Derec
El doctor Avery estaba inclinado sobre un terminal de datos en el laboratorio de la nave, estudiando con detenimiento una densa masa de código hex, cuando Derec se dirigió a él:
—¡Hola papá! —y entró brincando en la habitación.
Avery levantó la cara de la pantalla sólo el tiempo necesario para mirar a Derec fijamente.
—¿Podrías dejar de llamarme así, por favor? —le preguntó con su bigote blanco erizado de enfado—. Sabes lo mucho que me molesta.
—Desde luego papá.
Avery le dirigió a su hijo una de sus miradas asesinas, se pasó las manos por el largo pelo blanco y se volvió hacia el terminal. Nunca lo admitiría en voz alta, por supuesto, pero en su corazón Avery sabía que Derec tenía razón al intentar molestarle. Después de todo, fue el experimento megalomaníaco de Avery el que había provocado que Derec se quedara sin memoria y el que había contagiado a Ariel la peste amnemónica. Ahora el doctor no podía reconstruir cómo, cuando estaba loco, había causado esa amnesia y mucho menos podía saber cómo recuperarla. Y mientras sus pequeñas nanomáquinas llamadas chemfets avanzaban últimamente hacia la perfección, en medio habían estado a punto de matar a Derec dos veces y habían acabado con la vida del feto de Ariel.
Teniendo todo esto en cuenta, Avery decidió soportar una vez más cualquiera que fuese la venganza juvenil que Derec había planeado para ese día. Esperó pacientemente hasta que Derec encontró un ruidoso taburete de lata, lo arrastró y se sentó. Entonces, cuando parecía que Derec no iba a decir nada más, comenzó a examinar otro bloque de código.
—¿Qué estás haciendo, papá? —preguntó Derec alegremente.
Avery suspiró y se giró hacia su hijo:
—Estoy estudiando el sistema de software de la nave en busca del algoritmo que le permite cambiar de forma.
—¿Por qué?
—Me gustaría detener ese polimorfismo o, al menos, ralentizarlo bastante.
—¿Por qué?
Avery suspiró otra vez y se pasó los dedos por el pelo. «Éste es uno de los problemas de que tus hijos sean criados por robots», pensó. «Cuando tienen alrededor de tres años de edad pasan la etapa del “¿Por qué papá?”. La Segunda Ley obliga a los robots a responder a la pregunta y por eso los niños nunca dejan de preguntar».
Avery se estiró la bata de laboratorio, esbozó su mejor imitación de una sonrisa paternal y respondió a la pregunta con otra pregunta:
—¿Has caminado alguna vez por el borde de un campo de gravedad?
Derec buscó por sus atenuados recuerdos.
—Creo que no. ¿Por qué?
—Yo lo hice, la pasada noche. ¿Te has dado cuenta de lo frágil que es el ambiente en la segunda cubierta? Estuve buscando a Lucius ayer por la noche y entré en una oscura cabina que no tenía campo de gravedad.
—¿Qué pasó?
—Cuando alcanzas el borde de un campo de gravedad, dejas de flotar en el aire. Lo que haces es bajar de repente al suelo de la habitación que acabas de dejar. No hay sensación de caída; simplemente pivotas en el umbral del suelo siguiendo la curva de noventa grados del campo.
—¿Y?
—¿Has escuchado alguna vez la expresión «el suelo saltó hacia arriba y me golpeó en la cara»?
Derec disimuló una risita.
—Maldita sea, Derec, esto no es divertido. ¡Si el suelo no se hubiera dado cuenta de lo que estaba sucediendo y no se hubiera reblandecido un instante antes del impacto, me hubiera roto la nariz!
Derec intentó contener la carcajada pero se le escapó una risita nerviosa y se balanceó en el taburete.
Avery dirigió a Derec una de sus asesinas miradas a través de sus blancas y pobladas cejas.
—¿Piensas que es divertido? Esta mañana expresé en voz alta mi deseo de usar el personal y la silla en la que estaba sentado se transformó en un aseo.
Avery lanzó tina mirada salvaje al techo de la cabina.
—Y no, no necesito utilizar un personal en este momento —su silla, que había comenzado a suavizar su contorno, tomó su forma de nuevo.
Derec balbuceó dos veces y después explotó con una risa incontrolable. El ceño de Avery desapareció.
—De acuerdo, quizás es un poco gracioso. Pero te diré algo, la cosa que me empujó al borde del campo de gravedad fue la causante de la pesadilla que tuve esta mañana. Soñé que la nave se había transformado a sí misma en un robot humanoide gigante e insistía en que su nombre era «Optimus Prime[3]».
