9 - Acecho

—¿P

or qué no vuela? —preguntó Killeen en uno de sus breves descansos.

Toby también se lo había preguntado. El Mantis podía pasar de una Vía a la otra. Los hombres no tenían equipo de vuelo. No podían generar el impulso necesario para vencer la atracción gravitatoria y caminar al mismo tiempo.

—Tal vez ya no pueda hacerlo.

Cermo bebió agua y la escupió, un viejo ritual para quitarse el gusto a polvo de la boca. Luego echó un vistazo a la lejana techumbre esmeralda, a las plegadas terrazas que se erguían en lo alto.

—Tal vez lo primero que arrojó fueron los propulsores. Pero no nos cruzamos con ellos.

‹Tal vez no desee volar —murmuró Quath—. Ir a pie y ser perseguido es una experiencia diferente›.

Los hombres se miraron y se encogieron de hombros. Toby no sabía qué quería decir Quath, pero ella se alejó para inspeccionar la zona. No tuvo la oportunidad de pensar más, porque Cermo estaba escrutando nuevamente el brumoso esti. Frunció el ceño y señaló.

—Una cascada de materia —murmuró.

Masas verdes y pardas arrancadas del paisaje brotaban en un chorro silencioso. Los terrones caían y chocaban entre sí.

—Viene deprisa —dijo Killeen con voz tensa.

No había nada que hacer.

A veces el esti se partía. A lo largo de su superficie de gravedad, desaparecía abruptamente cuando se contraían tensas líneas de espacio-tiempo, como bandas elásticas liberando energía. La materia se encontraba repentinamente liberada.

—Esta vez no formará un arco —dijo Cermo.

A veces la trayectoria de una cascada de materia formaba un arco y la masa caía en las cercanías. Si los desechos liberados llegaban a suficiente altura, sin embargo, también podían esparcirse por el vasto espacio que había entre las murallas de las Vías. Esta vez el chorro tenía fuerza de sobra. Parecía acelerar y aún no se oía nada.

—Se aproxima.

Toby tensó las piernas, disponiéndose a correr. ¿Pero hacia dónde?

El gelatinoso chorro de masa saltó hacia ellos, hinchándose. Toby vio claramente árboles y rocas. El extremo estaba un poco desplazado hacia la izquierda; la masa no tardó en desplomarse sobre ellos.

Cerca, pero no les dio de lleno. Se estrelló contra la pendiente del esti. La onda de choque los sacudió, seguida por un trueno. Se doblaron bajo una lluvia de guijarros y sedimentos. Una piedra golpeó a Toby en el hombro, causándole dolor pero sin llegar a herirlo.

Duró pocos minutos. Se sacudieron el polvo y examinaron los daños. Algunas colinas habían cambiado de aspecto y todavía rodaban pedruscos que se estrellaban contra un cauce.

—De momento aquel terreno será inestable —dijo Cermo.

—Me pregunto si el Mantis irá hacia allí a propósito —dijo Killeen.

Cermo frunció el ceño.

—Me temo que sí.

Eso fue lo que sucedió. Al cabo de una hora, pudieron confirmarlo por los rastros.

Pronto tuvieron problemas. El rastro del Mantis conducía al inestable terreno nuevo. Trajinaron gravedad arriba, hacia cuestas majestuosas e imponentes.

Allí las rocas consistían en gruesos pliegues de esti desnudo. La cascada de materia había liberado nuevas energías. De ella se desprendían acontecimientos, delgados instantes del pasado que se astillaban y evaporaban. Ir cuesta arriba era como trepar por una ola jadeante siempre a punto de romper en rugiente espuma. Se formaban cuencos en la piedra de tiempo oblicua. En ellos había lagos que no eran de agua sino de una gravilla triturada y fluida. Era fácil confundirlos con lagos de agua porque los gránulos de esti destrozado eran de color turquesa, como azules por el frío. Toby hundió la mano en ellos y se la escaldó. Bailoteó, agitando la mano y sintiéndose estúpido y furioso consigo mismo.

No estaba prestando atención, así que cuando el suelo tembló y se abrió le cogió por sorpresa. Cayó en una hendidura de bordes afilados como hojalata desgarrada. Trepó y salió rápidamente.

Ni Cermo ni Killeen notaron nada porque acababan de oír al Mantis. Quath se le aproximaba.

