3 - Mucho espacio

R

eunir a todos los Bishop de varias Vías fue mucho más rápido de lo que Toby esperaba. Los Supremos no se anunciaron ni se comunicaron. Sólo los reunieron.

La gente parecía rezumar del paisaje boscoso donde se congregaba el pequeño grupo de los Bishop. Toby y Killeen habían sido depositados en una Vía de clima moderado y agradable, con plantas comestibles. Había comida y algunos Bishop —desplazados sin ceremonias por los Supremos— también traían provisiones. En poco tiempo se organizó una celebración.

Una Bishop necesitaba atención médica, y cuando le quitaron el traje descubrieron que no podían quitarle la ropa interior. La había llevado tanto tiempo que el vello la había atravesado. Toby veía rizos que brotaban del cutis grisáceo, de modo que al principio confundió la ropa interior con piel. Al final tuvieron que arrancarle la tela marrón como si la mondaran. También le arrancaron trozos de piel.

Toby vio a Quath a lo lejos, y enfocó en primer plano al hombre con quien hablaba: Walmsley. Entonces Besen salió de los árboles. Parecía mayor, y su rostro era más fuerte. Tenía un aplomo que a Toby le agradaba. Ella lo besó sin una palabra. Él no pudo decir nada.

—Maldita sea, ha pasado mucho tiempo —dijo ella.

—Y mucho espacio —respondió Toby.

Todos habían visto la agonía de los mecs, el éxtasis y la muerte, y abundaban las anécdotas. Siempre abundaban. Pronto fue como mil otras noches que Toby había pasado escuchando las historias de otros Bishop mayores, pero ahora él también tenía cosas que contar.

Al parecer se habían perdido pocos Bishop. Habían sabido sobrevivir en las Vías. Por algunos Toby nunca había sentido un gran afecto, pero todos se las habían apañado. Llegó a sentir que la Familia Bishop también era hermosa por lo que tenía de fea.

Algunos se habían adaptado demasiado bien a las posibilidades farmacológicas de las Vías. Era divertido observar a uno de sus amigos de la infancia, Abel, poniéndose la ropa interior. Sostenía los calzoncillos delante e intentaba ponérselos. Pero cada vez fallaba, así que parecía como si corriera detrás de los calzoncillos y estos huyeran de él.

Se sentó junto a una fogata, sintiendo el murmullo de Shibo y Cermo. Ambos estaban en él de maneras que la tecnología de los Bishop no podía explicar y eran más un aroma tenue que una presencia concreta. Toby escuchaba a los Bishop y pensaba cómo su lugar de nacimiento vibraba en sus vocales cuando Killeen se sentó junto a él. Hablaron un rato y se sintieron más relajados. La cacería del Mantis había terminado y Toby sabía que tardaría tiempo en comprenderla.

—¿Puedo hablar con ella? —preguntó Killeen.

Toby se envaró.

—Me la arranqué.

—Quedó algo.

—¿Lo sabes?

—En efecto.

—¿Cómo?

—No lo sé.

Había muchas cosas que Toby sabía sin saber cómo, así que cabeceó.

—¿Para qué?

Killeen sonrió, y su rostro era una gran telaraña de arrugas.

—Por cuestiones materiales.

Toby realizó la tarea interna de invocarla. Derramó las gotas desperdigadas de Shibo en diminutos arroyos y estos formaron riachuelos de palabras gorgoteantes y al fin llenaron una cuenca. Ella era una laguna en su mente tranquila. En aquella serena superficie azul, su rostro flotaba con nitidez de espejo. Dejó que hablara por su garganta.

Sé por qué has hecho esto.

—Siempre has sabido ir por delante.

Killeen sonrió. Parecía rejuvenecido.

Deseas que me manifieste de nuevo.

Killeen asintió.

—Has estado mucho tiempo de vacaciones.

Y tú eres un hijo de perra.

—Probablemente.

Tomarías este fragmento de mí, lo unirías al chip que lleva Toby.

—E iría en busca del Restaurador.

De sus ruinas, mejor dicho.

—Probablemente.

No te rindes. Nada de lo que yo diga…

—Sólo lo que hagas, no lo que digas. Y para hacer, debes estar aquí fuera. Ser de carne y hueso.

Eres un hijo de perra.

—Te estás repitiendo. Claro, sólo eres una presencia parcial. Te quiero entera.

Has de saber que aun esta presencia parcial te ama.

—Entonces regresa al mundo. A mí.

—Basta, papá —dijo Toby—. Ya no puedo hablar por ella.

Killeen asintió.

—Está bien, hijo. Las cosas que no vemos con los propios ojos no son nada. Como ese Mantis. Y Cermo.

—Las cosas suceden y uno sigue adelante —dijo Toby.

—Me temo que es así. Ojalá fuera de otra manera.

—No depende de nosotros.

—En efecto. Dilo de la mejor manera que sepas y luego deja que las cosas sucedan. Aquí los Bishop son ante todo testigos. No hay modo de evitarlo. En la vieja Tierra tal vez fuéramos reyes de la selva o algo parecido, pero no aquí. No en la galaxia.

Toby palmeó el hombro de su padre.

—¿Así que irás en busca del Restaurador?

—En cuanto haya descansado.

—Tal vez algunos de ellos tengan noticias de su paradero.

—¿Ellos? —Killeen miró de soslayo a los Bishop, que cocinaban y bebían sin dejar de conversar—. Un hombre no debe prestar atención al viento que sopla ni a los embusteros conocidos. Lo encontraré por mi cuenta.

Toby sintió que algo enorme y sin nombre se movía en su interior.

—Iré contigo —murmuró, con un nudo en la garganta.

Killeen sonrió. Permanecieron un rato en silencio y luego fueron a reunirse con los demás.