12

Bonnie estaba más contenta que nunca en su vida. Estaba tendida en su limpia y acogedora cama y estrechaba entre sus brazos a las dos personas que más le importaban en el mundo. Namelok y Libby habían dormido profundamente mientras Leon y Bonnie se amaban, pero luego Namelok se había despertado y, para que no molestara a Libby con sus berridos, Bonnie la había colocado entre Leon y ella. Ahora estaba muy a gusto, acurrucada en el cálido lecho y protegida por el brazo de Bonnie. Y Leon, por su parte, las tenía abrazadas a ambas.

—Sabes que vamos las dos en el mismo paquete, ¿verdad? —preguntó Bonnie, siguiendo con el dedo la dulce carita de Namelok y luego las anchas facciones de Leon.

Él se señaló y sonrió satisfecho.

—¡Papá! —dijo, haciendo cosquillas en la barriguita de la niña—. Esta primera palabra que decir. Si no, pensármelo dos veces.

—La primera palabra será «mamá» —protestó Bonnie—. En eso ya nos pusimos de acuerdo. Pero es inteligente y aprende rápido. Seguro que pronto sabrá decir las dos palabras a la vez.

—Mamá y papá… —Leon se inclinó sobre Bonnie y la besó y luego a la niña—. ¡Será muy, muy bonita!

Se sobresaltó cuando Bonnie se enderezó de golpe.

—¡Hay alguien en la puerta! —La habitación no estaba del todo a oscuras. Bonnie había encendido una vela cuando Namelok se había despertado—. ¡Escucha!

—Ahora no podemos ir llamando a todas las puertas. —La voz de Jefe llegaba apagada desde el exterior—. O despertaremos a todos los esclavos.

Bonnie abrió la puerta.

—¡Aquí no hay esclavos! —le espetó al hombre que estaba delante del umbral—. Todos somos libres. ¿Qué quieres ahora, Jefe? —Retrocedió asustada al reconocer a la mujer que lo acompañaba—. ¿Y qué quiere ella? ¿Es que no prometiste dejarme en paz?

Simaloi se adelantó.

—¡A mí prometer recoger niño! —respondió—. Mi hija. Masai. Llevar a campamento.

Pero entonces resonó la voz penetrante de Leon.

—¿Qué es masai? —preguntó—. ¿Desde cuándo masai en La Española? ¿Dónde tus bueyes, mujer? ¿Dónde tu marido matar león para ser hombre?

Simaloi miró al corpulento negro, sorprendida de sus conocimientos sobre las costumbres de su tribu.

—¡Mi marido matar muchos hacendados blancos para ser hombre! —respondió movida por el odio—. Ellos peores que leones. ¡Y yo tener bueyes! Y sitio para bueyes y comida para bueyes. ¡Pronto nadie protestar contra bueyes! César pronto jefe de nuestra tribu en montaña. ¡Entonces para mí y Namelok muchos bueyes! —Lanzó una mirada triunfal a Bonnie, quien seguramente no tenía ni un solo buey en propiedad.

Bonnie respiró hondo.

—Así que lo has conseguido. —Se volvió hacia Jefe con frialdad—. Eso que siempre has soñado. Todavía recuerdo las horas que me hablabas de Akwasi y del gran guerrero que había sido en Nanny Town. Y ahora tú… ¿Qué ha pasado con el Espíritu a quien teníais que salvar?

—¡Espíritu muerto! —respondió Simaloi con un tono más objetivo que apesadumbrado—. Ahora César jefe.

—¡Sima! —la amonestó Jefe—. ¡Es un secreto! Aunque no para Bonnie… —Y esbozó aquella sonrisa seductora a la que su compañera pirata siempre se había rendido—. Para ti no tenemos secretos. Siempre puedes venir a formar parte de nosotros. Serías muy… estimada, como Sima dice. Yo…

Bonnie rio escéptica.

—¿Y yo qué sería? —preguntó—. ¿Tu segunda esposa?

