Capítulo 3

CÁPITULO 3

UN LATIGUILLO OPORTUNO

Los profesores tienden a atribuir la inteligencia de sus hijos a la naturaleza y la inteligencia de sus alumnos al entorno.

ROGERS MASTERS[1]

La discordia cobra energía con la incertidumbre. En la década de 1860, las dudas acerca de las fuentes del Nilo fueron el origen de una enconada disputa entre dos exploradores ingleses, John Hanning Speke y Richard Burton. Sólo dos hombres que han compartido un campamento durante muchos meses podrían disentir de una forma tan violenta. Speke se inclinaba por el lago Victoria, que él había descubierto mientras Burton yacía enfermo en una tienda en Tabora. Burton insistía en que la fuente se encuentra en el lago Tanganica o en sus proximidades. La encarnizada pelea no terminó hasta 1864 cuando Speke se pegó un tiro (tal vez accidentalmente) el día que iba a debatir en público con Burton. Dicho sea de paso, Speke tenía razón.

Un geógrafo de prestigio llamado Francis Gal ton observaba esta disputa desde una posición de influencia en la Royal Geographical Society y de vez en cuando avivaba las llamas a favor de Burton. El sino de Galton fue inflamar una pelea aún más encarnizada en 1864, una que duraría más de un siglo: la naturaleza contra el entorno. El debate naturaleza–entorno guarda un cierto parecido con la discusión sobre la fuente del Nilo. La ignorancia también hizo prosperar ambos debates; cuanto más llegó a saberse, menos importancia pareció darse a la discusión. Ambos debates parecían también innecesariamente triviales. Indudablemente, lo más importante no era qué lago constituía la fuente del Nilo, sino que en África había dos lagos enormes que la ciencia occidental desconocía. Asimismo, sin duda lo más importante no es si la naturaleza humana es más innata o más aprendida, sino la manera exacta en la que ambas se producen. El Nilo es la suma de miles de arroyos y no puede decirse verdaderamente que uno de ellos sea su fuente; lo mismo ocurre en el caso de la naturaleza humana.

La pasión de Galton era la cuantificación. En su larga carrera inventó, acuñó o descubrió una gran variedad de cosas: el norte de Namibia, los sistemas meteorológicos anticiclones, el estudio de gemelos, cuestionarios, las huellas dactilares, composiciones fotográficas, la regresión estadística y la eugenesia. Pero tal vez su legado más duradero es haber inaugurado el debate naturaleza–entorno y acuñado la frase misma. Nacido en 1822, era nieto del gran científico, poeta e inventor Erasmus Darwin y de su segunda esposa. Encontraba convincente y alentadora la teoría de la selección natural de su medio primo Charles Darwin, atribuyéndola presuntuosamente a una «disposición mental hereditaria que tanto su ilustre autor como yo mismo hemos heredado de nuestro común abuelo, el Dr. Erasmus Darwin». Envalentonado por su propia estirpe, encontró su verdadera vocación en la estadística de la herencia. En 1865, abandonó la geografía y publicó en el Macmillan’s Magazine un artículo sobre «el talento y el carácter hereditarios», en el cual revelaba que los hombres ilustres tienen parientes ilustres. En 1869 lo amplió en un libro llamado Hereditary Genius (El talento hereditario).

Galton afirmaba que el talento viene de familia. Describió exhaustivamente y con entusiasmo estirpes de jueces, estadistas, nobles, comendadores, científicos, poetas, músicos, pintores, clérigos, remeros y luchadores famosos. «Los argumentos por los que me esfuerzo en demostrar que el genio es hereditario consisten en mostrar la gran cantidad de casos en los que hombres más o menos destacados tienen parientes ilustres»[2]. No era un razonamiento muy complicado. Al fin y al cabo, de igual modo podría argumentarse lo contrario, que el ascenso de hombres humildes a las grandes alturas revelaría que los talentos innatos triunfan sobre los inconvenientes de las circunstancias. La acumulación de talento en las familias podría indicar una enseñanza compartida. La mayoría de los críticos pensaba que Galton había exagerado el papel de la herencia y había hecho caso omiso de la contribución de la educación y la familia. En 1872, un botánico suizo, Alphonse de Candolle, afirmaba otro tanto en un libro. Candolle señalaba que los grandes científicos de los dos siglos anteriores habían sido oriundos de países o ciudades tolerantes con las religiones, con extensos vínculos comerciales, un clima suave y gobiernos democráticos; e insinuaba que el logro se debía más a las circunstancias y las oportunidades que al talento natural[3].

El ataque de Candolle impulsó a Galton a escribir en 1874 un segundo libro, English Men of Science: Thar Nature and Nurture (Los hombres de ciencia ingleses: su naturaleza y su entorno), en el que utilizó por primera vez un cuestionario y repitió su conclusión de que los genios científicos nacían, no se hacían. Fue en este libro donde acuñó la famosa aliteración:

La frase «naturaleza y entorno» es un latiguillo de palabras oportuno, ya que bajo dos encabezamientos distintos separa los innumerables elementos de los que se compone la personalidad[4].

Puede que haya tomado prestada la frase de Shakespeare, que en La tempestad hace que Próspero insulte así a Caliban:

Un diablo, un diablo, por su nacimiento, sobre cuya naturaleza nada puede obrar la educación[5].

Shakespeare no fue el primero en yuxtaponer las dos palabras. Tres décadas antes de que La tempestad se representara por primera vez, Richard Mulcaster, un maestro de escuela de la época isabelina, que fue el primer director de la Merchant Taylors School, era tan aficionado a la antifonía de la naturaleza y la educación (nature y nurture) que la utilizó cuatro veces en su libro Positions Concerning the Training Up of Children (Opiniones referentes a la formación de los niños) (1581):

[…] [Los padres] criarán a sus hijos lo mejor que sean capaces, sin preguntarse dónde ni discutir quién: de modo que puedan tener la mejora de la crianza, de lo que tanto admiran, legado por la naturaleza.

[…] Dios había otorgado esa fuerza en la naturaleza, por lo que no hace excepción en la crianza, para aquello que se encuentra en la naturaleza… Si las habilidades naturales no fueran percibidas por quien debe percibirlas: se condene a quienes, por ignorancia, 110 pudieran juzgar, o por negligencia, no pudieran hallar, lo que cuando niños, implantó la naturaleza y la crianza debía agrandar. Lo que siendo así, como la verdad enseña al ignorante y la lectura muestra al erudito, percibimos los hombres naturales, y por razones filosóficas, que las jóvenes mozas merecen la educación: porque poseen ese tesoro, que les pertenece, que les ha regalado la naturaleza y que debe ser mejorado por la crianza[6].

En 1582, Mulcaster repite el contraste en su siguiente libro Elementaries: «La cultura dirige allá donde la natura dispone». Mulcaster era un personaje curioso. Nacido en Carlisle, fue un destacado erudito y famoso reformador de la educación, aunque estricto. Peleó furiosamente con las autoridades escolares y fue un defensor apasionado del fútbol: «El fútbol fortalece y desarrolla los músculos de todo el cuerpo», comentaba. Mulcaster también se dedicó superficialmente al género dramático, escribiendo varios espectáculos teatrales para la Corte real y educando en su escuela a los dramaturgos Thomas Kyd y Thomas Lodge. Algunos creen que inspiró el personaje de Holofernes, el vanidoso maestro de escuela de Trabajos de amor perdidos, de modo que existen muchas posibilidades de que, o bien Shakespeare conoció a Mulcaster, o bien leyó sus obras.

Puede que también Shakespeare haya inspirado las futuras ideas de Galton. Dos de las obras de teatro de Shakespeare, La comedia de las equivocaciones y Noche de Epifanía, giran en torno a las situaciones que crea la confusión de gemelos. El propio Shakespeare fue padre de gemelos y se sirvió de dicha confusión para construir tramas diabólicamente ingeniosas. Tal como señaló Galton, Shakespeare introdujo en Sueño de una noche de verano a un par de «gemelas virtuales»: personas sin relación de parentesco que se habían criado juntas. Hermia y Elena, a pesar de ser «semejantes a dos cerezas mellizas que se diría que están separadas, pero que un lazo común las une»[7] no sólo no se parecen físicamente la una a la otra, sino que se sienten atraídas por hombres distintos y acaban peleándose violentamente.

