2

Deirdre y sus padres se enterarían de la huida de Jefe durante la siguiente visita a Nouveau Brissac. En los días anteriores nadie había insistido en volver a ver demasiado pronto a la familia de Victor. La joven temía cruzarse de nuevo con César, al que ahora consecuentemente llamaba Jefe cuando pensaba en él. Con ayuda de sus padres volvía a recuperar los recuerdos de su hermanastro. Nora le contó todo lo sucedido en Nanny Town y Doug el corto período de tiempo que Jefe había pasado con los Fortnam en Cascarilla Gardens.

—Lo queríamos, pero a veces nos sacaba de quicio —sonrió—. Era un terremoto y estaba siempre contra todo.

—Máanu y Nanny lo mimaron mucho —añadió Nora—. No quería adaptarse, aprender nada… Me pregunto cómo se las apañó luego en Gran Caimán.

—En cualquier caso habría necesitado un padre —señaló Doug—, pero Máanu y Akwasi al final no pudieron vivir juntos.

—¿Habéis sabido algo de Máanu y Akwasi? —preguntó Deirdre—. ¿Y de… de Jefe?

Nora se encogió de hombros.

—Máanu nunca dio señales de vida, aunque sabía escribir. Estaba muy decepcionada porque no le permitieran vivir con Akwasi.

—La condición para permitírselo era que volviese a convertirse en esclava —intervino Doug—. Cuando me enteré, me temí lo peor, pero su amor no bastaba para tanto sacrificio. ¡Por suerte!

Nora sacudió la cabeza.

—El amor de Máanu seguramente habría bastado —lo contradijo—. Ella… Yo creo que lo hizo por Jefe. De lo contrario el niño también habría crecido como esclavo y ella no quería algo así.

Doug suspiró.

—Y ahora resulta que ha acabado siéndolo. Jefe se parece demasiado a Akwasi. Como su padre, él mismo se pone trabas en el camino.

Deirdre apretó los labios. Esta segunda vez encajaba mejor la pérdida de Jefe que la primera. Seguramente porque ahora podía entender la irresistible atracción que él ejercía sobre ella. Debían de haber tenido un vago recuerdo y ambos habían entendido mal la llamada de la sangre…

Ahora que por fin todo estaba aclarado, Nora y Doug encararon más relajados su estancia en Cap-Français. Nada de las plantaciones del interior los atraía. De hecho ya sentían malestar ante las Navidades, pues tendrían que pasarlas entre todos esos hacendados cerriles y negreros en Nouveau Brissac. En Cap-Français se comentaba que las duras medidas que estaban adoptando los hacendados de Saint-Domingue contra sus negros atizaban su espíritu de rebelión. Y era de suponer que los Dufresne tampoco estarían muy emocionados de recibir más visitas de sus parientes políticos de Jamaica. En los últimos días con ellos a Doug se le habían escapado observaciones que no hacían de él una persona bien recibida. Los cultivadores franceses no querían ni oír hablar de cómo habría podido resolverse pacíficamente el problema de los cimarrones. Estaban furiosos por los crímenes de Macandal y querían ver sangre. ¡Incluso la de sus propios trabajadores!

—Mi hermano ha vuelto a endurecer sus medidas —señaló con un suspiro Victor cuando, durante una velada a la que había sido invitado por el gobernador, oyó que un esclavo de Roche aux Brumes había matado al temido mèz Oublier y había escapado—. Los otros esclavos de la plantación al parecer no saben nada. Al menos ninguno confesó, pese a que Gérôme los hizo azotar a todos. No me extrañaría que ahora también estuvieran planeando escapar.

Nora y Doug intercambiaron una mirada de preocupación. Enseguida pensaron en Jefe, pero Victor no sabía de quién se trataba.