Jefe la miró un instante. Nunca la había considerado atractiva, pero ahora le pareció realmente bonita. Llevaba un viejo camisón de puntillas de Deirdre y unos aros de colores en las orejas que daban a su rostro un aire más suave y femenino. Bonnie ya no estaba flaca, sus pechos se dibujaban bajo el camisón y los bucles del cabello le caían sobre la espalda. Si eso ponía paz entre las dos mujeres y concluía la desagradable lucha por esa niña… No dependía de él. De todos modos, en la tribu de Sima era habitual tener más de una esposa… Olvidó que no demasiado tiempo atrás lo encontraba extraño.

—Si así lo deseas, Bonnie —dijo con suavidad—. Sé que siempre lo has deseado.

—¿Y yo? —Leon se enderezó. Estaba desnudo y no quería ponerse en pie y encararse con los recién llegados para no despertar a Namelok—. Ella prometer nosotros casar.

Por lo visto esos días se habían hecho y roto muchas promesas. Pero Bonnie ya hacía un gesto de rechazo. Ignoró también el brazo que Jefe le tendía.

—Pasará lo mismo que en Nanny Town, ¿verdad? —Se mofó—. Igual que con tu padre. Una esposa principal y un par de mujeres adicionales… ¿Sería yo la primera o la segunda esposa, Jefe? ¿O la tercera? ¿A lo mejor hasta te llevas a Deirdre?

Simaloi apretó los labios. No pensaba compartir su cabaña con la mujer que reclamaba sus derechos sobre la niña, y menos aún con esa Deirdre a la que también se había mencionado en la cocina de la plantación. No obstante, se sintió obligada a defender a Jefe.

—¿Y qué? —preguntó mordaz—. ¿Qué hay malo? Masai vivir así desde tiempos muy lejos. A mí no importar si tú segunda esposa o yo segunda esposa. Tú también poder cuidar a la niña. Grandes guerreros siempre tener más de una esposa…

Bonnie dejó escapar una risa amarga.

—Ah, sí, qué bonito. Como en la antigua África. ¿Qué se dice? ¿Idílico? —Orgullosa de recordar esta palabra, miró a Jefe y Simaloi—. Seguro que te han contado muchas cosas al respecto… ¿Cómo te llamas? ¿Sima?

—¡Simaloi! —exclamó dignamente la masai.

Bonnie prosiguió:

—Igual como Jefe también me las ha contado a mí. Horas y horas hablando de celebraciones de Nanny Town, de proezas de Abuela Nanny, de música de los ashanti y de cuerno de guerra que convocaba a los hombres. De que ese lugar era inexpugnable y los cimarrones muy valientes… Todavía me acuerdo, Jefe. Qué cuentos tan bonitos.

—¡No eran cuentos! —protestó él.

Bonnie resopló.

—No —dijo, clavándole la mirada—. Los cuentos tienen un final feliz. ¿Y le has contado a tu Simaloi cómo acabó Akwasi? El gran guerrero, Sima, murió en un campo de cultivo de caña de azúcar, le dispararon como a un perro cuando intentaba huir por tercera vez. Antes ya le habían cubierto de sangre la espalda a latigazos, pero él nunca cedía. Y ni un segundo pensó en su esposa, a la que nunca podía ver, ni en su hijo, al que no tenía nada más que ofrecer que cuentos…

—¡Así es la guerra! —exclamó Jefe—. También Akwasi peleó, a su manera.

—¡Ya sabes lo que te espera! —Bonnie miró a Simaloi—. César se pondrá a la cabeza de los rebeldes y marchará a la batalla. Y en cuanto el gobernador se harte estallará la guerra en vuestro campamento. Volverás a ser una esclava, Sima. Y Namelok contigo.

—¡Yo también luchar! —gritó Simaloi irritada—. Yo también matar a blancos. ¡Yo odiar a blancos! ¡Nosotros ganar! ¡Nosotros dueños de Saint-Domingue!

—¿Y a Namelok la llevaréis con vosotros? —preguntó cortante Bonnie—. ¿A vuestra guerra? ¿De un escondite a otro? ¿De una plantación a otra para ir reclutando seguidores? ¿Corriendo siempre el riesgo de ser descubiertos y abatidos? ¡No lo permitiré! ¡No os la voy a dar!