Galton vio su oportunidad. Un año después escribió un artículo titulado «The History of Twins, as a Criterion of the Relative Powers of Nature and Nurture». (La historia de los gemelos como prueba de los poderes relativos de la naturaleza y el entorno). Al fin tenía una forma respetable de poner a prueba la hipótesis de la herencia, libre de las objeciones planteadas contra su estirpe. Dedujo de manera admirable que había dos clases de gemelos: los gemelos idénticos, nacidos de «dos puntos germinales en el mismo óvulo», y los gemelos no idénticos nacidos «cada uno de un óvulo distinto». No está mal. Por «punto germinal» léase «núcleo» y nos acercamos a la verdad. Sin embargo, en ambos tipos, los gemelos compartían el entorno. Así pues, si los gemelos idénticos (o simplemente, gemelos) tenían una conducta más parecida entre ellos que los gemelos fraternos (o mellizos), entonces la influencia de la herencia se veía respaldada.

Galton escribió a 35 pares de gemelos y 23 pares de mellizos, y recogió anécdotas sobre sus semejanzas y diferencias. Exultante, dio cuenta de los resultados. Los gemelos que se parecían desde su nacimiento seguían siendo semejantes a lo largo de toda su vida, no sólo en apariencia sino también en dolencias, personalidad e intereses. Un par padeció un fuerte dolor en la misma muela a la misma edad. Otro par compró un juego de copas de champán idéntico al mismo tiempo y en un extremo diferente del país para regalárselo uno a otro. Por el contrario, los gemelos que habían nacido distintos eran cada vez más distintos a medida que se hacían mayores. «Nunca se parecieron en nada, ni en cuerpo ni mente, y sus diferencias aumentan día a día», dijo uno de sus entrevistados. «Las influencias externas han sido idénticas; nunca han estado separados». Galton parecía casi desconcertado por la firmeza de sus conclusiones: «No podemos evadirnos de la conclusión de que la naturaleza predomina en gran medida sobre el entorno. […] Mi temor es que posiblemente mis pruebas parezcan demostrar demasiado y por esta razón queden desvirtuadas, ya que el hecho de que el entorno desempeñe un papel tan insignificante parece ir en contra de toda experiencia»[8].

LA SEPARACIÓN DE GEMELOS

Retrospectivamente, se puede encontrar toda clase de errores en el primer estudio de gemelos de Galton. Era pequeño y anecdótico, y el razonamiento era circular: los gemelos se comportaban de manera idéntica. Galton no distinguía genéticamente a los gemelos de los mellizos. Sin embargo, el estudio era extraordinariamente convincente. Hacia el final de su vida, Galton había visto que sus creencias sobre la herencia pasaban de la presunción a la ortodoxia. «No cabe duda de que la naturaleza limita los poderes de la mente del mismo modo que los del cuerpo», dijo The Nation en 1892. «A este respecto, sus opiniones [las de Galton] se han impuesto entre los pensadores de todas partes»[9]. El viejo empirismo de John Locke, David Hume y John Stuart Mill, por el que la mente se contemplaba como una página en blanco sobre la cual la experiencia escribiría su guión, había quedado sustituido por una especie de concepto neocalvinista del destino individual heredado.

Hay dos formas de examinar este fenómeno. Se puede censurar a Galton por dejarse seducir por su «latiguillo oportuno» hasta presentar una falsa dicotomía. Puede considerársele uno de los espíritus malignos del siglo XX que hechizó a las tres generaciones siguientes, de modo que oscilaran como un péndulo entre los extremos ridículos de los determinismos ambiental y genético. Se puede advertir con horror que desde un principio los motivos de Galton eran eugenésicos. En 1869, en la primera página de Heireditary Genius (El talento hereditario), ya ensalzaba las virtudes del «matrimonio sensato», lamentándose de la «degradación de la naturaleza humana» debida a la propagación de los que no son adecuados e invocando el «deber» de las autoridades de hacer uso del poder para cambiar la naturaleza humana mediante una procreación que favorezca la mejora de la raza humana. Estas sugerencias darían lugar a la pseudociencia de la eugenesia. Por lo tanto, y con la perspectiva del tiempo transcurrido, se le puede considerar culpable de una idea que en el siglo venidero sería motivo de desdicha y crueldad para millones de personas, no sólo en la Alemania nazi, sino en algunos de los países más tolerantes del mundo[10].

Todo esto se haría realidad, si bien es un poco grave esperar que nada de ello hubiera sucedido sin Galton, por no decir que debería haber previsto adonde conducirían sus ideas. Incluso el latiguillo oportuno se le hubiera ocurrido pronto a cualquier otra persona. Una lectura más benévola de la historia hubiera considerado a Galton un hombre muy adelantado a su época que dio con una verdad extraordinaria: la de que muchos aspectos de nuestra conducta se inician en cierto modo en nuestro interior, que no somos masilla en manos de la sociedad o víctimas de nuestro entorno. Hasta se podría afirmar —aunque posiblemente sería exagerado— que este concepto era decisivo para mantener viva la llama de la libertad en los despotismos ambientalistas del siglo XX: los de Lenin, Mao y sus imitadores. Las ideas de Galton acerca de la herencia eran notables teniendo en cuenta que no sabía nada de genes. Hubiera tenido que esperar más de un siglo para ver que, al final, el estudio de gemelos demostraba mucho de lo que él había sospechado. En la medida en que se puede hacer que se separen, la naturaleza predomina sobre un tipo de entorno (compartido) cuando se trata de definir diferencias de personalidad, inteligencia y salud entre personas dentro de la misma sociedad. Repárese en las cursivas.

Este es un fenómeno reciente. Hace veinte años, el cuadro era muy distinto. Hacia la década de 1970, la idea de estudiar gemelos a fin de saber más acerca de la herencia se desvaneció. Dos de los estudios de gemelos más extensos posteriores a Galton cayeron en desgracia. En Auschwitz, Josef Mengele sentía una gran fascinación por los gemelos. Los buscaba entre los recién llegados al campo de concentración y los recluía en barracones especiales para su estudio. Lo irónico fue que, debido a este «favoritismo», la tasa de supervivencia entre los gemelos fue más elevada que entre los demás internos; la mayoría de los niños pequeños que sobrevivieron a Auschwitz eran gemelos. A cambio de someterse a prácticas que a menudo eran brutales, y a veces fatales, al menos recibían una alimentación mejor. A pesar de todo, fueron pocos los que sobrevivieron[11].

En Gran Bretaña, el psicólogo educativo Cyril Burt fue reuniendo poco a poco una serie de gemelos que se habían criado separados, lo que le permitió calcular la herencia de la inteligencia. En 1966, cuando publicó todo el conjunto de resultados, afirmó haber encontrado 53 pares de dichos gemelos. Esta era una muestra extraordinariamente grande, y la conclusión de Burt de que el coeficiente de inteligencia (CI) tenía un componente hereditario muy elevado influyó en la política educativa británica. Pero posteriormente resultó que, casi con toda certeza, al menos algunos de los datos se habían falsificado. El psicólogo León Kamin observó que la correlación se había mantenido exactamente igual hasta la tercera cifra decimal aun cuando el conjunto de los datos se extendía a lo largo de varias décadas. Simultáneamente, el Sunday Times afirmó que probablemente dos de los coautores de Burt no existían (sin embargo, uno de ellos reapareció después)[12].

Con una historia como esta, apenas resulta sorprendente que en los años setenta la investigación sobre gemelos fuera un tema envenenado. Sin embargo, el estudio de gemelos ha renacido actualmente como método principal de una disciplina científica conocida como genética de la conducta que ha florecido especialmente en Estados Unidos, Holanda, Dinamarca, Suecia y Australia. Es complejo, polémico, matemático y caro: todo lo que debe ser una ciencia absolutamente moderna. Pero en su esencia se halla la idea de Galton: que los gemelos humanos proporcionan un hermoso experimento natural para discernir las aportaciones de la naturaleza y el entorno.

A este respecto, la fortuna ha sido generosa con los seres humanos. En el reino animal, la capacidad de producir gemelos es, al parecer, bastante rara. Por ejemplo, se desconoce en ratones, los cuales paren camadas de crías diferentes. De vez en cuando, los seres humanos también paren camadas. Entre los blancos, un parto de cada 125 se compone de gemelos «dicigóticos» o mellizos: derivados de dos cigotos u óvulos fecundados. La proporción es mayor entre los africanos y menor entre los asiáticos. Pero un parto de cada 250 se compone de gemelos «monocigóticos», o gemelos sin más, derivados de un único óvulo fecundado. Sin un análisis genético, los gemelos no se pueden distinguir de manera fidedigna de los mellizos, aunque existen señales reveladoras. Sus orejas suelen ser idénticas[13].

