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Derec

Derec soñaba de nuevo con su infancia. O, mejor dicho, soñaba con una infancia, no podía estar seguro de si era un recuerdo genuino de su propia vida o un pseudorecuerdo que su subconsciente había improvisado con pedazos de historias y vídeos antiguos. Esta vez era un niño pequeño, de cuatro o cinco años estándar de edad, y estaba jugando en un pulcro césped robótico bajo la brillante luz de un sol de…

¿Aurora? No lo sabía. El césped era un lugar familiar; una suave extensión de un tipo de hierba verde oscura salpicada de diminutas flores amarillas con forma de campana. Mariposas doncella zumbaban en el aire, llenándolo con el penetrante olor del verano y con la suave insinuación de un dulce aroma. Al fondo de esta visión, unas sombras oscuras (¿robots?, ¿adultos?) se movían y hablaban con voces amortiguadas.

Pero algo no cuadraba en aquella imagen. El sol era demasiado pequeño y azul para su gusto y él podía mirarlo directamente sin problema. Casi podía sentir la presencia de la casa, porque había una casa allí, pero había algo que se interponía y no le permitía mirarla directamente.

Y luego estaba el cachorro.

Él nunca había tenido un cachorro; incluso despierto estaba seguro de eso. Cachorros robóticos sí, e incluso había tenido alguna vez un flash de un artrópodo acuático que su madre había metido en un acuario y al que le había pedido que alimentara.

¡Su madre! Una imagen recorrió su mente: una esbelta mujer rubia, vestida con ropas holgadas y oscuras, que le cantaba suavemente mientras él arrojaba camarones secos al acuario y miraba cómo el artrópodo se los comía. Él intentaba preguntarle algo a su madre, pero ella lo ignoraba.

Pero él no podía ignorar al cachorro.

Era un pequeño spaniel. Grandes y torpes patas, blandas orejas que corresponderían a un perro el doble de grande; él estaba de rodillas en el césped, y el pequeño spaniel, con la lengua colgando como una bandera, hacía cabriolas por el césped. El cachorro le oyó reír y dio un giro que casi le hizo tropezar con sus propias patas y orejas. Luego fue corriendo hacia él y, ladrando alegremente, le golpeó en la barbilla y lo tiró al suelo. Rodaron juntos por el césped; su suave pelo dorado le hacía cosquillas en las manos y en la cara. El aliento del animalito olía a galletitas y él se reía mientras lo manoseaba y él le baboseaba dándole húmedos y pegajosos besos de cachorro por toda la cara. Retrocedió y se retorció cuando le pasó la húmeda lengua por las orejas…

—¡Wolruf! —Derec saltó de la cama y comenzó a secarse la cara con la túnica.

—Tú perdonar, Derec, pero tener un problema con la nave y parecer que tú nunca despertarte —mostró la lengua de nuevo pero esta vez parecía que intentaba limpiársela frotándola con sus incisivos superiores—. Si tú pensar en volver a dormirte de ese modo, hacerme el favor de lavarte la cara antes.

—Hazme el favor de golpearme simplemente en la cabeza la próxima vez, ¿vale? ¿Tu especie nunca ha oído hablar de la boca…? —Derec se paró cuando intentaba secarse las orejas con la camisa—. ¿Un problema con la nave? ¿Qué?

—Nosotros estar como a dos horas del punto de salto para Tau Puppis. Tú, Avery y Ariel estar todavía dormidos, así que yo decidir mejorar un poco la nave antes que vosotros despertar —miró hacia otro lado y se lamió los labios nerviosa—. Derec, ¡la nave dejar de cambiar de forma!

Al dormido cerebro de Derec le llevó un minuto dilucidar el significado de lo que quería decir Wolruf. Después rompió a reír.

—Wolruf, ¿no nos has escuchado a Avery o a mí? Es lo que llevamos intentando hacer los últimos tres días.

Wolruf sacudió la cabeza:

—No, tú no entender. La nave no cambiar de forma en absoluto y no obedecer órdenes verbales de vuelo. ¿Cómo nosotros hacer una entrada en la atmósfera en estas condiciones?

Derec paró de reír:

—¿Qué quieres decir con que no obedece órdenes? —miró a la litera en la que había dormido—. Nave, transforma esa litera en una silla.

Silenciosa y dócilmente, la litera tomó la nueva forma.

—Dejarme intentarlo —Wolruf agachó las orejas y levantó la voz—. ¿Nave? Hacer esta silla cinco centímetros más baja.

