6 - Espacios conceptuales

N

igel estaba agotado. Extenuado. Le estallaba la cabeza, le dolía el cuello.

Y de pronto fue otra persona.

Sombras en las piedras. Atravesaba un patio. El suelo no era de piedra sino de cráneos blancos y aplastados, costillares, brazos triturados. Los hacía crujir con sus pisadas.

Burbujeaban susurros sobre esa calle de huesos. Palabras penetrantes y amargas, arrancadas de gargantas que alguna vez habían anhelado y añorado.

Caminó con delicadeza. Avanzaba a su pesar, y cada paso lo hundía hasta las rodillas en un pasado mohoso y sangriento.

La hedionda calle de lo perdido. El pantano de los deseos muertos.

La oscuridad bañaba las angostas paredes. Y todo ello bajo el delgado barniz de la mente consciente.

Impulsos luminosos luchaban y correteaban por el escenario del intelecto humano. Las facciones clamaban y chocaban. Un mundo interior de combate incesante. Instinto, razón, y todos los matices intermedios.

Y bajo esa delgada plataforma consciente sonaban acordes vigorosos. Allí trabajaba la mente profunda. La creación, el deseo, la exaltación… se entretejían y acechaban y carecían de voz consciente. Irrumpían en la conciencia sólo a la fuerza: actores repentinos en una obra que no escribía ninguna facción.

He aquí el sino humano, comprendió.

Estaba mirando su propia mente.

Un humano no podía hacer semejante cosa. No podía salir y observarse mientras tenía una idea, rastrear los orígenes del deseo, de la repulsión…

¿Entonces qué era ahora?

La voz enorme reapareció y él vio que lo habían llevado a otro lugar, a otra pequeña jaula en una mente laberíntica. Para continuar con su pequeña lección.

Toda la vida usa energía, la usa y desecha las heces, la energía degradada. La historia de la vida es una larga saga de ingenio inconsciente que encuentra nuevos caminos en los campos de la energía desbordante. El universo todavía es joven, y dilapida sus energías en floridos excesos: estrellas brillantes, turbulentas singularidades, encajes abigarrados. La vida saca partido de ello. Los organismos —naturales, mecánico-electrónicos o magnéticos— se alimentan de sus ecosistemas. Estos sistemas son a su vez impulsados por sencillas fuerzas energéticas inferiores: luz solar y sustancias químicas para los Naturales; masa, fotones y descargas eléctricas para otros.

Pero los organismos dotados de mente son también la fuente energética de órdenes superiores: patrones de información que se copian a sí mismos. Estos pueden prosperar sólo en los cerebros, o en la vastedad de libros-cerebro, ordenadores, bancos de datos. Melodías mentales con un soporte de materia bruta.

En las células orgánicas, las enzimas y la materia prima forman una sopa para fabricar ADN. Los virus las secuestran para reproducirse. Las mentes también pueden generar parásitos. En el escenario de la mente se representan dramas. Las ideas pueden secuestrar angustias, necesidades insatisfechas, incluso la difusa hambre mental que se denomina curiosidad.

Las mentes son el sustrato de los memes.

Los memes más simples son como enfermedades. Algunos contagios son útiles, algunos destructivos, otros meramente paralizantes, pero todos extraen el sustento de los organismos mismos. Pues se alimentan de los procesos mentales de sus huéspedes. La evolución cultural se puede considerar como el avance de estos patrones: los memes son culturas que se autopropagan. En muchas formas de vida, las ideas religiosas fueron sus primeros ejemplos.

Aun los sistemas mentales simples pueden formular preguntas que no saben responder, que en realidad no tienen respuesta. La planificación del futuro constituye una gran ventaja para la supervivencia: comprender que uno no debe aventurarse de nuevo en un lugar peligroso significa que uno puede vivir para ver otro amanecer. La dependencia de las estaciones, especialmente en la agricultura, agudiza esta selección. Pero las consideraciones sobre el futuro suscitan interrogantes perturbadores. Plantean acertijos indescifrables. ¿Adónde iré después de la muerte? ¿Dónde estuve antes del nacimiento? Las tensiones mentales que nacen de estos problemas naturales crean un nicho. Por esta ranura del paisaje mental, las ideas pueden introducirse. Llegan allí, por mutación, a partir de ideas anteriores y emparentadas. Brindando respuestas plausibles a preguntas imposibles de responder, ocupan ese nicho. El huésped agradece esta ayuda, la aprovecha. Entonces pueden difundirse. Estas ideas que inducen copias de sí mismas en otros cerebros tienen más probabilidades de sobrevivir. Las religiones son memes parasitarios. Algunas instan al abandono total del mundo común, generando creencias que pueden conducir al suicidio masivo, al celibato o a intentos irracionales de propagar la fe por medio de la violencia. Estas pueden matar rápidamente al huésped, y así autolimitar el crecimiento del meme. Los memes parasitarios funcionales evolucionan hasta convertirse en simbiontes mutuos. Las religiones estables y duraderas constituyen un ejemplo de ello. Sus adeptos transmiten doctrinas y formalismos a lo largo de milenios. Incluso pueden asimilar otras ideas y hacerlas circular, protegidas por el volumen y el impulso de la fe. Pueden hacer que el huésped se resista a otras ideas parasitarias. Todo concepto necesita alguna protección. La lógica es uno de ellos. Verifica la coherencia de los memes. Esos metamemes verifican otras ideas de menor envergadura antes de permitir que ingresen en el teatro mental. Funcionan como los sencillos sistemas de alarma que advierten a una célula de que un virus la ha invadido.

El método científico, que es esencialmente sentido común ordenado, es una defensa similar para los memes. Es más discriminatorio e interactúa más con el meme invasor que la defensa más primitiva, la cual consiste en rechazar toda idea nueva sin estudiarla.

Todos los memes se pueden ver como entidades vivientes que luchan y compiten por conseguir espacio y energía. Una idea puede brincar de mente en mente, encerrada en una sola frase. Los seres inteligentes transmiten mucha más información a través de los memes que a través de los genes.

Nigel despertó acostado en el lodo. Frío, húmedo, pegajoso.

Se levantó despacio. La voz era suave y mesurada pero lo había sacudido por completo.

No era una voz, sino una lección. Le dolía el cuerpo y le costaba respirar. ¿Interferencia con los niveles inferiores del cerebro?

Miró a su alrededor, pero sólo había oscuridad. Echaba de menos el contacto humano, un dolor que había aprendido tiempo atrás en lugares como ese.

Echó a andar. Era un trabajo lento y penoso. Le temblaban las rodillas, pero continuó la marcha.