La genética de la conducta consiste sencillamente en medir lo similares que son los gemelos, lo diferentes que son los mellizos y cómo acaban siendo unos y otros en caso de que sean adoptados por separado en distintas familias. El resultado es un cálculo del carácter hereditario o la «heredabilidad» de un rasgo cualquiera. Es un concepto resbaladizo que no se comprende suficientemente. Para empezar, es un promedio de población que deja de tener sentido en el caso de un solo individuo: no puede decirse que Hermia tenga más inteligencia heredable que Elena. Cuando alguien dice que la heredabilidad de la altura es del 90 por ciento no quiere —y tampoco puede— decir que el 90 por ciento de mis centímetros son obra de mis genes y el 10 por ciento de mi alimentación. Quiere decir que el 90 por ciento de la variación de la altura en una muestra concreta puede atribuirse a los genes y el 10 por ciento al ambiente. No existe variabilidad de altura en el individuo ni, por consiguiente, tampoco heredabilidad.

Además, la heredabilidad sólo puede medir la variación, no los totales. La mayoría de la gente nace con diez dedos. Lo normal es que los que tienen menos los hayan perdido debido a un accidente —debido a los efectos del medio—. El carácter hereditario del número de dedos es, por lo tanto, casi cero. Con todo, sería absurdo sostener que el ambiente es la causa de que tengamos diez dedos. Desarrollamos diez dedos porque estamos programados genéticamente para desarrollar diez dedos. La variación del número de dedos es lo que viene determinado por el ambiente; el hecho de que tengamos diez dedos es genético. Por lo tanto, y esto es lo paradójico, puede que los rasgos menos heredables de la naturaleza humana sean los que vienen más determinados genéticamente[14].

Lo mismo ocurre con la inteligencia. No se puede decir con exactitud que los genes de Hermia sean la causa de su inteligencia: es obvio que no se puede ser inteligente sin alimentación, cuidados paternos, enseñanza o libros. Sin embargo, en una muestra de personas que posean todas estas ventajas, la variación entre los que aprueban los exámenes y los que suspenden podría ser en realidad cuestión de genes. En ese sentido, la variación de la inteligencia puede ser genética.

Por una casualidad geográfica, de clase o dinero, la mayor parte de los colegios tiene alumnos de ambientes sociales similares. Por definición, dan a estos alumnos una enseñanza similar. Por lo tanto, al haber minimizado la diferencia de influencias ambientales, los colegios han maximizado sin darse cuenta el papel de la herencia: es inevitable que las diferencias entre los alumnos que sacan buenas notas y los que sacan malas notas se atribuyan a sus genes, ya que eso es poco más o menos lo que resta que pueda variar. Una vez más, la heredabilidad es una medida de lo que puede variar, no de lo que es determinante.

Asimismo, en una verdadera meritocracia, en la que todos tienen las mismas oportunidades y el mismo entrenamiento, los mejores atletas serán los que tengan los mejores genes. La heredabilidad de la capacidad atlética se acercará al 100 por ciento. En un tipo de sociedad opuesto, en la que sólo unos pocos privilegiados tienen una alimentación suficiente y la suerte de entrenar, el ambiente social y la oportunidad determinará quién gana las carreras. La heredabilidad será cero. Paradójicamente, por lo tanto, cuanto más igualitaria sea la sociedad, mayor será la heredabilidad y más importancia tendrán los genes.

COINCIDENCIA

Me he extendido deliberadamente en las precauciones antes siquiera de mencionar los resultados de los estudios de gemelos actuales. La historia de esos estudios comienza en 1979 cuando en un periódico de Minneapolis apareció una crónica sobre un par de gemelos oriundos del oeste de Ohio que se habían reencontrado a los cuarenta años. Jim Springer y Jim Lewis se habían criado separados en familias adoptivas desde sus primeras semanas de vida. Intrigado, el psicólogo Thomas Bouchard solicitó reunirse con ellos para consignar sus semejanzas y diferencias. Transcurrido un mes desde su reencuentro, Bouchard y sus colegas examinaron a los gemelos Jim durante un día y quedaron asombrados por sus semejanzas. Aunque se peinaban de modo distinto, sus rostros y voces apenas podían distinguirse. Sus historiales médicos eran muy parecidos: tensión alta, hemorroides, migrañas, «ojo vago», fumaban cigarrillos Salem uno detrás de otro, se mordían las uñas y empezaron a engordar a la misma edad. Como era de esperar, sus cuerpos revelaban un extraordinario parecido. Pero también sus mentes. Los dos eran aficionados a las carreras de stockcars (coches modificados y preparados para carreras) y no les gustaba el béisbol. Ambos tenían talleres de carpintería y los dos habían construido un asiento blanco alrededor del tronco de un árbol del jardín. Fueron de vacaciones a la misma playa de Florida. Algunas de las coincidencias eran, bueno, coincidencias. Ambos tenían un perro llamado Toy. Sus esposas se llamaban Betty. Los dos se habían divorciado de mujeres llamadas Linda. Ambos habían llamado a su primer hijo James Alan (aunque uno lo escribía James Allen).

A Bouchard se le ocurrió que tal vez los gemelos que se criaban separados resultarían no sólo tan parecidos sino más parecidos que los gemelos que se crían juntos. Pudiera ser que en la misma familia las diferencias se exagerasen: un gemelo empezaría a ser un poco más hablador y el otro menos, o algo así. Ahora se sabe que esto es cierto. Los gemelos que como los Jim han separados a una edad muy temprana tienen más semejanzas que los separados a una edad más tardía.

El periodista que había escrito por primera vez acerca de los gemelos Jim entrevistó a Bouchard después de que este se reuniera con ellos y el consiguiente artículo despertó el interés de los medios de comunicación. Los gemelos aparecieron en el programa Tonight de Johnny Carson, y fue entonces cuando las cosas empezaron a ir a más. Otros gemelos empezaron a llamar. Bouchard les invitó a ir a Minnesota y les sometió a numerosas pruebas físicas y psicológicas conducidas finalmente por un equipo de 18 personas. Para finales de 1979,12 pares de gemelos reencontrados se habían puesto en contacto con Bouchard. Para finales de 1980, 21; un año después tenía 39 pares[15].

Ese mismo año, Susan Farber publicó un libro en el que menospreciaba todos los estudios sobre gemelos que se crían separados por no ser fidedignos[16]. Los estudios exageraban las semejanzas, omitían las diferencias y eludían el hecho de que muchos gemelos habían pasado de pequeños muchos meses juntos antes de su adopción o se habían reencontrado muchos meses antes de que los científicos les examinaran. Tal vez algunos de los estudios, como el de Cyril Burt, hasta se habían manipulado del todo. El libro de Farber se consideraba la última palabra en la materia, pero Bouchard lo contempló simplemente como un incentivo para realizar un estudio sin tacha. Estaba decidido a no exponerse a tales acusaciones y consignó cuidadosamente todo lo referente a sus pares de gemelos. Anécdotas aparte, se dedicó a reunir información precisa y cuantitativa sobre las semejanzas. Para cuando se publicaron, sus datos eran casi inexpugnables a las críticas de Farber. Pero eso no significa que el establishment se dejara impresionar. Sus críticos le seguían acusando de que sólo demostraba sus propias suposiciones. Desde luego, estas personas se parecían: vivían en suburbios de clase media similares de ciudades similares; nadaban en los mismos océanos culturales; les enseñaban los mismos valores occidentales.

Pues muy bien, dijo Bouchard, y se puso a buscar mellizos (gemelos dicigóticos) que se hubieran criado separados. Tenía que ser gente que hubiera compartido un útero al igual que una educación occidental. Si sus críticos estaban en lo cierto, entonces también deberían mostrar notables analogías mentales[17], ¿no?

Consideremos el fundamentalismo religioso. En un estudio reciente, Bouchard midió el grado de fundamentalismo de los individuos a través de unos cuestionarios sobre sus creencias. La correlación entre las puntuaciones obtenidas por los gemelos que se habían criado separados es del 62 por ciento; en el caso de los mellizos que se habían criado separados es sólo del 2 por ciento. Bouchard repite el ejercicio con un cuestionario distinto diseñado para extraer una medida más amplia de la religiosidad y sigue obteniendo un resultado irrebatible: 58 por ciento frente a 27 por ciento. Luego muestra un contraste similar entre grupos de gemelos y de mellizos que se han criado juntos. Repite el ejercicio con un cuestionario diferente diseñado para descubrir lo que se llama «actitudes de derechas». Una vez más hay una elevada correlación entre los gemelos que se han criado separados (69 por ciento) y ninguna correlación entre los mellizos que se han criado separados. Suministra a los gemelos otro cuestionario que simplemente enumera frases aisladas y les pide su aprobación o desaprobación: inmigrantes, pena de muerte, películas calificadas X, etcétera. A los que responden no a los inmigrantes, sí a la pena de muerte, etcétera, se les juzga más «de derechas». La correlación entre gemelos separados es del 62 por ciento; la correlación entre mellizos separados, sólo del 21 por ciento. De estudios similares realizados en Australia surgen también diferencias similares[18].