No ocurrió nada.

—Uh, oh —Derec repitió la orden de Wolruf. Esta vez la silla cambió con rapidez—. Creo —dijo Derec con suavidad—, que tenemos un problema real en nuestras manos.

Wolruf miró a Derec con grandes y húmedos ojos de cachorro:

—¿La nave volverse loca o algo?

—Peor —Derec se sentó en la silla y apoyó las manos en el terminal robótico. Con un brillo luminiscente, la pantalla se encendió. A Derec sólo le llevó un momento comprobar el disco y el sistema—. Wolruf, amiga, me temo que cuando cortamos los circuitos volitivos tuvimos que compensarlos mediante un refuerzo del sentido de la Segunda Ley de la nave. Obligamos a la nave a prestar una extremadamente cuidadosa atención a las órdenes directas —Derec quitó la vista de la pantalla y miró a Wolruf—. Órdenes humanas.

—¿Tú querer decir que la nave no hacerme caso nunca más?

—Me temo que no —Derec frunció el ceño y volvió la mirada al terminal—. La parte realmente mala es que no creo que pueda arreglarlo en tan sólo dos horas. El cerebro de la nave no es realmente robótico, por eso no puedo reprogramarlo a través de mi intercomunicador interno. ¿Necesitas introducir alguna corrección de última hora en el rumbo antes del salto?

Al ser una alienígena caninoide, su expresión era un poco difícil de interpretar, pero Derec tuvo la clara impresión de que Wolruf estaba haciendo pucheros.

—Nada que no poder introducir manualmente.

Un pensamiento peculiar asaltó a Derec que se irguió en su asiento:

—¿Wolruf? Hay algo que tengo que preguntarte. Me parece recordar que te habías quejado porque esta nave no necesitaba piloto. ¿Cómo te las arreglaste para encontrar esos controles manuales?

—Yo pedirlos —dijo Wolruf con un gimoteo—. Segunda Ley: la nave tener que dármelos. Por supuesto, eso ser antes que tú mejorar las cosas.

Derec hundió la cabeza en las manos:

—Lo siento mucho, de verdad. Te prometo que comenzaré a trabajar en ello tan pronto como terminemos el salto.

Las puertas del ascensor se abrieron y Mandelbrot y el doctor Avery entraron en el laboratorio robótico:

—¡Mira, hijo! —dijo el doctor Avery—. He encontrado un pequeño proyecto para matar el tiempo hasta que aterricemos.

—Papá, no creo… —Derec comenzó a girarse cuando Wolruf ya estaba montándose en el ascensor.

—Parecer mejor que este viejo perro irse para que los humanos poder hacer cosas importantes —saltó dentro del ascensor y pulsó un botón—. Yo bajar al puente a introducir coordenadas con mis uñas y dientes.

—¿Cuál es su problema? —preguntó Avery al tiempo que las puertas del ascensor se cerraban—. ¿Tiene el collar antipulgas demasiado apretado?

Derec miró a Avery con una expresión de disgusto en la cara:

—Ese ataque no era necesario, padre. Hay una cuestión relacionada con los cambios que hemos realizado en la programación de la nave. Ya no reconoce a Wolruf como humana.

Avery gruñó:

—¿Eso es un problema? Yo lo llamaría una mejora.

—¡Papá!

—Quiero decir, vamos a ser honestos. Nunca me gustó demasiado la idea de dar a un alienígena el estatus que implican las Leyes de la Robótica.

Derec dio un puñetazo en el terminal y se levantó:

—Demonios, papá. ¿Tengo que recordarte que Wolruf me ha salvado dos veces la vida? No es sólo el mejor piloto que hay a bordo, ella es mi amiga y no permitiré que la trates como, como…

—¿Un perro?

Derec abrió los ojos con enfado y se le puso la cara roja hasta las raíces de su rubio pelo. Por un momento se miraron fijamente y Derec vio al antiguo y cruel Avery en los ojos de su padre.

Avery vio a su ex mujer en la cara de su hijo. «Quizás estaba equivocado, hijo. Tú posees mi exterior carente de emociones, pero también el temperamento volátil de tu madre. La alejé simulando que no me preocupaban sus sentimientos. No cometeré el mismo error contigo».

—Lo siento, Derec. Hablé sin pensar. Mandelbrot puede esperar. ¿Qué quieres hacer con lo de Wolruf?

