A
h, vejete repugnante, pensó Nigel. Incorregible. Podía invocar con suma facilidad las imágenes, los sonidos, los olores. NASA. Un programa espacial que se parecía a la oficina de correos, cuando el mundo necesitaba Federal Express. Se lo había dicho a Nikka hacía más de treinta mil años.
NASA. Los telescopios y los cohetes eran cilindros redondos, rectos y puntiagudos. Tecnología masculina, angulosa en todos los detalles, casada con las gráciles curvas de la colaboración femenina.
Cibérvoros. Una vez les había visto alimentarse. No eran criaturas sino apetitos móviles, organizaciones de corrientes y plasma que podían nutrirse de metales, ionizándolos para producir halos satisfactorios y transparentes de potenciales efervescentes y sabrosos.
¡Cuántos recuerdos y qué nítidos!
Profundamente ajenos, ahora.
Los recuerdos indebidos se adhieren a la mente, crean un vacío que trasciende las palabras.
Había sabido la verdad en ese momento fugaz en que conoció a Killeen. Sin duda, los viejos lóbulos frontales arrojaban el dato instantáneo de que había conocido antes a ese hombre. Había logrado que su pueblo se sumiera en la oscuridad planetaria, sufriera tormentos, resistiera, mejorase y emergiera de milenios de dolor.
Pero Nigel no podía recordar nada más de Killeen.
Eliminado como error, comprendió.
Estuvo preguntándose un buen rato qué número era. Dos, ocho, diez. Midiendo la extensión del tiempo, las desperdigadas losas de acontecimientos, tenía que ser más. ¿Cincuenta?
—Es por eso —le dijo a la pared de negrura que cubría medio espacio. Era como estar frente a un muro que absorbía todos los sonidos, sin responder.
¿POR QUÉ PREGUNTAS?
—No quiero ser llamado y usado. No la próxima vez que surja algún problema en la Sintonía.
SE TE PUEDE CONCEDER, PERO NO TIENES DERECHO A ELLO.
—No hablo de condenados derechos.
NI SIQUIERA TIENES RANGO PARA FORMULAR LA PREGUNTA.
—Formúlala por mí.
LA SINTONÍA DISPONDRÁ.
Siempre respondía lo mismo.