La Colina de las estrellas
Era una antigua tradición, más antigua que los mismos robots. Como sucedía en el caso de muchos de los comportamientos transmitidos a los robots por sus antepasados humanos, el supervisor de ciudad 3 lo encontraba ligeramente ilógico; con el desarrollo de la moderna tecnología de telecomunicaciones, hacía varios siglos que no era necesario que los participantes en una conversación se encontraran físicamente cercanos. Pero como las tradiciones tienen una extraña fuerza que las hace sobrevivir a lo largo del tiempo, cuando el supervisor de ciudad 3 —o como lo llamaban habitualmente, Beta—, recibió la convocatoria de asistencia a una conferencia ejecutiva, se doblegó ante siglos de costumbres, dejó su trabajo como ingeniero constructor 42 y emprendió el camino hacia la Torre de la Brújula.
De todas formas, no podía decirse que fuera una tarea especialmente interesante. Había pasado las últimas semanas supervisando los delicados cambios en el diseño de los edificios y la tarea que acababa de dejar era sólo una más de una serie de mejoras menores. La programación de la personalidad de Beta no era tan refinada como para admitir que se sentía aburrido, pero desde que el señor Derec había reprogramado la ciudad para que cesara su continua expansión, él sentía una especie de sentimiento de frustración. Instalar una nueva y mejorada cornisa sencillamente no le proporcionaba la misma sensación de satisfacción que construir un completo y fantástico bloque de lujosos apartamentos.
«De todas formas», se dijo Beta a sí mismo, «un trabajo es un trabajo. Y cualquier tarea que mantenga a un robot alejado de la planta de reciclado es importante». De forma incesante, la afirmación de la Tercera Ley cruzaba insistentemente por su cabeza: Un robot ha de proteger su existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley. «Sí», pensó Beta, «eso es lo que estamos haciendo. Proteger nuestra existencia. Mientras tengamos tareas que realizar, nuestra existencia estará justificada». El desequilibrio de la Tercera Ley se resolvió de forma aceptable y dejó de molestarle inmediatamente.
Mientras paseaba hasta la parada más cercana del túnel, Beta dedicó unos segundos a mirar a su alrededor y a revisar sus últimos trabajos. La avenida era tan amplia, limpia y recta como el haz de un rayo láser. Los edificios era altos, angulosos y funcionales, sin ninguna extravagancia o fantasía arquitectónica pero con la suficiente variación en el uso de la geometría para evitar que el perfil de la ciudad fuera monótono.
«Ciertamente, hemos conseguido alcanzar nuestro propósito original. Hemos construido una ciudad con líneas limpias, preciosa y brillante». Una de las ventajas de ser un robot era que Beta podía girar el cuello para mirar la parte superior de los edificios sin dejar de andar ni desviarse de su camino. «Quizás nos excedimos en el uso del azul pálido. A lo mejor la semana que viene podemos pintar algunas cosas, sólo para mejorar el contraste». Bajando la vista de nuevo, Beta se topó con la entrada a la parada del túnel y comenzó a descender la rampa. A lo largo del camino, se cruzó con unos cuantos robots función.
Por un momento, consideró la posibilidad de ordenarles que se dirigieran al módulo de reciclado. En seguida sintió una punzada de… ¿podía ser culpabilidad?, ante la idea de destruir a algunos robots no positrónicos por el simple hecho de estar desocupados. Después de unos pocos microsegundos, comenzó a pensar en tareas que podía asignarles. Era un pensamiento ilógico, por supuesto, pero creyó detectar una primitiva sensación de gratitud cuando los robots se dirigieron a sus nuevas obligaciones.
«En cierto sentido, todos somos robots función. Algunos de nosotros somos más independientes que otros, pero eso es todo. Esos robots función limpian y barren cosas, yo creo edificios relucientes y perfectos».
«¿Por qué?».
