8

Como era previsible, Victor Dufresne se dejó convencer de quedarse hasta el domingo en Cascarilla Gardens y acompañar a Deirdre y sus padres al baile de los Keensley.

Sus ojos se iluminaron cuando vio a Deirdre en su vestido de fiesta: una creación rosa viejo adornada de encajes azul oscuro. Las doncellas habían trenzado en sus cabellos unas camelias que florecían en el jardín de Nora y cuyo color combinaba con el del vestido; el aroma que emanaban envolvía a Deirdre como el perfume más cautivador. Victor, naturalmente, solo había llevado ropa sencilla para pasar el fin de semana, lo que Doug tomó como pretexto para eludir la imposición de empolvarse y llevar peluca. Dijo que no permitiría que Victor fuera el único hombre sin afeites ni chaleco de brocado. Deirdre encontró sus pantalones de montar, las botas y la chaqueta marrón mucho mejores y, sobre todo, más viriles, que la chaqueta de seda rosa con ribetes amarillos que Quentin Keensley llevaba esa noche. El joven saludó a los invitados en el umbral del salón de baile, junto con sus padres, y puso una mueca de desagrado cuando Doug presentó a Victor formalmente como huésped de su familia.

Lady Keensley, por el contrario, sonrió benevolente. Sin duda recordaba el baile de Victor con Deirdre en la fiesta de esta.

—¡Ya nos conocemos! —señaló con voz meliflua—. El joven médico de Saint-Domingue… ¡Sea bienvenido, monsieur!

Nora percibió que el cerebro de la anfitriona estaba trabajando a pleno rendimiento. Que alguien apareciese sin invitación previa exigía tomar decisiones rápidas acerca de la distribución de los comensales en la mesa, y había de actuar de forma correcta y resolutiva. ¿Se trataba de un mero «amigo de la familia»? Entonces el muchacho precisaba de una compañera de mesa de edad similar, a la que también pudiese sacar a bailar. ¿O se trataba tal vez de un prometedor postulante de la joven Deirdre? En ese caso, lady Keensley estaría encantada de situarlo junto a su pretendida. Nora habría apostado a que el sitio contiguo al de su hija ya estaba solicitado por Quentin…

La observadora mirada de lady Keensley siguió a Victor, pero el joven médico no le facilitó indicio ninguno. Cortés y ceremonioso condujo a Nora a la sala, mientras Doug le ofrecía el brazo a su hija.

Nora contempló cómo la mirada calculadora de la anfitriona se paseaba por las damiselas apropiadas para sentarse junto a Victor, y se percató de que eso no le pasaba inadvertido a Deirdre. En el expresivo rostro de su hija ya habían aparecido los celos. Nora decidió intervenir para evitar posibles problemas.

—El doctor Dufresne y yo tenemos intereses en común —señaló con una amable sonrisa a la anfitriona—. Soy muy aficionada a la medicina, ¿sabe? Pero, lamentablemente, no hemos tenido tiempo suficiente para intercambiar impresiones. Quizá sería apropiado que nos colocara juntos a la mesa…

Lady Keensley asintió aliviada. Eso podía solucionarse en un pispás. Nora suspiró tranquila cuando Deirdre recuperó la sonrisa, aunque Quentin enseguida se acercó y se puso a hablarle. Pese a todo, sospechó que esa velada no se vería exenta de ardides.

Y en efecto, la atmósfera apacible no se prolongó demasiado. Tal como era de esperar, Quentin Keensley condujo a Deirdre a la mesa observado con desdén por una hermosa rubia que lady Keensley había colocado al otro lado de su hijo. Era probable que la joven se hubiese imaginado que la velada transcurriría de otro modo. Keensley descubrió, a todas luces disgustado, que Nora y Victor se sentaban justo enfrente uno del otro. No era un arreglo muy hábil por parte de lady Keensley, pero al planificar la distribución de los invitados en la mesa, la dama no había podido imaginar que Victor acudiría. Era probable que hubiese querido colocar a Nora y Doug delante de Quentin y Deirdre para que a su hijo no se le ocurriera hacer ninguna tontería. Si a esas alturas había llegado a sus oídos algún comentario sobre el paseo a caballo de Deirdre y Quentin sin dama de compañía, debía de pensar que la hija de los Fortnam era bastante atrevida…

