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Aránimas

El jefe del equipo de asalto se pasó la lengua por los labios con nerviosismo, pensando sobre si era posible recibir un castigo a través de la hiperonda.

—¿Sí, señor?

Aránimas fijó la imagen en la pantalla mirándola con ambos ojos.

—Todavía estoy esperando tu informe. ¿Cuántos robots has apresado? ¿Has capturado a la traidora Wolruf o al humano Derec?

El ojo derecho del jefe del equipo de asalto se movió varias veces de forma nerviosa y volvió a humedecerse los labios:

—Señor, en realidad, hemos encontrado algunas dificultades y…

Aránimas se inclinó para acercarse todo lo que pudo al monitor de vídeo y preguntó con todas sus fuerzas:

—¿Cuántos robots has apresado?

Observando su transmisor portátil con una mirada llena de temor, el jefe del equipo balbuceó:

—Ninguno, señor.

—¿Qué?

El jefe del equipo sonrió con impotencia.

—Llegamos demasiado tarde. Se han ido todos. Esa estadística que interceptamos era en realidad el sonido del último robot teletransportándose fuera del planeta. Por lo que parece, los nativos, que se llaman a sí mismos ceremiones, no podían tolerar a los robots y por eso ellos se fueron.

Aránimas escupió varias maldiciones en su dialecto. Cuando recuperó el control, fijó de nuevo sus ojos en la pantalla:

—¿Han dejado algún resto allí? ¿Edificios, herramientas, piezas?

—Algo así, señor —el jefe del equipo giró su transmisor portátil para que Aránimas tuviera una panorámica de donde él estaba y de lo que veía: un enorme lago de metal líquido coronado con dos arcos de forma parabólica que intersectaban entre sí. La resolución era muy baja pero los dos arcos parecían chorros de plata líquida—. Los nativos dicen que es una obra de arte. La llaman «Feedback negativo» —y giró de nuevo el transmisor de manera que éste captara de nuevo su cara.

Aránimas gruñó e hizo girar sus ojos en círculos:

—Una oportunidad más, entonces. ¿Has localizado a la traidora o a los humanos?

La expresión del jefe del equipo se iluminó:

—Sí, señor.

Aránimas esperó unos pocos segundos. Cuando comprobó que no llegaba más información, dijo:

—¿Dónde están?

—Dejaron la órbita tres días antes de nuestra llegada y salieron en dirección al Cuadrante 224.

Aránimas gruñó de nuevo:

—Desde luego, no es lo que esperaba. Pero muy bien, reúne con tu equipo y volved a la nave.

El jefe del equipo se humedeció los labios de nuevo y parpadeó nerviosamente:

—En realidad, señor, podríamos decir que tenemos un pequeño problema a ese respecto.

La cara normalmente pálida de Aránimas se puso verde de ira:

—¿Qué es lo que pasa ahora?

—Los nativos son criaturas muy desarrolladas; consiguen elevarse hinchando sus cuerpos con grandes cantidades de hidrógeno puro.

—¿Y?

—Cuando intentábamos conseguir información, utilicé el arma de nuestra nave para disparar a uno de los nativos con un rayo de largo alcance. Esperaba que el nativo se quemara pero, en lugar de eso, explotó con una considerable violencia.

—¿Y la nave resultó dañada?

—No exactamente, señor.

—¿No exactamente?

—Señor, los nativos supervivientes han colocado la nave dentro de una especie de campo de fuerza impenetrable. No parece que esté dañada, pero no podemos llegar hasta ella. ¿Podría enviarnos otra nave para sacarnos de aquí?

Los enormes párpados de Aránimas se abrieron completamente y su cara se volvió de un verde más profundo.

—¡Estúpido idiota! ¡Te pudrirás allí por todas las veces que me has fallado! —dio un violento golpe con su huesudo puño en la consola con forma de herradura y la cara del jefe del equipo desapareció de la pantalla—. ¡Escáner! Hay una nave en el Cuadrante 224, ¡encontrádmela enseguida! ¡Navegador! Prepara la nave para salir de esta órbita inmediatamente, a la velocidad máxima.

Cuando hubo dado las órdenes, dejó en blanco todas las pantallas excepto una, a través de la cual podía observar el brillante campo de estrellas del Cuadrante 224. En algún lugar del mismo, quizás en uno de aquellos puntitos brillantes de la novena magnitud, se encontraba la presa a la que había perseguido durante tanto tiempo.

—Juro —susurró, hablando para sí mismo— que no me engañarán otra vez…