Deirdre no intervino en las conversaciones de esa noche. Representaba el papel de dócil esposa que acompaña a su marido y bailaba con todo el que la invitaba. Victor estaba jubiloso por el cambio operado en ella. La joven parecía haber vencido por fin su melancolía. Volvía de nuevo a su vida normal en Cap-Français y a participar en el trabajo de su esposo, la vida de los sirvientes y la educación de los niños. Se reconcilió con Amali, observaba el modo en que Leon cortejaba a Bonnie y por fin hizo feliz a la cocinera al prestar la debida atención a la confección de los menús, al tiempo que organizaba cenas y pequeñas reuniones.

En noviembre llegó otra invitación de Nouveau Brissac que Victor, Deirdre y los Fortnam no podían rechazar. Yvette le había dado un hijo varón a Gérôme y el bautizo se celebraba en Roche aux Brumes. Deirdre temía encontrarse a Jefe, pero Nora vio confirmadas sus sospechas cuando la misma mañana de su llegada fue al barrio de los esclavos con Victor y se enteró de que el esclavo huido de Roche aux Brumes era Jefe. Entre los esclavos de las plantaciones se había ganado fama de héroe de la libertad. La relación entre señores y esclavos era tensa en toda la región. Gérôme había perdido las últimas simpatías de sus trabajadores después de que tras la muerte de Oublier hubiese martirizado a sus esclavos. Los temores de Victor se confirmaban: dos hombres habían muerto a causa de los azotes, y poco después habían huido tres hombres que pronto habían sido atrapados y cruelmente castigados. Uno de ellos murió de gangrena después de que le cortaran los tendones. Todo eso atizaba el odio. En adelante, ni Victor ni Nora disfrutaban de las comidas en Nouveau Brissac o Roche aux Brumes. Creían que cualquier esclavo doméstico estaría encantado de matar por Macandal a la primera oportunidad.

—Bah, todo volverá a su cauce después de Navidad —respondió Gisbert Dufresne cuando el doctor les señaló a él y su otro hermano el mal ambiente que reinaba en los barrios de los esclavos—. Una vez que se pongan morados de comida y se emborrachen volverán a estar la mar de contentos con sus mèz.

También en Saint-Domingue la conmemoración de la Navidad era el momento culminante del año para los trabajadores del campo. Los señores eran más tolerantes que los ingleses de Jamaica. En La Española, los esclavos no solo tenían el día libre, sino que los hacendados se gastaban un buen dinero en ofrecerles una fiesta. Comían cuanto querían, se asaban bueyes enteros en el espetón y no se racionaba el alcohol. Los hacendados traían músicos y organizaban un baile, y el día de Navidad se levantaba la prohibición de reunirse. Se permitían las visitas de amigos o familiares de otras plantaciones. Los Dufresne en especial no ahorraban durante el festejo. No solo el baile que celebraban para los blancos era uno de los acontecimientos sociales más importante de la región, sino también la fiesta de sus esclavos.

—Y ahora, puesto que Oublier ya no está… —añadió Gérôme—. No me malentiendas, era estupendo, nunca volveré a encontrar otro vigilante como él, pero los riesgos que asumía en la compra de esclavos… Bueno, no seguiremos haciéndolo así. Mejor pagar un poco más y tener un esclavo dócil. Ese César…

—¿César? —preguntó Victor alarmado—. ¿El César que tuvimos en casa un tiempo? ¿Está aquí?

Deirdre bajó la cabeza y también Nora y Doug evitaron mirar a los ojos a su yerno. No se habían puesto de acuerdo en no contar a Victor ni a Bonnie nada sobre la reaparición de Jefe en Roche aux Brumes, pero al final todos habían callado.

—¿Tuvisteis a ese sujeto en casa? —Se sorprendió Gérôme—. ¿Y eso? Pensaba que Oublier lo había comprado recién salido de un barco pirata. Por cierto, un error que pagó con su vida. Esos tipos no se dejan domesticar. Más habría valido que colgaran a ese bribón, como a sus compinches blancos.

—¿César mató a Oublier? —preguntó horrorizada Deirdre.

Nora se reprochó no habérselo contado enseguida a su hija. Pero entre las consultas matutinas de los negros y la comida formal del mediodía, que ahora les ocupaba, no había tenido tiempo.