Una pregunta peligrosa… Beta podía sentir cómo se activaba el comando latente de autodestrucción que se pondría en marcha si dejaba de ser útil. Afortunadamente, con la convocatoria de la reunión ejecutiva todavía reciente en su registro de entrada, fue capaz de eludir esa cuestión. Continuaba descendiendo por la rampa.
Media docenas de plataformas de transporte vacías esperaban al final de la misma. Beta subió a la primera de la fila y le indicó su destino:
—A la Torre de la Brújula.
Un escáner recorrió su cuerpo con rapidez; la plataforma de transporte determinó que aquel pasajero era un robot y se incorporó al tráfico con una repentina sacudida.
«Siempre estos sutiles recordatorios», pensó Beta. «La ciudad se construyó para los humanos, pero los que viven aquí no son humanos».
La plataforma se desplazaba por el túnel a la velocidad máxima, volando por los raíles y esquivando otras plataformas con temeraria osadía.
«Sólo la fuerza del aire dentro de esta plataforma provocaría que un humano se estampara contra el parabrisas. Debido a que soy un robot, el ordenador del túnel mantiene la seguridad para que el tráfico sea fluido y eficiente».
«Construimos esta ciudad para los humanos. Nosotros sólo somos cuidadores».
«Entonces, ¿dónde están los humanos?».
Desde luego, ésa era una pregunta interesante. Una pregunta que Beta no podía responder.
Con otra brusca sacudida, la plataforma de transporte se deslizó dentro de la estación situada al lado de la Torre de la Brújula y se dirigió hacia la parada. Beta abrió los cierres de seguridad que rodeaban sus muñecas y rodillas y saltó fuera; cuando sólo tenía un pie en el pavimento, la plataforma se movió y se dirigió a la fila de espera. «Como si hubiera prisa». Beta echó un vistazo a la estación, no vio a nadie esperando para ir a ningún sitio y dejó de pensar en la plataforma con el equivalente robótico a un encogimiento de hombros humano. Se desplazó por la estación, localizó la rampa de ascenso y comenzó a subirla.
Estaba previsto que la reunión se celebrara en el vestíbulo central. «Un nombre muy apropiado», pensó Beta. «Esta pirámide a la que llamamos la Torre de la Brújula es el centro geográfico de la ciudad y el corazón de esta pirámide es el vestíbulo central». Por supuesto, ésa no era la razón por la que se llamaba así; el motivo real era que albergaba el enorme e incorpóreo cerebro positrónico que últimamente controlaba toda la actividad de Robot City.
«O solía controlar». Beta recorrió el último tramo de la pasarela y entró en el cavernoso vestíbulo.
Al momento fue detenido por dos robots cazadores, altos y amenazantes con su armadura de color negro mate. Sumisamente, Beta se sometió a un escáner de superficie, a un radar de profundidad y a un mapeado de detalle. Beta estaba acostumbrado a la puntillosa seguridad de ese lugar, el más importante de la ciudad. Después de todo, fue su periodo de dedicación a la seguridad en ese preciso lugar lo que le había elevado a la categoría de supervisor.
Los cazadores estaban satisfechos con el examen: Beta parecía ser quien decía y tenía un motivo legítimo para entrar en el vestíbulo central. Condujeron a Beta hasta el punto de registro, y un momento después el robot dobló la esquina y pudo observar una vista completa de la Central.
Incluso en su defectuoso estado actual, el ordenador central era impresionante. Un conjunto de enormes losas negras de cinco metros de alto, muy parecidas a un Stonehenge[2] de silicio, brillaba con los rayos láser de comunicación, centelleaba con sus luces de control e irradiaba la fuerte impresión de ser una gran inteligencia latente en la banda de 104 megaherzios.
