—E
l azar significa orden surgiendo del caos.
Estaba sentado en un banco de madera. En el fondo del aula. Una mañana fría, los dedos demasiado entumecidos para tomar notas. Cambridge. Olor a asfalto recién vertido por la ventana entreabierta.
El profesor parecía estar tan aburrido como los alumnos. La toga negra claramente raída encima de una americana de cheviot, pantalones marrones. Espantoso. Nigel bostezó, se desperezó. Quería tomar té.
—Pongamos que el ojo plenamente desarrollado (por ejemplo los vuestros) evolucionara de un salto aleatorio, en una sola generación: estaríamos ante un fenómeno totalmente improbable. Los ojos llegaron a existir gracias a la incorporación gradual de rasgos levemente mejores. La dificultad se da cuando intentamos imaginar órdenes mayores que el nuestro. Debemos argumentar que las probabilidades de que el azar desbocado genere seres completos y perfectos son remotas, imposiblemente remotas.
Nigel se irguió en el asiento. Si la evolución era universal, esta regla era también aplicable a las deidades. Surgirían de un cambio gradual. Y ninguna sería perfecta.
Ni siquiera la Sintonía.
—Soy capaz de vérmelas con un caballero que está un poco agotado. Más aún, soy una experta en ello.
—Lo sé. No he perdido del todo la memoria, como descubrirás. Creo que incluso puedo encontrar los lugares indicados sin un mapa.
—¿Avanzar a tientas? Puedo ayudarte.
—Ya veo. —Esa calidez nunca se extinguía para él—. Mmm. Eres toda una matrona.
—Mmm.
—Bien, al menos no puedes hablar.
—Mmm.
—Habla después.
—Mmm.
—Después, sí, mucho mejor. Eso es.
Un largo tiempo a la deriva, envuelto en láminas de luz gris.
…
—Has dicho que la ventaja de hacerlo así es que yo no podía hablar, ¿no?
—He dicho que hablaras después. Esto ya es después.
…
—Eliot.
—Ya sé que es de Eliot.
—Qué maravilloso resulta mantener una conversación tan culta mientras…
…
Recostándose en la maciza cama, Nikka rio a su pesar.
—¿No puedes hacerte la revisión médica en otra ocasión? Empezaba a ponerme cachonda.
—Reajustaré mis secretores. Añadiré algunas hormonas. Aprovecharás mejor el dinero que pagarás por el paseo.
—No pensaba pagar dinero, y no tenía en mente ningún paseo.
Nigel gruñó, sintonizando los controles digitales que había dejado al descubierto al apartar la piel.
—¡Una literalista! Que Dios libre al sagrado impulso erótico de los estragos de esa gente.
…
—No entiendo por qué me conserváis cuando no quiero ser conservado.
Nigel estaba sentado en una silla de respaldo recto, como en una entrevista de trabajo. En cierto modo lo era.
TÚ ERES EL ORIGINAL. TE GUARDAMOS PARA VERIFICAR LA FIDELIDAD DE LAS COPIAS.
—¿Cómo ese super-Nigel que vi una vez?
ÉSE Y OTROS.
—¿Entonces me guardáis dentro de un espacio de parámetros restringidos?
PARA ASEGURARNOS DE QUE LA MEZCLA CON INFLUENCIAS FUNDAMENTALMENTE DIFERENTES NO TE CAMBIE IRREMEDIABLEMENTE.
—Yo quiero cambiar irremediablemente.
LOS PHYLA SUPERIORES TIENEN USOS MÁS ELEVADOS. LA SINTONÍA ESTÁ CONSAGRADA A BÚSQUEDAS PARA LAS CUALES TU REPRESENTACIÓN ESTÁNDAR Y FIDUCIARIA ES ESENCIAL. SABER ESTO DEBERÍA BASTARTE.
—No me conocéis tan bien, ¿verdad?
TE CONOCEMOS TOTALMENTE.
—Nunca me conoceréis.
PODEMOS SIMULARTE, DENTRO DE UN MARGEN TOLERABLE.
—Una copia no es el original.
ES LO QUE LA SINTONÍA DESEA QUE ENTIENDAS.
—Llevaré los pantalones arremangados.
¿QUÉ?
…
Habían construido el Snark muchos milenios antes. Rudimentarios elementos de lo que llegaría a ser la Sintonía habían urdido una telaraña tenue por la galaxia: máquinas buscando vida, prolongados viajes por largos corredores de eones y pársecs.
El Snark era un dispositivo de gama baja, pero su registro —es decir, su yo digital— tenía que estar en alguna parte.
¿De qué servía una Biblioteca Galáctica si no podías buscar semejante cosa, los restos fósiles de una vida vivida y amada y desaparecida?
Le trajeron el Snark.
Eres parecido a la forma que conocí, concedió el Snark.
Para Nigel el Snark era una nube flotante, con relámpagos eléctricos y verdes en su interior. No la esfera que él había visto cerca de la luna. Pero tampoco estaba en el espacio real.
—¿Recuerdas el universo de las esencias?
Todavía estás en él.
—¿Y tú?
Yo todavía no estoy. Vosotros sois un producto espontáneo de la materia. Nosotros carecemos de las ventanas que poseéis vosotros.
Nigel se sorprendió, algo que ya le parecía imposible. Incluso allí ellos llevaban su bagaje.
—Y también a la inversa, supongo.
Como debe ser. Todas las ventanas son parciales.
—Algunas son más amplias.
Ahora pareces más variado, más grande que antes.
—He recorrido mundo.
Todavía hay en ti las corrientes sobre las cuales informé. En nuestro Directorio tenías que representar a tu civilización, una tosca muestra añadida al torrente de emisiones electromagnéticas que tu mundo enviaba tan irreflexivamente.
