5 - Ráfaga de confusión

T

oby sintió mareo y se distrajo mientras seguían avanzando a creciente velocidad. La confusión mental y las divagaciones estaban siendo su verdadero enemigo. Seguía andando, inevitablemente a la zaga de los demás, tratando de penetrar la niebla que lo obnubilaba.

Siguieron las huellas del Mantis por terreno pedregoso. Cermo y Killeen se turnaban para registrar ambos flancos, por si volvía sobre sus pasos o dejaba una huella falsa. Miraban atrás para cerciorarse de que Toby aún estuviera a la vista. Era humillante, porque hacían lo mismo años atrás, pero entonces era un niño y ahora ya no lo era.

La piedra de tiempo se volvió opaca. Una luz brumosa aureolaba el tosco paisaje. Allí no había días y noches claramente definidos porque la iluminación provenía de luz atrapada en la curvatura del espacio-tiempo. La refracción y las demoras temporales infundían al resplandor una calidad hueca, como si lo hubieran pasado por un filtro y lo hubieran despojado de su nitidez. Se detuvieron para acampar y Toby se durmió apoyado contra una roca. Lo descubrió cuando chocó contra el suelo y los demás se rieron, salvo Quath. Se obligó a extender su jergón y al instante se durmió de nuevo y sólo se despertó cuando su padre le quitó las botas para cerciorarse de que no tuviera ampollas en los pies.

—Está bien —le murmuró en la penumbra.

Toby captó el aroma de verduras frías pero cocidas, y descubrió un plato junto a su cabeza. Comió en silencio y su padre le llevó un té de especias caliente. El fuego no era una llama sino un carbocalentador, para que ningún mec pudiera localizarlos por el humo o la luz.

—Aguantarás. Tus pies están bien.

—Sólo necesito dormir un poco —dijo Toby.

—Tú y Quath estabais levantados buscando al Mantis mientras nosotros dormíamos. No hay motivos para que no te rezagues un poco.

—Mañana me encargaré del rastreo.

—No te entretengas demasiado. Come algunas legumbres.

—No tengo tanta hambre.

Se durmió antes de que su padre apagara el calentador y no oyó nada mientras persistía la oscuridad. Pensó en el Mantis, o quizá sólo soñó que lo hacía.

Al día siguiente volvió a sentir necesidad de dormir a las pocas horas de marcha. Se sentía mal. Había comenzado con fuerzas renovadas pero se había agotado y sudaba más que nunca. Quath lo interpeló con preocupación, pero Toby hablaba poco. Llevaba una mochila tan grande como las de los demás, pero ellos llevaban el calentador y raciones extra, así que también en eso le superaban.

Cermo no sonreía ni malgastaba energías en charlar y Toby recordó nuevamente la intensidad del hombre en las planicies de su infancia, en la tórrida belleza de Nieveclara. Cermo señalaba cada rastro del Mantis y lo interpretaba con seguridad. Estaba señalando una nueva huella cuando los sorprendió la ráfaga de confusión.

Abejas rojas. Parecía que lo picaban mientras avanzaban hacia él. Toby descendió deprisa, pero el haz en abanico lo derrumbó y no pudo ver más. Rodó cuesta abajo y chocó contra una roca. Lo hirió en el costado; la sorteó y siguió rodando. Era el modo más seguro de eludir el enjambre de turbulencia electromagnética. Sobre él zumbaba una maraña de campos magnéticos y descargas de plasma. Energías serpenteantes. Sus placas internas emitían chasquidos agudos.

Chocó contra un árbol rugoso y pudo ver de nuevo. Se quedó mirando a los demás, que también estaban aturdidos.

Dos palpitaciones, tres. La ráfaga pasó sin más descargas.

El Mantis las usaba para ablandar a sus presas. No atacar no tenía sentido. Regresó cuesta arriba.

‹Las está dejando como trampas para nosotros›, dijo Quath.

