Amelia Sachs entró corriendo, insensible al dolor de sus rodillas.
Pasó junto a los policías que custodiaban la puerta sin saludarlos siquiera.
—¿Dónde está?
Un agente le indicó el cuarto de estar.
Entró en la habitación y vio a Pam en el sofá. La chica, muy pálida, levantó la vista.
Sachs se sentó a su lado.
—¿Estás bien?
—Sí. Un poco asustada, nada más.
—¿No te ha hecho nada? ¿Puedo darte un abrazo?
Pam se rio y la detective la rodeó con sus brazos.
—¿Qué ha pasado?
—Entró un hombre. El señor Rhyme lo vio detrás de mí por la cámara web. Me llamó y como a la quinta vez de que el timbre estaba sonando cogí el teléfono y me dijo que me pusiera a gritar y saliera enseguida.
—¿Y lo hiciste?
—Qué va. Me metí corriendo en la cocina y cogí un cuchillo. Estaba muy nerviosa. Se fue.
Sachs miró al detective de la comisaría local de Brooklyn, un afroamericano bajo y rechoncho que le informó con una profunda voz de barítono:
—Ya se había marchado cuando llegamos. Los vecinos no han visto nada.
Así pues, lo que creía haber visto en el lugar donde había sido asesinado Joe Malloy habían sido imaginaciones suyas. O quizás había sido un chaval o algún vagabundo alcohólico que sentía curiosidad por ver qué estaba haciendo la policía. Después de asesinar a Malloy, 522 había ido a su casa en busca de archivos o pruebas, o quizá con intención de matarla y acabar así lo que había empezado.
Recorrió la casa con el detective de la policía y Pam. El escritorio estaba revuelto, pero no parecía faltar nada.
—He pensado que podía ser Stuart. —Pam tomó aire—. He roto con él.
—¿Sí?
Asintió con la cabeza.
—Has hecho bien. Pero ¿no era él?
—No. Llevaba otra ropa y no tenía el físico de Stuart. Además, puede que Stuart sea un hijo de puta, pero no va a meterse en la casa de nadie.
—¿Pudiste verlo?
—No. Se dio la vuelta y salió corriendo, no me dio tiempo a verlo con claridad. —Sólo se había fijado en su vestimenta.
El detective explicó que Pam había descrito al intruso como un varón blanco, latino o negro de piel clara, de complexión media, vestido con vaqueros azules y americana de cuadros azul oscura. También había llamado a Rhyme tras enterarse de lo de la cámara web, pero el criminalista no había visto más que una forma difusa en el pasillo.
Encontraron la ventana por la que había entrado. Sachs tenía un sistema de alarma, pero Pam lo había desconectado al llegar.
La detective miró a su alrededor. La ira y la consternación que sentía por la espantosa muerte de Malloy se disiparon, dejando paso a aquella misma inquietud, a aquella sensación de vulnerabilidad que había experimentado en el cementerio, en el almacén donde había muerto Malloy, en SSD y, de hecho, en todas partes desde que había comenzado a perseguir a 522. Como cuando había registrado la papelera, cerca de la casa de DeLeon: ¿estaría observándola en ese preciso instante?
Vio movimiento más allá de la ventana, un centelleo. ¿Eran las hojas que arrastraba el aire delante de las ventanas cercanas, en las que brillaba la pálida luz del sol?
¿O era 522?
—¿Amelia? —preguntó Pam con voz suave, mirando también a su alrededor con nerviosismo—. ¿Pasa algo?
Sachs volvió al presente.
Ponte a trabajar. Y deprisa. El asesino había estado allí… y hacía poco tiempo. Encuentra algo útil, maldita sea.
—No, cariño, nada.
Un patrullero de la comisaría preguntó:
—¿Quiere que venga alguien de Inspección Forense a echar un vistazo, detective?
—No —contestó, dirigiendo una mirada y una tensa sonrisa a Pam—. Yo me encargo.
Sacó su equipo portátil del maletero del coche e inspeccionó la casa con Pam.
Bueno, ella la inspeccionó y Pam esperó fuera del perímetro de seguridad y le indicó exactamente por dónde se había movido el asesino. Aunque le temblaba un poco la voz, la chica actuó con serena eficacia.
