Janet
Los potenciales de las Leyes de la Robótica bailaban y jugueteaban en el cerebro positrónico de Basalom como luciérnagas saltando a la velocidad de la luz. Los impulsos y las reacciones se perseguían unos a otros a través de sus circuitos, riendo bulliciosamente como si hicieran carreras de relevos moleculares entrando y saliendo por las puertas del escenario de una vieja comedia de humor. Si puede afirmarse que un robot tiene la capacidad de divertirse, Basalom empezaba a disfrutar con las increíblemente complicadas redes de potenciales en conflicto que se agitaban dentro de su cerebro. En ese momento, cuando acababa de recibir las últimas noticias del equipo de exploración, una dimensión completamente nueva se añadió a su núcleo de decisión, provocándole un fuerte sentimiento de energía en sus circuitos cognitivos. Los potenciales brillaban en su mente como la tela de una mosquitera auroriana con el rocío de la mañana.
A la doctora Anastasi no le iba a gustar nada en absoluto el informe del equipo de exploración.
La Primera y la Segunda Ley sostenían una batalla en su cerebro, luchando por conseguir la prioridad. Cada vez que su capacidad de decisión intentaba solucionarlo, el nivel de estrés aumentaba. Cuando el nivel alcanzó los 256 puntos, el potencial acumulado intervino para que descendiera su membrana óptica.
En términos sencillos, Basalom parpadeaba.
Cuando la doctora Anastasi terminó en el personal, apareció por el pasillo. Basalom parpadeó una vez más para hacer descender su nivel de estrés y después se dirigió a la señora.
—¿Doctora Anastasi? El equipo de exploración no ha podido encontrar ningún rastro de la máquina de aprendizaje nº 1.
—¿Cómo?
¡Otra vez comenzaba el conflicto de potenciales! ¿Cómo podía obedecer el precepto de la Segunda Ley que le obligaba a reproducir y clarificar el mensaje sin violar la Primera Ley insultando la inteligencia de la doctora con la repetición del mismo?
Basalom ajustó la velocidad de su voz para hacerla un diez por ciento más lenta y suavizó el tono de la misma con sonidos armónicos y templados utilizando el rango de dos kiloherdos:
—Durante las últimas ocho horas, el equipo de exploración ha trabajado sobre una amplia trayectoria radial trazada a partir del lugar de aterrizaje. Dentro de los límites del equipo que portan, no han sido capaces de encontrar ninguna prueba de la existencia de la máquina de aprendizaje nº 1.
La doctora Anastasi se pasó la mano por el pelo.
—Eso es imposible. Estaba equipada con una célula de microfusión fría. Incluso si la máquina de aprendizaje nº 1 fuera completamente destruida, ellos todavía deberían ser capaces de encontrar una radiación residual de neutrones proveniente de este equipo —en ese momento un pensamiento cruzó su cabeza y la doctora frunció el ceño—. A menos que Derec…
Negó con la cabeza.
—No, una coincidencia así sería impensable. El equipo de exploración ha debido cometer algún error —giró sobre sí misma y se encaminó por el pasillo hacia la proa de la nave—. Bueno… Vamos Basalom.
Basalom estaba algo decepcionado. Su precioso y complejo problema de decisión se había resuelto con la sencilla obediencia a la Segunda Ley. Basalom siguió a la doctora sumisamente.
Para minimizar el efecto de la radiación dispersa que despedía la maquinaria de la nave sobre el sumamente delicado equipamiento, la cabina de la tripulación de exploración estaba situada en una burbuja en la zona delantera de la nave, en la parte de abajo. Para llegar a la burbuja, Basalom y la doctora Anastasi debían abandonar el laboratorio del muelle de carga, caminar a través de toda la extensión de la zona de alojamiento y después descender un nivel hasta encontrarse en el pasillo de techo bajo que se extendía debajo del puente. En los últimos diez metros de camino, debían avanzar ayudados por tiradores a través de un estrecho tubo con gravedad cero.