Sin embargo, Deirdre apenas hacía caso de su compañero de mesa, solo tenía ojos para Victor. A los intentos de Quentin por entablar conversación, ella respondía con monosílabos o con el silencio, por lo que, lógicamente, el muchacho no tardó en enfadarse. Por su parte, Victor hacía gala de un comportamiento impecable. Era evidente que se esforzaba por no responder con exceso de ardor a las miradas de Deirdre, sino que se concentraba en Nora. La conversación entre ambos enseguida creció en interés, y Nora disfrutó con su compañero de mesa mucho más en esa comida que en otras fiestas.

Después del banquete los invitados se trasladaron a la sala de baile y Victor se volvió con una sonrisa amable hacia Nora.

—¿Desea bailar, señora Fortnam? O…

Intentaba que no se le notara, pero Nora observó que lanzaba una mirada fugaz a Deirdre y que estaba atento a los movimientos de Quentin, quien se disponía a conducir a la joven a la pomposa sala de baile contigua al salón.

Nora se abanicaba. Los salones de los Keensley no estaban pensados para el clima jamaicano y a esas horas de la noche el calor era pegajoso. Además, las ventanas seguramente no podían abrirse…

—Gracias, monsieur Victor —rechazó la invitación con amabilidad—, pero después de esta comida maravillosa y abundante necesito hacer una pausa. También debería liberar a mi esposo de lady Warrington. Adjudicársela como compañera de mesa no ha sido una idea especialmente brillante… —Tal vez la distribución había servido para que los Fortnam se abstuvieran de asistir a futuras fiestas en casa de los Keensley, aunque naturalmente Nora no lo mencionó—. Ocúpese un poco de Deirdre. No parece divertirse demasiado con su acompañante.

Señaló a su hija, que disimulaba en ese momento un bostezo. No era precisamente un comportamiento digno de una dama, y Nora se avergonzó un poco de ella. Victor, por el contrario, rio aliviado.

—¿De verdad? —preguntó, fingiendo indiferencia—. Y yo que pensaba… Bueno, con unos vecinos tan directos… —Apretó los labios—. Además, el joven lord Keensley está pendiente de miss Deirdre…

Nora suspiró. Ya en la época en que estaba con Simon solía pensar que no había que exagerar la cortesía y la discreción.

—Bien, ¡entonces espabile usted también! —animó al médico sin cortapisas—. No tenemos mucho en común con los Keensley, y Deirdre no está comprometida con nadie.

Observó sonriente cómo el joven, tras disculparse, se apresuraba hacia Deirdre y Quentin. Justo entonces empezaron a interpretar un minué y la joven se colocó radiante junto a él en la hilera de parejas. Quentin condujo a la muchacha rubia a la pista. Por lo visto, todo transcurría según los deseos de lord y lady Keensley.

Pero Quentin Keensley era demasiado temperamental para arrojar la toalla a la primera. Por mucho que Deirdre le diera a entender que no disfrutaba de sus favores, ese joven mimado no estaba dispuesto a renunciar a sus aspiraciones. Durante las horas que siguieron estuvo bailando con una joven tras otra, y en cuanto pasaba junto a Deirdre se ponía a reír y tontear con sus parejas. Esta ni se percató de lo popular que era su anfitrión. Si no estaba bailando con Victor, estaban charlando animadamente. Bebía a sorbitos el champán y escuchaba con atención lo que le contaba su galán.

Quentin ardía de indignación cada vez que veía la sonrisa extasiada de Deirdre. Bebía el ponche con avidez, de pura frustración, y al final ya tenía ganas de pelea. Se interpuso con brusquedad entre Deirdre y Victor cuando se dirigían de nuevo a la pista.

—¡Ya está bien, miss Fortnam! —declaró—. Hace horas que le he pedido un baile. ¡Ahora es el momento!

Deirdre frunció el ceño.

—No recuerdo haberle prometido nada —replicó—. Y ya he concedido este baile a monsieur Dufresne.

