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—No se trata únicamente de saber en general lo que compra la gente —explicó Sachs—, sino de saber datos concretos de todas las víctimas y de los chivos expiatorios. Fijaos en los tres crímenes. El caso de tu primo, el de Myra Weinburg y el robo de monedas. Cinco Dos Dos no sólo sabía la clase de zapatos que calzaba el inculpado. Sabía su número.

—Bien —dijo Rhyme—. Vamos a averiguar dónde se compran los zapatos Arthur y DeLeon Williams.

Una rápida llamada a Judy Rhyme y otra a Williams revelaron que habían comprado sus zapatos por correo: uno a través de un catálogo y el otro a través de una página web, pero los dos directamente a las empresas fabricantes.

—Muy bien —dijo el criminalista—, elegid una, llamadles y averiguad cómo funciona el negocio de los zapatos. Lanzad una moneda al aire.

Ganó Sure-Track. Y sólo tuvieron que hacer cuatro llamadas para hablar con alguien relacionado con la empresa, el presidente y el consejero delegado, nada menos.

Se oía agua de fondo, un chapoteo y risas de niños cuando el hombre preguntó indeciso:

—¿Un crimen?

—Nada relacionado directamente con usted —le aseguró Rhyme—. Un producto suyo es una prueba material.

—Pero ¿no será como lo de ese tipo que intentó volar un avión con una bomba metida en el zapato? —Se interrumpió como si el solo hecho de hablar de ello fuera una violación de la seguridad nacional.

Rhyme le explicó la situación: que el asesino obtenía información personal sobre las víctimas, incluidos los datos concretos de las zapatillas Sure-Track, así como de las Alton de su primo y de los zapatos Bass de otro de los inculpados.

—¿Venden a través de minoristas?

—No. Sólo online.

—¿Comparten información con sus competidores? ¿Información sobre clientes?

Una vacilación.

—¿Oiga? —dijo Rhyme en medio del silencio.

—Bueno, no podemos compartir información. Eso iría contra las leyes antimonopolio.

—Pues ¿cómo ha podido alguien acceder a información sobre usuarios de zapatillas Sure-Track?

—Es una situación compleja.

Rhyme hizo una mueca.

Sachs dijo:

—Señor, el hombre al que buscamos es un asesino y un violador. ¿Se le ocurre alguna idea sobre cómo puede haber averiguado esos datos de sus clientes?

—La verdad es que no.

Lon Sellitto bramó:

—Pues entonces conseguiremos una puta orden judicial y revisaremos sus archivos línea por línea.

Rhyme habría manejado la situación con mayor sutileza, pero el mazazo del detective funcionó a la perfección. El hombre balbució:

—Espere, espere, espere. Puede que tenga una idea.

—¿Cuál? —le espetó Sellitto.

—Puede que… Vale, si tenía información de distintas empresas quizá la haya conseguido en una empresa de minería de datos.

—¿Qué es eso? —preguntó Rhyme.

La pausa que siguió pareció motivada por la sorpresa.

—¿No sabe qué es la minería de datos?

El criminalista puso cara de fastidio.

—No. ¿Qué es?

—La propia expresión lo dice: empresas de servicios que proporcionan información. Buscan entre los datos sobre personas, sus compras, sus casas y sus coches, sus historiales de crédito, todo lo que haya sobre ellos. Analizan y procesan los datos y los venden. Ya sabe, para ayudar a las empresas a detectar tendencias de mercado, a encontrar clientes nuevos, a planificar sus campañas publicitarias y a personalizar los mensajes de la publicidad directa. Cosas así.

Todo lo que haya sobre ellos…

Rhyme pensó: Puede que hayamos dado con algo.

—¿Obtienen información de circuitos RFID?

—Claro que sí. Son una fuente de datos fundamental.

—¿Qué empresa de minería de datos usan ustedes?

—Pues no sé. Varias. —Su voz sonó reticente.

—Necesitamos saberlo de verdad —dijo Sachs, haciendo de poli buena frente a Sellitto, que hacía de malo—. No queremos que muera nadie más. Ese hombre es muy peligroso.

Un suspiro flotó sobre la indecisión de su interlocutor.

—Bueno, supongo que la principal es SSD. Es bastante grande. Pero si piensan que alguien de allí puede estar implicado en un crimen, es imposible. Son unos tipos geniales, los mejores del mundo. Y hay seguridad, hay…

—¿Dónde tienen su sede? —preguntó Sachs.

Otra vacilación. Vamos, maldita sea, pensó Rhyme.

—En la ciudad de Nueva York.

El campo de juego de Cinco Dos Dos. El criminalista miró a Sachs. Sonrió. Aquello prometía.

—¿Hay alguna otra en esa zona?

—No. Axciom, Experian y Choicepoint, las otras grandes, no son de por aquí. Pero, créanme, nadie de SSD puede estar implicado. Se lo juro.

—¿Qué significa SSD? —preguntó Rhyme.

—Strategic Systems Datacorp.

—¿Tiene algún contacto allí?

—Nadie en particular. —Lo dijo muy deprisa. Demasiado deprisa.

—¿No?

—Bueno, nosotros tratamos con comerciales. No recuerdo sus nombres en este momento. Podría mirarlo.

—¿Quién dirige la empresa?

Otra pausa.

—Andrew Sterling. Es el fundador y el consejero delegado. Miren, les aseguro que nadie de allí haría nada contra la ley. Es imposible.