Toby corrió para alcanzarlos. De pronto el Mantis desapareció de su sistema sensorial. Ni siquiera dejó el vacío de Mantis.

—¡Ponedlo en visual! —dijo su padre, y Toby supo que los demás también habían perdido los rastros sensoriales.

Toby se lanzó cuesta arriba. Tuvo que usar toda su potencia para lograrlo, y no podía ver a los demás. Un grueso revestimiento cubría el suelo. Crujía cuando la piedra de tiempo se aflojaba. Toby oyó un estrépito y explosiones abajo. Si una pieza de esti se deslizaba hacia la inestabilidad, lo arrastraba todo. Los temblores se intensificaron y él cayó.

«¡Cermo!», transmitió. No hubo respuesta.

«.^.», le envió a Quath. Tampoco hubo respuesta.

Aun así, podía oler al Mantis. No era un dato sensorial sino un sabor frío y metálico en el aire seco.

Comprendió esa maniobra desesperada. El Mantis los había conducido a un territorio inestable para sacárselos de encima. Quiso aferrarse al suelo tembloroso pero el olor era fuerte. La espesura crujía en lo alto mientras él avanzaba cuesta arriba y llegaba a una divisoria. Supo que el Mantis estaba delante, pero no supo cómo lo sabía.

Un fogonazo blanco pasó junto a él, y otro lo tumbó. El dolor le recorrió la espalda. Echó a rodar. Sólo entonces registró los zumbones estallidos que habían llegado poco antes del impacto y reconoció el rifle electromagnético de Killeen. Las detonaciones de Cermo llegaron poco después.

Sus sistemas temblaban. Sus piernas se habían arqueado de dolor y no podía aferrarse a la piedra de tiempo que se rajaba debajo de él. Se desprendían astillas afiladas que le cortaban la cara. Su mundo se empañó de dolor. Las detonaciones de Cermo y su padre llegaban como estallidos algodonosos en el aire hueco. Los dos hombres disparaban sin cesar. Toby no podía ser el blanco, pero el olor metálico era más fuerte.

Quath envió sus característicos ecos por su sistema sensorial. Estaba usando un arma que desbarataba los enlaces y podía disolver una mente mec si daba en el blanco. Ahora gritaban en sus comunicadores pero parecían lejanos. No habían obtenido una imagen visual del Mantis, y sus gritos se debilitaban a medida que se alejaban.

Se levantó penosamente. No tenía ningún hueso roto. Sacó un trapo para taponarse la herida de la cabeza y la mejilla y detener la hemorragia. Más disparos huecos. Entonces lo vio. El vacío onduló en su sistema sensorial.

Recibió una descarga que le dolió pero no tocó sus placas internas. Otra cosa lo hizo antes de que pudiera reaccionar.

… las figuras que corrían se encontraban en una planicie seca. Los hombres iban protegidos con un casco y reían a carcajadas, saludándose con palmadas. Hacía años que las dos Familias no se veían y ahora corrían la una hacia la otra, los Rook y los Bishop. Sólo importaban el gusto y el tacto, la presión de la carne tibia, sudorosa y salada. Abrazos y palmadas. Sollozos cuando se reencontraban viejos amigos, rostros gastados. Un río de cháchara, gritos roncos, carcajadas…

Llegó tan de pronto que fue como un aguijonazo; una picazón en la nariz, un furioso estornudo. Tan de repente que Toby reaccionó sin pensar. Vio la matriz de varillas que se desplazaban por la ruidosa espesura. A menos de cien metros.

Lento, como si anduviera bajo el agua. Le disparó y erró el blanco. Los campos del Mantis lo desviaban todo excepto un haz directo. El disparo debía tener la inclinación adecuada para penetrar en sus capas de mentes defensivas.

Corrió por una garganta crujiente. Las energías del esti jugaban en arcos azulados cuando las frotaba con sus botas. Sabía que no veía bien a causa del dolor.

Más detonaciones, un estruendo, y todo se alejó en el aire espeso y pegajoso.

Cermo gritó. Su alarido hendió el canal de comunicaciones.

El hedor del Mantis se intensificó.

Toby salió de la garganta. Allí la piedra de tiempo se elevaba formando esporas. Se fracturaba, se rajaba. Grandes grietas zigzagueaban hacia los hediondos arbustos.

Toby corrió hacia las detonaciones. Cuesta arriba. Tropezó, se levantó, siguió.