Derec paró bruscamente de reír y se puso pálido.
—Caramba, ésa es una idea horrible.
—Te aseguro que me desperté bañado en sudor frío.
Después de unos segundos de silencio reflexivo, Avery se volvió hacia la estación de trabajo y extendió su mano señalando los datos que aparecían en la pantalla.
—Fue cuando decidí que el programa de cambio de forma debía desaparecer o, al menos, suavizarse un poco —miró a Derec, esbozó un intento de sonrisa y miró hacia el laboratorio de robótica—. Como sabes, hijo, hay algunas ideas realmente buenas aquí. Fíjate por ejemplo en la piel de esta nave: la robótica celular es la tecnología perfecta para conseguir un casco sin fisuras en las naves espaciales que se autopilotan. Si pudiéramos encontrar la forma de unir la piel robótica a un armazón de titanio aluminoso, realmente habríamos conseguido algo —se giró hacia Derec y buscó sus ojos con cautela—. Derec, cuando regresemos a Robot City tendremos que trabajar algún tiempo en este diseño.
Derec inclinó la cabeza y su mirada se perdió. No le gustaba nada admitirlo, pero algunas veces, pocas por lo general, su padre podría tener razón.
Mientras Derec giraba la cara, Avery se tomó unos segundos para mirar atentamente a su hijo. Era curioso, pero a pesar de los casi veinte años que habían pasado desde que nadó Derec, Avery no podía recordar ni siquiera mía vez en que hubiera mirado a su hijo y hubiera podido verlo como lo que realmente era. Siempre que lo miraba veía lo que él quería que fuese. Durante la mayor parte de la vida de Derec, Avery se daba cuenta ahora con un punto de tristeza, lo había tratado más como a un experimento que como a un hijo.
Derec. Incluso su nombre formaba parte de un experimento. El nombre real del chico era David, pero Avery lo había borrado de su memoria con todo lo demás. Ese hombre joven que estaba de pie delante de él, moviéndose incómodo y mirando a la pared, ese Derec, era un extraño para él.
Pero la sangre lo llamaba. Mientras Derec miraba al vado, Avery estudió la línea de su mandíbula y la forma de sus mejillas. Pudo ver lo genes de su ex mujer por todas partes, desde su pelo de color rubio arena, hasta su complexión delgada, pasando por sus finos y expresivos labios.
«Y, ¿qué te di yo, hijo?». Avery no necesitaba responder a esa pregunta; él sabía que le había dado a Derec los rasgos que no se veían a simple vista. «Te di mi temperamento, aunque lamente reconocerlo. Te di mi frialdad y mi temor a ser vulnerable». No era la primera vez que Avery sentía la repentina necesidad de abrazar a su hijo.
Pero el momento pasó. «Lo siento Derec. No puedo abrir mi corazón de nuevo». Sin embargo, pensó, eso no quería decir que no pudiera tender un pequeño puente, ¿no? Avery decidió darse una oportunidad.
—Entonces, ¿qué te parece Derec? ¿Te gustaría echarme una mano? La nave puede dar forma a otro terminal en un par de minutos y me puede ser útil tu ayuda.
«¿Bien, hijo? Por favor…».
Derec no dijo nada, pero su rostro se tomó rígido y pensativo. Avery lo observó cuidadosamente; el lenguaje corporal de Derec mostraba que estaba intentando decir que sí. La palabra estaba peleando por salir de sus labios, pero cada centímetro del camino suponía una lucha. Había comenzado en sus tripas, gateado el camino del esófago y atravesado su paladar suave. Ahora se encontraba en su lengua; en cualquier momento atravesaría sus labios. Derec comenzó a abrir la boca… El intercomunicador emitió un zumbido. Era Wolruf.
—¿Derec? Nosotros tener algo aquí. Tú mejor venir a echar un vistazo.
Derec salió de su concentración, tragó con dificultad y se giró hacia el panel del intercomunicador.
—¿Puede esperar? Estoy algo ocupado en este momento.
Wolruf gruñó algo en su lengua materna.
—Yo creer ser mejor que tú venir ahora.
—Oh, de acuerdo —Derec se volvió hacia su padre, esbozó una débil sonrisa y se encogió de hombros—. Perdona, tengo que…, ya sabes —señaló hacia el intercomunicador y dejó la frase en el aire.
