7

Hacía mucho tiempo que Victor no veía a su esposa tan radiante, feliz y despreocupada como el día en que por fin pudo dar la bienvenida a sus padres en el puerto de Cap-Français. Pero Nora, por el contrario, se asustó al ver a su hija. La joven le pareció más delgada y pálida que en su boda. Nora estrechó a Deirdre y su yerno entre sus brazos, y luego también a Amali, que esperaba detrás de su ama sosteniendo una sombrilla.

—Estoy impaciente por volver a ver a Nafia y por conocer a tu hija, Amali… Se llama Liberty, ¿verdad? ¡Qué nombre tan bonito! ¡Qué hermoso volver a veros a todos!

Leon los condujo a la casa en el pequeño carruaje, a rebosar con cuatro pasajeros. Amali tuvo que ir a pie y más tarde pasarían a recoger el equipaje.

—Es un coche pequeño —se disculpó Deirdre, pero Doug quitó importancia al asunto con un gesto.

—También tenéis una casa en la ciudad y no en una gran plantación —observó—. ¿Qué te había dicho, princesa? Tendrás que reducir gastos, la mujer de un médico no puede esperar una carroza de oro.

—A lo mejor no es del todo feliz porque aquí vive con menos lujo —comentó Doug a su esposa mientras se instalaban en la habitación de invitados—. Esto es muy bonito, pero comparado con Cascarilla Gardens…

Nora sacudió la cabeza. Era una buena observadora.

—No lo creo. No habría escrito unas cartas tan entusiastas al principio. Y entonces todavía tenía menos personal. Solo la cocinera, Amali y Nafia. Ahora también está Bonnie. Pensándolo bien, todo empezó ahí. Deirdre ha cambiado desde… desde que ese pirata se trajo a Bonnie… A saber qué pasará con ella. Victor no… —Se interrumpió.

Ni Doug ni ella podían imaginarse que el médico hubiese entablado alguna relación con la joven negra que había llegado como paciente a su casa. Aun así, Nora estaba decidida a no perder de vista a esa criada. Ya a la mañana siguiente pidió que la enviaran para ayudarla a vestirse, aunque Nafia también quería hacerlo. La pequeña había aprendido mucho en esos dos años y quería demostrarlo. Nora le dio esperanzas para el día siguiente.

Bonnie era tímida pero diligente y amable. La joven intentaba ayudar en todo lo que podía. A Nora le resultó imposible percibir algo que se saliera de lo normal en ella. Hablaba con mucho cariño de Deirdre y su propia historia despertó en Nora más compasión que desconfianza.

—Es una chiquilla muy mona —le dijo a Doug una vez hubo despedido a Bonnie—. ¿Qué le habrán hecho para que se lanzara a los brazos de ese corsario negro?

Volvió a arreglarse el cabello. Pese a los esfuerzos de Bonnie, se le había vuelto a soltar enseguida. La joven no tenía talento como doncella.

Doug arqueó las cejas.

—Nora, según sus propias declaraciones, esa «chiquilla tan mona» era primer cañonero de un barco pirata. Es decir, que ha dado de comer a los peces docenas de valientes marineros. Disparan una especie de granalla que lo desgarra todo, Nora. Cuando se lanzan al abordaje provocan baños de sangre. ¡Así que no subestimes a la pequeña Bonnie!

Nora frunció el ceño.

—¿Crees que ella es responsable de algo? ¿Que le ha hecho alguna cosa a Deirdre?

Doug sacudió la cabeza.

—No. No lo creo, al menos no hay ningún indicio para creerlo. Además, ambas se comportan con total normalidad entre sí.

De hecho, el trato entre Deirdre y Bonnie era correcto. Ni se evitaban, lo que hubiese sido fácil pues Bonnie estaba muy ocupada en la cocina y se dedicaba a tareas domésticas, ni intercambiaban indirectas o frases maliciosas cuando conversaban. Deirdre jugaba con Namelok tanto como con Liberty, lo que para Doug y Nora contradecía la teoría de que sufriese a causa del deseo insatisfecho y vehemente de tener descendencia.

