismas y en torno a las masas superiores, siguiendo al mismo tiempo el desplazamiento particular de aquéllas, independiente del general de la galaxia respectiva. Pese a la apariencia complicada de lo que percibía, Wu Bortel registraba la sencillez ordenadora de las fuerzas puestas en acción, y se daba cuenta de que seguían un camino inexorable, no hacia un punto remoto en el horizonte universal, sino hacia algo que estaba en el seno de las masas mismas: la creación de una cubierta capaz de encerrar la energía y transformarla en reflexiva. Algo así como si la creación del cosmos en miniatura tendiera a crear una conciencia muy parecida a la de un Mental…, salvando las oportunas distancias.
En el vacío sideral los fragmentos de las estrellas se apagaban con prontitud, y a pesar de ello, aún había algo que aceleraría el enfriamiento: cuando con despreciables intervalos de tiempo las nubes de gases que las envolvían, producto de las reacciones internas, se transformaban en cortinas de líquido que caían en forma de lluvia para convertirse en vapor rugiente y reanudar a continuación el ciclo, Wu Bortel supo que el enfriamiento aumentaba, y que la aparición de los primeros síntomas de vida en aquel universo era inminente.
Y con excitado regocijo llamó a Tam Zaroh.