S
u equipo usaba las nuevas trampas de positrones mecs, que eran livianas y llevaban mucha energía en una pequeña cavidad magnética. Las nubes de positrones giraban en su pozo magnético, y cuando las placas o servos necesitaban energías los positrones salían de su encierro, encontraban electrones y morían. Eso enviaba potenciales por su cuerpo, aunque Toby nunca pensó en cómo funcionaba. Usaban las trampas magnéticas del peón para incrementar sus reservas. La energía arrebatada a los mecs siempre tenía un sabor especial.
Killeen le palmeó la espalda.
—Esto demuestra que el Mantis está desesperado. —Killeen resopló con desprecio—. Improvisó ese peón. No puso defensas en las trampas magnéticas.
Toby se sintió mejor hasta que despertó esa noche. La piedra de tiempo irradiaba una luz débil, rojiza y opaca, y todos se habían acostado para aprovechar la momentánea noche. Toby estaba agotado y agradecía el descanso, que no era un favor de su padre sino del esti.
Pero despertó con nerviosismo y no pudo dormirse, pensando que se relacionaba con la energía positrónica. Se levantó para orinar, aunque no le urgía hacerlo, y entonces lo vio.
El contorno permanecía inmóvil contra las lejanas y rojizas colinas, pero no era un edificio. Proyectaba en su sistema sensorial una sombra que ya no era un vacío. Buscaba redes de lugares, motivaciones y submentes. Emitía una luz tenue, siguiendo la configuración de sus varillas y puntales. Luego se desplazó y al fin Toby lo sintió como una presencia. No un vacío sino una presencia.
Conocía por las leyendas el modo imposible en que se movía. Quedándose quieto, vio que la matriz se alejaba de él. Sin prisa, sin dar indicios de que supiera que él estaba ahí. Se encontraba a unos dos kilómetros, a su alcance, pero Toby ni se lo planteó. Siguió con la vista la vibrante mente fosforescente expuesta en la estructura oblicua de varillas y discos giratorios.
De repente fue hacia él.
Toby sintió el estallido antes de que sus placas pudieran responder. Se tambaleó y cayó. Un golpe fuerte, los brazos flojos. La descarga lo lamió, ardió, se disipó.
Se quedó inmóvil. Táctica Bishop. Aturdido, vio cómo se alejaba por el sistema sensorial. Energías angulosas, centrándose en un contorno menguante. Luego nada.
Sus placas efectuaron los diagnósticos e indicaron sobrecargas menores, fáciles de corregir con un reajuste. Se levantó con cuidado. Débil, las rodillas trémulas, pero bien.
No podía explicar lo que había pasado. Sabía que tenía que pensar en ello, pero no ahora. Estaba demasiado conmocionado. Una presión le hervía en los sistemas. Temor y una hueca ansiedad. Algo en ello le recordaba el modo en que lo intimidaban las mujeres, pero tampoco era eso. Mientras regresaba a su jergón decidió no despertar a los demás.
Quath envió una señal electromagnética. ‹?›, le preguntó, y él respondió con un «.^.», que indicaba a la submente de Quath que era él. Envidiaba el modo en que ella podía delegar funciones en sus mentes parciales y dormirse al instante si lo deseaba. Era un poco sorprendente que esa inteligencia necesitara el tiempo de inactividad para procesar los recuerdos y organizarse, algo que los humanos hacían dejando que los niveles subconscientes trabajaran durante el sueño.
Y los sueños se lo explicaron. Vio la larga procesión de los Bishop en la Ciudadela, en las planicies, en la guerra y en la paz. Muchos de esos fragmentos de experiencia guardada pertenecían a los momentos finales. Eso debía de significar que eran esquirlas rescatadas de las vidas de Bishop moribundos. Ojos abiertos de sorpresa, o entornados de dolor. Bocas jadeantes o endurecidas ante lo que veían venir. Pero había algo más que aquellos gestos externos. Toby sintió esos momentos, los vivió de una manera imposible de obtener a partir de una simple imagen.
Eran los registros de los muertos definitivos. Mentes Bishop saqueadas por los mecs —por el Mantis— en conflictos milenarios. Como volúmenes guardados en un estante que uno sacara para hojearlos. O para leerlos atentamente.
El Mantis le había enviado esos fragmentos de los muertos definitivos. ¿Desechándolos? ¿Perdiendo datos a medida que liquidaba sus propias submentes?
Rodó en sueños y despertó con los ojos inflamados. Durante el desayuno Killeen dijo:
—Tengo algunos diagnósticos en mi pantalla matinal. Dicen que anoche hubo un mec en las cercanías.
—Yo también —dijo Cermo.
Toby no dijo nada, sin saber por qué. El Mantis estaba agonizando, de todos modos. Los dos hombres lo miraron, pero él guardó silencio.
—Ahora detecto algunos ecos débiles por allá. —Cermo señaló colina arriba—. Pero no hay movimiento.
Toby no veía nada en su sistema sensorial. Cuando iniciaron la marcha, caminó a retaguardia. Perdieron el rastro del Mantis en un sitio donde marcas mecs superpuestas apestaban en el sistema sensorial de Toby, codificadas como hedores. Detectó hojas putrefactas, una fetidez húmeda y musgosa.
—Huele raro —dijo Cermo.
Siguieron los olores, meras señales electrónicas pero no menos interesantes por ello. Encontraron su fuente en un barranco angosto.
Los mecs habían muerto entre convulsiones. Los programas de contagio los habían afectado y habían terminado en una agonía de placer, los acumuladores sobrecargados, las trampas magnéticas chispeando y derritiendo el acabado gris. Por eso los Códigos de Activación eran tan eficaces. Provocaban un éxtasis intenso y el deseo de compartirlo con los demás, y los mecs lo enviaban a otros en alas electromagnéticas, en un delicioso delirio. Toby sabía que supuestamente era un modo agradable de morir, pero las extremidades agarrotadas y los blindajes desgarrados eran horribles, espantosos.
—El Mantis pasó por aquí —dijo Cermo.
—Lo recibo —dijo Killeen.
Toby también lo recibía: un aroma tenue y especiado que serpenteaba entre los cuerpos de los mecs. Estos mecs eran de orden muy inferior al Mantis, y taponaban el barranco. El Mantis había pasado de largo junto a los caídos.
—Para presentarles sus respetos, tal vez —dijo Toby.
Los hombres se rieron, aunque él no lo había dicho en broma. Tocó uno de los destrozados cadáveres.
—¿Creéis que los mecs tienen… familia?
Cermo sacudió la cabeza.
—Por lo menos, no lo hemos notado —dijo Killeen.
Quath se había mantenido en silencio desde el ataque del peón.
‹Parecen tener relaciones complicadas —comentó—, pero su base no es genética›.
—Si no tienen familia, ¿qué? —preguntó Killeen.
‹Lazos mentales. O modelos comunes del mundo›.
Killeen frunció el ceño.
—¿Modelos?
‹Marcos para comprender la experiencia›.
—A mí me parece que entiendes las cosas o no las entiendes.
Killeen le sonrió a Cermo, como compartiendo una broma. Toby no la entendió.
‹Parecen estar divididos socialmente por clases basadas en sus aptitudes. Dentro de esas clases mantienen estrechas relaciones laborales›.
—No son familias, en absoluto —rezongó Killeen.