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Rodney Szarnek, el joven agente de pelo alborotado, había colocado ya su ratonera y estaba disfrutando intentando introducirse en los servidores principales de SSD. Movía la rodilla y silbaba de cuando en cuando. Esto irritaba a Rhyme, que a pesar de ello dejaba al chico en paz. A fin de cuentas, él hablaba sólo cuando inspeccionaba la escena de un crimen o sopesaba posibles formas de abordar un caso.

Tiene que haber de todo…

Sonó el timbre. Era una agente del laboratorio forense de Queens con un regalo: una prueba material de uno de los casos anteriores: el arma del crimen, un cuchillo empleado en el robo de monedas que había terminado en homicidio. Las demás pruebas se hallaban «almacenadas en alguna parte». Se habían solicitado, pero nadie sabía decirles cuándo las localizarían o si podrían hacerlo.

Rhyme y Cooper firmaron el impreso de cadena de custodia. Incluso después del juicio había que seguir el protocolo.

—Qué raro. Faltan casi todas las demás pruebas —comentó Rhyme, aunque se daba cuenta de que, por ser un arma, el cuchillo se habría guardado en un lugar cerrado con llave, en el almacén del laboratorio, en vez de archivarse con las pruebas que no entrañaban peligro de muerte.

Miró el esquema del caso.

—Encontraron parte de ese polvo en el mango del cuchillo. Veamos si podemos descubrir qué es. Pero, primero, ¿cuál es la historia del cuchillo?

Cooper obtuvo la información acerca del fabricante a través de la base de datos de armas de la policía de Nueva York.

—Fabricado en China, se vende al por mayor a miles de establecimientos minoristas. Es barato, así que podemos dar por sentado que el asesino lo pagó en efectivo.

—No, no esperaba gran cosa. Pasemos al polvo.

Cooper se enfundó los guantes y abrió la bolsa. Pasó el brochín por el mango del cuchillo, cuya hoja estaba teñida de marrón oscuro por la sangre de la víctima, y cayeron restos de polvo blanco sobre el papel de examen.

El polvo fascinaba a Rhyme. En ciencias forenses, el término «polvo» hace referencia a partículas sólidas de menos de quinientos micrómetros de tamaño y compuestas por fibras de ropa o tapicería, caspa humana o animal, fragmentos de plantas e insectos, pedazos de excrementos secos, tierra o múltiples productos químicos. Algunos tipos son aerosoles; otros se posan rápidamente sobre las superficies. El polvo puede causar problemas de salud (como el ennegrecimiento de los pulmones), puede ser peligrosamente volátil (el polvo de harina de los elevadores de cereal, por ejemplo) y puede afectar al clima.

Desde un punto de vista forense, gracias a la electricidad estática y a otras propiedades adhesivas, el polvo pasa a menudo del criminal a la escena del crimen o viceversa, de ahí que sea una herramienta extremadamente útil para la policía. Cuando dirigía la división de Ciencias Forenses del Departamento de Policía de Nueva York, Rhyme había creado una extensa base de datos sobre polvo recogido en los cinco distritos de la ciudad y en diversas partes de Nueva Jersey y Connecticut.

El mango del cuchillo tenía adheridas pequeñas cantidades de polvo y Mel Cooper consiguió recoger suficiente para pasar una muestra por el cromatógrafo de gases-espectómetro de masas, que descompone las sustancias en sus partes constitutivas e identifica cada uno de sus componentes. Ello llevó cierto tiempo. No fue culpa suya; sus manos, sorprendentemente grandes y musculosas para un hombre tan delgado, se movían con rapidez y eficacia. Eran las máquinas las que funcionaban despacio al obrar su magia metódica. Mientras esperaban los resultados, hizo varios análisis químicos adicionales sobre otra muestra de polvo para revelar materiales que quizá no encontrara el cromatógrafo.

Los resultados estuvieron listos por fin y Mel Cooper fue explicando el análisis combinado mientras escribía los datos en la pizarra.

—Bueno, Lincoln. Tenemos vermiculita, yeso, espuma sintética, fragmentos de vidrio, partículas de pintura, fibras de lana mineral, fibras de vidrio, granos de calcita, fibras de papel, granos de cuarzo, tejido de combustión a baja temperatura, raspaduras de metal, asbesto, crisolita y algunos compuestos químicos. Parecen ser hidrocarburos policíclicos aromáticos, parafina, alqueno, nafteno, octanos, bifenilos policlorados, dibenzodioxinas, que no se ven muy a menudo, y dibenzofuranos. Ah, y algo de difenil éter brominado.