Por el camino, para mantener su mente ocupada, Basalom abrió su archivo de simulación del punto de vista humano. Tenía que incluir algunas observaciones en el archivo y correlacionar algunos datos. En particular, Basalom quería grabar un efecto que ya había notado en dos ocasiones: que la doctora Janet, cuando no le gustaba la información que le proporcionaban, insistía en viajar hasta la fuente para verificar la información por sí misma.
«Éste debe ser el efecto corolario de tener un punto de vista tan reducido», decidió Basalom. «La doctora Anastasi prefiere creer que se ha producido algún fallo grave en sus sistemas de recogida de datos antes que aceptar una información desagradable».
Basalom ordenó, clasificó y almacenó la observación: «Algún día encontraré a algunos robots que hayan observado a humanos en condiciones similares. Quizás seamos capaces de integrar nuestros datos y formular las leyes fundamentales del comportamiento humano».
«Quizás, algún día…», repitió Basalom. Pero por la forma en que la doctora Anastasi evitaba el contacto con la sociedad humana, ese día no parecía estar cerca.
Resoplando por el esfuerzo y la poca dignidad de la postura, la doctora Anastasi se sujetó al último tirador del tubo de acceso y cayó flotando en la burbuja de exploración. Un momento después, Basalom la siguió; notó inmediatamente que los cuatro robots que componían el equipo de exploración estaban todavía enchufados dentro de sus consolas. Les envió un apremiante mensaje para que salieran de sus consolas y se pusieran alerta. Lentamente y con cierta dificultad, los cuatro robots comenzaron a desconectar sus cables umbilicales, separándose de las consolas y desconectando sus sensores locales.
Mirando a las cuatro rechonchas y torpes máquinas, Basalom sintió que surgía dentro de él una corriente de flujo positrónico que identificó como un sentimiento de superioridad. Los robots del equipo de exploración eran autómatas de metal plano que estaban diseñados expresamente para trabajar en gravedad cero. Tenían cuerpos cuadrados y desmañados, sin cabezas apropiadas para hablar y, en lugar de piernas y brazos, poseían ocho tentáculos multi-articulados que terminaban en simples garfios de metal. A medida que su masa de datos sensoriales se despegaba de las consolas, fueron equipándose con las características mínimas de una interfaz humana: una membrana de audio de entrada/salida y un par de sensores ópticos al final de sus tentáculos. El efecto, pensó Basalom, se parecía bastante a la vista de un cuarteto de insectos gigantes.
«Justo eso». Basalom realizó una rápida referencia cruzada en su biblioteca de metáforas. «Eso es, parecen piojos gigantes».
Como la doctora Anastasi todavía esperaba pacientemente a que los robots terminaran de desconectarse, Basalom dedicó unos microsegundos a llevar a cabo un análisis comparativo. «Son sólo unos dispositivos funcionales. Sin embargo, yo poseo una configuración humanoide, miembros del cuerpo de forma humana y un rostro aceptablemente humano también».
«Ellos sólo tienen un aspecto ligeramente más humano que las máquinas a las que han estado conectados. Yo soy inteligente, observador y estoy equipado con una sensibilidad refinada. ¡Estoy claramente moldeado a imagen de mi creador!».
En ese momento, un nuevo y desconocido potencial surgió de los circuitos de Basalom y el robot evaluó de nuevo los resultados de sus análisis.
«En cualquier caso, ellos son mis hermanos positrónicos y debo ayudarlos a evolucionar si tengo la oportunidad».
Aunque Basalom no se dio cuenta de ello, acababa de entrar en la historia por ser el primer robot en experimentar un sentimiento de condescendencia.
El último de los robots terminó de desconectarse de la consola instrumental. Como si fueran uno solo, los cuatro robots giraron sus torrecillas sensoriales hacia la doctora Anastasi.
Cuando estuvo segura de tener toda su atención, Janet comenzó a impartir órdenes:
—¡Ojos, Oídos, Nariz y Garganta! ¡Informad!
