9

Tras pasar también el domingo con Victor en Cascarilla Gardens, Deirdre se deslizaba por la casa y el jardín como en trance.

—Es posible que ya la haya besado —aventuró Doug.

Nora lo dudaba. Si había algo que no le gustaba en Victor era su exagerada corrección. Victor Dufresne pediría la mano de una joven antes de besarla. Cualquier otra opción traicionaría su idea de lo que debía ser un caballero.

Por otra parte, también Nora opinaba que la petición se produciría de un momento a otro, de modo que Doug no se sorprendió cuando el joven apareció el martes mismo en su despacho de Kingston para hablar formalmente con él. Doug comprobó divertido que se había esforzado por mejorar su aspecto. El joven llevaba el cabello trenzado y empolvado y, vaya, no se le había soltado ningún mechón, lo que le confería una distinguida apariencia. Llevaba calzones de un blanco inmaculado, medias de seda y zapatos de hebilla, además de una chaqueta de color avellana con unos faldones cosidos al talle y unos ribetes de un amarillo dorado. La máxima concesión a la moda sin duda que ese joven médico, más bien reservado, podía asumir. Naturalmente, no faltaba el inevitable tricornio. Con el sombrero en la mano, Dufresne ejecutó una inclinación perfecta que habría honrado a cualquier cortesano.

Fortnam sonrió, lo invitó a entrar y le ofreció asiento. La oficina de Kingston era muy distinta del salón de Cascarilla Gardens, en el que predominaban las maderas autóctonas y las elaboradas tallas típicas del Caribe. El despacho estaba amueblado según la moda francesa, a la que se ceñían las butacas sumamente trabajadas con patas arqueadas con elegancia y la labor de petit point, así como mesitas y aparadores cubiertos de pan de oro. Ese estilo parecía agradar tan poco a Victor Dufresne como a Nora y Doug, pero tal vez fue solo el nerviosismo lo que le llevó a sentarse amedrentado en el borde de la butaca para las visitas.

Doug esperaba. En uno de los armarios guardaba una botella de un ron excelente que utilizaría para relajar un poco el ambiente, pero primero quería que el muchacho expresara sus deseos. Dufresne no se anduvo por las ramas sino que, con voz grave y firme, solicitó permiso para cortejar formalmente a la hija de los Fortnam.

—Siento un profundo afecto por miss Deirdre y me atrevo a suponer que tampoco ella me encuentra… antipático…

Victor carraspeó, por lo visto casi se había confundido. Doug pensaba divertido en si Deirdre tendría conocimiento de esa visita y si estaría tan nerviosa como su galán.

—Claro que miss Deirdre todavía es muy joven y en general yo no tendría nada que oponer a un largo noviazgo —prosiguió el doctor—. Por el contrario, me haría muy feliz asistirla y pretenderla… darle la oportunidad de conocerme mejor…

—¿Saber algo más de usted que el hecho de ser un excelente jinete? —Doug sonrió para facilitarle las cosas—. Eso ya nos lo ha contado. Y desde luego que está entusiasmada con usted, doctor Dufresne…

En las mejillas bronceadas de Victor afloró un ligero rubor. Quizás en ese momento lamentó no haberse maquillado el rostro.

—Yo… bueno… yo en absoluto he intimado demasiado con Deirdre. Pero ella… ella es sencillamente irresistible. A caballo es…

—Sé que mi hija es irresistible —lo interrumpió Doug—. Y ya he obtenido información sobre usted, doctor Dufresne. Sé que ha prolongado su estancia aquí en Jamaica pese a sus planes iniciales de volver a La Española… A fin de cuentas, quiere abrir allí una consulta, ¿no?

Dufresne asintió aliviado.

—No solo eso, señor Fortnam —aclaró—. Aquí ya tendría pacientes que me garantizarían unos ingresos. Pero mi padre tiene la generosa intención de mandar construir para mí una residencia en la ciudad de Cap-Français. —Victor jugueteó con su tricornio. No parecía realmente contento con el regalo de su familia—. Y si no estoy allí para intervenir en el proyecto, entonces… entonces no habrá consulta, sino que… que parecerá la casa señorial de una plantación… —Se interrumpió. Seguro que su probable futuro suegro no aprobaría que criticara a sus padres.