—Si es que hay cambios entre Deirdre y un sirviente —prosiguió Doug—, es con Amali. ¿No te has dado cuenta? Antes todo eran risitas y ahora solo oigo: «Sí, missis; no, missis». Y: «Amali, harías el favor de…». Se tratan educadamente, pero con frialdad. Yo empezaría por ahí si lo que pretendes es indagar sin llamar la atención. También podemos presionar un poco a Amali, si ella misma no nos cuenta qué ha cambiado tanto su relación con Deirdre, ¿no?

Se estaban arreglando para cenar con algunos invitados de Victor y Deirdre, miembros de la congregación. Durante la cena Nora entendió un poco mejor por qué su hija estaba deprimida. La buena sociedad de la opulenta ciudad era aburrida y había muy poca gente de la misma edad que la joven pareja con la cual relacionarse.

Esa noche habían invitado a un joven profesor que se presentó con su convencional esposa, una mujer sin color que seguramente ya había nacido adocenada. Apareció además, como era habitual entre papistas, el párroco célibe con su hermana que, aunque no tenía más de treinta años, ya estaba amargada y era arisca. Nora todavía recordaba bien sus primeros años en Jamaica, cuando se veía obligada a pasar todos los domingos en compañía del reverendo Stevens y la beata de su joven esposa. Se aburría tanto como su hija y su marido hasta que surgió el tema de Macandal y sus incursiones. El párroco fue el primero en sacarlo a colación y Victor y Nora aprovecharon la oportunidad para seguir conversando sobre el rebelde.

—¡Dicen que se hace adorar como si fuera un dios! —observó indignado el religioso al tiempo que miraba furioso su plato como si el pollo que allí se encontraba fuera un partidario de Macandal—. Se dice que sus simpatizantes le rezan. Y él lleva una vida disoluta… Se supone que las muchachas jóvenes están con él para… para…

—¡Fornicar! —completó la hermana, ruborizándose.

Doug Fortnam se encogió de hombros.

—¿Qué esperaban? Él es un rey en su reino: todos se comportan igual, piensen en Luis XIV. Es probable que sus partidarios lo llamen «rey». Los cimarrones de Jamaica llamaban a su líder Reina Nanny y los hermanos de esta recibían el título de rey. Y en cuanto a adorarlo…

—En eso influyen varias religiones —prosiguió Nora—. Entre los cimarrones de Jamaica el cristianismo ejerció una fuerte influencia, en su origen eran descendientes de los esclavos españoles. Se añadieron los jefes ashanti con sus cultos, los espíritus obeah…

—Aquí las comunidades de cimarrones están compuestas en parte por descendientes indios —explicó Victor—. Ellos también tienen sus chamanes.

—¡Pecadores paganos! —intervino la hermana del párroco persignándose.

—Pero gente que sin duda conoce las plantas curativas y venenosas locales —indicó Nora—. ¿Has avanzado mucho en tus investigaciones, Victor? Los ratones me dan algo de pena, pero si los síntomas coinciden… para una parte de las sustancias que he traído hay antídotos.

Los dos sanadores moderaban en ese momento la conversación y al profesor y al párroco les tocaba el turno de aburrirse. Doug observaba mientras tanto a su hija adoptiva. Deirdre llevaba un vestido muy bonito, ceñido y de seda brillante. El cabello le caía sobre los hombros, sujeto por unas peinetas de concha adornadas con flores. Unos ojos enormes y la boca sensual destacaban en su rostro pálido y sin empolvar. Se diferenciaba de sus dos invitadas femeninas como un colibrí se distingue de dos gorriones o dos palomas gordas. No tenía nada en común ni con la hermana del párroco ni con la esposa del profesor. Por primera vez, Doug se dio cuenta de que era la sangre negra la que marcaba su aspecto. Era sorprendente que hasta el momento nadie se hubiese fijado.

Deirdre no notaba que su padre la estaba observando. Se concentraba en su marido y hacía sinceros esfuerzos por poner interés en lo que decía. Pero su mirada se desviaba sin cesar, se perdía en el cielo de la noche sobre el mirador donde comían y parecía vagar con las nubes hacia oriente. Era evidente que Deirdre luchaba por conservar la relación con su marido, y Doug no tenía la impresión de que ya no amara a Victor, pero le faltaba la pasión. Algo tiraba de ella, en sus ojos anidaba el deseo de estar en otro lugar, de hacer algo más emocionante que estar sentada a una mesa languideciendo. Algo debía de haber despertado en ella un ansia de vivir más intensamente.