—¡Y se largó con su caballo! —confirmó Gérôme—. A saber dónde aprendió a montar.

Nora vio que Victor lanzaba a su mujer una expresiva mirada y que ella enrojecía. Esperaba que el médico lo atribuyera solo a las horas de equitación de su mozo de cuadra, no a otros secretos.

—Pero ahora… ahora está libre —murmuró Deirdre absorta.

—¡Seguro que se ha convertido en pupilo de ese Mesías Negro! —señaló irritado Jacques Dufresne—. ¡Otro ladrón y asesino!

—Dejad ya este tema tan desagradable —pidió Louise Dufresne.

Nora se lo agradeció en silencio. Hasta el momento, nadie se había fijado en lo mucho que la noticia había afectado a Deirdre. La joven alternaba el rubor y la palidez y jugueteaba con la comida en el plato.

—No te sienta bien alterarte tanto, Jacques —prosiguió Louise—. Y tú, Gérôme, no deberías intranquilizar a Yvette. Bastante tiene con el niño y el bautizo. ¿Ha confirmado el gobernador su asistencia?

Nora observó a su hija mientras los Dufresne hablaban sobre la lista de invitados de la fiesta del día siguiente. Deirdre se había rehecho enseguida. Parecía aliviada y, en cierto modo, Nora compartía esa sensación. También ella celebraba que Jefe estuviera libre, aunque le preocupaba lo que haría con su libertad.

Pero por quien más preocupado estaba Victor, como contó luego en un paseo a caballo a Deirdre y los Fortnam, era por Bonnie. Por lo visto, lo mismo le sucedía a Amali, quien tampoco había contado nada sobre Jefe a los otros sirvientes de la casa Dufresne.

—Tendremos que decírselo —dijo—. ¡Aunque exista el riesgo de que salga corriendo en su busca!

—¡Él no se interesa por ella! —exclamó Deirdre con un viejo asomo de celos.

Victor suspiró.

—No, pero ella sí. Siempre lo ha amado. Me temo que cuando Bonnie se entere de todo, la atención que Leon le dedica no sirva de nada.

Aunque nadie entendía por qué Leon prefería a la insignificante Bonnie en lugar de a la hermosa Amali u otras jóvenes negras similares, era innegable que a su manera dulce y perseverante la estaba cortejando. Al principio Bonnie no hacía caso de sus halagos y pequeños obsequios, pero Leon no dio su brazo a torcer. Disfrutaba de la gran ventaja de que Namelok lo adoraba tanto como él a la niña. Tal vez fuera cierto que la pequeña le recordaba su amor por la esclava Sankau, como Amali creía, o quizá fuese simplemente que había crecido entre muchos hermanos y hermanas y le gustaban los bebés. Se desenvolvía muy bien en el trato con los niños y enseguida conseguía conformar a Namelok cuando lloraba.

De hecho, Bonnie pronto empezó a pedirle ayuda cuando tenía problemas con la niña. Antes nunca se había interesado por los bebés y no sabía cómo coger a Namelok, cuánto debía dormir la pequeña ni cómo darle de comer. Amali y la cocinera siempre estaban dispuestas a echarle una mano, pero era evidente que con ellas sentía una especie de celos. Namelok tenía que ser hija suya, ¡no de Sabine o de Amali! Pero con Leon podía compartir su afecto. A fin de cuentas, era normal que una niña tuviera una madre y un padre. De todos modos, Bonnie no concebía casarse con alguien que no fuera Jefe. Leon se tomó su tiempo para ir ganándose su afecto. Cogía flores y compraba golosinas que compartía con ella y Namelok en el jardín. Seguía regalándole bisutería barata de las tiendas del barrio portuario cuando tenía que hacer algún recado, y la halagaba cuando ella se ponía los collares, brazaletes o pendientes. Leon parecía dichoso cuando ella se sentaba a su lado y le escuchaba tocar el tambor y cantar. Tenía una voz bonita y melódica y conocía canciones africanas, aunque había nacido en Nouveau Brissac y nunca había pisado aquel continente.