Pero Doug hizo un gesto de comprensión. Pensó en la mansión de Cascarilla Gardens antes del incendio: una imponente casa de piedra de dos plantas con techos abuhardillados y columnas hecha construir por su padre. A la mayoría de los hacendados les encantaba ese tipo de arquitectura, al menos a los ingleses. Los franceses se inspiraban más en Versalles, pero ni un estilo ni otro resultaban convenientes para la residencia urbana de un médico, que debía preocuparse por inspirar confianza antes que respeto. En cualquier caso, Doug comprendía muy bien que Victor quisiera diseñar él mismo su futuro domicilio.

—Debe pues regresar lo antes posible a Saint-Domingue para supervisar las obras. Y antes le gustaría pedir la mano a Deirdre, ¿correcto? —señaló Doug, yendo al grano—. Lo entiendo, doctor Dufresne… —Se levantó, se dirigió al armario donde guardaba el ron y puso dos vasos sobre la mesa—. Y yo creo —prosiguió mientras los llenaba— que nos pondremos de acuerdo sobre la fecha de la ceremonia y el viaje de Deirdre a La Española…

Victor soltó un sonoro suspiro. Luego asintió solícito.

—Había pensado en regresar primero solo y dejarlo todo listo para cuando llegara Deirdre —explicó animoso—. Tiene que encontrarse con un hogar ya acondicionado y acogedor. A su gusto, claro. Yo no tendría inconveniente en comprar en Jamaica los muebles y las telas… o encargarlas a Londres o París. Como quiera Deirdre. Yo…

Doug lo interrumpió con un gesto.

—Descuide, en cuanto al período de noviazgo y a lo concerniente a muebles y accesorios, ajuar y otras fruslerías, nos pondremos de acuerdo. Para eso lo mejor es que se dirija a la misma Deirdre y a mi esposa. Pero he de hablarle de un asunto mucho más importante antes de que se comprometa seriamente con mi hija. —Bebió un trago—. Debe saber que… Deirdre no es mi hija biológica… —A Doug le resultó difícil la confesión, por lo que se quedó perplejo cuando Victor asintió tranquilamente—. ¿Lo… lo sabía? —preguntó desconcertado—. ¿Conoce… conoce la historia?

Victor se frotó las sienes.

—Solo a grandes rasgos, señor Fortnam, pero las damas de la alta sociedad de Kingston ardían en deseos de contarme todos los detalles desde que me vieron con Deirdre en el baile que usted ofreció. Por supuesto, me he mantenido al margen de todo ello, pero los orígenes de Deirdre… No se moleste conmigo, pero soy un buen observador y… y nunca he visto a un niño de cabello oscuro cuyos padres sean los dos rubios. También sus encantadores hijos son rubios e idénticos a usted. En cambio, Deirdre se parece, salvo en el color de cabello y en la tez más oscura, solo a su respetable esposa. Cabe suponer pues que… que los rumores responden a la verdad.

Doug vació la copa de un trago.

—¿Qué le han contado? —preguntó.

Victor se encogió de hombros.

—No he prestado atención, señor Fortnam. Se lo digo de verdad, esos rumores me resultan repugnantes. Hablaban de un rapto y de una… una relación de muchos años con… con un negro.

Doug suspiró y volvió a servirse. Solo tras beber otro trago reunió fuerzas para sumergirse en su pasado y el de Nora. Describió detalladamente a Dufresne su amistad de infancia con el esclavo Akwasi y su abrupto final cuando el padre de Doug descubrió que este le había enseñado a leer y escribir a su amigo. Entonces había enviado a su hijo a estudiar a Inglaterra y degradado a Akwasi enviándole a trabajar en los campos de cultivo. El joven negro había tenido que realizar trabajos humillantes, y sus constantes actos de rebelión lo habían llevado a sufrir unos castigos espantosos. Akwai solo recibió ayuda cuando Nora contrajo matrimonio con Elias Fortnam y empezó a ocuparse de los esclavos poco después de su llegada a Jamaica, y entonces el negro se enamoró de la joven esposa del backra.

—Se trataba por supuesto de un amor sin futuro y que no fue correspondido, todo lo contrario de lo que sucedió conmigo… —explicó Doug al médico, que escuchaba con atención—. Cuando regresé a Jamaica también yo me enamoré de la que entonces era mi madrastra. El matrimonio con mi padre era una catástrofe. Por esa época, Akwasi solo sentía odio por mí. Me recriminaba que lo hubieran enviado a los campos, pero yo no podía hacer nada. Y cuando además descubrió lo que estaba surgiendo entre Nora y yo… Bien, al final huyó y se unió a los cimarrones, ya sabe, los negros libertos y esclavos huidos a las Blue Mountains. Con el tiempo las relaciones con ellos se pacificaron, pero antes eran frecuentes los saqueos en las plantaciones aisladas. Cascarilla Gardens también fue víctima de uno. Los cimarrones mataron a mi padre y Akwasi secuestró a Nora para tomarla como esposa. Yo la di por muerta. Cuando unos años después oí decir que en Nanny Town tenían a una blanca como «esclava», me puse en camino de inmediato y… bueno, conseguí liberarla. Pero entonces ya tenía a Deirdre, y era una niña encantadora. Para mí fue una alegría criarla como mi propia hija, gracias al amable apoyo del gobernador, quien me ayudó facilitándome salvoconductos y documentos de adopción.