—Está bien. Podemos seguir en otro momento —Avery ofreció a Derec una sonrisa.
Derec tan sólo miró hacia el suelo y se encogió de hombros de nuevo:
—Desde luego. Si tú quieres… —otro gesto de duda y entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia un par de puertas de ascensor que habían aparecido en la pared de la cabina.
Las puertas del ascensor se abrieron y Derec puso el pie en el puente. Mandelbrot estaba de pie en una esquina, mirando fijamente a la imagen visual externa y comunicándose con un terminal de datos. Wolruf estaba agazapada sobre la consola de control principal, sus delgados dedos en forma de salchicha volaban sobre los controles como un músico multisintonía tocando la «Tocata y Fuga en 25 kilohercios» de Mothersbaugh[4]. Al tiempo que pulsaba teclas y ajustaba los controles, murmuraba una constante corriente de cortas y guturales órdenes tanto en su peculiar inglés como en su lengua materna. La consola parecía aceptar ambas lenguas con la misma facilidad.
Las puertas del ascensor se cerraron lentamente. Derec aclaró su garganta y dijo:
—De acuerdo, Wolruf. ¿Cuál es la causa de tanto movimiento?
Wolruf no se giró ni despegó las manos de los controles. En vez de eso, simplemente giró cabeza y señaló con su nariz un pequeño punto en la pantalla.
—Aquélla.
Derec miró la imagen. Era la vista de detrás, supuso; la excepcionalmente brillante estrella que aparecía en la parte derecha tenía el color correcto para ser el sol de los ceremiones. Además de esa estrella, no veía nada que estuviera fuera de sitio en el firmamento que presentaba el cuadrante.
—¿Dónde? No veo nada.
Wolruf gruñó algo intraductible y comenzó a pulsar en otra zona de la consola de control:
—Tú disculpar. Yo seguir olvidando que los ojos humanos ser casi más débiles que vuestra nariz —la imagen de la pantalla cambió, se puso borrosa y se enfocó de nuevo.
Más estrellas. Sólo que esta vez había una diminuta burbuja humeante y gris en el medio de la pantalla.
—De acuerdo, ahora lo veo —dijo Derec—. ¿Qué es eso? —se movió para situarse de pie al lado de Wolruf pero la burbuja no tomó ningún significado cuando la vio más de cerca.
Wolruf miró la pequeña burbuja y enseñó los dientes:
—Asteroide —dijo con un gruñido.
Derec la miró:
—¿Todo este revuelo por un asteroide?
—Eso llevar ocho horas siguiéndonos.
—¿Qué? —Derec se dio la vuelta y miró el dispositivo visual. La burbuja seguía sin tener ningún significado más que el que tenía antes.
Wolruf pulsó unos cuantos controles y el dispositivo volvió a la imagen original. Esta vez, sin embargo, una delicada curva azul apareció superpuesta sobre el firmamento.
—Si nosotros tener en cuenta la masa y todos los vectores gravitacionales que conocer, incluyendo el efecto de cavidad de nuestros motores, ésta ser la órbita proyectada por el asteroide —pulsó dos teclas más y una línea roja punteada rodeó perfectamente a la azul—. Y éste ser su rumbo actual.
Cuidadosamente, Derec tocó el cuadrante digital. Siguió la línea roja con un dedo, parándose en un recodo particularmente afilado:
—¿Algún fenómeno conocido que pueda causar esto?
Wolruf agitó la mano:
—El recodo que tú señalar con el dedo ser una corrección de trayectoria manual que yo hacer hace diez minutos —Wolruf continuó—, cinco minutos después, el asteroide cambiar su rumbo para imitar —Wolruf se detuvo para echar las orejas hacia atrás y miró a Derec directamente a los ojos —Derec, este asteroide estar siendo dirigido.
Derec estudió la imagen un poco más y miró de nuevo a Wolruf:
—¿Acción recomendada?
Wolruf rechinó los dientes y se inclinó aún más sobre los controles:
—Yo recomendar que nosotros colocamos detrás de él. También recomendar a ti que encontrar un asiento. Esto puede ser un poco brusco —lanzó una fiera sonrisa a Mandelbrot y después pulsó con el dedo el botón del intercomunicador—. ¿Ariel? ¿Doctor Avery? Vosotros sujetaros. Nosotros hacer una maniobra de corrección de rumbo no programada. Ahora.