Bouchard no trata de demostrar que existe un gen «dios» o un gen antiaborto. Ni tampoco trata de afirmar que el ambiente desempeñe papel alguno en la determinación de la observancia religiosa. Es absurdo sostener, por ejemplo, que los italianos son católicos y los libios musulmanes porque posean genes diferentes. Simplemente afirma que, sorprendentemente, en una cosa tan típicamente «cultural» como la religión, la influencia de los genes no se puede pasar por alto y se puede medir. Hay un aspecto de la naturaleza humana que es posible heredar en parte, lo que podría llamarse religiosidad, distinto de otros atributos de la personalidad (su correlación con otras medidas de la personalidad tales como la extraversión es baja). Esto se puede detectar utilizando cuestionarios sencillos y predice bastante bien quién acabará siendo un creyente fundamentalista en el seno de una sociedad cualquiera.

Obsérvese de qué modo hasta este simple estudio rebate muchas de las objeciones planteadas por los críticos de la genética de la conducta. Mucha gente sostiene que los cuestionarios son poco serios, toscas medidas de los verdaderos pensamientos de las personas; y eso hace que, simplemente, estos resultados sean conservadores. Los efectos serían probablemente mayores si se pudiera excluir el error de la medida. Muchos sostienen que los gemelos que se han criado separados realmente no han llevado vidas separadas tal como se afirma. A menudo, los gemelos llevaban reunidos muchos años antes de realizar el experimento. Pero si esto es cierto, será igualmente cierto en el caso de los mellizos que se han criado separados. La misma respuesta rebate la objeción frecuente de que al atraer a sus estudios a gemelos que se presentan voluntariamente, Bouchard atrae preferentemente a aquellos que más se parecen[19]. Pero lo que es revelador son las diferencias entre los gemelos y los mellizos, no la semejanza absoluta. Otros dicen que no se puede separar la naturaleza del entorno porque interaccionan. Cierto, pero el hecho de que los gemelos que se han criado separados no difieran en gran medida de los gemelos que se han criado juntos indica que semejante interacción es menos poderosa de lo que muchos creen.

Al hacer la investigación para este libro, encontré que muchas personas tenían una opinión corrosiva acerca del trabajo de Bouchard. No contentas con utilizar los argumentos del párrafo anterior rebatidos mucho tiempo atrás, me recordarían enfáticamente que verificase dónde había conseguido Bouchard los fondos para su investigación: la Pioneer Fund. Esta institución financiera, fundada en 1937 por un multimillonario de la industria textil, está descaradamente a favor de la eugenesia. En su carta de constitución se dice: «Para realizar o ayudar a realizar estudios e investigaciones sobre los problemas de la herencia y la eugenesia en la raza humana en general y estudios e investigaciones semejantes con respecto a animales y plantas, ya que puede que esclarezcan la herencia en el hombre, e investigaciones y estudios sobre los problemas del perfeccionamiento de la raza humana con especial referencia al pueblo de Estados Unidos»[20]. Con sede en Nueva York, está regida por un consejo de administración compuesto principalmente de viejos héroes de guerra y abogados.

Es de suponer que su motivo al apoyar la investigación de Bouchard es que quieren creer que los genes influyen en la conducta, de modo que dan dinero a un investigador que parece estar obteniendo unos resultados que respaldan semejante conclusión. ¿Significa esto que Bouchard y todos sus colegas (sin contar los estudios de gemelos similares realizados en Virginia, Australia, Holanda, Suecia y Gran Bretaña) han falsificado sus datos para complacer a sus financiadores? Parece bastante inverosímil. Además, sólo hay que entrevistarse unos pocos minutos con Bouchard para darse cuenta de que no tiene un pelo de tonto ni es el pelele de nadie, y menos aún un determinista enloquecido deseoso de desatar un nuevo movimiento eugenésico en el mundo. Acepta dinero de la Pioneer Fund porque no le compromete a nada. «Mi norma es que si no me ponen restricciones —a lo que pienso, lo que escribo o lo que hago— aceptaré su dinero»[21].

Hay, por supuesto, un problema con el modo en que se informa de tales estudios. El titular «el gen de x» hace mucho daño, sobre todo debido a la reputación de la que han hecho acopio los genes por ser unos matones invencibles de todo lo que se interpone en su camino. Sin embargo, los defensores del entorno deben cargar con alguna responsabilidad, en primer lugar por crear esta reputación, por equiparar a los genes con la inevitabilidad cuando sostienen que como la conducta no es inevitable, los genes no pueden estar envueltos. Los defensores del entorno manifiestan reiteradamente que «el gen de x» significa un gen que siempre y sólo él es el causante de la conducta x; los defensores de la naturaleza replican que ellos se refieren simplemente a que el gen aumenta la probabilidad de la conducta x en comparación con otras versiones del mismo gen[22]. Cuando la investigadora británica especializada en gemelos, Thalia Eley, anunció en 1999 que las pruebas realizadas a 1500 pares de gemelos y mellizos en Gran Bretaña y Suecia indicaban una fuerte influencia genética en el hecho de que un niño se convirtiera en un matón de escuela, ¿debería haberse quejado o disculpado cuando un periodista expuso su conclusión diciendo: «La conducta de intimidación puede ser genética»[23]? El enunciado más exacto sería «Es posible que las variaciones en la conducta de intimidación sean genéticas en las sociedades occidentales típicas», pero pocos redactores pueden pretender que sus jefes de redacción estén dispuestos a hacer titulares semejantes.

Merece la pena recordar la gran conmoción que provocaron los estudios de gemelos de la década de 1980, cuidadosamente controlados, cuando se presentaron por primera vez. Hasta entonces se pensaba que las diferentes experiencias incluso entre los occidentales de clase media producirían diferencias de personalidad sin ayuda de los genes. La hipótesis a prueba no era «todo está en los genes» sino «no está en los genes en absoluto». He aquí una cita de un importante manual de psicología de la personalidad publicado en 1981, el año en que Bouchard obtuvo por primera vez datos válidos. «Imaginemos las enormes diferencias que se hallarían en las personalidades de gemelos con dotaciones genéticas idénticas si se criaran en familias distintas»[24]. Esto es lo que todo el mundo pensaba, incluso Bouchard. «Miren», dice Bouchard sin tapujos: «cuando empecé, no creía que los genes pudieran influir en esta clase de cosas. La evidencia me convenció»[25]. Los estudios de gemelos han producido una auténtica revolución en la forma de entender la personalidad.

Sin embargo, el verdadero éxito de la genética de la conducta ha sido su perdición. Sus resultados son previsibles hasta el aburrimiento: todo resulta ser heredable. Lejos de ser capaces de dividir el mundo en causas genéticas y ambientales, como quería Galton, los estudios de gemelos han descubierto que casi todo tiene un componente hereditario igualmente fuerte. Cuando Bouchard empezó, esperaba encontrar que ciertas medidas de la personalidad fueran más heredables que otras. Pero transcurridas dos décadas de tales estudios de gemelos separados en muchos países, con muestras cada vez más grandes, la conclusión es inequívoca. Casi todas las medidas de la personalidad presentan una elevada heredabilidad en la sociedad occidental: los gemelos que se crían separados son mucho más parecidos que los mellizos que se crían separados[26]. La diferencia entre un individuo y otro se debe más a las diferencias de sus genes que a factores del entorno familiar.

Los psicólogos de nuestros días definen la personalidad en cinco dimensiones, los llamados «cinco grandes» factores: imparcialidad, rectitud, extraversión, condescendencia y neuroticismo (OCEAN en abreviatura: son las iniciales de Openness, Conscientiosuness, Extroversion, Agreeableness y Neuroticism. N. de la T.). Los cuestionarios pueden extraer resultados personales de estas dimensiones que parecen variar de forma independiente. Se puede ser imparcial (O), exigente (C), extravertido (E), celoso (A) y tranquilo (N). En cada caso, un poco más del 40 por ciento de la variación de la personalidad es debido a factores genéticos directos, menos del 10 por ciento a las influencias ambientales compartidas (es decir, fundamentalmente la familia), y aproximadamente el 25 por ciento a las influencias ambientales únicas que experimenta el individuo (todas las cosas, desde las enfermedades y los accidentes hasta las relaciones que mantiene en el colegio). Más o menos el 25 por ciento restante es simplemente un error de medida[27].