Quentin se volvió hacia Victor y lo miró iracundo.

—¡Con este ya ha bailado suficiente! —soltó indignado—. ¿Qué manera de comportarse es esta? Plantarse en mi casa como si nada y… y arrebatar los bailes a la mejor chica y…

Victor arqueó las cejas con fingida sorpresa.

—¿Siente usted que le estoy arrebatando algo, miss Fortnam? —preguntó con calma.

Deirdre soltó una risita, alegre a causa del champán.

—A decir verdad, no, monsieur Victor. Al contrario… me siento más bien agasajada… —Le guiñó el ojo e hizo una reverencia.

—Ya lo ha oído —señaló Victor—. Y ahora déjenos por favor salir a bailar. Ya ve, nos están esperando.

Victor y Deirdre iban a participar en una danza de pasos complicados que había anunciado el maestro de ceremonias y cuyo desarrollo debían aprender previamente. Mientras Quentin bloqueara la pista de baile nadie podía empezar, y, por supuesto, ya hacía rato que los tres habían atraído la atención de las otras parejas, el maestro de ceremonias y los músicos.

—Después, naturalmente, dispondrá usted de vía libre para invitar a miss Deirdre —añadió con cortesía Victor.

Iba a coger la mano de la muchacha y alejarse, pero Quentin lo agarró del hombro y tiró con brusquedad.

—¡Y un cuerno! —siseó—. Bailaré ahora con ella… Y tú… tú te esfumas.

Victor se zafó de su presa y distinguió en los ojos de Quentin un brillo peligroso. Hasta entonces había considerado el asunto desde un enfoque cómico. Seguro que el chico había bebido demasiado y tenía ganas de provocar. Parecía como si quisiera lanzarse a una pelea en toda regla. Victor evaluó al joven brevemente y concluyó que lo tumbaría con facilidad. Quentin no era ni más alto ni más fuerte que Victor, y además no estaba sobrio. Sin embargo, todo en el joven médico se resistía a darse de puñetazos con un muchacho como un par de granujas. Y a saber en qué acabaría todo. Quentin no era el único con quien Deirdre se había negado a bailar.

Victor lanzó una mirada a la joven, que observaba fascinada la disputa. ¿Le gustaría que él se peleara por ella? Pero no, se encontraban entre caballeros, había que arreglar las cosas de otro modo.

Victor se pasó la mano por la solapa que Quentin acababa de tocar y aparentó quitarle el polvo.

—Tranquilícese… milord. —Subrayó el título de forma tan sarcástica que algunos invitados se echaron a reír—. Seguro que llegaremos a un acuerdo en este asunto. La única persona que ha de manifestarse al respecto es miss Deirdre. Tal vez tenga que recurrir a su… hum… compasión. Si es que no hay ninguna otra señorita que quiera bailar con usted, milord… Comprendo que se disguste, pero es posible que la causa radique en su propio comportamiento. Pero lo dicho: si miss Deirdre mostrara clemencia para con usted y estuviese dispuesta a dar unos pasos en su compañía por la pista, por mi parte no habría objeción… —Victor dirigió una sonrisa a Deirdre, quien al principio reaccionó ante las palabras del joven con una mueca de disgusto y luego con una sonrisa burlona. Sin perder la calma, el médico prosiguió—: Desde luego no tengo motivo para incomodarme, miss Deirdre, si desea mostrarse complaciente con este joven. En lo que a mí respecta, le pediré formalmente el último baile de esta noche… Desearía dormir con el recuerdo de su perfume y el suave contacto de su mano… —El joven doctor le dirigió una mirada tierna—. Pero, como ya he dicho, es usted quien decide…

Victor levantó ligeramente la mano abierta. Un gesto que podía interpretarse como ofrecimiento o renuncia. Deirdre tanto podía coger la mano tendida y aceptar la invitación al baile, como inclinarse ligeramente hacia Quentin. Pero, en todo caso, el joven provocador haría el ridículo si optaba por agredir a Victor.

Mientras, se oían más risas procedentes de las parejas que estaban alrededor. Los presentes miraban divertidos y sin disimulo a Quentin, quien se encontraba de pie frente a Victor con los puños cerrados pero desvalido.