Doug pensó por un instante si tenía que informarle también del segundo niño al que Nora cuidaba entonces, el hijo de Akwasi y la esclava Máanu, pero supuso que el destino de Akwasi, Jefe y Máanu probablemente no interesaría a su yerno.

—Bien, ahora ya está al corriente de todo —finalizó—. Deirdre es la hija de un esclavo. ¿Todavía desea casarse con mi hija?

Victor Dufresne sonrió.

—No puedo concebir mayor alegría que la de hacer feliz a Deirdre —contestó con calma—. Para mí no es la hija de un esclavo, sino miembro de pleno derecho de una familia que merece todo mi respeto: los Fortnam de Cascarilla Gardens.

Victor le propuso matrimonio a Deirdre en la playa de Cascarilla Gardens que para Nora era el símbolo de su amor por Jamaica. Había ido a pasear a caballo con la joven y cuando llegaron junto al mar, se bajó de la montura y ayudó a Deirdre a hacer lo mismo.

—Demos un pequeño paseo a pie, Deirdre —propuso con dulzura—. Yo… quisiera hablar con usted y tenerla más cerca de mí de lo que permite ir a lomos de un caballo.

Aquellas palabras introductorias divirtieron a Deirdre, que asintió ilusionada y bajó la cabeza virtuosamente para escucharlo con atención. El joven médico habló con cautela del afecto que había sentido por ella desde el primer momento y de lo mucho que admiraba su belleza y encanto.

—Y he tomado la decisión… —concluyó—, bueno, sé que le parecerá precipitado y quizás inoportuno, pero… pero… yo quisiera pedirle…

Deirdre se volvió hacia él y le sonrió complaciente.

—Victor —dijo—, si no acaba, no llegará nunca a besarme. Y la playa no es tan larga como para pasar horas paseando por la orilla…

El joven se frotó las sienes.

—Disculpe mi vacilación. Yo… en caso de que rechace… —Se mordió el labio.

Deirdre parpadeó con aire juvenil y lo miró con picardía.

—¿Y si le prometo de antemano que al menos estudiaré con… hum… benevolencia su solicitud?

Victor sonrió.

—Me está usted tomando el pelo —señaló, y sacó con seriedad una rosa de su casaca—. Aquí está. Un poco arrugada pero sabía que valoraría el hecho de que le presentara mi solicitud durante un paseo a caballo…

Deirdre ya iba a replicar de nuevo, pero en esta ocasión Victor prosiguió con determinación.

Miss Fortnam, Deirdre… en los últimos días me he enamorado de usted. No hay nada que desee más en este mundo que pasar toda mi vida a su lado, velando por usted y haciéndolo todo por usted…

Deirdre lo miró con los ojos radiantes y tomó la rosa que él sostenía. Le habría dicho que sí de inmediato y lo habría besado, pero su parte indómita disfrutaba haciéndole esperar un poco.

—¿Todo? —lo interrumpió un tanto enfadada—. ¡Hace poco no se peleó usted por mí, monsieur Victor!

Deirdre nunca lo habría admitido y tan solo era una gota de amargura diminuta dentro del entusiasmo que sentía hacia Victor, pero, de todos modos, sí le había dado un poco de rabia que el joven hubiera escogido la solución diplomática en la fiesta de los Keensley. Se justificaba pensando que Quentin no habría llegado a insultarla si Victor le hubiese desafiado. Naturalmente, era consciente de que ello habría comportado también un desagradable intercambio de palabras. Tal vez Quentin la habría humillado en voz alta y de modo que todos lo hubiesen comprendido, lo que habría sido mucho peor. Pensándolo bien, las consecuencias habrían podido ser nefastas si Victor no se hubiese comportado con absoluta corrección. No obstante, le hacía gracia burlarse un poco de él…

Sin embargo, Deirdre se arrepintió de haber dicho esas palabras en cuanto vio la expresión desolada del joven.