En cierto sentido, lo que han demostrado estos estudios de gemelos es que la palabra «personalidad» significa algo. Cuando decimos de alguien que tiene una cierta personalidad, nos estamos refiriendo a una parte intrínseca de su naturaleza que no está al alcance de la influencia de otras personas: la esencia de su carácter, en palabras de una célebre frase. Por definición, queremos decir algo único a ellos. Sin embargo, después de un siglo de certidumbres freudianas, descubrir lo poco que influye el entorno familiar en ese carácter intrínseco va en contra de la intuición[28].

A este respecto, la personalidad es casi tan heredable como el peso corporal. Según un estudio, la correlación del peso entre dos hermanos cualesquiera es del 34 por ciento. El parecido entre padres e hijos es un poco menor, del 26 por ciento. ¿Cuánto de este parecido se debe al hecho de que viven juntos y toman alimentos similares, y cuánto al hecho de que comparten muchos de los mismos genes? Bien, los gemelos que se crían en la misma familia tienen una correlación del 80 por ciento mientras que los mellizos que se crían juntos sólo tienen un parecido del 43 por ciento, lo que indica que los genes tienen bastante más importancia que los hábitos alimenticios compartidos. ¿Qué pasa con los adoptados? La correlación entre los adoptados y sus padres adoptivos es sólo del 4 por ciento y aquella entre hermanos sin relación de parentesco que viven en la misma familia es sólo del uno por ciento. En contraste, el peso de los gemelos que se crían separados en diferentes familias sigue siendo similar en un 72 por ciento[29].

Conclusión: el peso se debe en gran medida a los genes, no a los hábitos alimenticios, así que ¿desechamos el consejo dietético y nos lanzamos al helado? Por supuesto que no. El estudio no dice nada sobre las causas del peso; sólo revela algo acerca de las causas de las diferencias de peso en el seno de una familia en particular.

Comiendo lo mismo, algunas personas engordarán más que otras. La gente está engordando más en las sociedades occidentales, no porque sus genes estén cambiando, sino porque come más y hace menos ejercicio. Pero cuando cada cual tiene el mismo acceso a la alimentación, los que engordan más rápidamente serán aquellos que tengan unos genes determinados. De modo que la variación del peso puede ser heredada, aunque los cambios, en promedio, puedan ser ambientales.

¿Qué tipo de gen podría hacer que variase la personalidad? Un gen es un conjunto de instrucciones para fabricar una molécula de proteína. El salto desde este epítome de simplicidad digital a la complejidad de la personalidad parece imposible. Sin embargo, hoy día es posible realizarlo por primera vez. Se están descubriendo cambios en la secuencia genética que conducen a cambios en el carácter: el pajar está revelando sus primeras agujas. Considérese el gen de una proteína llamada factor neurotrófico derivado del cerebro, o BDNF (Brain–derived neurotrophic factor), situado en el cromosoma 11. Es un gen corto, un fragmento de texto de ADN de una longitud de 1335 letras. El gen explica claramente en un código de cuatro letras la receta completa de una proteína que actúa en el cerebro como una especie de fertilizante que estimula el crecimiento de las neuronas, y probablemente hace además otras muchas cosas. En la mayoría de los animales, la letra 192 del gen es G, pero en algunas personas es A. Unas tres cuartas partes de los genes humanos portan la versión G, el resto la versión A. Esta minúscula diferencia, sólo una letra en un largo párrafo, es la causa de que se fabrique una proteína ligeramente distinta, con una metionina en lugar de la valina que ocupa la posición 66 de la pro teína. Como todo el mundo tiene dos copias de cada gen, eso significa que hay tres clases de personas en el mundo: las que tienen dos metioninas (met–mets) en sus BDNFs, las que tienen dos valinas (val–vals), y las que tienen una de cada (met–vals). Si se suministra a la gente un cuestionario sobre su personalidad y simultáneamente se descubre qué tipo de BDNF posee, se hallará un efecto asombroso. Los met–mets son a todas luces menos neuróticos que los met–vals que, a su vez, son claramente menos neuróticos que los val–vals[30].

Los val–vals son los más taciturnos, tímidos, inquietos y vulnerables, y los met–mets los menos: cuatro de las seis facetas que conforman lo que los psicólogos denominan la dimensión del neuroticismo. De las otras doce facetas de la personalidad, sólo una (la sinceridad de sentimientos) muestra algún tipo de asociación. Dicho de otro modo, este gen afecta específicamente al neuroticismo.

No se entusiasmen demasiado. Este hallazgo sólo explica una pequeña parte de la variación entre las personas, tal vez un 4 por ciento. Puede que resulte ser una peculiaridad de 257 familias de Tecumseh, Michigan, donde se hizo el estudio. Sin lugar a dudas, no es «el» gen del neuroticismo. Pero, al menos en Tecumseh, es un gen cuya variación explica algunas de las diferencias de personalidad entre dos individuos cualesquiera y, en cierto modo, esto es coherente con la forma normal de describir la personalidad. Es también el primer gen que se ha asociado de un modo tan contundente con la depresión; este hecho ofrece un débil rayo de esperanza médica para uno de los trastornos más comunes y con menos tratamiento de la vida moderna. La lección que deseo extraer de ello no es que este gen concreto resulte especialmente significativo, sino que demuestra lo fácil que es el salto desde un cambio de ortografía en un código de ADN a una verdadera diferencia de personalidad. Con todo, ni yo ni nadie puede decir cómo o por qué este minúsculo cambio produce una personalidad diferente, pero que así lo hace parece casi seguro. El llamamiento a la incredulidad que desean algunos de los críticos de la genética de la conducta —«los genes son sólo recetas de proteínas, no determinantes de la personalidad»— simplemente no convencerá. Un cambio en la receta de una proteína puede producir en realidad un cambio de personalidad. Asimismo, están apareciendo otros genes candidatos.

De modo que no es ninguna locura concluir que la personalidad de las personas difiere más si tienen genes diferentes que si se crían en diferentes familias. Hermia se parece menos a Elena a pesar de haberse criado con ella de lo que se parecen Sebastián y Viola aunque se hayan criado separados. Esto podría parecer obvio hasta el punto de parecer banal. Cualquier padre o madre que tenga más de un hijo advierte diferencias de personalidad espectaculares y sabe con toda seguridad que él o ella no ha puesto nada de su parte. Pero por otro lado, los padres están casi obligados a darse cuenta de las diferencias innatas porque al criar a cada hijo en la misma familia mantienen el entorno constante. La sorpresa de los estudios de gemelos que se crían separados es que parecen mostrar que, si bien los ambientes varían un poco, las diferencias de personalidad siguen siendo fundamentalmente innatas. Aunque el entorno familiar varíe, no deja huella en la personalidad. Esta conclusión surge del modo más riguroso del estudio de gemelos, pero otros estudios de adopción y de relaciones de gemelos y adoptados la respaldan totalmente.

El hecho de criarse en el mismo hogar tiene un efecto despreciable en lo que atañe a muchos rasgos psicológicos[31].

O bien:

El ambiente compartido sólo desempeña un papel pequeño e insignificante en la creación de las diferencias de personalidad en los adultos[32].

Declaraciones como estas parecen dar lugar, rápida pero imperceptiblemente, a la afirmación de que las familias no tienen importancia. La lógica que parece desprenderse de dicha afirmación es: adelante, no prestéis atención a vuestros hijos; su personalidad no se verá afectada. Algunos culpan a los propios investigadores de dejar esta impresión. Sin embargo, lean la letra pequeña y siempre encontrarán prudentes desmentidos de semejante falacia. Una familia feliz proporciona otras cosas además de personalidad: cosas como la felicidad; es absolutamente necesario que un niño se críe en una familia para que desarrolle su personalidad. Con tal de que tenga una familia en la que crecer, el hecho de que sea grande o pequeña, rica o pobre, gregaria o solitaria, vieja o joven, no es tremendamente importante. La familia es algo así como la vitamina C: nos es necesaria y si nos falta nos pondremos enfermos, pero una vez que la tenemos, su consumo adicional no hace que estemos más sanos.

Para los que están apegados a la idea de la meritocracia, este es un descubrimiento alentador. Significa que no hay excusa para discriminar a los que no gozan de los privilegios de la mayoría o para desconfiar de los que se han criado en familias poco corrientes. Una infancia desfavorecida no condena a una persona a una cierta personalidad. El determinismo ambiental es, al menos, una creencia tan despiadada como el determinismo genético, un tema al que tendré ocasión de volver a lo largo de este libro. Así que es una suerte que no tengamos que creer en ninguno de los dos.