Derec sintió una extraña desilusión ante la conformidad de su padre y se sentó de nuevo:

—Alcanzaremos el punto de salto en menos de dos horas. No creo que haya nada que podamos hacer en ese plazo de tiempo.

Avery caminó hacia él y se sentó en la mesa de al lado del terminal:

—Entonces, ¿qué te parece si empezamos a trabajar en la lista de permisos tan pronto como terminemos el salto?

Derec se dejó caer en la silla, avergonzado por su estallido de furia:

—Sí, eso estaría bien. Wolruf podrá soportarlo durante dos horas —deslizó los dedos por la silla; después se incorporó de repente, se frotó los dedos y se dio cuenta de lo sucios que estaban—. Bueno, creo que necesito una ducha —comenzaba a levantarse cuando se dio cuenta de que Mandelbrot todavía estaba allí de pie—. Dime, papá, de todas formas, ¿qué habías pensado para Mandelbrot?

Avery se bajó de la mesa en la que estaba sentado, se movió arrastrando los pies y apoyó una mano en el hombro del robot:

—No he podido evitar fijarme en que Mandelbrot es un Modelo Ferrier EG, al menos, la mayoría de él. A saber, la serie E es un robot doméstico muy común en Aurora y, si recuerdo bien, Ariel tuvo uno que se llamaba Capek. Se lo llevó cuando abandonó el planeta.

—¿Y?

Avery giró un poco el robot y señaló una compleja estructura justo debajo de la línea del cuello, dentro de un área que alguna vez estuvo cubierta por una placa de acceso pero ahora estaba bordeada por la quemazón de una vieja explosión.

—El modelo EG tiene la memoria de larga duración almacenada en siete cubos no volátiles, justo aquí. Me he dado cuenta de que, ahora mismo, sólo tiene dos de esos cubos instalados.

Derec suspiró: «Me está tratando otra vez como a un niño ignorante»:

—Si miras un poco más de cerca, papá, te darás cuenta de que el resto de sus compartimentos para cubos están quemados. Así es como lo encontré y nunca me he tomado la molestia de reparar el daño.

Avery reprimió las ganas de contestarle en el mismo tono: «¿No crees que puedo saber eso a simple vista, Derec?». En vez de eso, preguntó con voz suave:

—¿Tengo que deducir que conservas el resto de sus cubos de memoria?

—Dos de ellos; el resto era chatarra. Están en la zona de su biblioteca, debajo de la cadera izquierda. Pero no veo…

Avery abrió la zona de la biblioteca y sacó los dos cubos. Después hizo un amplio gesto para abarcar toda la habitación:

—Esto es un laboratorio de robótica, ¿no?

Derec se quedó quieto un momento y luego una gran sonrisa se le dibujó en la cara:

—Eso parece. Tenemos aquí todas las piezas y herramientas que necesitamos, ¿no?

Avery asintió:

—Deberíamos ser capaces de recuperar todos sus recuerdos de Aurora. Si tenemos suerte y su función de copia de seguridad funciona correctamente, podríamos incluso recuperar su recuerdo de la primera batalla con Aránimas. Supongo que nos llevará una media hora encontrarlo. Una hora como máximo.

Derec sonrió de nuevo y después habló al robot:

—¿Qué te parece, Mandelbrot? ¿Quieres que te reinstalemos el resto de tu memoria?

El silencio casi pudo oírse por un momento:

—Me encantaría operar con toda mi capacidad de nuevo, señor Derec.

Derec se giró hacia Avery:

—¿Y podemos hacerlo sin alterar su personalidad?

Avery comenzó a hacer sitio para el robot en la mesa de trabajo:

—Te lo prometo. No dejaré ni un positrón fuera de su órbita.

Derec tomó la decisión:

—De acuerdo, comencemos —se acercó a la mesa y comenzó a ayudar a Avery. Con una discreta tos, Avery captó su atención.

—¿Derec? ¿Por qué no dejas que yo lo prepare mientras tú te das una ducha?

—Oh, pero esto es muy interesante. No necesito darme una ducha…

Avery tosió de nuevo y arrugó la nariz. Derec dirigió a su padre una mirada un tanto sorprendida:

—¿La necesito? Oh, vale. Bien, papá, ¿por qué no vas preparando a Mandelbrot? Yo voy…, uh —señaló con el pulgar al personal y comenzó a andar hacia la puerta.

—Buena idea —asintió Avery.