Tan pronto como la última palabra salió de sus labios, Basalom se anticipó al caos que provocaría una interpretación literal de esa orden y se comunicó por el transmisor interno:
—Anulad —envió a los robots de exploración—. Informad deforma secuenciada.
Los robots parecieron aceptar su autoridad. Ojos, el robot encargado de explorar los rastros infrarrojos en la zona ultra-violeta del espectro, fue el primero en comenzar a informar con una voz neutra, sin entonación:
—Utilizando la información disponible sobre el diseño de la máquina de aprendizaje nº 1, proyecté su rango de perfiles operacionales posibles y sus modelos de dispersión termal. No encontré ninguna fuente de infrarrojos en el área delimitada que cumpliera estos criterios. Después, usé la información espectrográfica solar y los datos atmosféricos proporcionados por Nariz, además de sus conocimientos, doctora, sobre la máquina de aprendizaje nº 1 para calcular el albedo.
Basalom le interrumpió vía hiperonda:
—Explicar albedo.
—El albedo es la reflectividad óptica de su onda larga. Incluso considerando una varianza del quince por ciento debida a los cambios en la textura de superficie que se haya provocado él mismo, fui incapaz de identificar ningún objeto que mostrara una probabilidad alta de haber pertenecido a la máquina de aprendizaje nº 1. Finalmente, basándome en el hecho de que las «células» que conforman a las máquinas de aprendizaje son realmente poliedros con superficies microplanas, exploré la zona ultra-violeta en busca de muestras de moaré. Además de las pertenecientes a la cápsula en la que la máquina de aprendizaje aterrizó, no encontré absolutamente nada que coincidiera con el perfil de búsqueda.
—Buen trabajo, Ojos —pero el pequeño robot regordete no pareció reconocer el cumplido de Basalom.
La doctora Anastasi inclinó la cabeza de forma pensativa:
—Ya veo. El siguiente.
Oídos, el robot encargado de monitorizar las microondas en la zona de hiperonda del espectro, comenzó a informar con el idéntico tono monótono del robot anterior:
—Aunque he sido capaz de localizar el transmisor de la cápsula, no he podido captar ninguna señal que provenga del transmisor de hiperonda perteneciente a la máquina de aprendizaje. Tampoco he podido detectar ninguna fuga del tipo asociado a la manipulación de una de estas máquinas.
La doctora Anastasi frunció el ceño.
—Explica «fuga» —transmitió Basalom.
—Cuando una máquina de aprendizaje está operativa, todos sus circuitos cibernéticos emiten una cierta cantidad de radiación electromagnética. Si estamos familiarizados con el diseño del dispositivo, podemos simular la frecuencia y la información codificada de esa fuga. Pero no he podido encontrar ninguna fuga que coincida con el perfil de la máquina de aprendizaje.
La doctora Anastasi volvió a inclinar la cabeza:
—Entiendo.
—La máquina de aprendizaje nº 1 estaba equipada con un comunicador interno —continuó Oídos—. He estado monitorizando el canal base que usted le asignó, pero he sido incapaz de encontrar señal alguna que fuera originada por ella.
La doctora Anastasi pareció enfadada:
—De acuerdo, ya he oído lo que has dicho. El siguiente.
Nariz, el robot al que se había asignado el análisis químico y espectrográfico, habló entonces. Estaba equipado con el mismo sintetizador de voz que Ojos y Oídos, pero Basalom percibió cómo un microscópico resquicio en el diagrama de voz de Nariz le proporcionaba una interesante distorsión armónica.
—Mis especialidades son de uso limitado en esta situación. Sin embargo, pude coordinarme con el resto de unidades. Le proporcioné a Ojos datos espectrográficos sobre la luz solar del planeta Tau Puppis y un análisis resumido de la atmósfera planetaria. Más allá de eso, me ha sido imposible contribuir.
La doctora Anastasi asintió:
—Umm. Algo huele mal en todo eso. Tengo que pensar en ello. El siguiente.