Deirdre pensó un instante. No quería bailar con el hijo de los anfitriones, pero veía que era la mejor solución. Una parte de ella admiraba a Victor por su elegante maniobra para apaciguar los ánimos sin quedar en mal lugar. Otra parte, sin embargo, habría querido verlo defenderse con los puños. Sonrió comedida y decidió dirigirse a Quentin.

—Bien, entonces vayamos a… —dijo con frialdad.

Sin embargo, Quentin Keensley se retiró, quizá consciente de que todavía perdería más si se ponía a bailar con Deirdre, o tal vez porque sus padres, al igual que los Fortnam, se estaban aproximando a la pista de baile.

—Pues… pues ya no me apetece bailar contigo, una… una… ¡bastarda negra! —siseó antes de darse media vuelta. No pronunció las palabras lo suficientemente alto como para que Victor ni nadie las oyera, pues en caso contrario Doug o el médico lo habrían desafiado. Pero Deirdre se estremeció. Quentin le lanzó otra mirada de odio y le dio la espalda.

Paralizada por el horror y la vergüenza, ella se quedó mirándolo. En ese momento, el maestro de ceremonias revivió. Percibiendo que podía salvar la situación, lo hizo con el encanto de un hombre experimentado así como con una sonrisa franca. Una muchacha tan hermosa y ese chico la había violentado… Desde luego, un comportamiento imperdonable.

—¡Mademoiselle! —Francés como la mayoría de los de su gremio, el maestro le dedicó una profunda reverencia a la pálida Deirdre—. ¿Me concede el honor? ¡Sería para mí maravilloso bailar con una joven tan bella como usted!

Deirdre le tendió la mano como en trance y lo siguió alterada a la cabeza de los bailarines. Se sentía muy herida… pero entonces comenzó la música. El maestro la miró animosamente y le mostró los primeros pasos, una figura difícil de verdad. Deirdre tenía que concentrarse para hacerlo bien y se olvidó de Quentin y su horrible conducta. Al final, disfrutó del honor de encabezar el baile. Alzó la cabeza, sonrió y dejó que el francés la guiara elegantemente durante el minué. De vez en cuando dirigía una sonrisa a Victor, que la contemplaba con admiración, y otra de desdén a Quentin, que se había reunido con sus padres.

Nora estaba henchida de orgullo de ver a su preciosa hija en cabeza de los bailarines. ¡La enfant terrible de los hacendados bailaba con el porte de una reina en la fiesta de los Keensley!

Doug, por el contrario, se mostraba escéptico. No sabía con exactitud qué había pasado antes, pero de una cosa estaba seguro: ese día Deirdre y Victor se habían enemistado de verdad con Quentin Keensley. Y todavía podría haber sido peor: Doug imaginaba lo que el hijo de los vecinos le había soltado a su hija. Los ánimos se habían calmado, pero Doug veía muy oscuro el modo en que iba a desarrollarse en adelante la relación con esos vecinos. Pues si bien los Keensley estaban de acuerdo en que Quentin renunciara a pedir la mano de Deirdre, no les habría gustado que humillaran a su hijo en público. El comedimiento de Victor, por el contrario, había sido de una destreza admirable. Ni el mismo Doug habría sido capaz de dominarse tan perfectamente a su edad. Era probable que hubiese derribado al joven Keensley con un par de puñetazos.

Miró a Deirdre, que estaba bailando, y luego a Nora, y suspiró al percatarse de cómo le brillaban los ojos. Seguro que estaba convencida de que su preciosa hija podía elegir entre todos los jóvenes reunidos allí. Para él, por el contrario, el futuro de Deirdre acababa de decidirse: tras ese incidente le cerrarían todas las puertas en Jamaica. Los Keensley eran rivales poderosos. Podían avivar los rumores sobre la joven cuando les apeteciera. E incluso sin su intervención, al día siguiente, la mitad de Jamaica estaría chismorreando sobre la hija de los Fortnam. No, Doug estaba resuelto y se apresuraría a dejárselo claro también a Nora. Si Victor quería casarse con Deirdre y no le escandalizaba su origen, ellos no pondrían objeciones.