—Las Torres Gemelas —dijo Rhyme.

—¿Sí?

—Sí.

El polvo del derrumbe de las Torres Gemelas en 2001 había causado problemas de salud entre las personas que trabajaban en las inmediaciones de la Zona Cero, y últimamente aparecían en las noticias diversas variantes de su composición. Rhyme estaba familiarizado con sus componentes.

—Entonces, ¿está en el centro?

—Posiblemente —dijo Rhyme—. Pero ese polvo puede encontrarse en los cinco distritos. Vamos a ponerle un signo de interrogación de momento. —Hizo una mueca—. Así que nuestro perfil es por ahora el siguiente: un hombre que podría ser blanco o de etnia de piel clara, que podría coleccionar monedas o al que quizá le guste el arte. Y su vivienda o lugar de trabajo podría estar en el centro. Podría tener hijos, podría fumar. —Miró el cuchillo guiñando los ojos—. Déjame verlo de cerca.

Cooper le llevó el arma y Rhyme observó cada milímetro del mango. Su cuerpo fallaba, pero su vista seguía siendo tan aguda como la de un adolescente.

—Ahí. ¿Qué es eso?

—¿Dónde?

—Entre el mango y la hoja.

Era un minúscula mota de algo de color claro.

—¿Puedes ver eso? —susurró el técnico—. Yo no he visto nada. —Lo sacó sirviéndose de una aguja y lo colocó en un portaobjetos. Lo miró a través del microscopio. Empezó con aumentos bajos, de entre 4 y 24, que suelen ser suficientes a menos que se necesite la magia de un microscopio electrónico de barrido—. Parece una miga de comida. Algo cocinado. De tinte naranja. El espectro sugiere grasa. Puede que comida basura. Como Doritos. O patatas fritas.

—No hay suficiente para pasarlo por el cromatógrafo.

—No, imposible —confirmó Cooper.

—No iba a colocar algo tan pequeño en casa de su chivo expiatorio. Es otra pista auténtica sobre 522.

¿Qué demonios era? ¿Algo que había comido el día del asesinato?

—Quiero probarlo.

—¿Qué? Está manchado de sangre.

—El mango, no la hoja. Justo donde está esa mota. Quiero saber qué es.

—No hay suficiente para probarlo. ¿Esa pintita? Si apenas se ve. Yo no la he visto.

—No, el cuchillo. Quizás encuentre algún sabor o alguna especia que nos diga algo.

—No se puede chupar el arma de un crimen, Lincoln.

—¿Y eso dónde lo pone, Mel? No recuerdo haberlo leído. ¡Necesitamos información sobre ese tipo!

—Bueno, está bien. —El técnico sostuvo el cuchillo junto a su cara y el criminalista se inclinó hacia delante y acercó la lengua al lugar donde habían encontrado la mota.

—¡Santo Dios! —Echó bruscamente la cabeza hacia atrás.

—¿Qué pasa? —preguntó Cooper alarmado.

—¡Tráeme un poco de agua!

Cooper soltó el cuchillo sobre la mesa de examen y corrió a llamar a Thom mientras Rhyme escupía en el suelo. Le ardía la boca.

El ayudante llegó corriendo.

—¿Qué pasa?

—Madre mía, cómo pica. ¡He pedido agua! Acabo de comerme un poco de salsa picante.

—¿Salsa picante? ¿Tabasco o algo así?

—¡No sé qué era!

—Pues entonces no te conviene tomar agua. Mejor leche o yogur.

—¡Pues tráeme un poco!

Thom regresó con un recipiente de yogur y le dio varias cucharadas. Para su sorpresa, el picor desapareció de inmediato.

—¡Uf! Cómo picaba… Bueno, Mel, hemos descubierto una cosa más… quizás. A nuestro chico le gustan los aperitivos con salsa. En fin, supondremos que era un aperitivo con salsa picante. Ponlo en la pizarra.

Mientras Cooper escribía, Rhyme miró el reloj y gruñó:

—¿Dónde diablos está Sachs?

El técnico pareció desconcertado.

—Pues en SSD.

—Eso ya lo sé. Lo que quiero decir es que por qué demonios no ha vuelto ya. ¡Y, Thom, quiero más yogur!