13

Janet

Una fría mañana de primavera en Robot City. La limusina negra rodaba suavemente a través de las calles vacías, casi completamente en silencio excepto por el suave ronroneo de su motor eléctrico y el siseo de las cubiertas de goma sobre el pavimento. Janet Anastasi estaba sentada en el compartimento de los pasajeros con la nariz enterrada en un fajo de páginas de fax mientras Basalom conducía, sentado en el compartimento del chófer, manejando el panel de control del vehículo.

Una de las ventajas de ser un robot con capacidad telesensorial era que Basalom podía rotar la cabeza 180 grados y al mismo tiempo mantener un ojo en la carretera. Seguro de que el vehículo estaba bajo control, Basalom se dio la vuelta para mirar a la doctora Anastasi. Destinó cada tercer nanosegundo a la introspección.

«Ciertamente, ella parece más contenta ahora que ha dejado de dormir en el espacio-puerto y se ha ido a un apartamento en la ciudad». Conectó brevemente su visión termográfica y sintió un pequeño rubor de satisfacción en la parte de su cerebro que la doctora Anastasi llamaba «su circuito hembra madre». El contorno de calor de la doctora era un calmado dibujo de azules y verdes. No había ningún indicador de actividad endocrina impredecible, ni indicios de cambios peligrosos en su presión sanguínea o en su ritmo cardíaco. «Y han pasado cincuenta y dos horas desde su último estallido emocional», señaló Basalom con cierto orgullo. «Sí, está definitivamente más contenta ahora que se está adaptando a la ciudad».

—Seguro, Mac —interpuso la limusina—, dale a la señora todo el mérito. ¿Por qué no hablas de la forma en que la ciudad se está adaptando a ella?

—¿Por qué no te mantienes fuera de mis pensamientos privados? —preguntó Basalom y no era la primera vez.

—No puedo evitarlo, Mac —respondió el coche—. Vas por ahí conectando tu bus principal de datos en los sensores de alimentación de otros tipos y conviertes tu corriente de pensamientos en una party line.

—De todas formas, podrías tener la cortesía de fingir que no estás escuchando.

—Sí, quizás podría —dijo el coche—. Pero, por otra parte, si te molesta tanto, podrías dejarme conducir a mí. Después de todo, yo soy el vehículo personal 1.

—No eres más que un montón de acero y plástico con la personalidad simulada de un taxista de Chicago del siglo XX —corrigió Basalom con un poco de ironía—, y no toleraré más tu abuso verbal sobre la doctora Anastasi.

—Como quieras, Mac. No importa quién conduzca, me recargaré de todas formas. —El cerebro positrónico del coche volvió al modo de espera y Basalom reanudó la tarea de intentar crear una partición privada de seguridad en su cerebro.

Sin ni siquiera pensar con palabras que lo que estaba haciendo era un trabajo complicado, levantó un búfer encriptado. Cuando pensó que lo había conseguido, movió la pila de agujas que representaban su conciencia a la partición segura e inició una nueva corriente de pensamiento. «¡En nombre de Wendell Avery! ¿En qué estarían pensando los supervisores cuando decidieron crear esta masa de argumentaciones positrónicas?».

—Estaban pensando en lo que la doctora Anastasi dijo en el Túnel Estación 17 —respondió el vehículo personal 1, más claramente que nunca—. Cuando regresaba al espacio-puerto vía túnel después de su primer encuentro con la Central, ella dijo, y cito: «Demonios, Basalom, cómo se me ha puesto el pelo con el viento. ¿Por qué no pueden tener coches decentes en esta ciudad?». Ella sólo tuvo que mencionarlo y voila, yo fui creado.

Basalom se dio por vencido.

—Sí, desde luego. Pero, dime, ¿por qué decidieron esos locos darte una personalidad simulada?

Se notó una pequeña caída de tensión, el equivalente positrónico a un encogimiento de hombros, en el pin 16.

—No lo sé. Hay pocos humanos por aquí, ¿no? Quizás pensaron que la doctora se sentiría mejor con un poco de compañía simulada.

—Bien —dijo Basalom en voz alta—. Se equivocaron en eso.

En el asiento trasero, la doctora Anastasi se asomó por detrás de la montaña de papeles que estaba leyendo.

—¿Me has dicho algo, Basalom?

—No, señora. Estaba intercambiando información con el ordenador de a bordo del vehículo.

—Ah, muy bien —volvió la mirada hacia los papeles y después miró por la ventanilla—. ¿Basalom? ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a la Torre de la Brújula?