Un sillón de aceleración surgió del suelo de la cabina. Derec apenas tuvo el tiempo justo para saltar sobre él antes de que Wolruf balanceara bruscamente la nave. El firmamento que se veía a través de la pantalla giró vertiginosamente. La nave estaba todavía girando cuando Wolruf activó los propulsores principales. En conjunto, la experiencia no fue tan desagradable como Derec esperaba. Los campos de gravedad de la nave hicieron un trabajo excepcionalmente bueno compensando la gravedad cambiante y los vectores de propulsión. Desafortunadamente, no hicieron nada respecto a la fuerza de Coriolis[5]. Derec se sintió completamente mareado y con ligeras nauseas. Se preguntó cómo lo estaría llevando Ariel.
Después, se preguntó sobre algo más; sobre una historia que leyó una vez.
—Espera un momento Wolruf. Esto no funcionará.
Wolruf inclinó una oreja hacia Derec pero continuó volando.
—No puede funcionar. Los ángulos de incidencia son todos incorrectos. Si hay alguien detrás de ese asteroide, todo lo que tendrá que hacer es utilizar los propulsores de maniobra para mantener la roca entre él y nosotros. El asteroide es demasiado pequeño como para hacemos entrar en órbita gravitatoria; en esa posición, no hay otra forma de que nosotros podamos volar alrededor más rápidamente de lo que él puede maniobrar.
Wolruf continuó volando. Mandelbrot, desde la esquina de detrás, habló:
—La señora Wolruf ya ha pensado en eso. He enfocado todos los sensores de la nave en el asteroide. Si la nave desconocida emite cualquier forma de radiación o gases calientes durante la maniobra, nosotros lo sabremos.
—Además —gruñó Wolruf—, ¿tú no haber oído hablar de los espías? Si él tener algún tipo de sensor remoto vigilándonos, él saber que nosotros saber que él está allí. Él no poder seguir oculto de ninguna forma.
Para confirmar lo Wolruf acababa de decir, Mandelbrot señaló:
—Contacto. Una corriente de boro 1-1 supercaliente acaba de ser emitida por una fuente situada detrás del asteroide.
Wolruf abrió la boca en una mueca dentuda y sacó la lengua:
—Yo tenerlo —realizó un último giro con los propulsores de maniobra y estabilizó el rumbo de la nave—. Ahora, ver nosotros…
—Más contactos —dijo Mandelbrot—. La salida de un propulsor adicional. Estoy proyectando… Cancelado. Contacto visual. Lo estoy colocando en el visor principal —las estrellas se movieron, se pusieron borrosas otra vez y la imagen se aclaró mostrando la vista más cercana del asteroide que Derec había tenido hasta el momento.
Se podía apreciar la silueta de una nave detrás del borde derecho del asteroide. A primera vista parecía un diseño de navegación bastante convencional. Después, Derec se dio cuenta de que sólo estaba mirando la pieza más grande.
La nave salió por completo de detrás del asteroide y siguió acercándose. No sólo era grande, era enorme. Su diseño era curiosamente improvisado, como si alguien hubiera decidido construir una superna ve simplemente soldando una docena de cascos de varias naves. Los pulidos cascos transatmosféricos se entrelazaban torpemente con unos muelles de carga, y una mezcolanza de abrazaderas angulares y tubos con forma de espagueti conectaban todas las piezas. Algunos de ellos parecían equipamientos espaciales estándar o embarcaciones de recreo aurorianas, mientras otros segmentos parecían profundamente alienígenas, diseños que Derec no había visto nunca antes.
En ese momento, sintió como el toque de un dedo helado y fantasmal en el hombro y se le erizó el vello del cuello a la altura de la nuca. Había visto aquella nave antes.
Derec dirigió rápidamente la mirada a Wolruf. Tenía el pelo erizado y entrechocaba los dientes. Derec se dio cuenta de repente de que no necesitaba preguntarle en qué estaba pensando.
—La nave en aproximación ha abierto fuego —anunció Mandelbrot—. El armamento primario parece componerse de lásers de microondas de fase.
Como si fueran una sola persona, Derec y Wolruf se miraron uno a otro:
—¡Aránimas!
Wolruf se metió en un torbellino de acción. Lanzó los puños sobre los controles, pulsó botones y ladró breves y casi histéricas órdenes a la nave. En respuesta, la nave se ladeó bruscamente y se balanceó de forma precipitada al tiempo que se encendían los propulsores principales.
—Esto es imposible —dijo Derec—. Destruimos a Aránimas en el sistema Sol. Yo vi explotar su nave.