A Nora no le costó encontrar el momento para hablar francamente con Amali y sin que nadie las molestase. Victor estaba en la consulta, Deirdre había salido a montar con su padre y los demás sirvientes realizaban sus tareas por la casa. La doncella obedeció diligente cuando Nora le pidió que la acompañara al mercado de la plaza de la iglesia. Dejó a Libby con la cocinera y con Bonnie, y cogió hacendosa una cesta de la compra y la sombrilla.

—Esto lo puedes dejar aquí. —Nora rio y señaló la sombrilla de seda—. Yo soy un caso perdido. Ya sabes que tampoco la llevo en casa.

Cuando Nora recorría su propia plantación, prefería proteger del sol el cabello y la tez con el turbante tradicional de las mujeres negras, atuendo con el que no debían verla los otros hacendados, claro, pero sobre el que chismorreaba todo Kingston. Ese día eligió un sombrero de sol de ala ancha que le quedaba muy bien, además de un vestido de verano estampado de flores. Percibió con agrado que muchos hombres todavía la seguían con la vista cuando, conducida por Amali, se internaba por las callejuelas que rodeaban el mercado de Cap-Français.

También Amali se ganaba piropos y silbidos de los comerciantes y transportistas negros y mulatos. Tenía buen aspecto con la falda roja, la blusa blanca y el turbante rojo carmesí con que adornaba su cabello. Debajo asomaban unos aros enormes y de colores, pues la doncella se había hecho orificios en las orejas. Era una joven hermosa y de ojos vivaces, no parecía sentirse triste por su fracasado matrimonio.

Nora decidió plantear el asunto.

—¿Y dónde se ha instalado Lennie? —preguntó a Amali.

Las dos mujeres llenaron el capazo en un puesto de verdura con papayas y una fruta ácida que Nora no conocía y la joven negra llamó guanábana. Su jugo era la base de una bebida muy refrescante. Nora pensó en llevar a Adwea unas cuantas piezas de esa fruta armada de púas o un par de plantones para el huerto.

Amali se encogió de hombros e hizo un mohín.

—Está por el puerto, missis, se ocupa de una taberna. Tiene una mujer nueva, una fresca si quiere saber mi opinión. No pasa gente decente por donde trabajan. Solo gentuza… César también andaba por ahí. No me extrañaría que los piratas hubiesen estado entrando y saliendo de ese cuchitril cuando estuvieron por aquí.

—¿César? —preguntó Nora.

La doncella lamentó el desliz.

—El tipo que trajo a Bonnie. Uno de esos hombres que solo sirven para provocar jaleo.

Amali no parecía proclive a hablar de César. ¿Habría estado enamorada de él? Nora siguió preguntando con cautela acerca de la vida sentimental de la muchacha, que le contó sobre su relación, a veces más y a veces menos intensa, con el guapo lechero mulato.

—Jolie se casaría conmigo, creo. Pero yo no quiero. A mí me gusta estar con el doctor. Y a saber cómo será de verdad si nos juntamos.

La muchacha caminaba relajada junto a la missis. No parecía guardar rencor, sino solo ser prudente.

—¿Y en casa? —dijo Nora—. ¿No te gustaría Leon?

Nora encontraba al alto mozo de cuadra muy simpático, aunque fuera solo porque compartía su amor por los caballos. Cuando Leon hablaba a los animales con su aterciopelada y oscura voz, hasta la asustadiza Alegría se tranquilizaba.

Amali se encogió de hombros.

—Bah, Leon… Quién sabe cuánto tiempo se quedará. A mèz Victor le gusta y es buena persona. Pero a la missis no le gusta. Y además… Leon solo tiene ojos para Bonnie. Pero ella no se da cuenta. A ella tampoco se le va César de la cabeza.

¿Tampoco? Nora se alarmó, aunque Amali más parecía apesadumbrada que celosa. Nora decidió abordar el tema más importante.