Basalom cargó una imagen interna del mapa de la ciudad, señaló su posición en el mapa y realizó el cálculo en función de la velocidad a la que viajaban:

—Aproximadamente, cinco minutos y veintitrés segundos, señora.

—Conozco un atajo —dijo el vehículo personal 1 irrumpiendo en su bus de datos.

—Ya he tenido suficiente con tus atajos —respondió Basalom.

—Pero éste es realmente sencillo —protestó el coche—. Todo lo que tienes que hacer es girar hacia al Este en la fábrica de juntas…

—La Torre de la Brújula está en dirección Suroeste —señaló Basalom.

—Confía en mí. Gira a la izquierda en la fábrica, avanza dos manzanas, luego toma la rampa de carga y coge la cinta deslizante 204…

—¿Quieres que conduzca sobre una cinta deslizante? —Basalom expresó su asombro con una repentina oleada de ampliación en sus circuitos 24 y 57.

—¡Oh! ¡Baja la voz! Sí, conduce sobre la cinta deslizante. Hay un recodo hacia el Oeste dos kilómetros más adelante; si lo tomas estarás en la Torre en un pispás. ¿Qué te parece? ¿Eficiente, no?

Basalom se las arregló para redirigir lo que estaba pensando a un búfer nulo y limpiarlo antes de que el vehículo personal 1 tuviera la oportunidad de interceptar las palabras.

La limusina rodaba. Unas pocas manzanas después, Janet dobló la hoja que estaba leyendo, apretó los labios y frunció el ceño:

—¿Basalom?

—¿Sí, señora?

—Has mantenido un contacto frecuente con los robots de la ciudad en los últimos días, ¿no?

—El término «frecuente» es una expresión imprecisa, señora. He mantenido unas 124 conversaciones por audio o intercomunicador en intervalos que oscilan entre 15 picosegundos[14] y 6 horas.

—Oh. Bien. En tus conversaciones, ¿has notado algo raro en estos robots?

—«Raro» es un término de valoración, señora. Para determinar si un comportamiento es raro, primero debe establecer una base de comportamiento normal con la que poder comparar.

Janet arrugó la nariz:

—No lo entiendo.

—Señora, desde que hemos llegado aquí, he sido incapaz de determinar cuál es un comportamiento normal para estos robots. Por eso creo que no puedo juzgar si algo ha sido «raro».

La doctora Anastasi sonrió y movió la cabeza:

—Ya veo. Me lo tengo bien empleado por hacer una pregunta imprecisa. Vamos a intentarlo de nuevo. Basalom, en tus charlas con los robots locales, ¿has notado algo que te haya llevado a pensar que los supervisores han desarrollado el sentido del humor?

Basalom permaneció en silencio unos minutos mientras navegaba por las grabaciones de sus impresiones, buscando coincidencias.

De acuerdo, estamos llegando —interrumpió la limusina—. Gira a la izquierda en la próxima esquina —Basalom ignoró la corriente de datos e intentó concentrarse en las instrucciones de la doctora Anastasi:

—Señora, preferiría construir mi razonamiento sobre la base de una mayor experiencia…

—Eh, ¿qué pasa contigo? No estás reduciendo la velocidad.

—Basándome en las observaciones que he realizado hasta la fecha…

—En esta esquina. Ese edificio circular es la fábrica de juntas.

—Debo concluir que los supervisores de la ciudad no han desarrollado el sentido del humor…

—¡A la izquierda! Oh, te has pasado el cruce.

—Pero debo añadir que muchos de los robots de la ciudad han desarrollado significativas aberraciones y excentricidades.

Durante un momento, hubo un estupendo silencio en el bus de datos. Después, la corriente de pensamiento de la limusina volvió a la carga:

Ah, entonces soy un excéntrico, ¿no? Bien, vamos a ver cómo haces esta carrera solo —hubo un pequeño aumento de voltaje acompañado de una bajada de potenciales positrónicos a través de toda la amplitud del bus de datos. Basalom realizó unas pulsaciones exploratorias de prueba y se sorprendió al descubrir una irrefutable conclusión: el vehículo personal 1 se había desconectado psíquicamente del bus de datos.

Basalom probó otra vez con unas cuantas pulsaciones y después se permitió un momento de placer: «¡Qué pena! Ni siquiera hubiera podido imaginar esto hace tres días».