—Lo que tú ver desaparecer ser sus cascos secundarios —Wolruf pulsó algún tipo de dispositivo de curva de intersección, la miró de forma ansiosa y volvió a golpear los controles—. En mi mundo, haber un pequeño lagarto llamado skerk. Cuando tú agarrarlo por la cola, su cola separarse. El skerk huir y tú sólo tener su cola —levantó la vista hacia la pantalla de nuevo; el montón de basura volante seguía acercándose—. Tú deber tener un trozo de la cola de Aránimas.
Derec sólo miraba a la pantalla y movía la cabeza:
—Pero ¿cómo ha podido encontrarnos de nuevo en todo el universo?
—Yo no saber —refunfuñó Wolruf—. De hecho, eso no importarme. Lo único que nosotros necesitar saber ser cómo huir ya —se inclinó para consultar los controles de navegación y entonces pulsó el botón del intercomunicador con el pulgar—. ¡Ariel! ¡Doctor Avery! ¡Vosotros prepararos para saltar!
—¡Saltar! —gritó Derec—. ¡No podemos saltar! Estamos demasiado lejos del punto programado para el salto.
—Impacto directo en la popa —anunció Mandelbrot.
—¡Wolruf! No tenemos tiempo para calcular y entrar en un nuevo rumbo.
Wolruf apretó más botones:
—¿Tú preocuparte por los detalles en un momento como éste?
—Otro impacto —dijo Mandelbrot—. Brecha en el casco dentro de la Sección 17D.
—Pero ¿dónde iremos? —gimió Derec.
—Algún sitio donde Aránimas no estar —Wolruf echó una última mirada a las especificaciones de los controles; entonces agarró la manija de control de salto y tiró de ella hacia atrás con fuerza.
Un movimiento, una vuelta…, Derec sintió una desorientación giratoria en su oído interno. Mientras expulsaban enormes cantidades de energía, La caza del ganso salvaje se deslizó dentro de un agujero en el continuum espacio/tiempo. Un momento después, estaban en algún otro lugar.
Wolruf conectó el piloto automático. Con cuidadosos y precisos impulsos de los propulsores, la nave estabilizó su movimiento a tumbos. La pantalla visor se quedó en blanco, se aclaró y mostró una estrella binaria que consistía en una estrella amarilla gigante acompañada de una enana blanca.
Con esfuerzo evidente, Wolruf relajó la mano sobre la manija de salto y se recostó en el sillón de aceleración.
—¿Dónde estamos? —preguntó Derec con suavidad.
Fue Mandelbrot el que habló:
—Estoy trabajando en eso. Tendremos una posición de navegación aproximada dentro de seis horas y dentro de veintitrés las coordenadas exactas para programar otro salto.
—¿Veintitrés horas? Pero ¿y si Aránimas nos sigue?
—Entonces, estamos perdidos —Mandelbrot intercambió una corriente de bits con el terminal de datos—. Considerando la disponibilidad de hidrógeno libre en este sistema, habrá un mínimo de punto de noventa y uno, cinco horas antes de que hayamos acumulado suficiente hidrógeno para utilizarlo como combustible en otro salto hiperespacial.
Derec frunció el ceño:
—Bueno, si es así, es porque tendrá que serlo. Despliega los campos magnéticos recolectores de hidrógeno, Mandelbrot.
—Ya lo he hecho.
—Gracias. ¿Wolruf?
La pequeña alienígena se giró y miró hacia Derec con unos ojos que no mostraban simplemente cansancio, sino que habían pasado terror.
—¿Wolruf? Tú fuiste su piloto una vez. ¿Cómo pudo encontrarnos Aránimas de nuevo?
Wolruf levantó una de las patas y se rascó la oreja de forma pensativa:
—Yo no saber.
—Pero, su tecnología de sensor…
—Ser lo que él poder robar. No saber qué tener él ahora.
Derec frunció el ceño de nuevo. De repente, se le iluminó la cara:
—Bueno, no tiene sentido preocuparse sobre eso. Como Mandelbrot señaló, si él puede seguimos, el Ganso será cazado —se giró hacia Wolruf y sonrió—. Pero no creo que ése sea un problema real. Hemos huido limpiamente. Quiero decir que cualquier niño de colegio sabe que es físicamente imposible seguir el rastro de una nave en el hiperespacio, ¿no?
Wolruf se incorporó sobre un codo, trepó sobre el sillón y descansó su peluda mano sobre el hombro de Derec:
—Derec —susurró—, yo no creer que Aránimas ir a tu mismo colegio.