—Bonito modo de expresarlo. Hablamos demasiado.
Aquella vez me comentaste que los condenados hablan frenéticamente.
—En efecto.
La mortalidad no condena. Tenéis virtudes en el universo de las esencias.
—Una suerte, tal vez. —Nigel soltó una carcajada etérea—. Pero aun así estamos condenados.
Ese condimento. La risa.
Más tarde comprendió que el Snark era una grabación, un promedio de todas las representaciones que había tenido en sus varios millones de años de existencia. No era un individuo sino un conjunto. Él no podía evaluar ese rasgo. Cuando uno se reencontraba con un viejo amigo, daba por sentado que era la misma persona. Algunas células reemplazadas, más arrugas en el rostro, pero la misma persona.
A la larga, viviendo en medio de la Sintonía, la pregunta no tenía sentido.
Tan poco sentido como preguntarse qué había significado la fuga de la familia de Nigel hacia el futuro, en su viaje por el esti. Nikka, Benjamín, Angelina, Ito. ¿Dónde estaban ahora?
Allí vivían mecs, luchaban con la humanidad. Pero Nigel los había visto destruirse en sus éxtasis febriles.
¿Eso significaba que regresarían, que nuevas luchas se superpondrían y estallarían en un futuro alterado pero no detenido por los Códigos de Activación?
Aparentemente. Tal vez el clan Walmsley-Amajhi hubiera visitado algo mecanocuántico. Quizá las paradas en los tránsitos fueran meros vectores de potencial de estado. Algunos de esos futuros se hacían realidad. Otros habían sido borrados por la plaga mec. Tendría que viajar de nuevo por un gusano para descubrir cuáles.
Pero si el Mec Gris los hubiera matado a todos, él no estaría reflexionando sobre el problema. Él no estaría. Así que se limitó a pensar en las cosas que podía entender, al menos hasta cierto punto.
Los mecs tenían un defecto congénito, la plaga del placer, por su antigüedad. Como los superchimpancés humanos, que llevaban potencial para el error en su arquitectura mental, pues también eran montajes, mejorados simplemente a base de añadidos. Todos los chimpancés obedecían imperativos inherentes, los cuales no experimentaban como ideas sino como emociones. Deseos, ansias, miedos: apuntes taquigráficos de las lecciones de la evolución. Todo formaba parte del caudal. Eso le resultaba reconfortante.
Alegría. Aún la conservaba. Sencilla como la luz del sol.
Alegría sin causa evidente. Un humor terrenal, animal. A veces no era gran cosa ser un primate, pero siempre valía la pena ser mamífero.
Se rio de una ironía inconsciente del Snark.
—Un poco ruidosa, ¿no crees? Ironía porcina.
Cuando emites ese sonido pareces tener un breve instante de lo que es vivir como yo, más allá de la presión del tiempo.
—¿Cómo estoy ahora? ¿En este lugar?
Sí. Pero has llevado tus esencias contigo. Tus ventanas.
Nigel rio.
…
—Ese perro estaba en la habitación mientras hacíamos el amor.
—No me importó. Tal vez ya hayan evolucionado tanto que en el momento crucial desvían los ojos cortésmente.
—¿Momento? ¿Crees que sólo duró un momento?
—Bien, digamos que fue atemporal.
—Así está mejor. Pero creo recordar que el perro ladraba en un momento importante.
—¿Sí? Creía que eras tú.
…
—Entonces nunca conoceré los usos que habéis dado a Walmsley, ¿verdad?
NO PUEDES CONOCERLOS.
—Entonces no hay fin.
LOCALMENTE, SÍ. GLOBALMENTE, NO.
…
—Alexandria…
¿Sí?
—Yo quiero… yo…
Todavía no.
—¿Acaso soy un niño a quien se le dice cuándo ir a la cama? —protestó él.
Esto no es la cama. Por lo pronto, no es tan divertido.
—Estoy cansado.
Pero no físicamente.
—Tal vez haya visto demasiado.
Todavía no es tu momento.
—Tampoco era el tuyo —rezongó Nigel.
Todavía tienes erecciones de noche con sólo pensar en mí, ¿verdad?
—Mmm. No puedo negarlo, ¿verdad? Pareces vivir dentro de mi cabeza.
Exacto, amor mío. Y mientras así sea… bien, tal vez no fuera, mi momento. Tal vez todavía esté aquí.
—Las copias no son el original.
Una dama sabe agradecer los cumplidos. Especialmente cuando sé que tienes a Nikka.
—Espero que esto no sea una deslealtad hacia ella.
No puede serlo. Somos todos los amores que hemos conocido… he ahí mi intento de autodefinición.
—Me gusta eso. Una definición que está libre de ese corrupto envoltorio, el cuerpo.
…
—Para el bodhisattva budista, son las proezas y los sufrimientos de otros lo que brinda sabor a la inmortalidad.
LA FINITUD ES SU PROPIA RECOMPENSA.
—¿Las limitaciones dan vida?
…
—¿Momento? ¿Crees que sólo duró un momento?
—Bien, digamos que fue atemporal.
…
—¿Los actos humanos tienen algún sentido? —preguntó desesperado.
POR SUPUESTO.
Pero no añadieron más. El abismo.
…
—No —le gritó a la pared—. ¡No!
La pared lo absorbía todo y no respondía nada.
LOCALMENTE, SÍ. GLOBALMENTE, NO.
Sabía que era inútil esperar rasgos humanos («convenciones de chimpancé», las llamaba a veces) tales como la compasión o la piedad en los Supremos, los magnéticos o en cualquier otra condenada raza superior. Pero podía abrigar la esperanza.
La respuesta llegó al fin: un piadoso vacío.