Entré corriendo en la cocina y cogí un cuchillo.
Ya que estaba allí Pam, Sachs pidió a un patrullero que montara guardia en el jardín, por donde había escapado el asesino. Pero ni siquiera así logró tranquilizarse por completo, conociendo la prodigiosa habilidad de 522 para espiar a sus víctimas, para descubrirlo todo sobre ellas y sorprenderlas. Quería inspeccionar la casa y llevarse a Pam de allí lo antes posible.
Guiada por la adolescente, registró los lugares por los que había pasado 522, pero no encontró ningún rastro material. O bien el asesino había usado guantes al entrar, o bien no había tocado ninguna superficie receptiva, y los rodillos adhesivos no revelaron señal alguna de restos sospechosos.
—¿Por dónde salió? —preguntó Sachs.
—Te lo enseño. —Pam miró su cara, que al parecer reflejaba su renuencia a exponerla a más peligros—. Es mejor enseñártelo que decírtelo.
La detective asintió con la cabeza y salieron al jardín.
—¿Ha visto algo? —le preguntó al patrullero.
—No, nada, pero la verdad es que, cuando uno cree que alguien lo está observando, acaba por ser cierto.
—Eso he oído.
El policía señaló con el pulgar una hilera de ventanas oscuras al otro lado del callejón y seguidamente a unos frondosos arbustos de azalea y boj.
—Les he echado un vistazo. Nada. Pero sigo atento.
—Gracias.
Pam la llevó al camino que había tomado 522 para escapar y Sachs comenzó a recorrer la cuadrícula.
—Amelia…
—¿Qué?
—Fue una cagada, ¿sabes? Lo que te dije ayer. Estaba, bueno, muy desesperada y todo eso. Me entró el pánico. Supongo que lo que quiero decir es que lo siento.
—Fuiste la mesura personificada.
—Pues no me sentía así.
—El amor nos vuelve muy raros, cariño.
Pam se rio.
—Luego hablaremos de eso. A lo mejor esta noche, dependiendo de cómo vaya el caso. Podemos cenar juntas.
—Claro.
Sachs siguió con su examen, esforzándose por dejar a un lado su inquietud, la sensación de que 522 seguía allí. Pero a pesar de sus esfuerzos la búsqueda apenas dio frutos. El suelo era casi todo de gravilla y no encontró pisadas, salvo una cerca de la verja por la que había escapado saliendo del jardín al callejón. Sólo estaba marcada la puntera de un zapato (el asesino iba corriendo), inservible para usos forenses. Tampoco encontró marcas de neumáticos recientes.
Pero al regresar al jardín, distinguió un destello blanco entre la hiedra y las pervincas que cubrían el suelo, exactamente en el lugar donde habría aterrizado un objeto al caer del bolsillo del asesino cuando este había saltado la verja cerrada.
—¿Has encontrado algo?
—Puede ser. —Sirviéndose de unas pinzas, recogió un trocito de papel. Regresó a la casa, montó una mesa de examen portátil e inspeccionó el fragmento rectangular. Lo roció con ninhidrina y, tras ponerse unas gafas protectoras, lo enfocó con una fuente de luz alterna. Se llevó una decepción al no encontrar ninguna huella.
—¿Sirve de algo? —preguntó Pam.
—Podría ser. No va a llevarnos hasta su puerta, pero es lo que suele pasar con las pruebas materiales. Si fuera al contrario —añadió con una sonrisa—, no haría falta gente como Lincoln o como yo, ¿no crees? Tendré que mirarlo.
Fue a buscar su caja de herramientas, sacó el taladro y atrancó con unos tornillos la ventana rota. Cerró la puerta y conectó la alarma.
Había llamado a Rhyme un rato antes para decirle que Pam estaba bien, pero quería volver a hablar con él para avisarle de que quizás hubiera encontrado una pista. Sacó su móvil, pero antes de llamar se detuvo en el bordillo de la acera y miró a su alrededor.
—¿Qué pasa, Amelia?
Sostuvo el teléfono en la mano.
—Mi coche.
El Camaro había desaparecido. Sintió una oleada de alarma. Miró rápidamente a un lado y otro de la calle al tiempo que echaba mano de su Glock. ¿Estaba 522 allí? ¿Le había robado el coche?
