Detonación
Adán dio un paso adelante y levantó la voz:
—Amigo Avery. Debo protestar. ¡La Primera Ley exige que te proteja de situarte en tan gran peligro!
Avery hizo una comprobación más y se aseguró de que la bomba estaba bien conectada a la llave de retardo del tiempo y se giró hacia el robot:
—Conoces la situación. En pocos minutos este edificio será el punto cero de una zona muerta de unos cien kilómetros. No hay otra opción.
—Pero el riesgo para ti…
—¿Quién más puede ir? —Avery deslizó la segunda llave en el bolsillo de su chaqueta y después fijó su atención en el fusible—. Derec es humano. Wolruf es… —Avery hizo una mueca y lo escupió—… humana. Y no podemos enviar un robot; el riesgo de que tenga un bloqueo relacionado con la Primera Ley en el momento crucial es demasiado elevado.
Los ojos de Adán se oscurecieron y dijo con dificultad:
—Yo iré.
Avery se estremeció y abrió los ojos de par en par:
—Adán, esto es una bomba —agitó delante de la cara de Adán el trozo de caramelo—. Espero que distraiga a Aránimas el tiempo suficiente para que pierda el momento exacto de lanzamiento pero seguramente alguien de su nave saldrá herido. ¿Me estás diciendo que la Ley Zeroth permite a un robot matar a un humano para salvar a muchos?
Adán se quedó inmóvil y sus ojos se oscurecieron mientras empleaba toda su fuerza en resolver el dilema de la Primera Ley. Avery conectó los dos últimos cables al detonador y después buscó en el bolsillo de su chaqueta y le ofreció el láser de soldar a Derec:
—Si su respuesta final es sí —dijo Avery inclinando su cabeza hacia Adán—, fríele el cerebro —con rapidez, presionó las esquinas de la llave de retardo del tiempo. El botón de teletransportación emergió. Con un firme y decidido movimiento del pulgar, lo pulsó—. Deséame suerte, hijo.
Tan pronto como terminó la frase, Beta se recuperó del bloqueo provocado por la Primera Ley en el que había entrado al escuchar la palabra muerte.
—¿Creador Avery? ¿Ese dispositivo es un arma? —Beta se lanzó hacia la bomba.
Avery desapareció sin dejar rastro.
Perihelion: el punto más cercano a todos los demás puntos del universo. Un vacío frío, distante y sin forma. Un espacio fuera del espacio.
«Pero no fuera del tiempo», se dijo Avery a sí mismo. Miró su reloj. «Noventa segundos para la caída. Me pregunto cómo regresan las cosas en el universo». Comprobó de nuevo el cableado del detonador. Parecía haber sobrevivido al primer salto en el orden de trabajo.
Ochenta segundos. Olvidando la bomba por un momento para preocuparse por sí mismo, se dejó flotar en la profundidad de Perihelion.
No había mucho que mirar. El gris se comía incluso la solidez de la niebla. Nada cambiaba, nada se movía, nada se modificaba. Nunca. Había luz, pero no sombra; luz, sólo porque la oscuridad habría sido un cambio.
Avery vagó por Perihelion y sonrió. Había un secreto que sólo él conocía. Perihelion no era sólo una molestia o fruto de las llaves. Era justo lo que hacía posible la teletransportación.
Perihelion era un búfer infinito.
Sesenta segundos. Avery tocó de nuevo las cuatro esquinas de la llave de retardo del tiempo y miró cómo el botón de teletransportación emergía de la superficie suave y lisa.
«Consideremos la cuestión de la teletransportación», se dijo Avery a sí mismo. «En todo el universo, no hay algo que sea un cuerpo en descanso. Los planetas ruedan en sus ciclos diurnos y se balancean alrededor de sus soles. Las galaxias giran como bailarines, arrastrando sistemas solares que brillan desde sus brazos en forma de espiral e incluso cuando el universo estaba expandiéndose, la metralla de los Cíclopes se expandía desde el viejo epicentro del Big Bang».
La teleportación directa de un planeta a otro podía ser como subirse a un ascensor desde un coche en marcha. Llegabas a tu destino con suficiente energía cinética a tu alrededor como para convertirte en una mancha húmeda y grasienta o impulsarte derecho a una órbita.
A menos, por supuesto, que tuvieras el búfer de Perihelion.
Miró su reloj de nuevo. Treinta segundos:
—Hora de irse.
Con dos rápidos pinchazos, armó el detonador y presionó el botón de teletransportación. Empujó la bomba lejos de él y miró cómo se alejaba flotando lentamente. El circuito de encendido comenzó a brillar con un rojo apagado.
La bomba flotante fue avanzando más lentamente y se paró a una distancia de dos metros.
—Por supuesto. Perihelion absorbe la energía cinética.
Avery buscó en el bolsillo de su chaqueta, sacó la segunda llave y pulsó sus esquinas. El botón de teletransportación apareció. Lo presionó.
No ocurrió nada.
A una distancia de dos metros, el circuito encendido iba calentándose más y más. El rojo apagado se convirtió en naranja y después en amarillo. Delgadas volutas de humo comenzaban a salir del ladrillo de explosivo. Demasiado pronto. Iba a explotar demasiado pronto. Preso del pánico, Avery se echó hacia atrás, debatiéndose contra la nada. Una llamarada de infernal luz roja apareció alrededor del detonador y Avery tuvo tiempo de preguntarse si el búfer de Perihelion contenía tanta energía cinética.
Entonces la bomba desapareció.
La corriente de adrenalina fue calmándose y Avery comenzó de nuevo a pensar de forma lógica:
—Por supuesto. Dos saltos. El primero es siempre hasta Perihelion y el segundo te lleva adónde quieres ir.