… un estruendo interrumpió la celebración y la charla se convirtió en gritos. Alaridos. Cuerpos cayendo, otros tratando de aferrarlos. Rostros consumidos, sorprendidos. Las notas penetrantes eran disparos electromagnéticos y el Mantis era una mancha en una loma lejana, apuntando contra los humanos reunidos, concentrándose en una silueta cada vez. Derribó a varios más y extrajo la esencia de aquellos primates cuya luz fluctuaba y se extinguía. Dolor, recuerdos, alegrías, derrotas, sueños. Lo registraba todo, lo guardaba todo…

Toby se tambaleó con la intensidad del estallido. ¿Dónde estaba?

Árboles raquíticos colgaban sobre los altos arbustos. Oyó una señal de Cermo y de su padre. En la pantalla topográfica Cermo aparecía en la ladera y destacado. Killeen se alejaba de Cermo cuesta arriba.

Toby escaló un barranco. Tomó por un atajo entre los matorrales y de pronto se encontró con su padre.

Killeen estaba pálido.

—Cermo está malherido.

—¿Lo estás rastreando?

—Le he dado y está dejando una estela de olor.

Ahora el hedor era metálico y aceitoso. Toby sabía que los datos que compilaban sus sistemas no eran olores en realidad, sino aromas combinados con recuerdos que el Mantis había proyectado en él para provocar una resonancia.

Había muchas otras señales. Componentes desperdigados habían teñido los arbustos de naranja y carmesí. Desechos del Mantis. Una tapa incinerada se apoyaba contra un árbol.

—Cuidado —dijo Killeen.

Avanzaron cautelosamente, pero el componente estaba muerto.

—Papá, ahí atrás me envió recuerdos.

—Trataba de confundirte.

—No lo creo.

—Pareces aturdido.

—Estoy bien.

—¿Recibiste alguna descarga?

Toby asintió y respiró.

—Tal vez debas quedarte con Cermo.

—Puedo aguantar.

—No me refería a eso. Cermo no está bien.

—Iré a buscarlo dentro de un rato.

Toby vio a Quath en pantalla, a cierta distancia. Estaba cortándole la retirada al Mantis.

—Está cerca. ¿Hueles eso?

—Hemos pillado a ese bastardo.

—No trataba de dominarme. No era…

—Olvídalo. Recibió un impacto en el cuerpo —susurró Killeen.

Así era. El olor denso de algo semejante al sufrimiento impregnaba el aire mientras se dirigían hacia un bosquecillo de árboles rugosos y espesos matorrales. Trotaron tan silenciosamente como pudieron, aunque ahora lo más importante era la velocidad.

El Mantis estaba apoyado contra unos árboles. Sobresalían ramas de sus espacios abiertos. Acercándose despacio, Toby pensó que era como si los árboles hubieran nacido del cuerpo del Mantis y ahora fuera una obra orgánica y mec.

Vio el enorme lomo negro y gris, las estructuras unidas con complejo vértices. Siguió a su padre a lo largo de flancos que suspiraban y se asentaban como si el Mantis exhalara algo. Y así era: zumbaban borbotones de datos.

Era enorme como una casa y Toby veía ahora el modo en que las energías lo mantenían unido y ya no lo harían. Rezumaba datos como si se desangrase. Killeen alzó su rifle electromagnético y disparó. El Mantis tenía antenas y discos dentro y una de ellas se concentró en ellos por puro reflejo. No era necesario causarle daños mecánicos usando explosivos o rayos. La intrincada telaraña de información que constituía el Mantis se estaba friendo. Los programas de los Códigos de Activación funcionaban con crujiente intensidad, devorando como llamas el gris sistema sensorial del Mantis. Tres antenas parabólicas giraron para mirarlos. Su padre disparó de nuevo y la criatura tembló como una casa a punto de derrumbarse.

Toby retrocedió.

—Ya está hecho —dijo.

—No.

El Mantis cayó.

Algunas piezas se soltaron y las intrincadas capas cristalinas se partieron. Unos arcos muy hermosos se desprendieron de sus soportes, vomitaron las complejidades que albergaban. El suelo rugía, pero los dos hombres no se alejaron de la masa demolida.

—Está acabado —dijo Toby.

—No.

A regañadientes, Toby reconoció que su padre tenía razón. Quath se acercó por detrás, en silencio. Todos oían los berridos de las submentes a medida que los placeres-dolores las invadían. Los Códigos de Activación en funcionamiento.