«Por lo menos, tenemos esperanza en su inteligencia». Una ligera discordancia en sus potenciales positrónicos navegó dentro del cerebro de Beta, que pudo identificar en seguida el sentimiento de tristeza. Deteniéndose por un momento, observó a los robots de vigilancia estáticos en sus cabinas y dirigió una mirada furtiva a los cinco robots especialistas positrónicos que estaban trabajando otra vez en el ordenador central.
Beta tenía la cualidad de realizar asociaciones libres. Observar cómo trabajaban a los especialistas positrónicos siempre le traía a la memoria recuerdos de un día terrible…
«¿Terrible?». Beta se rio para sí. «¿Era ésa una expresión crítica?».
«Sí», decidió Beta, «fue terrible». Un enorme sentimiento de responsabilidad le había devuelto a lo que sucedió aquel día, justo un año antes, cuando un robot cambiante, llamado Plateada, había aparecido y adoptado la forma de lobo que tenía la especie local dominante, se había precipitado dentro del vestíbulo central y había intentado destruir el ordenador.
En este punto, el robot había fallado. Los sistemas de protección y de backup habían funcionado perfectamente para salvar el ordenador central. La ciudad había sobrevivido y el anterior control total del ordenador central se había dividido entre los supervisores de primera categoría, como Beta.
Sin embargo, en otro aspecto Plateada sí había tenido éxito. Antes la Central era una inteligencia brillante que guiaba a todos los robots de la ciudad y conseguía que éstos pensaran y trabajaran en armonía, mientras que ahora era un idiota balbuceante, llenos de bits y trozos de ideas pero sólo ocasionalmente lúcido.
«Al menos, todavía albergamos la esperanza de poder repararlo. Nos repetimos a nosotros mismos que el daño causado por Plateada puede arreglarse y que volverá a ser el ordenador central que una vez conocimos».
«¿Es éste otro ejemplo de cómo estamos evolucionando? La simple eficiencia aconseja que desechemos la Central y dejemos a los supervisores permanentemente al cargo. Pero nosotros los supervisores no queremos ni oír hablar de esa idea. Insistimos en que nuestra autoridad es sólo temporal, en que devolveremos nuestra autoridad a la Central tan pronto como sea capaz de pasar las pruebas…, en que sólo la Central está correctamente equipada para administrar nuestra programación básica».
«¿Dónde puede estar la diferencia entre ser inteligente y ser civilizado? ¿En la insistencia en preservar la existencia de un robot sin tener en cuenta su grado de eficiencia?». Atrapado entre sus valores recientemente desarrollados y la programación que le obligaba a usar los recursos de la manera más eficiente posible, Beta sintió que se iba sumergiendo en una crisis motivada por la Segunda Ley.
Le salvó la llegada de sus dos compañeros supervisores, Alfa y Gamma. Fue Alfa el que habló primero:
—Amigo Beta, con el permiso de la Central, he organizado esta reunión para que discutamos el estado actual de nuestra misión.
Beta se giró para saludar a los robots.
—Amigo Alfa, amigo Gamma. Me puse en camino en cuanto recibí la convocatoria.
Beta no podía dejar de pensar que esa frase era una afirmación redundante de un hecho evidente, pero tenía que seguir la tradición. Alfa y Gamma comenzaron a andar de manera pausada. Beta se colocó detrás de ellos y los siguió. Los tres juntos se dirigieron al atrio situado justo en el corazón del núcleo.
Cuando estuvieron en las posiciones asignadas, Alfa levantó la cabeza y se dirigió al panel que contenía la consola de audio y vídeo del ordenador central:
—Central, hemos venido hasta aquí para celebrar una reunión.
—¿Hmmm? —el gran ojo rojo de la central brilló brevemente para volver a apagarse de inmediato.
—La reunión, central. ¿Recuerdas? Para discutir el estado de nuestra misión.
—Tengo una gran confianza en la misión —dijo la Central.
—Eso es, Central, todos tenemos confianza en la misión —Beta y Gamma asintieron con la cabeza para apoyar a Alfa—. Y ahora, si estás de acuerdo, vamos a hablar del estado de la misma.