Garganta, el robot que se ocupaba de las telecomunicaciones, habló el último:
—Debido a nuestra incapacidad para localizar a la máquina de aprendizaje, las comunicaciones por láser y microondas no se intentaron. He estado enviando de manera continua mensajes a las máquinas a través de la frecuencia del transmisor interno. Sin embargo, tal y como Oídos ha apuntado, no ha habido ninguna respuesta.
La doctora Anastasi fulminó a Garganta con una mirada helada:
—¿En serio?
—Ésta es una pregunta retórica —añadió Basalom—. No responder —y el robot se mantuvo en silencio.
La doctora Anastasi observó al equipo de exploración durante unos minutos más y en su rostro apareció una mueca de completo disgusto:
—No puedo creerlo —dijo finalmente—. Vosotros, robots, habéis estado explorando esta sucia pelota durante ocho horas y no habéis encontrado nada.
Garganta no esperó ninguna ayuda de Basalom y simplemente contestó:
—Todo lo contrario, doctora Anastasi, hemos encontrado muchas cosas. Sin embargo, ninguna de ellas coincide con el perfil de las máquinas de aprendizaje o de lo que podrían ser sus restos.
La doctora Anastasi se olvidó momentáneamente de las Leyes de Newton e intentó dar una bofetada a Garganta. Desafortunadamente, como estaba flotando en una gravedad cero, su acción la envió flotando hacia el detector de neutrinos. Basalom la detuvo y estabilizó gentilmente.
—¿Encontrasteis algo? ¿Qué?
Fue Ojos el que respondió a la pregunta:
—He detectado un gran número de huellas pertenecientes a diversas formas de vida en el área de aterrizaje. Las más grandes parecen ser de un animal de pasto de sangre caliente. Las siguientes en tamaño parecen ser de un depredador de sangre fría que persigue a los animales de pasto en su migración. Como no podemos conocer la forma final que ha adoptado la máquina de aprendizaje, puedo decirle que la media de peso del depredador coincide con la de la máquina de aprendizaje con un factor de cuatro a uno.
La doctora Anastasi respondió pensativa:
—Oh, excelente. Entonces, nuestra máquina de aprendizaje se transformó en un bicho y se destruyó.
Los robots de exploración intercambiaron brevemente opiniones a través de su comunicador interno.
—Es posible —dijo Garganta—. Sin embargo, en ese caso esperaríamos encontrar restos identificables. O, en último caso, deberíamos haber encontrado la célula de microfusión. Y no hemos localizado ninguna de las dos cosas.
—Yo diría más —intervino Ojos—. Yo he detectado una cantidad de fuentes agrupadas de infrarrojos. Casi todas las fuentes se hallaron en las proximidades de lo que parecen ser cuevas de roca caliza, y los rastros siguientes en tamaño generalmente se encuentran agrupados alrededor de las fuentes de infrarrojos.
La doctora Anastasi miró una por una las «caras» de los robots con una expresión confundida en sus ojos.
Basalom lanzó un veloz mensaje a los robots a través de la hiperonda:
—¡Clarificad!
—He estudiado las firmas espectrográficas de las fuentes de infrarrojos —dijo Nariz—. He encontrado celulosa, clorofila, carbón y ácido piroleñoso.
—Nuestros lobos inteligentes están todavía allí abajo. Pero ellos no pudieron destruir a la máquina de aprendizaje y, en caso de haberlo hecho, no hubieran podido eliminar todos los restos.
—Si el robot estuviera dentro de una cueva, ¿seríais capaces de detectarlo?
Ojos, Oídos, Nariz y Garganta se comunicaron brevemente por sus transmisores internos. Cuando hubieron terminado, fue Oídos el que habló:
—El comunicador interno llegaría a todas las cuevas excepto a las más profundas. Pequeñas cantidades de restos del cerebro positrónico deberían también ser detectables. Y no ha sucedido ninguna de las dos cosas.
—«Algo huele a podrido en el estado de Dinamarca» —dijo la doctora Anastasi.
Basalom estaba todavía intentando desentrañar la metáfora cuando Janet trepó por el muro y se introdujo en el tubo de acceso.