Hay que hacer una crítica a los estudios de la personalidad en gemelos, una crítica que iré entrelazando en mi argumento de que los genes son agentes del entorno tanto, al menos, como lo son de la naturaleza. La crítica reside en el hecho de que la heredabilidad depende por completo del contexto. Es posible que la heredabilidad de la personalidad sea elevada en un grupo de americanos de clase media que haya experimentado una modalidad de entorno equivalente, incluso idéntica. Pero si añadimos a la muestra unos cuantos huérfanos de Sudán o los descendientes de unos cazadores de cabezas de Nueva Guinea, probablemente la heredabilidad de la personalidad caería en picado: esta vez el ambiente tendría importancia. Si el ambiente se mantiene constante, lo que varía son los genes: ¡Vaya sorpresa! «Puedo demostrar ante un tribunal de justicia», dice Tim Tully, que estudia los genes de la memoria pero no tiene tiempo para los estudios de gemelos, «que la heredabilidad no tiene nada que ver con la biología»[33]. Por consiguiente, en la medida en que los investigadores que estudian gemelos traten de insinuar que la medida de la heredabilidad es un fin en sí mismo, se están engañando. Y una vez que, sorprendentemente, han obtenido pruebas fehacientes de que los genes sí influyen en la personalidad, no está claro qué van a hacer a continuación. Los estudios de gemelos sin más no ayudan en nada a la hora de revelar cuáles son los verdaderos genes que intervienen.

He aquí por qué. Normalmente, la heredabilidad es máxima en el caso de aquellos rasgos de la naturaleza humana producidos por muchos genes más que por la acción de genes únicos. Y cuantos más genes intervengan, más se debe la heredabilidad a los efectos secundarios que al efecto directo. La criminalidad, por ejemplo, es en gran medida heredable: los niños adoptados acaban teniendo un historial delictivo que se parece mucho más al de sus padres biológicos que al de sus padres adoptivos. ¿Por qué? No es porque existan unos genes específicos de la criminalidad, sino porque hay personalidades específicas que tienen problemas con la ley y esas personalidades son heredables. Como dice Eric Turkheimer, investigador que estudia gemelos: «¿Alguien supone realmente que las personas poco inteligentes, sin atractivo, avaras, impulsivas, emocionalmente inestables o alcohólicas no tienen más probabilidades que cualquier otra de ser criminales o que cualquiera de estas características pudiera ser totalmente independiente de la dotación genética?»[34].

INTELIGENCIA

A pesar del éxito arrollador de los estudios de gemelos, hay unos cuantos rasgos de la conducta humana que resultan ser menos heredables. El sentido del humor muestra una baja heredabilidad: los hermanos adoptados parecen tener un sentido del humor bastante similar, mientras que los gemelos separados lo tienen bastante diferente. Las preferencias alimentarias de la gente no parecen demasiado heredables: las preferencias alimentarias se adquieren de la experiencia temprana, no de los genes (lo mismo les ocurre a las ratas)[35]. Las actitudes sociales y políticas muestran una fuerte influencia del entorno compartido: los padres liberales o conservadores suelen transmitir sus preferencias a sus hijos. La transmisión de la afiliación religiosa también es algo cultural más que genético, aunque no el fervor religioso.

¿Qué ocurre con la inteligencia? El debate sobre la heredabilidad del CI ha estado marcado por la polémica desde su inicio. Las primeras pruebas de CI eran toscas y culturalmente tendenciosas. En la década de 1920, los gobiernos de Estados Unidos y muchos países europeos, convencidos de que la inteligencia era en gran parte hereditaria y alarmados ante la posibilidad de que los torpes se reprodujeras en exceso, empezaron a esterilizar a los deficientes mentales para evitar que transmitieran sus genes. Pero, de repente, en la década de 1960 se produjo una revolución, como en tantos otros debates. A partir de entonces, la sola mención del CI heredable provocaba sangrientas campañas de denuncia, ataques a la reputación y demandas de destitución. El primero en sufrir este tratamiento fue Arthur Jensen en 1969, tras la publicación de su artículo en Herald Educational Review[36]. Para la década de 1990, el argumento de que la sociedad se estaba segregando ella misma mediante casamientos acordes con la clase intelectual y por tanto racial —sostenidos por Richard Herrnstein y Charles Murray en The Bell Curve— provocó otra oleada de furor entre académicos y periodistas[37].

Con todo, sospecho que si se hace una encuesta entre personas corrientes, apenas habrán cambiado sus opiniones a lo largo de un siglo. La mayoría de la gente cree en la «inteligencia»: una aptitud natural (o la ausencia de esta) para la actividad intelectual. Cuantos más hijos tienen, más creen en ella. Esto no les impide creer también que logren sacarla a relucir en los dotados y adiestrarla en los que no están dotados mediante la educación. Pero piensan que hay algo innato.

Los estudios de gemelos que se crían separados o juntos apoyan inequívocamente la idea de que aunque algunas personas son hábiles para ciertas cosas y otras son hábiles para otras, hay una cosa que es la inteligencia unitaria. Es decir, gran parte de las medidas de la inteligencia se correlacionan unas con otras. Las personas a quienes se les dan bien las pruebas de conocimientos generales o de vocabulario son igualmente hábiles para el razonamiento abstracto o las tareas que suponen completar series numéricas. Esto lo observó por primera vez hace un siglo un partidario de Galton, el estadístico Charles Spearman, que llamó gal factor común de la inteligencia general. Actualmente, una medida de g derivada de la correlación entre diferentes pruebas del CI sigue siendo un potente mecanismo de predicción de los buenos resultados que un niño obtendrá en el colegio. El g se ha investigado más que cualquier otro asunto en el campo de la psicología. Las teorías de la inteligencia múltiple van y vienen, pero el concepto de inteligencia correlacionada simplemente perdurará.

¿Qué es g? Algo que aparece tan real en las pruebas estadísticas debe tener seguramente una manifestación física en el cerebro. Es algo que tiene que ver con la rapidez de pensamiento o el tamaño cerebral, ¿o es algo más sutil? Lo primero que hay que decir es que la búsqueda de los genes de g ha supuesto una enorme desilusión. Ninguno de los genes capaces de producir retraso mental cuando dejan de funcionar demuestran tener efecto alguno sobre la inteligencia cuando se alteran de un modo más sutil. Un examen aleatorio de los genes de personas inteligentes para ver si difieren de manera sistemática de los genes de personas normales sólo ha producido hasta ahora una correlación estadística razonable (en el caso del gen IGF2R del cromosoma 6) y más de 2000 resultados fallidos. Esto puede querer decir simplemente que el pajar es demasiado grande y las agujas demasiado pequeñas. Los genes candidatos tales como el PLP, que parece influir sobre la velocidad de la transmisión neuronal, sólo se han demostrado capaces de explicar una pequeña medida del tiempo de reacción y no se correlacionan bien con g: la teoría de la rapidez mental de la inteligencia no parece prometedora[38].

El único rasgo físico que predice claramente la inteligencia es el tamaño del cerebro. La correlación entre el volumen cerebral y el CI es aproximadamente del 40 por ciento, una cifra que deja mucho espacio para los genios de cerebro pequeño y los torpes de cerebro grande, pero aun así sigue siendo una correlación acusada. Los cerebros están compuestos de materia blanca y materia gris. Cuando en 2001 el escáner cerebral llegó a la fase en la que se podía comparar la cantidad de materia gris en el cerebro de las personas, un estudio holandés y otro finlandés hallaron una elevada correlación entre g y el volumen de materia gris, sobre todo en ciertas partes del cerebro. Ambos hallaron también una enorme correlación entre el volumen de materia gris en gemelos: un 95 por ciento. Los mellizos sólo presentaban una correlación del 50 por ciento. Estas cifras indican algo cuyo control es casi puramente genético, dejando muy poco espacio a la influencia ambiental. El volumen de materia gris tiene que «deberse totalmente a factores genéticos y no a factores ambientales» en palabras de Danielle Posthuma, la investigadora holandesa. Estos estudios no nos acercan a los verdaderos genes de la inteligencia, pero apenas dejan lugar a dudas sobre su presencia. La materia gris está constituida por los cuerpos celulares de las neuronas; la nueva correlación supone la posibilidad de que las personas más inteligentes tengan literalmente más neuronas, o más conexiones entre neuronas, que la gente normal. Tras el descubrimiento de la función del gen ASPM en la determinación del tamaño cerebral mediante el número de neuronas (capítulo 1), empieza a dar la impresión de que pronto se descubrirán algunos de los genes de g[39].