—Me enseñaron negros en la plantación —contaba—. ¡Uy, qué difícil aprender palabras! Pero todos felices cuando yo cantar canciones de casa. ¿Conoces canciones de Gran Caimán?

La primera vez que se lo preguntó, Bonnie negó con la cabeza, pero en algún momento contó un poco de su triste infancia y juventud. Fue abriéndose al paciente Leon, confiando cada vez más en él, y empezó a responder a su afecto.

Victor temía que ahora fuese a olvidarse de esa relación tierna y floreciente para seguir a César a un futuro incierto. El joven médico se amargaba solo de pensarlo. Su protegida había evolucionado bien los últimos meses. Bonnie había engordado e incluso crecido. Estaba más tranquila en todos los aspectos y se la veía más segura. Victor le había encargado hacía poco que recibiera a los pacientes y lo ayudase durante la consulta. A esas alturas, la muchacha ya hablaba bien francés, leía con fluidez y ayudaba donde podía. En la casa de los Dufresne todos la echarían de menos si se iba. Y Victor no quería ni imaginar lo que significaría para la pequeña Namelok crecer en una aldea de rebeldes en lugar de en la seguridad de Cap-Français.

Mandó llamar a la joven cuando la familia regresó a la ciudad un día después del bautizo. Ella lo escuchó tensa, con sus ojos negros abiertos de par en par cuando le contó que Jefe había estado en la plantación de su hermano y se había fugado.

—Te aseguro que no lo sabía, Bonnie —le dijo el médico—. Y Deirdre tampoco. De lo contrario, ella habría sido la primera que me hubiese pedido que lo recuperase.

Bonnie bajó la cabeza cuando él mencionó a Deirdre. Todavía le hacía daño recordar que Jefe la había amado. Tanto que había sacrificado incluso el Mermaid por ella.

—¿Y ahora dónde está? —preguntó cuando Victor acabó de contarle todo—. ¿En… en algún barco?

También pensar en eso le dolía. Había esperado que Jefe la fuera a buscar antes de volver a la mar. Pero, claro, él ignoraba que ella estaba con los Dufresne, al igual que ella desconocía que lo habían vendido a Roche aux Brumes. Deirdre podría habérselo dicho. ¡Bonnie no se creía que Deirdre no supiese nada de Jefe! Al contrario, el que su amor se hubiese reavivado lo explicaría todo: el deseo repentino de Deirdre por quedarse más días en Roche aux Brumes, la inquietud y el enfado de Amali… No, algo había sucedido allí y solo la huida de Jefe había puesto punto final a esa relación. ¿Habría dedicado Jefe entonces algún pensamiento a Bonnie? ¿Había intentado al menos encontrarla?

—Seguro que no está en un barco, Bonnie —contestó Victor—. En el puerto lo habrían apresado. Está muy controlado. Y como mató a ese vigilante, también lo buscan por asesinato. No; es más probable que haya huido a las montañas para unirse a ese tal Macandal.

—Para luchar —murmuró Bonnie, y sintió una pizca de remordimiento. Tal vez debería ayudar a Jefe, tal vez ella también tendría que ir a las montañas. Pero cuando Macandal hubiese ganado esa guerra, Jefe volvería por Deirdre. Y Bonnie no tendría nada más que su libertad. No tendría trabajo, familia, ni… ni a Leon… Se mordió el labio inferior.

Victor se frotó las sienes. No sabía si decirlo o no, pero antes de que la chica hiciera una tontería…

—Bonnie, si piensas en irte con él… Debes saber que no te conviene, pero antes de que te marches por la noche a hurtadillas, prefiero extenderte un salvoconducto para ti y Namelok.

La chica sacudió la cabeza.

—Es… es muy bondadoso por su parte, mèz. Pero no voy a irme. Namelok y yo nos quedamos aquí.

Ese día, por vez primera, permitió a Leon que la cogiera de la mano. No le reveló por qué lloraba cuando más tarde él le cantó una canción jamaicana.