—Vamos fuera de aquí. Necesito algo de tiempo para pensar.
Mientras seguía a la doctora, Basalom reabrió su archivo del punto de vista humano y anotó otra entrada: «Cuando la doctora Anastasi desea evitar la toma de una decisión, se dirige a una parte distinta de la nave y dice que necesita pensar. ¿La ubicación física tiene algún efecto significativo en las habilidades cognitivas humanas?». El robot introdujo y archivó la entrada; cuando la estaba almacenando, un cuadro de diálogo apareció en la esquina superior izquierda de su campo de visión.
—¿Basalom? —era Ojos—. Esta reacción nos confunde. ¿Hemos provocado algún daño en la doctora proporcionándole esta información?
Basalom les respondió usando el transmisor:
—Todavía estoy intentando determinar las implicaciones de la Primera Ley en el estrés emocional.
—Ah —Ojos no era un robot particularmente brillante, pero era suficientemente despierto para darse cuenta de que le faltaba experiencia en las sutilezas del trato con humanos—. En ese caso, quizás tú estés mejor cualificado para decidir si debemos proporcionarle a la doctora cierta información adicional que hemos encontrado.
—Lo intentaré. ¿En qué consiste?
Hubo una pequeña pausa; nada que un humano hubiera podido notar, pero Basalom podía sentir claramente que el robot de exploración estaba teniendo dificultades para integrar la información.
—Aunque hemos sido incapaces de localizar las comunicaciones específicas y los signos de energía de la máquina de aprendizaje nº 1, sí hemos podido recoger una cantidad significativa de actividad de otro tipo de robots.
La curiosidad de Basalom se disparó:
—¿Otra actividad robótica? Explicadlo.
El pequeño robot realizó un intento más de extraer alguna conclusión de los datos recogidos y finalmente abandonó:
—No puedo. Espera mientras te envío los datos recogidos.
Basalom limpió algunos de los bancos de datos que tenía en desuso, redireccionando su almacenaje rápido de I/O, y abrió su canal múltiple de comunicación. Un nanosegundo después, un torrente de datos en bruto, sin interpretar, inundó la mente de Basalom. Tan rápido como pudo, el robot revisó, comparó y organizó la información. Utilizando su algoritmo de reconocimiento de estructuras, trató de aislar e identificar los puntos más relevantes.
Uno por uno, los puntos fueron dirigiéndose al mismo foco. Rápidamente formaron una estructura, un simple dibujo que sacó a relucir recuerdos comparativos perfectamente almacenados…
«Oh no». Su registro de estrés empezó a pitar como un contador geiger y el dibujo tomó una forma claramente familiar. «No puede ser». Su sensor de la Primera Ley comenzó a enloquecer mientras que su potencial de la Segunda Ley intentaba encontrar la forma de tranquilizarlo. Una palabra se coló a través del filtro de la Primera Ley:
—¿Señora?
La doctora Anastasi se paró en el tubo y miró a Basalom por encima del hombro:
—¿Sí?
La energía inundaba los circuitos cognitivos de Basalom como si hubiera tomado alguna bebida fuerte. Los pensamientos chocaban y danzaban; los potenciales colisionaban y explotaban como nubes de tormenta en una calurosa noche de verano.
—Señora, hay… —la Primera Ley lo bloqueó de nuevo.
Una mirada de disgusto cruzó los ojos de la doctora:
—¿Sí?
En la mente de Basalom, la Primera y la Segunda Ley colisionaban, se apartaban y volvían a chocar de nuevo. Ninguna de las dos ganaba de forma clara; el robot luchó desesperadamente para redirigir los datos a sus dispositivos de habla:
—Seño…
La impaciencia de la doctora Anastasi crecía por momentos:
—Vamos Basalom, suéltalo ya.
Sus sentidos se congelaron y cerraron. Parpadeó catorce veces seguidas y entonces, de forma muy débil, su núcleo de habla consiguió llegar a su sintetizador de voz:
—Hay una Robot City en este planeta.