Sin embargo, g no lo es todo. Los estudios de gemelos sobre la inteligencia también ponen de manifiesto el papel del entorno. A diferencia de la personalidad, la inteligencia sí parece recibir una fuerte influencia de la familia. Estudios sobre la heredabilidad del CI en gemelos, adoptados y combinaciones de ambos, han llegado poco a poco a la misma conclusión. Aproximadamente el 50 por ciento del CI es genético, un 25 por ciento está influido por el ambiente compartido y otro 25 por ciento influido por factores ambientales únicos a cada individuo. Por consiguiente, la inteligencia destaca sobre la personalidad en que es mucho más susceptible a la influencia familiar. El hecho de vivir en un hogar intelectual eleva nuestras probabilidades de ser intelectuales.

Sin embargo, estas cifras promedio ocultan dos rasgos muchísimo más interesantes. En primer lugar, se pueden encontrar muestras de personas en las que la variación del CI es mucho más ambiental y mucho menos genética que la media. Eric Turkheimer halló que la heredabilidad del CI depende en gran medida de la condición socioeconómica. En una muestra de 350 pares de gemelos, muchos de los cuales se han criado en condiciones de extrema pobreza, aparece una clara diferencia entre los más ricos y los más pobres. Entre los niños más pobres, el ambiente compartido y no el tipo genético explica prácticamente toda la variabilidad entre sus CI; en las familias más ricas, ocurre todo lo contrario. Dicho de otro modo, vivir de unos pocos miles de dólares al año puede, en el peor de los casos, afectar gravemente a la inteligencia. Pero vivir de una renta de 40 000 o 400 000 dólares al año apenas cambia las cosas[40].

Este es un descubrimiento que tiene una importancia política evidente. Ello supone que elevar la red de seguridad de los más pobres hace más por equiparar las oportunidades que por reducir las desigualdades en las clases medias. Esto viene a confirmar la verdad a la que aludí anteriormente: que aun cuando los genes expliquen totalmente la variación en el rendimiento, esto no significa que el ambiente no tenga su importancia. La razón de que se hallen efectos genéticos tan intensos en la mayoría de las muestras es que gran parte de las personas que componen dichas muestras viven en familias suficientemente felices, prósperas y protectoras. Si no fuera así, sufrirían muchísimo. Casi con toda seguridad, ocurre también lo mismo en lo que atañe a la personalidad. Puede que siendo un poquito estrictos nuestros padres no hayan logrado alterar nuestra personalidad adulta. Pero podemos estar seguros de que lo habrían hecho si nos hubieran encerrado en nuestra habitación diez horas al día durante semanas seguidas.

Recordemos la heredabilidad del peso. En una sociedad occidental con abundancia de alimentos, los que engordan más deprisa serán los que tengan unos genes que les induzcan a comer más. Pero en una zona desolada de Sudán, por ejemplo, o de Birmania, donde lo que domina es la extrema pobreza y la hambruna es una realidad inminente para muchas personas, todos pasan hambre y los gordos son probablemente los ricos. En este caso, la variación del peso está producida por el ambiente, no por los genes. En la jerga científica, el efecto del ambiente no es lineal: en los extremos tiene efectos drásticos. Pero en el medio moderado, un pequeño cambio ambiental surte un efecto despreciable.

La segunda sorpresa oculta en las cifras promedio es que, con la edad, la influencia de los genes aumenta y la del ambiente compartido desaparece poco a poco. Cuanto mayores somos, menos predice nuestro CI el ambiente familiar y más nuestros genes. Puede que un huérfano de padres brillantes adoptado en una familia de obtusos sea un mal estudiante en el colegio, pero de adulto podría acabar siendo un brillante profesor de mecánica cuántica. Un huérfano de padres obtusos criado en una familia de premios Nobel podría sacar buenas notas en el colegio, pero puede que cuando llegue a adulto tenga un puesto de trabajo que apenas requiera lectura u honda reflexión.

Numéricamente, la aportación del «ambiente compartido» a la variación del CI en una sociedad occidental es aproximadamente del 40 por ciento en personas menores de veinte años. Después cae rápidamente a cero en grupos de más edad. Ya la inversa, la aportación de los genes a la variación del CI aumenta del 20 por ciento en la niñez al 40 por ciento en la infancia y al 60 por ciento en los adultos, y tal vez incluso al 80 por ciento en personas que pasan de la mediana edad[41]. Dicho de otro modo, el efecto de criarse en el mismo ambiente que otra persona influye mientras se siga viviendo en ese ambiente, pero no se mantiene más allá del periodo de crianza compartida. Los hermanos adoptivos tienen CI en parte análogos mientras viven juntos. Pero de adultos, sus CI no presentan ninguna correlación. En la edad adulta la inteligencia es como la personalidad: heredada en su mayor parte, parcialmente influida por factores únicos al individuo y apenas afectada por la familia en la que uno crece. Este es un descubrimiento «contraintuitivo» (counterintuitive) que demuestra la falsedad de la vieja idea de que primero vienen los genes y luego el entorno.

Lo que esto parece reflejar es que la experiencia intelectual de un niño viene generada por otros. Por el contrario, un adulto genera sus propios afanes intelectuales. El «ambiente» no es algo genuino e inflexible: es un conjunto único de influencias que el propio individuo elige activamente. El hecho de tener una determinada serie de genes predispone a una persona a experimentar un ambiente determinado. Tener genes «atléticos» hace que quiera practicar un deporte; tener genes «intelectuales» hace que opte por actividades intelectuales. Los genes son agentes del entorno[42].

Paralelamente, ¿cómo afectan los genes al peso? Es de suponer que mediante el control del apetito. En una sociedad opulenta, los que más engordan son los más hambrones y por eso comen más. La diferencia entre un occidental gordo por naturaleza y uno delgado por naturaleza reside en el hecho de que es más probable que el primero se compre un helado. ¿Es el gen o el helado lo que causa la obesidad? Bueno, obviamente los dos. Los genes hacen que el individuo salga y se exponga a un factor ambiental, en este caso el helado. Seguramente tiene que ser lo mismo en el caso de la inteligencia. Es probable que los genes influyan más sobre el apetito que sobre la aptitud. Los genes no nos hacen inteligentes; hace que las probabilidades de que disfrutemos aprendiendo sean mayores. Puesto que lo disfrutamos, pasamos más tiempo haciéndolo y desarrollamos nuestra inteligencia. La naturaleza sólo puede actuar a través del entorno. Sólo puede actuar incitando a la gente a seleccionar las influencias ambientales que satisfagan sus apetitos. El ambiente actúa como un multiplicador de pequeñas diferencias genéticas, impulsando a los niños atléticos hacia los deportes que les gratifiquen e impulsando a los niños inteligentes hacia los libros que les complazcan[43].

La principal conclusión de la genética de la conducta es contraintuitiva en extremo. Nos dice que la naturaleza desempeña un papel en la determinación de la personalidad, la inteligencia y la salud: que los genes son importantes. Pero no nos dice que este papel está a expensas del entorno. Si acaso, demuestra de un modo bastante llamativo que el entorno tiene exactamente la misma importancia, aunque inevitablemente no es tan fácil discernir cómo (no existe un equivalente ambiental al experimento natural que generan los gemelos y mellizos). Galton estaba totalmente equivocado en un aspecto importante. La naturaleza no triunfa sobre el entorno; no compiten; no son rivales; no se trata en absoluto de enfrentar a la naturaleza con el entorno.

Paradójicamente, si la sociedad occidental ha llegado al punto en el que la heredabilidad de la inteligencia es tan elevada, entonces quiere decir que hemos alcanzado algo cercano a una meritocracia en la que el ambiente no tiene importancia. Pero esto revela también algo verdaderamente sorprendente acerca de los genes, y es que varían dentro de los límites normales de la conducta humana. Se podría esperar que los genes fueran como la vitamina C o las familias: se vuelven restrictivas sólo cuando no funcionan bien. De modo que los genes defectuosos podrían producir mentes defectuosas raras, lo mismo que causan enfermedades raras. La depresión aguda, la enfermedad mental o la incapacidad mental podrían estar producidas por variaciones raras en los genes, del mismo modo que una educación rara y extravagante podría ser la causa de todas esas cosas. Esto sería, pues, la perfecta utopía en la cual, siempre que cada cual tuviera genes normales y una familia normal, todos tendrían la misma personalidad e inteligencia potenciales. Los detalles se reducen a la casualidad o las circunstancias.

Pero esto no es así. La genética de la conducta es muy rigurosa a la hora de revelar que existen diferencias genéticas que son comunes y que afectan a nuestras personalidades dentro de los límites normales de la experiencia humana. Hay val–vals y met–mets entre nosotros, no sólo en el caso del gen BDNF, sino en el de muchos otros genes que afectan a la personalidad, la inteligencia y otros aspectos de la mente. Al igual que algunas personas tienen más capacidad genética para fortalecer los músculos que otras, según la versión del gen ACE que posean en el cromosoma 17[44], otras tienen más capacidad genética para absorber educación según las versiones que posean de algunos genes desconocidos. Estas mutaciones no son raras; son corrientes.

