Fue el talento musical de Leon lo que le valió una invitación para la fiesta de Navidad de Nouveau Brissac. Desde que era niño había pertenecido a un grupo de músicos, quienes pidieron a Victor que permitiera a su mozo de cuadra tocar en la fiesta de los esclavos. Jacques Dufresne apoyó la solicitud, contento de no tener que recurrir a ningún artista externo, y Victor tampoco tenía ninguna objeción.
—Será un placer llevarte con nosotros, así podrás ver a tus padres y hermanos —dijo amablemente.
Leon puso una mueca.
—Ya… sí, mèz, yo alegrarme mucho —titubeó pese a que su expresión lo contradecía—. Mí también gustar hacer música. Pero preferir quedar aquí, cantar para Bonnie, Namelok, Libby, Amali, Nafia, Sabine…
De repente, Victor cayó en la cuenta de que todavía no había pensado en la fiesta de Navidad de sus propios sirvientes. Leon, por el contrario, ya debía de haber hecho planes, aunque a él lo que le interesaba era una persona que, por lo visto, le resultaba más importante que su familia y sus viejos amigos.
—Si yo ir a Nouveau Brissac —acabó pidiendo—, ¿puedo llevar a Bonnie? Así ella conocer a mi madre.
Leon miró a Victor suplicante, pero volvía a sonreír, contento con la idea que se le había ocurrido. El joven señor seguro que no pondría reparos. Así podría cantar en la fiesta y tener a Bonnie y Namelok con él.
—¿Y si los llevamos a todos? —propuso poco después Deirdre, cuando Victor le habló de la fiesta de los negros—. Así Amali no hará ninguna tontería con su lechero y Sabine volverá a ver a sus amigos de Nouveau Brissac… Tiene hijos allí, ¿no? Y cinco negros más no llamarán la atención en una fiesta tan grande.
—Pero este año han prohibido que se reúnan —objetó Victor—. Mi padre y Gérôme dijeron durante el bautizo que esta vez la prohibición se aplicaría de forma severa también en Navidad.
—¡Bah, pero eso no vale para nuestra gente! —exclamó Deirdre—. Es el mismo beau-père quien ha pedido a Leon, y Sabine también es de su plantación. Por Dios, Victor, hazle entender que todos pertenecen a su familia.
El médico rio.
—No creo que mi padre lo vea así, pero tienes razón, podemos justificarlo de ese modo. Todos son esclavos Dufresne. Y libertos. Aunque esto no tenemos que recordárselo a la familia.
Deirdre asintió.
—Lo único que necesitamos es otro coche. Piensa cuál de tus agradecidos pacientes puede prestarte uno.
Los empleados de los Dufresne estuvieron encantados cuando Victor les propuso hacer todos juntos la excursión. También ellos habían oído hablar a Leon y Sabine del legendario banquete de Navidad que se celebraba en el barrio de los esclavos de Nouveau Brissac y ansiaban poder asistir a uno.
—¡Dan tiempo libre a los esclavos la tarde misma de Nochebuena! —exclamó admirada Amali. Ya llevaba años en La Española, pero que los días de las festividades católicas también se extendiera a los esclavos seguía fascinándola—. ¡Y la Navidad y el día después! Y todo el día hay comida gratis y cerveza y…
—En Nochebuena asisten todos a misa, no es fiesta —puntualizó Victor, moderando un poco su alegría—. Y en lo que se refiere al segundo día de la Navidad… a los hacendados les cuesta. Claro que si permiten a los negros emborracharse hasta caer inconscientes el día anterior, también han de aceptar sus consecuencias. Nadie puede imaginar que vayan a rendir mucho el día siguiente. Además, los esclavos de campo no se dedican a tareas exentas de riesgo. Supongo que hay tantos que el día posterior a la fiesta se han matado o herido de gravedad que para los hacendados resulta más barato darles el día libre.
—No me dejarás en la estacada los días de fiesta, ¿verdad, Amali? —preguntó Deirdre con leve reproche—. Las mujeres tenemos que cambiarnos tres veces al día, con tantas recepciones y bailes y matinées… ¡Me alegra tenerte este año conmigo!
En Nouveau Brissac, Roche aux Brumes y las plantaciones vecinas se hacían fiestas sucesivas durante los días señalados. Nora pensó con nostalgia que en Jamaica solo había un baile de Navidad. Los hacendados ingleses no exageraban tanto con las fiestas como los franceses. Y Nora empezó a añorar su plantación. Por mucho que disfrutase con su hija, ya se alegraba de regresar a Cascarilla Gardens. El viaje de vuelta sería a mediados de enero. Pero primero tenían que ir a casa de los Dufresne y por suerte Victor no se había quejado de que Doug hubiese alquilado coches para toda la comitiva. Victor, Deirdre y los Fortnam iban sentados en un cómodo carruaje, en el que también tenía sitio Amali, pues Victor conducía personalmente. Leon llevaba un carro plataforma con el equipaje, el resto del servicio y los niños. Todos estaban de un humor estupendo. Leon cantaba a los niños y al final no solo Sabine y Amali, sino también Bonnie, corearon el sencillo estribillo.