—¿Me considera usted un cobarde, miss Deirdre? —preguntó con un hilillo de voz—. Yo… yo se lo pregunto porque no es la primera vez que lo oigo decir. Mi familia sostiene que soy muy blando… Mi actitud frente a la esclavitud, mi deseo de ayudar a los hombres… Es cierto, no me gusta andar pegándome con la gente. La violencia es, en mi opinión, la peor solución para cualquier problema imaginable. Pero tampoco soy un gallina. Intento hacer solo lo que considero justo.

Deirdre sonrió, se puso de puntillas y le dio un beso en los labios.

—Entonces hazlo ahora también —susurró—. ¡Y no hables tanto!

Se estrechó contra él cuando el joven la abrazó y disfrutó de su beso, que nada tenía de pusilánime. Victor no era un joven sin experiencia, y ahora que estaba seguro de que Deirdre correspondía a su amor, jugueteó diestramente con la lengua en la boca de la joven y deslizó sus dedos por aquel cuerpo delicioso… Deirdre se derritió y deseó poder abandonarse al deseo.

—¿Te casarás entonces conmigo? —preguntó Victor cuando se rehicieron—. ¿Quieres ser mi esposa?

Deirdre asintió decidida.

—¡Lo deseé desde el primer momento! —reconoció—. Y no tienes que pegarte con nadie por mí. —Sonriente, le guiñó un ojo—. ¡Yo misma sé cuidar de mí! Y además… —Jugueteó con las riendas de Alegría, que no había soltado mientras se besaban. Por el contrario, la rosa yacía pisoteada a sus pies—. Además tengo un caballo rápido…

Victor sonrió, cautivado por su picardía y su seguridad.

—Entonces tendré que atarte corto, antes de que salgas huyendo al galope —bromeó, y a continuación sacó una cajita del bolsillo y la abrió.

Una sencilla alianza de oro con un diamante relució al sol y Deirdre descifró complacida las finas letras grabadas: «V. y D. para siempre». Se le saltaron lágrimas de emoción cuando Victor le puso el anillo.

—Siempre lo llevaré —prometió—. Y mientras lo lleve seré tu…

También Nora casi se echó a llorar cuando Deirdre le contó más tarde, llena de emoción, las horas que habían pasado en la playa, esa playa con la que Nora ya había soñado siendo una joven y en la que Doug Fortnam la había visto por vez primera. No sabía por qué, pero la idea de los amantes junto al mar le apaciguaba su temor de que iba a perder a su hija cuando esta se marchara con su esposo a otra isla. Admiró el anillo modesto pero espléndido, y pensó en el que durante años le había recordado a su primer amor, Simon. Nunca se había ajustado al fino dedo de Nora, mientras que Victor, al elegir el anillo para Deirdre, había demostrado poseer un excelente sentido de las proporciones. Encajaba perfectamente y parecía hecho para ella. Deirdre no se cansaba de mirarlo. Corrió por toda la casa y no descansó hasta que el último criado y la más joven de las cocineras lo hubieron admirado. Al final, bailó en su habitación y abrazó a Amali, que esperaba para ayudarla a cambiarse. Los Fortnam querían celebrar el compromiso con una cena en familia.

—Deirdre Dufresne… ¿Puedes creértelo, Amali? La señora Deirdre Dufresne…

La joven escuchaba el sonido de su futuro apellido, lo repetía una y otra vez y saboreaba el beso que Victor le había dado en la playa. Su primer beso. Amali sonrió cuando la muchacha le describió con detalle lo que había sentido.

—No lo he admitido, pero tenía un poco de miedo. Pero era tan suave, tan tierno… ¿te imaginas que me ha acariciado la boca con la lengua? Y yo… yo también lo he hecho… era… natural… como dos piezas que encajan perfectamente, como una llave que se inserta perfectamente en la cerradura. También algo muy especial, algo maravilloso… —Deirdre resplandecía al recordar las caricias de Victor y ante la alegría anticipada de las que llegarían.

Amali hizo un gesto de aprobación. También ella estaba enamorada, aunque no expresaba sus sentimientos como su joven señora. Pero sabía a qué se refería Deirdre e incluso más. El novio de Amali no era tan recatado como Victor, ya hacía tiempo que la doncella no era virgen.

—Deirdre y Victor Dufresne… —canturreó la enamorada—. Suena bien, ¿verdad, Amali? Encaja. Todo encaja. ¡Nuestra vida será maravillosa!