El Mantis había tratado de detener la propagación de la enfermedad, y proyectaba intensamente la desesperación y los sufrimientos liberados por constelaciones de submentes que al fin habían cedido.

La criatura agonizaba en un estallido final de júbilo. Emitía chisporroteos danzarines, derramando filigranas de datos que nada significaban para los humanos.

Toby retrocedió y se tambaleó, transido de dolor.

—Pronto estará muerto, papá.

—No. Dispárale tú también, una vez.

—Déjalo morir.

Cermo se acercó cojeando por detrás, con una oreja arrancada y la cara ensangrentada. El brazo izquierdo le colgaba, flácido, mostrando la blancura del hueso, pero su rostro estaba todavía más blanco. Toby recordó que hacía mucho tiempo su padre había perdido el uso de los brazos por culpa de un mec, y que Cermo no le había prestado atención, por respeto, hasta que Killeen realmente necesitó ayuda.

El sistema sensorial de Cermo vibraba con alarmas médicas. Cermo no les prestó atención, ni miró a Toby, Killeen ni Quath. Se acercó, cogió el arma de Toby con la mano embadurnada de sangre. Se tambaleaba bajo el peso del arma, pero nadie dijo nada.

No se oía ningún sonido, salvo el zumbido del Mantis. De él llegaban borbotones de información y Toby recibió una voz clara.

He aquí todo lo que puedo dar.

—Mátalo —dijo Killeen.

Cermo parpadeó, aturdido. Alzó el brazo derecho con el disparador de dardos de Toby. Parecía aturdido por la repentina intensidad de la voz.

Soy más que la suma de todos los recuerdos.

—Pronto serás menos —murmuró Killeen.

Tengo un regalo para ti, Toby.

Toby se quedó petrificado. Jadeó, confundido.

Lo necesitarás.

Cermo alzó el arma y dirigió la punta roma contra el centro de aquellas capas hirvientes. Allí estaba la mente principal. Se dispuso a disparar. El momento se prolongó.

Guardé muchos Bishop. Tengo la mayor colección que existe de vosotros. Y sois la más espléndida de las formas interiores.

Cermo reaccionó y disparó tres veces.

A esa distancia, cada disparo alcanzó una submente y arrancó chispas amarillas del sistema sensorial del Mantis. Cada vez Cermo soltaba un juramento y cada vez el Mantis se estremecía con el impacto.

El tercero hizo que las antenas parabólicas girasen a creciente velocidad y al fin se detuvieran. Toby supo que recordaría aquel detalle tonto.

Las varillas y los servos del Mantis se detuvieron y la criatura perdió toda dignidad. La cosa enorme y sufriente se redujo a una pila de chatarra. Quedó hecha trizas.

Cermo se desplomó. Cayó con los brazos flojos y las rodillas dobladas. Toby vio que el Mantis había realizado un último acto y el aura de ese estallido también lo afectó. Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Su sistema sensorial se desbocó, chorreando venillas ambarinas. Se tambaleó, pero la descarga no le causó daños.

Cuando llegó a donde estaba Cermo, este había cerrado los gruesos párpados.

Killeen maldijo.

‹Muerte definitiva —señaló Quath—. El Mantis desmanteló su identidad en sus últimos momentos›.

—¿Por qué? —preguntó Killeen con voz tensa.

‹No lo sé›.

—Venganza —dijo Killeen.

‹Había terminado con vosotros›.

—¿Él con nosotros? Fue al revés —masculló Killeen.

‹Representó su propio final permitiendo que expresarais una de vuestras conductas más arraigadas. Una que él no había experimentado›.

—¿Qué conducta? —graznó Toby.

‹Hace mucho vuestra especie cazaba al aire libre. Los grandes mamíferos dominaron en grupo el lenguaje y los ritos de persecución que dieron origen a vuestra inteligencia… una mente muy particular›.

—¿Quería vernos hacer eso?

Killeen calló, arrodillándose, acariciando el hombro de Cermo.

‹Sospecho que deseaba formar parte de ello. Era el único papel que podía representar›.

Toby pensó en los recuerdos almacenados que el Mantis había difundido por el aire: un tesoro que se evaporaba. Pero una persona no era su memoria. La memoria no impulsaba ni actuaba. Sólo esperaba.