L
a piedra de tiempo tembló y se rajó y pasaron un buen rato aferrándose a los lugares estables que pudieron encontrar. Hicieron lo que pudieron por Cermo, pero no era mucho.
Killeen abrió la columna vertebral de Cermo y soltó un juramento.
—Están quemados.
—¿Cómo? —preguntó Toby.
—El Mantis debe de haber penetrado en todas sus placas internas.
—Creí que nuestros chips estaban protegidos.
—También yo. Pero nuestra tecnología es vieja y los mecs nunca dejan de aprender.
Killeen dijo esto con desgana y con el respeto que un combatiente sentía por otro. Las pastillas espinales de Cermo contenían los más antiguos Aspectos y Rostros de la historia de los Bishop. Su muerte definitiva reducía el presente, restando cosas a la vida. La incineración de los chips prolongaba esa pérdida hasta un pasado borroso que se remontaba a los orígenes de la Familia.
Les costó encontrar un terreno sólido donde sepultar a Cermo. Lo despojaron de su equipo y se repartieron el material para llevárselo. La mayoría de las piezas estaban inservibles pero si las dejaban allí atraerían a los mecs carroñeros.
Oscureció y durmieron. A Toby no le sirvió de mucho, y cuando despertó unos cuantos peones carroñeros habían encontrado al Mantis. Oyó que cortaban y hacían ruido y subió la cuesta donde trabajaban en los restos. Recordó que la antena parabólica, perdida su imponencia, había girado como un ojo frenético. Ahora también habían desaparecido los flancos, arrancados por los carroñeros.
Los mecs tenían su propia ecología, y reciclaban los componentes intactos. Ya no había Mantis, sólo mecanismos intrincados arrancados de sus monturas y ensamblajes que él no comprendía, incinerados por pulsaciones caprichosas. Los obreros buscaban las retículas cristalinas donde residía la inteligencia del Mantis. Había peones de todas clases, sobre todo exploradores y basureros, que trabajaban implacablemente en equipo. Cuando terminaran, no dejarían nada.
Disparó contra tres de ellos y logró dispersarlos. Descargó su furia y se sintió estúpido cuando Quath y Killeen llegaron a la carrera, proyectando sus sistemas sensoriales en una pantalla defensiva. Toby se encogió de hombros. Su padre asintió. Killeen miró al Mantis con rostro inexpresivo y le arrancó unos cuantos puntales.
Cuando Toby pasó frente a las células internas del Mantis, vio un cartucho de almacenamiento magnético que colgaba desconectado del marco. Lo cogió. Le dijo a Quath que quería la reserva de energía pero lo llevó consigo en la larga marcha sin aprovecharla.
‹Tienes algo más que eso›, dijo Quath mientras caminaban cuesta abajo.
—¿Los recuerdos que me envió?
‹Yo no recibí ninguno›.
—¿Cómo sabes que yo sí?
‹Por tus actos. Él te escogió›.
Por un instante, deseó no haber visto nunca al Mantis.
—No los quiero.
‹Ahora están en ti›.
Toby siguió andando en silencio. Su padre llevaba algunos de los puntales sujetos a la espalda, como si no pesaran. Killeen sonreía con fatiga.
—Muchos Bishop querrán una pieza. Mató a muchos de nosotros.
—¿Cuántos?
—Ha segado generaciones enteras. Nadie puede llevar la cuenta. Ninguno de nosotros ha vivido tanto como él.
—Nosotros también tratábamos de matarlo.
—En efecto. Debíamos hacerlo.
—Asesinato por ambas partes.
—Ahora sí.
Su padre lo miró severamente y desvió los ojos.
Toby siguió andando con Killeen, detrás de Quath. Avanzaron por la piedra de tiempo que se había asentado. Un fulgor dorado brotaba de ella bañando el rostro de su padre con sombras desde la barbilla. El silencio se prolongó hasta que Killeen dijo:
—Hacía obras de arte con nosotros. Nos cazaba. Nos succionaba como muertos definitivos.
—Cermo cometió un error.
—Supongo que sí.
—Acercarse tanto al final.
—Como quieras.
Caminaron un rato, agotados. Sólo se oía el ruido de sus servos.
—Sentía interés por los Bishop, ¿sabes?
—Ya lo creo. Por eso nos cazaba.