—¿Y qué sucede con Deirdre, Amali? ¿Os habéis enfadado? «A la señora le disgusta esto o aquello…», ¡así nunca habías hablado de Deirdre! ¡Erais amigas!

Amali se volvió impetuosa hacia su antigua missis.

—Yo todavía soy su amiga, missis. Aunque a ella no siempre le vaya bien, yo… —Se tapó la boca con la mano.

—¿No le va bien que seas su amiga? —insistió Nora afablemente—. No lo entiendo. Pero tú… Amali, ¡tú sabes algo! ¿Qué pasó entre vosotras? Y por qué está… ¿por qué está tan cambiada?

Amali hizo un gesto de ignorancia.

—Va mejorando —respondió elusiva.

Pero Nora no permitió que escurriera el bulto.

—¿Qué es lo que mejora, Amali? —Y de nuevo—: ¿Qué ha pasado entre vosotras?

Amali calló porfiada y las ideas se agolparon en la mente de Nora. ¿Por qué discutían dos amigas? ¿Por qué solían enfadarse dos mujeres? ¿No sería por un hombre? «A mí me gusta estar con el doctor», había dicho Amali. Pero no, Nora no podía creer que existiera una relación entre Victor y una sirvienta negra.

—No pasó nada entre nosotras —dijo al final Amali disgustada—. Yo solo… bueno, yo solo le he dado mi opinión una o dos veces. Porque… porque lo que ella hace nos afecta a todos. Monsieur Victor es una persona muy buena y no sospecha nada.

A Nora la recorrió un escalofrío.

—Amali —musitó—. Amali, así que es eso, ¿verdad? Deirdre… tiene o ha tenido una relación, ¿no? Con otro hombre.

—¿Y no ha dicho nada más? —preguntó Doug.

Nora había hecho un aparte, en cuanto él había regresado del paseo a caballo. El ambiente había sido muy bueno, Deirdre se había comportado con total normalidad cuando galoparon por los bosques detrás de Cap-Français. Doug tan solo se había sorprendido de que el paseo no concluyera en la playa, pues Victor le había hablado de una bahía preciosa que estaba muy cerca.

Doug se estaba cambiando de ropa en la habitación. Les aguardaba una recepción en casa del gobernador que posiblemente sería tan aburrida como el resto de acontecimientos sociales en Saint-Domingue a los que habían sido invitados. Nora ya se había arreglado con ayuda de Amali y tenía tiempo para contarle con todo detalle su conversación con la doncella.

Naturalmente, Doug se quedó totalmente perplejo.

—¿Amali no ha dicho quién era? ¿O si el asunto ya ha terminado? Por Dios, Nora, ¡tienes que sonsacárselo!

Ella hizo un gesto de impotencia y jugó con el lunar en forma de libélula que Amali había insistido en ponerle pese a sus protestas. Odiaba esas tonterías, pero en La Española eran indispensables para hacer vida social.

—¿Cómo? ¿He de azotar a Amali con un látigo? —replicó—. Me ha dado la impresión de que no convenía forzarla a que contara algo más. Y también lo entiendo. Es la amiga de Deirdre, es leal. Pero ha dicho claramente que ya ha pasado. El hombre se ha ido.

—¿Y eso qué significa? ¿La ha abandonado? ¿Ha muerto? ¿Qué tenemos que entender por eso?

Doug se puso con demasiado brío la peluca y el polvo que levantó hizo toser a su mujer.

—No sé —respondió ella al tiempo que cogía un peine para alisarle el peinado—. ¡Siéntate, pareces un erizo! En cualquier caso, se diría que lo echa de menos, aunque por lo visto lucha contra ese sentimiento. Según Amali, lo está superando. Solo necesita tiempo.

—¿Quién crees que ha sido? ¿Consigues imaginarte que alguno de esos viejos empolvados que pululan por aquí pueda resultar lejanamente interesante para Deirdre? —Arrugó la nariz cuando Nora volvió a empolvarle la peluca.

—No. Hoy la observaré con más atención. Por otra parte… mañana vamos a Nouveau Brissac. Deirdre se siente a gusto allí, aunque los Dufresne la ponen de los nervios con sus ceremoniosas comidas y el modo en que tratan a los esclavos. Puede que encontremos alguna pista del misterioso desconocido…