Comprobó su reloj de tiempo real. Había trascurrido cerca de un cuarto de segundo desde que había trasmitido sus conclusiones a la doctora Anastasi y ella estaba preparada para responderle:

—Esperaba que dijeras que sí —cogió un puñado de faxes y se los ofreció a Basalom—. Si hubieras dicho que los supervisores eran capaces de tener sentido del humor, yo te hubiera contestado que ésta es una buena prueba de ello —la doctora se mordió el labio inferior—. Pero si ellos se han tomado esto completamente en serio…

Basalom hizo girar su cabeza para mirar a la cara a la doctora Anastasi y amplió su visión a la máxima escala, pero fue incapaz de distinguir el contenido de las hojas de fax:

—¿En serio sobre qué, señora?

Ella miró de nuevo los papeles y después a Basalom:

—Éste es el plan que han propuesto para ajustar la ciudad a las necesidades de los habitantes locales. No es sólo que sea tonto. No es sólo que sea estúpido. De hecho, creo que incluso trasciende lo ridículo y escala a las alturas de la idiotez pura.

Basalom exploró los papeles de nuevo, pero su rutina óptica de reconocimiento de caracteres seguía sin poder leer las palabras en el papel.

—¿Señora?

Janet soltó los papeles y los miró:

—Tenemos que hablar sobre esto con los supervisores. Es insultante —rompió los papeles y los tiró a un lado—. Condescendiente —rompió otro papel más y lo tiró con más fuerza—. Degradante —levantó la pila entera y la arrojó al asiento de al lado—. Y, probablemente, inmoral.

Levantó la vista con severidad:

—Basalom, necesito que me ayudes a alcanzarlos. Yo puedo construir robots. Puedo mandar sobre ellos. Pero nunca he intentado razonar con un modelo Avery hasta ahora. Vas a tener que ayudarme a entender el concepto de lógica de un supervisor de ciudad.

Confusos potenciales se movían rápidamente por el cerebro de Basalom:

—¿Entender, señora? ¿Qué hay que entender? La lógica es la lógica.

La doctora Anastasi agarró un mechón de su largo pelo rubio y comenzó a retorcerlo de manera inconsciente:

—Error, Basalom. La lógica no es una constante universal, es un proceso heurístico de toma de decisiones basado en los prejuicios, los valores y los patrones adquiridos de resolución de conflictos de cada individuo. Por ejemplo, si yo te hubiera dado una predisposición positiva ligeramente más fuerte en tu circuito de motivación, en algunas situaciones llegarías exactamente a la conclusión opuesta a la que has llegado ahora —la doctora Anastasi sonrió, como si lo hiciera a un caso perdido, y miró a Basalom—. Tú, viejo amigo, tienes que ayudarme a deducir los fundamentos de la lógica de los supervisores. Y tenemos que hacerlo en los próximos cuatro minutos.

«¿Cuatro minutos?». Basalom filtró su plan de trabajo, parando los procesos en segundo plano y los bucles que había utilizado para despistar. No había tiempo para más conversaciones de cortesía; puso a trabajar sus búferes encargados de su proceso verbal y aumentó la frecuencia de su reloj de discurso un diez por dentó. Después, amplió sus circuitos 24 y 57 de transmisión de datos, esquivando la subrutina que controlaba su sentimiento de orgullo, y estableció un vínculo directo con el cerebro de la limusina.

—¿Vehículo personal 1?

La respuesta fue lenta y huraña:

—¿Qué quieres?

—Debes tomar el control del vehículo.

—¿Qué te hace pensar que voy a hacerlo?

—La Primera Ley. Otro asunto requiere toda mi atención. Debes conducir para cerciorarte de salvaguardar la seguridad del pasajero. No tienes elección.

Basalom cortó el vinculo y se desconectó psíquicamente del panel de control. Hubo un microscópico tirón en la conducción, con toda seguridad completamente imperceptible para la doctora Anastasi, cuando el vehículo personal 1 comenzó a conducir, pero en un milisegundo el coche estaba bajo control de nuevo.

Satisfecho, Basalom giró la cabeza para mirar a la doctora Anastasi y conectó su modo lineal de pronóstico. «No hay tiempo de esperar sus preguntas. Tengo que deducir sus preguntas a partir de sus afirmaciones previas y de sus respuestas psíquicas». Conectó su visión termográfica, fijó sus ojos en la cara de la doctora Anastasi y aumentó su factor de ampliación en un factor de 10.

—La lógica quizás no sea una constante universal —comenzó con brusquedad—, pero las Tres Leyes sí lo son. Para tener el máximo éxito con los supervisores de la ciudad, señora, debe enfocar sus argumentos en los términos de las Leyes de la Robótica. Tengo aquí las anomalías relacionadas con la interpretación de la Primera Ley que he observado en el supervisor Beta…