—¡Pero yo querer ella! —chilló Simaloi—. ¡César, coge niña! ¡Es mía, es masai!

Jefe vacilaba. Una vez más se encontraba impotente entre las dos mujeres. Él lo único que quería era marcharse de allí. Lo estaban esperando bajo los mangles rojos. Y aquí no había avanzado ni un centímetro.

—Bonnie… —dijo Jefe con tono afligido—. Simaloi…

Entretanto, Leon se había levantado y, envuelto en una sábana, había levantado a Namelok sin despertarla. Sostenía a la niña en brazos y se volvió hacia su madre. Bonnie quiso colocarse entre él y Simaloi, no fuera a ser que le diera la niña. Pero tanto Leon como Sima eran una cabeza más altos. Y Leon habló por encima de ella.

—Amiga hablarme del pueblo masai. Amiga de la misma plantación que yo. A lo mejor de tu misma familia, no hay muchos esclavos masai…

—¡No es fácil capturar masai! —dijo con orgullo Sima—. Grandes guerreros.

—No tan grandes —señaló Leon—. Más pacíficos. Sankau hablarme de la vida en aldea. De las danzas de los hombres, que saltan muy alto, como antílopes… —Insinuó un baile y Simaloi sonrió—. De mujeres que construyen casas, de que no matan bueyes, solo coger su sangre. De grandes familias y grandes ceremonias. Cuando circuncidar a los niños se convierten en hombres. O cuando toman mujer, haber gran fiesta, y la mujer muy guapa, con largos aros en las orejas hechos con huesos… Todo muy bonito, ¿verdad, Sima? Tú querer esto para Namelok…

Simaloi asintió. Las lágrimas acudieron a sus ojos ahora que le recordaban su antigua vida.

—¡Pero blancos romperlo todo! —prosiguió Leon. Su voz suave, casi hipnótica, parecía hechizar a Simaloi—. Y ahora tú odiarlos. Ahora tú luchar. Tú querer libertad. Tú querer esto para Namelok.

—¡Y nosotros vencer! —añadió Simaloi—. ¡Nosotros vencer! Ahora darme niña.

Leon suspiró.

—Nosotros seguro vencer. Algún día libres. Pero ¿cuándo? Seguro que no pronto. No ahora que Espíritu muerto. Esperar dos años, cinco… o diez. A lo mejor morir… ¿César? —Suponía que el intruso era el pirata de Bonnie, pero no estaba seguro—. También posible morir, Simaloi. Nada seguro. Solo una cosa segura: todo el tiempo no igual que con masai en África. Todo el tiempo no despertar y estar segura con familia y bueyes y cabras y mucha tierra para viajar con rebaño. Solo escapar, Simaloi. Y miedo, despertar con miedo…

—¡Yo no tengo miedo! —intervino Jefe.

—¡Mujeres masai no miedo! —declaró Simaloi.

Pero su mirada se había ablandado. Bonnie se percató de que ya no contemplaba a Namelok como si fuera un trofeo de guerra, sino como en el mercado de esclavos. Con una mirada colmada de amor.

—Entonces odio —puntualizó Leon—, despertar con odio. ¿Te acuerdas, Simaloi, de despertar sin odio?

La hermosa mujer bajó la cabeza.

—Si dejar Namelok aquí, ella no ser masai —susurró.

—Tampoco en vuestro campamento será masai. —Bonnie alzó la voz, pero Leon le pidió que callara.

—Yo hablarle de masai —le aseguró solemnemente—, cantar canción para ella.

Meció a Namelok mientras cantaba, buscando las palabras con cierta inseguridad, pero era la misma canción que Simaloi había cantado en la casa del negrero. Un leve sollozo interrumpió la melodía. Y un instante después el llanto estremecía a la orgullosa masai. Bonnie miró a Jefe exhortándole y él cogió a Sima entre sus brazos. Ese estallido de lágrimas lo había dejado atónito, era la primera vez que veía a la esbelta negra llorar.