En ese momento el patrullero salió del jardín de atrás. Sachs le preguntó si había visto a alguien.
—¿Ese coche, el viejo? ¿Era suyo?
—Sí, creo que el asesino puede habérselo llevado.
—Lo siento, detective, creo que se lo ha llevado la grúa. Les habría dicho algo si hubiera sabido que era suyo.
¿Se lo había llevado la grúa? Tal vez había olvidado poner el cartel del Departamento de Policía de Nueva York en el salpicadero.
Pam y ella caminaron calle arriba hasta el desvencijado Honda Civic de la chica y se acercaron a la comisaría del distrito. El sargento de recepción, un conocido de Sachs, se había enterado de lo ocurrido.
—Hola, Amelia. Los chicos se han esmerado preguntando a los vecinos. Nadie ha visto a ese tipo.
—Escucha, Vinnie, mi coche ha desaparecido. Estaba junto a la boca de riego, al otro lado de la calle, enfrente de mi casa.
—¿Tu coche patrulla?
—No.
—¿Tu Chevy, el antiguo?
—Sí.
—Vaya, qué mala pata.
—Me han dicho que se lo ha llevado la grúa. No sé si había puesto el cartel en el salpicadero.
—Aun así deberían haber comprobado la matrícula para ver a nombre de quién estaba. Vaya, qué putada. Perdone, señorita.
Pam sonrió para demostrar que era inmune a palabras que ella misma empleaba de vez en cuando.
Sachs le dio el número de matrícula al sargento y él hizo algunas llamadas y consultó el ordenador.
—No, no ha sido por una infracción de aparcamiento. Espera un segundo. —Hizo un par de llamadas más.
Hijo de puta. No podía permitirse estar sin su coche. Estaba deseando inspeccionar detenidamente la pista que había encontrado en su casa.
Pero su exasperación se convirtió en alarma cuando notó que Vinnie había fruncido el ceño.
—¿Estás seguro? Está bien. ¿Dónde lo han llevado? ¿Sí? Bueno, dame un toque en cuanto lo sepas. —Colgó.
—¿Qué pasa?
—El Camaro, ¿lo tenías financiado?
—¿Financiado? No.
—Qué raro. Se lo ha llevado un equipo de embargos.
—¿Me lo han embargado?
—Según ellos, llevas seis meses sin pagar las cuotas.
—Vinnie, ese coche es de 1969. Mi padre lo pagó en efectivo en los setenta. Nunca ha estado financiado. ¿Quién se supone que me prestó el dinero?
—Mi amigo no lo sabía. Va a enterarse y a llamarme. Se informará de dónde lo han llevado.
—Lo que me hacía falta. ¿Tenéis algún coche?
—No, ninguno, lo siento.
Le dio las gracias y salió con Pam a su lado.
—Si tiene un solo arañazo, van a rodar cabezas —masculló.
¿Podía estar 522 detrás de aquello? No la habría sorprendido, aunque no se explicaba cómo lo había hecho.
Sintió otra punzada de inquietud al pensar en lo mucho que se había acercado a ella, en cuánta información tenía sobre su vida.
El hombre que lo sabe todo…
—¿Puedes prestarme tu Civic? —le preguntó a Pam.
—Claro. Pero ¿puedes dejarme en casa de Rachel? Vamos a hacer los deberes juntas.
—¿Sabes qué, cariño? ¿Qué te parece si le digo a uno de los chicos de la comisaría que te lleve a casa de tu amiga?
—Claro. Pero ¿por qué?
—Ese tipo sabe ya demasiado sobre mí. Creo que es mejor que mantengamos un poco las distancias. —Volvieron a entrar en la comisaría para pedir que la llevaran a casa. Cuando salieron de nuevo, Sachs miró a un lado y otro de la acera. No parecía haber nadie observándola.
Levantó bruscamente la vista al advertir movimiento en una ventana, al otro lado de la calle. Pensó enseguida en el logotipo de SSD: la ventana en la torre vigía. Quien se había asomado era una señora mayor, pero eso no impidió que un nuevo escalofrío recorriera la espalda de Sachs. Caminó rápidamente hasta el coche de Pam y lo puso en marcha.