Cogió de nuevo las esquinas de la llave y presionó el botón de teletransportación. En un abrir y cerrar de ojos, estaba de vuelta en el vestíbulo central.
—¡Papá! —Derec se apresuró y le dio un abrazo a su padre.
—Perdón por la tardanza. ¿Qué ha pasado?
—Nuestras coordenadas no ser del todo correctas —dijo Wolruf—. No dar en el puente. En vez de eso, golpear directamente en la sala de máquinas.
Avery se desembarazó de Derec y se precipitó delante de la pantalla gigante.
—¿Evitaron el impacto? ¿Qué están haciendo ahora?
—Ver por ti mismo —Wolruf dio un paso atrás y trazó un amplio movimiento para dirigir la atención de Avery hacia la pantalla.
La nave erania estaba en el centro de la pantalla y obviamente tenía problemas. Pequeños fuegos chisporroteaban y centelleaban a lo largo de los tubos de conexión. Grandes llamaradas y chispas salían de los extremos. Al mismo tiempo, un anillo fluorescente de energía azul emergía de la estructura para después contraerse, simulando atraer a las estrellas de alrededor detrás de él. La luz cambió a color rojo y las estrellas parecieron aplanarse en finos arcos. El espacio en sí mismo pareció expandirse y contraerse cuando la nave erania se estremeció y se sacudió bruscamente hacia atrás.
Un instante después, no había nada en la pantalla excepto un tranquilo campo de estrellas.
—El hiperpropulsor eranio era inestable —anunció una cálida y sonora voz femenina—. Vuestro dispositivo provocó que implosionara, provocando la formación de un microscópico agujero negro. Ese agujero ahora se ha cerrado.
Como si fueran una sola persona, Derec, Avery y Wolruf se giraron, con una pregunta en sus rostros: «¿Central?».
—Ésa es mi designación correcta. Para la comodidad de los ciudadanos, también respondo al nombre de Plateada.
Los humanos estaban todavía mirándose con los ojos como platos y con la boca abierta, cuando Beta irrumpió en el atrio y rompió el silencio:
—Por favor, perdónenme por no explicarles antes los detalles del plan —Beta se giró hacia Adán—. Y por favor, por el bien de los humanos nativos, tú nunca debes adoptar la forma de Plateada de nuevo en este planeta.
Como pudo, Avery recuperó su voz:
—Pero ¿Central? Tú…, ¿Plateada?
—¿Quién mejor? —preguntó la Central—. Mi ser impregna toda la ciudad. Dentro de mis parámetros operativos, soy poderosa, generosa y muy cercana a la omnisciencia. ¿Quién mejor puede cuidar y proteger a mis niños?
—¡Un ordenador pretendiendo ser una diosa! —explotó Avery—. ¡Eso es completamente inmoral!
—Pero también es necesario —dijo Beta—, al menos hasta que los lobos encuentren sus propios motivos para vivir en la ciudad.
—No se preocupe, creador Avery —añadió la Central—. No mantendremos este engaño por mucho tiempo. Nuestros análisis indican que dentro de tres años estándar, los lobos estarán preparados para descubrir que su diosa es simplemente un ídolo falso.
Beta asintió con la cabeza:
—De hecho, ya hemos identificado al humano nativo más apropiado para hacer este descubrimiento. Su nombre es Cola blanca.
Avery todavía estaba resoplando e intentando estructurar un argumento cuando la Central habló de nuevo:
—¡Alerta! ¡Detecto fragmentos de escombros eranios entrando en la atmósfera!
Todos los que estaban en el vestíbulo, humanos y robots giraron la cara para mirar hacia la pantalla gigante.
Un momento después, la Central actualizó su informe:
—No hay radiactividad significativa. El fragmento identificable más grande es una cápsula de supervivencia Massey G-85. Hay una forma de vida a bordo. Intentaré establecer comunicación. La ionización de la atmósfera lo hace difícil —la pantalla se oscureció y mostró un remolino de una desdibujada masa de colores. Las líneas de interferencia corrían y temblaban a través de la pantalla. Progresivamente, los colores se convirtieron en una imagen borrosa y distorsionada.
Una cabeza, alargada y sin pelo. Dos ojos negros y llameantes dentro de torretas de piel arrugada. Una amplia boca sin labios, con una mueca de terror.
—¡Derrec! ¡Derrec! ¡Te estarré esperrando en el infierrno!
La imagen se disolvió en un remolino de interferencias.
—Estoy en la cápsula —dijo la Central—. Si no desintegra, impactará en el bosque aproximadamente a quince kilómetros al norte de la ciudad.
Un suave sonido surgió en la noche. Suave, antiguo y agudo.
—¡Arooo!
Pronto se le unió otra voz, a través de la distancia, recogiendo y volviendo a enviar la llamada:
—¡Arooo!
Más voces la siguieron, ladrando, bramando. La noche explotó en un clamor de crecientes aullidos.
La imagen de la pantalla cambió para mostrar la vista norte de la Torre de la Brújula. Cientos de cuerpos peludos salían de la ciudad en dirección al bosque.
—Los lobos han descubierto también el rastro de ionización de la cápsula —dijo la Central—. Estoy preparando el envío de un equipo de cazadores rastreadores al punto de aterrizaje proyectado, pero temo que los nativos llegarán antes.
La Central hizo una pausa, como si estuviera preocupada por lo que tenía que decir después:
—¿Doctor Avery? ¿Derec y Wolruf? Les sugiero que vuelvan al espacio-puerto y se preparen para irse. Si Aránimas no sobrevive a la entrada, los lobos volverán aquí.