Desde el punto de vista del biólogo evolutivo, esto es un escándalo. ¿Por qué existe tanta variación genética «normal» o, por denominarlo propiamente, polimorfismo? Seguramente, las variantes «inteligentes» de los genes conducirían poco a poco a la extinción de las «estúpidas», y las flemáticas expulsarían a las excitables. Inevitablemente, un tipo debe ser superior al otro facilitando la supervivencia o proporcionando ventajas reproductivas. Un tipo debe, por lo tanto, dotar a su propietario de una mayor capacidad para ser un ascendiente fecundo. Sin embargo, no existen pruebas de que los genes se extingan de esta manera. Lo que parece que hay en el seno de la población humana es una especie de convivencia feliz de diferentes versiones de genes.

Lo enigmático es que haya más variación genética en la población humana de lo que la ciencia tiene derecho a esperar. Recordemos que la genética de la conducta no descubre lo que determina la conducta; descubre qué es lo que varía. Y la respuesta es que los genes varían. Contrariamente a la opinión popular, a la mayoría de los científicos les encantan los enigmas. Se dedican a descubrir nuevos misterios, no a catalogar realidades. Los investigadores de bata blanca viven en la sombría esperanza de descubrir un enigma o una paradoja realmente excelente. Y he aquí un ejemplo magnífico.

Existe una multitud de teorías para explicar el enigma, aunque ninguna que sea totalmente satisfactoria. Tal vez nosotros, los seres humanos, hemos atenuado tanto la selección natural manteniéndonos vivos con ayuda de la tecnología que nuestras mutaciones han proliferado. Pero entonces ¿por qué está presente la misma variación en otros animales? Quizás existe una forma suave de selección que mantiene el equilibrio y que siempre favorece las variantes raras, evitando así que los genes raros se extingan. No cabe duda de que esta idea parece explicar la variabilidad del sistema inmunológico, ya que la enfermedad favorece las versiones raras de los genes atacando a las comunes, pero la evidencia de por qué esto debería conservar el polimorfismo en la personalidad no es inmediata[45]. Tal vez la elección de pareja alienta la diversidad. O quizás alguna idea nueva, hasta ahora desconocida, explicará el fenómeno. Las explicaciones antagónicas del polimorfismo ya estaban siendo motivo de divisiones enconadas entre los evolucionistas en la década de 1930, y todavía no se ha llegado a un acuerdo.

SUBRAYAR LO POSITIVO

Llegado a este punto, lo normal es que un libro sobre genética de la conducta se descolgara con una crítica corrosiva de un lado o del otro del debate herencia–entorno. Una de dos, o sostengo que el motivo de los estudios de gemelos es dudoso, su proyecto defectuoso, su interpretación estúpida y que probablemente alientan el fascismo y el fatalismo, o sostengo que constituyen un correctivo razonable y moderado al dogma absurdo de la tabla rasa, lo cual nos ha obligado a intentar creer que no existe tal cosa como la personalidad o la inteligencia innatas y que todo es culpa de la sociedad.

En cierto modo simpatizo con ambas ideas. Pero estoy decidido a resistir la tentación de dedicarme a este tipo de comentarios, los cuales han complicado el debate herencia–entorno. La filósofa Janet Radcliffe–Richards ha captado muy bien el quid de la cuestión: «Si comprobamos minuciosamente cualquiera de las afirmaciones acerca de lo que se cree que han dicho los adversarios, puede que nos quedemos bastante sorprendidos por la dimensión de las citas erróneas, las citas sacadas de contexto, la búsqueda de la peor interpretación de lo que se dice y la flagrante tergiversación que se produce»[46]. En mi experiencia, los científicos se equivocan con mucha frecuencia cuando se critican unos a otros. Cuando defienden que su idea preferida es cierta y que otra idea es por lo tanto falsa, pueden tener razón sobre la primera y estar equivocados sobre la segunda; ambas ideas pueden ser ciertas en parte. Al igual que los exploradores que discuten sobre qué tributario es la fuente del Nilo, no caen en la cuenta de que el Nilo necesita ambos tributarios o sería un riachuelo. Cualquier genetista que diga que ha descubierto una influencia a favor de los genes y que por consiguiente el ambiente no desempeña papel alguno, está diciendo tonterías. Y cualquier defensor del entorno que diga que ha descubierto un factor ambiental, y que por lo tanto los genes no tienen ningún papel, está diciendo tonterías igualmente.

La historia del CI contiene un ejemplo clarísimo de este fenómeno. El efecto Flynn, así llamado en honor a su descubridor James Flynn, es el hecho extraordinario de que las puntuaciones promedio del CI aumentan constantemente a un ritmo de al menos cinco puntos por década. Esto demuestra que el ambiente influye en el CI y supone que, en comparación con nuestros abuelos, todos nosotros estamos al borde de la genialidad, lo cual no parece probable. No obstante, hay algo acerca de la vida moderna, ya sea la nutrición, la educación o la estimulación mental, que está haciendo que cada generación obtenga mejores resultados en las pruebas del CI que sus padres. Uno o dos partidarios del entorno (ninguno de ellos Flynn) sostenían con aire triunfante que, por lo tanto, el papel de los genes debía ser menor de lo que se había pensado. Pero la analogía de la altura muestra que esta es una conclusión errónea. Gracias a una mejor nutrición, cada generación es más alta que sus padres, pero nadie sostendría que por ello la altura es menos genética de lo que se pensaba. En realidad, ya que actualmente hay más gente que alcanza toda su estatura potencial, la heredabilidad de la variación de la altura probablemente esté aumentando.

El propio Flynn cree ahora que entiende su propio efecto atribuyéndolo al modo en que el apetito refuerza la aptitud. Durante el siglo XX, la sociedad recompensaba cada vez más la búsqueda del rendimiento intelectual y escolar por parte de los niños. Así premiados, respondían ejercitando más las partes pertinentes del cerebro. Igualmente, el invento del baloncesto ha animado a muchos niños a poner en práctica sus destrezas para ese deporte. En consecuencia, cada generación es más apta para el baloncesto. Dos gemelos tienen habilidades baloncestísticas parecidas porque empezaron con una aptitud similar, lo cual despertó en ellos el mismo apetito por el juego, lo que trajo consigo las mismas oportunidades de practicarlo. Es la aptitud y el apetito, no una u otro. Por lo tanto, un gemelo, al tener los mismos genes que su hermano gemelo, sale de casa y adquiere la misma experiencia[47].

EUTOPÍA

Hacia el final de su larga vida, Francis Galton sucumbió a una tentación que sobreviene a muchos hombres ilustres. Escribió una utopía. Como todas las descripciones de la sociedad ideal, desde Platón y Tomás Moro en adelante, dicha utopía representa la clase de estado totalitario que nadie en su sano juicio desearía habitar. Es útil para recordar un tema que será recurrente a lo largo de este libro: el pluralismo en las causas de la naturaleza humana es decisivo. Galton tenía razón acerca de que los factores heredables ejercen una fuerte influencia sobre la naturaleza humana, pero se equivocaba al pensar que el entorno, por lo tanto, no tiene importancia.

Galton escribió su libro en 1910, cuando ya era octogenario. Se llamaba Kantsaywhere, y pretende ser el diario de un hombre, profesor de estadística vital, llamado Donoghue. Este hombre llega a Kantsaywhere, una colonia gobernada por un concejo conforme a un plan totalmente eugenésico. Conoce a Miss Augusta Allfancy, quien está a punto de hacer un examen para un programa de estudios avanzados para estudiantes excepcionales en el Eugenics College.

Las políticas eugenésicas de Kantsaywhere fueron inventadas por Mr. Neverwas, que dejó su dinero para que sirviera al perfeccionamiento de la raza humana. A los que sacan buenas notas en los exámenes eugenésicos por tener talentos heredables les recompensan de diversas maneras; a los que aprueban sin más sólo les permiten procrear a pequeña escala; a los que suspenden les envían a colonias de trabajo en las que sus tareas no son especialmente pesadas, pero deben permanecer solteros. La propagación de los que no son adecuados es un crimen contra el estado. Donoghue acompaña a Augusta a varias fiestas donde ella conoce a posibles cónyuges, ya que se casará a los 22 años.

Afortunadamente para Galton, Methuen rehusó publicar la novela y su sobrina nieta Eva logró evitar su excesiva divulgación[48]. Al menos ella comprendió lo vergonzoso que era; nunca pudo haberse dado cuenta de que la sociedad controlada de Galton constituiría también una horrible profecía para el siglo XX.