—¿Qué estado?
—El de la misión, Central.
—Tengo una gran confianza en la misión —dijo la Central al tiempo que comenzaba a cantar la canción Daisy suavemente.
Alfa emitió lo que podría interpretarse como un resoplido y se giró hacia Beta y Gamma:
—Vamos a comenzar con eso. Beta, ¿cuál es exactamente nuestra misión?
Beta sabía que tanto Alfa como Gamma estaban tan familiarizados como él con los objetivos de su misión. Después de todo, era completamente imposible olvidar algo que tenían almacenado en la memoria ROM.
Sin embargo, había tradiciones que era preciso conservar y exponer en voz alta un conocimiento común era una de ellas.
—Robot City es un mecanismo que se autoreproduce diseñado para convertir planetas inhabitables en aptos para que los pueblen los humanos. A través de las llaves de teletransportación por el hiperespacio y utilizando la excelente tecnología robótica celular…
—Es suficiente —dijo Alfa levantando su mano—. Gamma, ¿qué palabra piensas que es la más importante en la verbalización de nuestra misión?
Los ojos de Gama relucieron brillantes:
—La misma palabra que es la clave de las Leyes de la Robótica: Humano.
—Correcto —los ojos de Alfa se dirigieron a Beta de nuevo, para después volver a Gamma—. Hemos conseguido construir en este planeta una comunidad robótica viable. Hemos iniciado actividades de minería, desarrollo y manufactura y, hasta donde las órdenes del señor Derec lo permiten, hemos levantado una ciudad. ¿Qué es lo único que nos falta por hacer para completar nuestra misión?
Beta pensó en las limpias, rectas y vacías calles y en sus perfectos pero inhabitados edificios.
—Los humanos —dijo la Central. Las cabezas de los tres supervisores se irguieron como si fueran marionetas pendientes de sus hilos.
—¿Central? —preguntó Alfa.
El gran ojo rojo relució brillante.
—En francés, humain; en latín, humanus; la palabra proviene de humus, que significa tierra. Que pertenece, está relacionado o tiene cualidades de humanidad. «La especie humana está compuesta por dos razas distintas: los hombres que prestan y los que toman prestado», Charles Lamb.
Alfa miró de nuevo hacia abajo:
—Olvídalo, Central.
—Olvidar —el ojo rojo se apagó un instante para volver a encenderse con rapidez—. ¡Oh, Alfa! ¡Viniste a visitarme!
—Para… —Alfa se refrenó y, volviéndose a los otros dos supervisores, dijo—: Ése es exactamente nuestro problema. ¿Cómo podemos servir a los humanos si no hay humanos a los que servir?
Gamma reflexionó sobre la pregunta durante unos instantes:
—Hay humanos en otros planetas, ¿no?
—Eso suponemos.
—¿Y tienen tecnología para viajar, no?
—También suponemos eso.
—Entonces, nosotros, noso…, nosot…
Beta se conectó con Gamma por el intercomunicador. Prioridad desautorizada. Abortar línea de pensamiento. Los ojos de Gamma se nublaron y se retorció de forma involuntaria cuando el comando de reiniciado llegó a su motor principal. Un momento después, volvía a su estado normal.
—Gracias Beta. Hay un bloqueo relacionado con la Segunda Ley en mi sistema. Y no puedo evitar ese pensamiento.
Alfa asintió con la cabeza:
—Lo sé. Yo padezco el mismo bloqueo. ¿Beta?
—Yo también. Sin embargo, si alguien es capaz de expresarse en voz pasiva, podría sugerir que un robot con una cantidad suficiente de llaves de teletransportación fuera enviado para traer aquí habitantes humanos.
Alfa asintió:
—Por supuesto que alguien podría sugerir algo así. Sin embargo, si tenemos en cuenta que todos nosotros compartimos el mismo bloque de instrucciones programadas, podríamos suponer que no hay en Robot City ningún robot capaz de llevar a cabo esa misión.