—No me refería a eso.
—Lo sé, hijo.
Los Bishop también habían perdido algo cuando el Mantis se fue de su mundo, pero Toby no podía decirle a su padre lo que era. Sería un hombre hecho y derecho cuando llegara a comprenderlo o a saber que, del Mantis, no sólo se había llevado el cartucho electromagnético —que conservó durante años y nunca descargó— sino también una discordante soledad que lo acompañaría aun cuando estuviera rodeado por otros Bishop.
Después de una dura marcha encontraron un campamento Bishop. La noticia se difundió rápidamente y más gente de la Familia llegó por los parajes de piedra de tiempo. Vieron los puntales curvos que Killeen se había cargado a la espalda e insistieron en formar un arco con ellos, para exhibirlos. Su aspecto era magnífico contra el fulgor rubí de la piedra de tiempo.
La gente se reunió en torno a los puntales y los tocó con cuidado. Killeen brindó una vez y luego otra y se le soltó la lengua. Toby vio cómo la eufórica charla de la muchedumbre los transformaba a él, a Quath y a su padre en héroes.
Habían liberado a los Bishop de una carga y de una leyenda, y sabía cómo se sentiría si otra persona lo hubiera hecho. Pero era diferente haberlo hecho uno mismo, y la charla no podía cambiarlo ni explicarlo. Mucho menos explicarlo.
—Ojalá Cermo estuviera aquí —le dijo Killeen al cabo de un rato.
—Lo está —dijo Toby.
En ese momento sintió lo que el Mantis le había enviado en sus últimos momentos. Cermo. Truncado, aplanado, convertido en esponjosos intersticios, astillas y riachos que invadían su sistema sensorial y daban sabor a la luz líquida. Cermo, para siempre.
Le envió un susurro a Quath.
«¿Por qué?».
‹Hace poco no habrías preguntado eso. Me habrías llamado bicharraco y habrías hecho un chiste›.
«Así es, y me habría sentido más feliz».
‹El conocimiento de las cosas que no podemos expresar hace que tu especie y la mía tengan una cierta semejanza, pequeño pensador›.
«Es raro que los primates puedan entenderse con los gusanos mecánicos».
‹Las miriapodia somos selectivas con lo que comemos. Vosotros en cambio sois oportunistas dietéticos (una expresión primate, te lo recuerdo), tal como esos gusanos con los cuales me comparas›.
«Eres un insecto muy ingenioso, Reptadora Audaz y Soñadora, pero pareces un gusano gigante, aunque con carne de metal».
‹Me deleita la sintaxis primate. ¿Con carne de metal?›.
«Jugamos con las palabras. —Sintió un arrebato de afecto por ese caparazón con patas—. Para no decir lo que realmente queremos decir, ¿entiendes?».
‹Sois exquisitos danzarines de las palabras›.
«Hay muchas cosas que no pueden expresarse con palabras».
‹A veces, es lo mejor. Como ahora›.
Toby suspiró, pero no de fatiga.
«Aún quisiera saber por qué el Mantis hizo eso con Cermo».
‹No pertenecía a nuestro reino de inteligencia. No podemos saber por qué›.
«Algo así…».
‹Puedes verlo como un don o como una maldición›.
«O como ninguna de ambas cosas».
‹Tenéis dos manos, dos piernas. Vuestra mente se inclina a la dicotomía›.
«No siempre».
Y Toby le repitió a su padre, con voz trémula:
—Él está aquí.
—Supongo que sí —dijo Killeen. Miró extrañado a su hijo y bebió un sorbo.
Permanecieron sentados en taburetes de campaña, cerca del arco de puntales y Toby también bebió un trago, contra su voluntad pero sabiendo que el momento lo exigía.
Él y Killeen bebieron en copas traídas por un matrimonio que hacía tiempo había perdido a dos hijos por culpa del Mantis. Querían hablar con los valientes y tal vez con la heroica Quath, pero Quath no estaba por allí. Toby bebió despacio para aferrar unos momentos que ya se le escapaban, alejándose por el embudo del tiempo y la memoria. Esperaba no recordar aquella última parte y pensaba en la antena parabólica y en cómo giraba estúpidamente a toda velocidad. Para su sorpresa, ahora la veía con ojos nuevos y profundos.