Rhyme se dio cuenta de algo: el hombre estaba asustado. No de la policía. De la propia SSD.

—¿Qué es lo que le preocupa?

—Es sólo que… no podríamos funcionar sin ellos —añadió en tono confesional—. La verdad es que… estamos asociados con ellos.

Pero de su tono se deducía que aquel verbo espurio significaba en realidad «dependemos desesperadamente de ellos».

—Seremos discretos —le aseguró Sachs.

—Gracias. De veras. Gracias. —Su alivio resultaba evidente.

La detective le dio amablemente las gracias por su colaboración y Sellitto puso los ojos en blanco al oírla.

Rhyme cortó la llamada.

—¿Minería de datos? ¿Alguien sabe algo de eso?

Thom dijo:

—No conozco SSD, pero he oído hablar de la minería de datos. Es el negocio del siglo veintiuno.

Rhyme miró el esquema de las pruebas.

—Así que, si Cinco Dos Dos trabaja para SSD o es uno de sus clientes, puede averiguar todo lo que necesita saber sobre quién compra loción de afeitar, cuerda, preservativos, sedal… Todas las pruebas falsas que podría colocar. —Entonces lo asaltó otra idea—. El presidente de la empresa de zapatos ha dicho que venden los datos para envíos por correo postal. Arthur había recibido publicidad directa por correo acerca de ese cuadro de Prescott, ¿os acordáis? Puede que Cinco Dos Dos lo supiera por sus listas de correo. Quizás Alice Sanderson también figuraba en una lista.

—Y mirad: las fotografías del lugar de los crímenes. —Sachs se acercó a las pizarras y señaló varias fotografías del caso del robo de monedas. En las mesas y por el suelo se veían claramente folletos publicitarios enviados por correo.

Pulaski dijo:

—Y señor… El detective Cooper ha hablado de las tarjetas de peaje de las autopistas. Si SSD dispone de esos datos, el asesino podía saber a qué hora exactamente estaba su primo en la ciudad y cuándo volvía a casa.

—Dios mío —masculló Sellitto—. Si eso es cierto, ese tipo ha dado con un modus operandi acojonante.

—Infórmate sobre la minería de datos, Mel. Búscalo en Google. Quiero saber con seguridad si SSD es la única de esta zona.

Unos cuantos tecleos después:

—Mmm… Me salen unos veinte millones de referencias para «minereía de datos».

—¿Veinte millones?

Durante la hora siguiente, vieron cómo Cooper iba reduciendo la lista de las principales empresas de minería de datos del país: en torno a media docena. Descargó cientos de páginas de información sobre sus sitios web y otros datos. La comparación del listado de clientes de varias empresas y de los productos utilizados como pruebas en el caso de 522 dio como resultado que SSD era el origen único más probable de toda la información y la única, de hecho, que tenía su sede en Nueva York o sus alrededores.

—Si queréis —propuso Cooper—, puedo descargar su folleto de ventas.

—Claro que queremos, Mel. Vamos a verlo.

Sachs se sentó junto a Rhyme y miraron juntos la pantalla cuando apareció en ella la página web de SSD, encabezada por el logotipo de la empresa: una atalaya con una ventana de la que salían rayos de luz.

«El conocimiento es poder». El bien más valioso del siglo XXI es la información, y en SSD somos líderes en la utilización del conocimiento para personalizar las estrategias de su empresa, redefinir sus objetivos y estructurar soluciones para ayudarle a encarar el sinfín de retos que ofrece el mundo actual. Con más de 4000 clientes en Estados Unidos y el extranjero, SSD marca el estándar del sector y es el proveedor de servicios de conocimiento más importante del planeta.

—Si Cinco Dos Dos tiene acceso a toda esta información… En fin, entonces es el hombre que lo sabe todo.

Mel Cooper comentó:

—Vale, escuchad esto. Estaba buscando las empresas de las que es dueña SSD y adivinad cuál es una de ellas.

Rhyme contestó:

—Apuesto a que DMS, o como diablos se llame. La empresa fabricante de la etiqueta RFID del libro, ¿a que sí?

—Sí, exacto.

Pasaron unos instantes sin que nadie dijera nada. Rhyme advirtió que estaban mirando todos el logotipo de SSD, con su ventanita resplandeciente, que aparecía en la pantalla del ordenador.

—Bueno —masculló Sellitto con los ojos fijos en la pizarra—, ¿y ahora qué hacemos?

—¿Vigilar? —sugirió Pulaski.

—Es lo más lógico —repuso el detective—. Voy a llamar a Búsqueda y Vigilancia para que vayan organizando los equipos.

Rhyme los miró con sorna.

—¿Vigilar una empresa con…? ¿Cuántos? ¿Mil empleados? —Meneó la cabeza y preguntó—. ¿Has oído hablar de la navaja de Ockham, Lon?

—¿Quién cojones es Ockham? ¿Un barbero?

—Un filósofo. La navaja es una metáfora: eliminar de un tajo las explicaciones innecesarias para un fenómeno dado. Su teoría era que, cuando hay múltiples posibilidades, la más sencilla es casi siempre la acertada.

—¿Y cuál es la teoría más sencilla según tú, Rhyme?

Mirando fijamente el folleto, el criminalista respondió a Sachs:

—Creo que Pulaski y tú deberías ir a hacer una visita a SSD mañana por la mañana.

—¿Y qué hacemos cuando lleguemos?

Rhyme se encogió de hombros.

—Preguntar si alguien que trabaja allí es el asesino.