—Creo que, en teoría, tienes razón —dijo Gamma.
Alfa se giró hacia Beta:
—Entonces, si ese alguien no puede traer a los humanos directamente, y si ese alguien tiene la misma programación en cuanto a la construcción de un transmisor de hiperondas y al envío de nuestra posición, ¿cómo podría ese alguien ir en busca de humanos a los que servir?
—¿La especie autóctona? —sugirió Gamma.
Beta negó con la cabeza:
—No, ellos son claramente no humanos.
—Pero el señor Derec los trató como iguales.
Los tres supervisores permanecieron en silencio. Con una voz suave y dubitativa, la Central dijo:
—A es igual a B.
Alfa miró hacia arriba:
—¿Qué acabas de decir?
—A es igual a B —repitió la Central.
Alfa miró a Beta:
—¿Tienes alguna idea de lo que está diciendo?
—Si A es igual a B, y B es igual a C —dijo la Central en un tono confidencial esta vez—, entonces, A es igual a C.
Poco a poco, Beta iba entendiendo:
—Central, ¿podemos considerar que A es un humano?
—Sí.
—¿Y que B es el señor Derec?
—Sí.
Gamma interrumpió:
—¿Qué es entonces C, Central?
Pero el gran idiota había comenzado a silbar suavemente una estúpida cancioncilla.
Beta captó la atención de Gamma:
—¿No lo ves? Si humano es igual al señor Derec y el señor Derec trató a los habitantes autóctonos como iguales…
Los ojos de Gamma relucieron brillantes:
—¡Entonces los habitantes locales son equivalentes a los humanos!
Alfa protestó:
—Incorrecto. Un humano es un primate del género Homo…
Beta y Gamma se giraron hacia Alfa.
—No estamos diciendo que los habitantes locales sean verdaderos humanos. Sólo decimos que son equivalentes a los humanos.
Durante unos largos segundos, los ojos de Alfa se nublaron. Justo cuando Beta comenzaba a preocuparse por su estado, pensando si el supervisor podría estar sufriendo un bloqueo relacionado con la Primera Ley, Alfa habló:
—De acuerdo, para nuestro propósito, podemos tratarlos como si fueran casi humanos. Pero ahora, se nos plantea una nueva cuestión: ¿Cuál es la mejor forma que tenemos de servirles?
—No tenemos forma de conseguir esa información —dijo Gamma.
Beta consideró la cuestión. Pero no todas sus energías estaban centradas en la pregunta de Alfa; en un nivel muy bajo de su cerebro, podía sentir la alegre corriente de sus potenciales fluyendo satisfecha por haber encontrado por fin una solución al problema.
—Hemos de investigar el medioambiente local —dijo por fin—. Enviaremos fuera varios robots de observación para estudiar a los nativos en su hábitat natural. Obtendremos análisis químicos de las sustancias que son importantes para su bienestar.
—De acuerdo —dijeron Alfa y Gamma al unísono.
—Pero sobre todo —continuó Beta—, debemos reunir todos los recursos posibles para un estudio lingüístico. Debemos establecer comunicación verbal con ellos.
—De acuerdo —asintieron los dos supervisores de nuevo.
Alfa dio un paso atrás y miró primero a Beta y después a Gamma con un tierno brillo en sus ojos:
—Amigos, no puedo deciros lo orgulloso que me siento del progreso que hemos realizado en esta reunión. Ahora, por fin podemos dirigimos al objetivo final de nuestra misión.
—Tengo una gran confianza en la misión —dijo la Central.
Alfa transmitió el mensaje al nivel máximo que le permitía su comunicador interno.
—¡La reunión ha concluido!
Conectando la programación de sus piernas a la velocidad máxima, los tres supervisores se precipitaron por el vestíbulo tan rápido como su dignidad les permitía.