Leon volvió a dirigirse a ella.

—En la plantación yo buscar a Sankau, mi amiga, otra masai. Ella poder explicar más. Estar contenta. También tiene hija…

Bonnie sabía que habían vendido hacía tiempo a la amiga de Leon, Sankau, y su hija, mucho antes de que Leon hubiera llegado a Cap-Français. Pero eso ahora no era importante. La otra mujer masai encajaba en el cuento que Leon desgranaba para Simaloi. Habló de que las niñas crecerían juntas, de canciones, danzas y leyendas.

—¡Deja crecer a Namelok sin odio! —concluyó suplicante.

—Tal vez podamos visitarla de vez en cuando —terció Jefe vacilante.

Bonnie ya iba a replicar, pero Leon le hizo un gesto de comprensión. Y de repente se sintió más segura y protegida que nunca en su vida. Cuando eso hubiese pasado, Leon y Bonnie ya se preocuparían de que Jefe, Simaloi y su guerra no volvieran a inmiscuirse en su vida. Si de una vez se iban.

—Yo cogerla una vez.

Bonnie dudó, pero Leon depositó a la niña en los brazos de la masai. Namelok despertó y abrió los ojos.

«¡Por favor, no berrees!», deseó susurrar Bonnie a la pequeña. Todavía recordaba el desastre que había desatado el berrido de Namelok cuando se habían encontrado con Sima en Nouveau Brissac. Pero la niña solo se quedó mirando a su madre con sus grandes y oscuros ojos, movió un poco los labios, estornudó y se durmió de nuevo.

—¡Vamos, Sima! —dijo Jefe—. Nos están esperando…

Conteniendo la respiración, observó junto con Leon cómo Simaloi depositaba a su hija en brazos de Bonnie. El rostro de la esbelta masai estaba húmedo de lágrimas.

—Ahora hija de tú. Tú cuidar bien. —La voz de Sima se endureció antes de dar media vuelta. Una mujer masai no debía llorar. O al menos no debía mostrar que lo hacía.

Jefe estrechó la mano a Leon.

—Deberías venir con nosotros —pidió emocionado—. Nunca había oído hablar a alguien como tú. Salvo… salvo Macandal. Podrías hablar a la gente… convencerla… —Era consciente de que él nunca sería capaz de cautivar a las personas con la palabra.

Pero Leon sacudió la cabeza con determinación.

—Yo no mesías, yo no guerrero —señaló—. Yo cantante, hablar con canciones. Pero a mí no gustar canciones de guerra. Preferir canciones de amor… nanas… —Rodeó con el brazo a Bonnie y Namelok.

—Tú ahora marcharte. Cumplir tu promesa. Dejar a Bonnie en paz.

Jefe sonrió a los dos al despedirse.

—¿Nos deseas al menos buena suerte, Bonnie?

Bonnie estrechó más a Namelok contra sí.

—¿Qué quieres, Jefe? ¿Qué debo desearte? ¿Una vida feliz con Simaloi? ¿O suerte en vuestra lucha?

Jefe se encogió de hombros.

—Es lo mismo —respondió.

Bonnie suspiró aliviada cuando se marchó. Y dio gracias a los dioses de que para ella su vida ya no fuera una lucha.

—¿Quiénes eran esos que se marcharon a escondidas, como si tuviesen algo que ocultar? —preguntó Amali por la mañana. El sol ya había salido y ella se había acercado a casa de Bonnie para recoger a Libby, que seguía durmiendo, aunque los rostros felices de Bonnie y Leon y la cama revuelta atrajeron más su interés—. El hombre se parecía un poco a… César. Pero es imposible.

Bonnie negó con la cabeza.

—¡Qué va! —exclamó, mientras se disponía a cambiar la sábana en la que iba envuelta Namelok—. ¡César! ¡Qué ocurrencia! Debes de haber visto espíritus. Por aquí no ha pasado nadie.

Leon sonrió.

—Exacto —dijo—. Espíritus posiblemente, nada más que espíritus.