—Menos mal, porque de lo contrario estaríamos muertos.

Cermo sonrió maliciosamente.

—Eso significa que está desesperado.

—Herido —dijo Killeen, y recogió su mochila, pues la había soltado al detectar un peligro.

Avanzaron más deprisa y la situación empeoró para Toby. La ráfaga de confusión había acabado con su entusiasmo y el aire seco le sorbía el sudor.

Durante la marcha Toby reflexionaba, pero no lograba concebir la magnitud del tiempo —y por tanto del daño y la angustia, de la amargura y la cólera y la tristeza— que el Mantis y su especie llevaban recorriendo las rojas estrellas. Habían envuelto la galaxia en un conflicto devastador que nunca cesaría del todo. Ese dolor primordial dejaba para su propia época una herencia de melancolía, un conflicto incesante que había modelado toda su vida.

—Está enfermo, eso es seguro —comentó Killeen.

—Nos estamos aproximando —respondió Cermo.

‹Está tratando de curarse›, dijo Quath.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Cermo, sorprendido.

‹La enfermedad se podría contener si el Mantis se deshiciera de algunas de sus partes, de sus submentes. Una vez contagiadas, las expulsa›.

—¿Ese charco? —preguntó Toby—. ¿Y el hexágono?

—Él esperaba que las pasáramos por alto —dijo Killeen—. Arrojó ese otro equipo para hacernos creer que sólo estaba aligerando peso. Tienes razón, Quath.

‹Está titubeando. Los programas asesinos se han propagado por su interior, a pesar de sus mentes superiores›.

—Espero que se esté cansando —graznó Toby, tratando de bromear, aunque en realidad su tono era de desesperación.

Su padre se detuvo para mirarlo.

—Aguanta unas horas más —dijo al fin.

—Iré delante —dijo Toby de repente.

Killeen miró a Cermo, quien cabeceó.

—Mantente alerta —dijo Killeen. Regresó a su puesto de la derecha.

El peón los sorprendió cuando llegaron a un pasaje angosto. Era el lugar apropiado para una emboscada, y si el Mantis hubiera hecho bien su trabajo los habría matado o mutilado. El peón era un mec menor que aparentemente el Mantis había construido durante la fuga.

Toby lo vio antes de que les disparase. Extendía sus grandes discos y la descarga electromagnética frio el flanco izquierdo de Toby. Los servos se le paralizaron y se le atascaron las piernas con un chasquido, dejándolo sin sensibilidad. Cayó de golpe.

El haz también alcanzó a Cermo, pero él había sido más rápido y abrió un orificio en el peón. Eso les salvó la vida.

Killeen estaba en el claro. Se tomó su tiempo y le acertó en pleno centro, de modo que las reservas electromagnéticas del mec estallaron con un alarido. Luego murió.

Descansaron mientras Toby reactivaba sus servos. Nadie hablaba demasiado, pero su padre lo ayudó con las conexiones y comentó:

—Esos peones no son tan lentos como la gente cree.

Toby sabía a qué se refería y recordó que el peón había sido bastante lento. Él estaba aturdido y no lo había detectado cuando apareció en su sistema sensorial. Era estúpido ignorar señales cuando uno iba a la vanguardia.

—Lo lamento —fue lo único que pudo decir.

Pateó el peón con exasperación y se agachó sobre la cubierta de metal. Arrancó algunos sellos, hurgó en el interior y extrajo dos objetos de cerámica de forma ovoide.

—Trampas magnéticas —dijo Cermo.

—Bien.

Killeen cogió una con cuidado. Tenía las habituales ranuras mecs de inserción y a Toby le parecía útil.

—¿Podemos usarlas?

—Déjame probar —dijo Killeen.

—Lo lamento —repitió Toby.

Killeen apretó uno de aquellos huevos contra el servo de la cadera. Encajó.

—Buen hallazgo.

Era el modo de Killeen de responder «¡Comamos algo!».