Nora se reclinó en el respaldo de su blando asiento e intentó relajarse. Al menos el trayecto era bonito, le gustaba viajar a través de la naturaleza virgen que todavía quedaba alrededor de Cap-Français. Aunque después cediese su sitio a las plantaciones de café, tabaco y caña de azúcar, ahí los caminos todavía estaban a la sombra de las palmeras y las plantas selváticas de hojas carnosas y gomosas. Buscó con la vista especímenes de la fauna local, pero ni la jutía, un pequeño roedor que vivía en los árboles, ni el solenodonte se dejaron ver. Solo los había en La Española, pero de momento Nora no había visto ningún ejemplar. Tampoco cocodrilos u otros reptiles mayores que las lagartijas. Una pena para ella, pues le encantaba descubrir animales desconocidos y plantas que podían aclimatarse a su propio huerto. En La Española ya había reunido varias semillas y plantones que solo tendrían que atravesar en buen estado el mar. Ojalá todo fuera bien en los próximos días. Doug había manifestado sus temores de que durante las fiestas se produjeran envenenamientos en las plantaciones.
—Tal vez no precisamente en Nouveau Brissac, pero en general… Para Macandal sería un buen momento para atacar. Y estos días nos han invitado a muchas plantaciones, ¿no es así, Nora? Preferiría fingir una indigestión y que Sabine solo me sirviera papilla de avena.
Pero, naturalmente, eso sería imposible, aunque Nora ya había pensado eludir al menos un par de fiestas pretextando una indisposición. En lugar de ello, a lo mejor podía ir con Victor a visitar los barrios de los esclavos y mejorar así un poco las relaciones entre señores y sirvientes.
Intentó al menos disfrutar del viaje, algo en lo que el tiempo, a su vez, también contribuía. Por supuesto hacía calor, como en todo el Caribe, pero si bien en esa época del año siempre se esperaban lluvias, ese día los viajeros no se mojaron. Los sirvientes se alegraron de ello, pues su carro no iba entoldado; si bien a Victor la falta de lluvia no le dio suerte. Su madre se indignó cuando lo vio conduciendo el coche de su familia y llegar al mismo tiempo que los elegantes coches de otros invitados que asistían al banquete. Como hacía tan buen tiempo, Louise Dufresne recibía a sus visitas delante de la casa.
Los demás invitados, monsieur y madame Saussure, bajaron de un coche de dos plazas con cochero de librea y un pequeño paje formalmente vestido que les abrió la portezuela. No dijeron nada, pero ambos parecían sumamente extrañados del coche de Victor y de su forma de vestir. El joven médico llevaba ropa cómoda de viaje. Como su suegro, se había puesto pantalones de montar y botas en lugar de calzones y zapatos de hebilla.
—¿Es el estilo inglés? —preguntó monsieur Saussure y se llevó la mano a la peluca empolvada para comprobar su estado—. Debe de ser más cómodo, pero ¿se impondrá?
—Mi hijo enseguida se vestirá como es debido —observó Louise Dufresne agriamente, tolerando el beso de saludo de Victor y Deirdre en su mejilla empolvada—. Y mi nuera también.
El ligero vestido de verano de Deirdre, que no precisaba del corsé, recibió la misma mirada de rígida intolerancia que el cabello recogido con sencillez en la nuca.
Deirdre sonrió a Amali, quien, claro está, la siguió a la casa mientras los otros negros esperaban a que Louise Dufresne les señalase un alojamiento.
—¿Lo ves? Cuando no me peinas, estoy perdida…
Puesto que nadie se ocupaba de ellos, Leon se limitó a dirigir el carro al barrio de los esclavos, no sin antes descargar el equipaje de sus señores. Pero cuando intentó entrarlo a la mansión, uno de los criados domésticos se lo impidió.
—Nada de extraños en casa, órdenes del mèz —se disculpó el hombre.
Leon frunció el ceño.
—¿Extraño? ¿Yo? ¡Eh, que soy Leon! Nací aquí, soy el hijo de Matilde… ¿Qué te pasa, hombre?
Se sorprendió de que el criado siguiera en sus trece, pero en las siguientes horas el comportamiento de sus amigos todavía le sorprendería en más ocasiones. Su madre se alegró de verlo, y también Sabine fue bien recibida por sus hijos. Pero la alegre bienvenida que Leon había esperado recibir en el barrio de los esclavos —a fin de cuentas había nacido ahí y le habían invitado como tamborilero— no se produjo. Una atmósfera de tensión parecía reinar allí. Leon y Sabine se sintieron como intrusos cuando a los negros de Victor les fue asignada la cabaña más alejada. En realidad habían esperado que sus familias los acogieran con ellos, pero Patrick, el mayordomo, quien también parecía haber perdido su afabilidad, les concedió el alojamiento en el extremo más alejado del barrio.
—¿Nosotros enfermos, que no querer tener cerca? —preguntó Leon desconcertado, cuando rápidamente volvieron a dejarlo solo con Bonnie y los niños. Todos sus amigos y familiares parecían tener otra cosa que hacer antes que charlar con él o que conocer a Bonnie—. ¿Qué tener raro nosotros?
—Nosotros nada, ellos sí —respondió vagamente Bonnie.
Era una locura, pero ese poblado le recordaba la atmósfera del Mermaid. El ambiente previo a un abordaje.